Cristina Kirchner hizo su primera gira internacional como presidente electa. El destino fue Brasil, y allí estuvo con sus flamantes ministros conversando sobre las relaciones económicas con el país vecino, que es una de las diez potencias industriales del mundo. La gira fue breve, pero se abordaron los temas de la relación económica bilateral y, muy en particular, el desequilibrio de las relaciones comerciales.
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En principio importa recordar que hasta el 10 de diciembre próximo el presidente de los argentinos es Néstor Kirchner, por lo que constituye una desprolijidad republicana que la presidenta electa asuma roles que aún no le competen. Se dirá que desde hace meses sostiene ese comportamiento de presidente real; pero más allá de las imposiciones del poder, siempre se insistirá en el punto de que en una república democrática los plazos, los procedimientos y las formas se deben cumplir, sobre todo cuando lo que está en juego es la titularidad de la máxima autoridad política de la Argentina.
Para quienes sostienen que Cristina Fernández inicia una nueva etapa histórica, el viaje a Brasil parece corroborar sus pronósticos más optimistas, en tanto se considera que las relaciones con Lula privilegian un marco de alianzas más saludables que el que se intenta imponer desde Venezuela. Incluso, las recientes declaraciones de Kirchner, ponderando al rey Juan Carlos de Borbón como el político más importante de España, deben ser entendidas como un distanciamiento tácito de Chávez y de su retórica antinorteamericana y antiespañola.
Existen buenas razones para suponer que la nueva presidente se inclina más a tejer relaciones políticas y económicas con Europa y los países vecinos previsibles, que a estimular la alianza con el trío indigenista integrado por Chávez, Morales y Ortega. En este caso, las necesidades de la Argentina parecieran coincidir con la orientación que en materia de política exterior pretende imponerle la futura presidente.
Por lo pronto, las relaciones con Brasil son positivas, más allá de las turbulencias económicas y financieras que existen con este país. Incluso, el reciente descubrimiento de un enorme yacimiento de petróleo en el mar brasileño no sólo abre horizontes hacia una relación comercial más fluida -que de alguna manera podría aliviar la dependencia de Venezuela- sino que habilita para futuros emprendimientos exploratorios conjuntos, ya que es probable que las reservas de petróleo descubiertas se extiendan hacia la plataforma marítima argentina.
Se dice que la política exterior de un país suele ser un reflejo de su política interior. Las combinaciones no son lineales, pero en sus trazos gruesos este principio se suele cumplir. Si así fuera, es importante que la política exterior argentina se oriente hacia los países democráticos, prósperos y previsibles. El destino de la Argentina está al lado de Chile, Brasil y Uruguay en la región, la Unión Europea -muy en particular España- y, por supuesto, Estados Unidos, el principal cliente de Chávez, dicho sea de paso para quienes creen que las relaciones exteriores están dominadas por las ideologías y no por los intereses.
En principio importa recordar que hasta el 10 de diciembre próximo el presidente de los argentinos es Néstor Kirchner, por lo que constituye una desprolijidad republicana que la presidenta electa asuma roles que aún no le competen. Se dirá que desde hace meses sostiene ese comportamiento de presidente real; pero más allá de las imposiciones del poder, siempre se insistirá en el punto de que en una república democrática los plazos, los procedimientos y las formas se deben cumplir, sobre todo cuando lo que está en juego es la titularidad de la máxima autoridad política de la Argentina.
Para quienes sostienen que Cristina Fernández inicia una nueva etapa histórica, el viaje a Brasil parece corroborar sus pronósticos más optimistas, en tanto se considera que las relaciones con Lula privilegian un marco de alianzas más saludables que el que se intenta imponer desde Venezuela. Incluso, las recientes declaraciones de Kirchner, ponderando al rey Juan Carlos de Borbón como el político más importante de España, deben ser entendidas como un distanciamiento tácito de Chávez y de su retórica antinorteamericana y antiespañola.
Existen buenas razones para suponer que la nueva presidente se inclina más a tejer relaciones políticas y económicas con Europa y los países vecinos previsibles, que a estimular la alianza con el trío indigenista integrado por Chávez, Morales y Ortega. En este caso, las necesidades de la Argentina parecieran coincidir con la orientación que en materia de política exterior pretende imponerle la futura presidente.
Por lo pronto, las relaciones con Brasil son positivas, más allá de las turbulencias económicas y financieras que existen con este país. Incluso, el reciente descubrimiento de un enorme yacimiento de petróleo en el mar brasileño no sólo abre horizontes hacia una relación comercial más fluida -que de alguna manera podría aliviar la dependencia de Venezuela- sino que habilita para futuros emprendimientos exploratorios conjuntos, ya que es probable que las reservas de petróleo descubiertas se extiendan hacia la plataforma marítima argentina.
Se dice que la política exterior de un país suele ser un reflejo de su política interior. Las combinaciones no son lineales, pero en sus trazos gruesos este principio se suele cumplir. Si así fuera, es importante que la política exterior argentina se oriente hacia los países democráticos, prósperos y previsibles. El destino de la Argentina está al lado de Chile, Brasil y Uruguay en la región, la Unión Europea -muy en particular España- y, por supuesto, Estados Unidos, el principal cliente de Chávez, dicho sea de paso para quienes creen que las relaciones exteriores están dominadas por las ideologías y no por los intereses.
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El Litoral - Argentina/26/11/2007
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