México y el mundo Juan María Alponte
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Cuando Yasser Arafat murió en 2004 pese a los conflictos en su partido, podía decirse que Palestina tenía un líder y un interlocutor. En estos momentos, la connotación histórica de la Autoridad Palestina está cruzada por otra realidad: la aparición de Hamas, que electoralmente es un interlocutor real y políticamente un interlocutor impensable para el sucesor de Yasser Arafat: Mahmud Abbas. En suma, la Palestina con dos campos en guerra abierta ampara ahora, ante la cumbre de Annapolis, las palabras del dirigente de Hamas: “La cumbre carece de sentido”.
La expresión es excesiva, pero tiene que admitirse en el análisis. El edificio palestino, dividido por Gaza, casi en guerra con Israel, deja a Mahmud Abbas pocas variables. En consecuencia, ¿a quién representa Abbas si Gaza queda al margen? Por lo pronto no cuenta con el consenso de Hamas y no puede plantearse ningún proyecto palestino sin Gaza. Es cierto, a su vez, que Hamas ha sufrido las consecuencias no sólo del bloqueo de Israel, sino del mundo occidental que liquidó el flujo de sostén a Gaza y, por tanto, la situación económica, social y sanitaria de esa región es dramática y ello pesa sobre Hamas.
Del otro lado, el Estado de Israel, el único de la región con estructuras parlamentarias, está viviendo lo que no se podía pensar: los escándalos morales de su élite política que ha dejado atrás a los caudillos históricos y vive, por tanto, una “normalidad” que no se apoya, por tanto, en una moral épica.
Ello ha convertido a su primer ministro, Olmert, en un político muy contrastado por el Parlamento y con autoridad debatida. El mundo de los Ben Gurion, Sharon, Rabin, ha desaparecido y eso, en una connotación de normalidad, puede ser positivo porque sus líderes no son la “totalidad” sacra.
Tanto es así que un grupo de la ultraderecha hebrea ha defendido lo imposible: al asesino de Rabin por considerar que merece la libertad porque Rabin negoció con los palestinos. Al mismo tiempo, y como articulación dialéctica, escritores notables de Israel defienden a ultranza la negociación y la creación de dos estados como solución.
Todo ello permite pensar que la unidad “bloquista” ha desaparecido en los dos campos y que, por tanto, la cumbre de Annapolis tiene otros interlocutores. La presencia de los estados árabes, incluido Siria (piedra crítica en Líbano, que todavía no ha podido elegir a su presidente por las facciones en crisis y el papel de Siria… e Irán en Líbano) es un dato positivo. Bush, por su parte, se encuentra en el momento más bajo de popularidad, con la carga terrible del fracaso histórico en Irak y ya en Afganistán donde el caos de Paquistán es un golpe contundente para su aliado indispensable en la zona.
Condoleezza Rice toma cada día un avión hacia el infinito con regreso a una Casa Blanca que tiene, a cada retorno de Condoleezza, menos colaboradores de Bush porque han hecho sus maletas. Esa situación tampoco es benéfica, pero justamente por la dramaticidad de la crisis es ostensible que en Annapolis o después de Annapolis el Oriente Medio no estará en paz mientras no se establezcan los dos estados con fronteras seguras. Lo contrario es alentar el radicalismo, la desmesura y la inyección de la tesis del terrorismo y el antiterrorismo como sistemas vaciados de todo futuro.
Los países árabes saben que es preciso ordenar la región porque Irán expande un chiísmo duro que hace inaccesible el acuerdo con el sunismo y, como consecuencia, abre el camino a todas las desmesuras. Siria ya ha vivido en sus fronteras bombardeos no esclarecidos pero alertadores. La región se juega la vida y el mundo entero lo sufrirá si no se encuentra una solución que apague las hogueras de la sagrada cosa idiota que es la guerra.
alponte@prodigy.net.mx
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La expresión es excesiva, pero tiene que admitirse en el análisis. El edificio palestino, dividido por Gaza, casi en guerra con Israel, deja a Mahmud Abbas pocas variables. En consecuencia, ¿a quién representa Abbas si Gaza queda al margen? Por lo pronto no cuenta con el consenso de Hamas y no puede plantearse ningún proyecto palestino sin Gaza. Es cierto, a su vez, que Hamas ha sufrido las consecuencias no sólo del bloqueo de Israel, sino del mundo occidental que liquidó el flujo de sostén a Gaza y, por tanto, la situación económica, social y sanitaria de esa región es dramática y ello pesa sobre Hamas.
Del otro lado, el Estado de Israel, el único de la región con estructuras parlamentarias, está viviendo lo que no se podía pensar: los escándalos morales de su élite política que ha dejado atrás a los caudillos históricos y vive, por tanto, una “normalidad” que no se apoya, por tanto, en una moral épica.
Ello ha convertido a su primer ministro, Olmert, en un político muy contrastado por el Parlamento y con autoridad debatida. El mundo de los Ben Gurion, Sharon, Rabin, ha desaparecido y eso, en una connotación de normalidad, puede ser positivo porque sus líderes no son la “totalidad” sacra.
Tanto es así que un grupo de la ultraderecha hebrea ha defendido lo imposible: al asesino de Rabin por considerar que merece la libertad porque Rabin negoció con los palestinos. Al mismo tiempo, y como articulación dialéctica, escritores notables de Israel defienden a ultranza la negociación y la creación de dos estados como solución.
Todo ello permite pensar que la unidad “bloquista” ha desaparecido en los dos campos y que, por tanto, la cumbre de Annapolis tiene otros interlocutores. La presencia de los estados árabes, incluido Siria (piedra crítica en Líbano, que todavía no ha podido elegir a su presidente por las facciones en crisis y el papel de Siria… e Irán en Líbano) es un dato positivo. Bush, por su parte, se encuentra en el momento más bajo de popularidad, con la carga terrible del fracaso histórico en Irak y ya en Afganistán donde el caos de Paquistán es un golpe contundente para su aliado indispensable en la zona.
Condoleezza Rice toma cada día un avión hacia el infinito con regreso a una Casa Blanca que tiene, a cada retorno de Condoleezza, menos colaboradores de Bush porque han hecho sus maletas. Esa situación tampoco es benéfica, pero justamente por la dramaticidad de la crisis es ostensible que en Annapolis o después de Annapolis el Oriente Medio no estará en paz mientras no se establezcan los dos estados con fronteras seguras. Lo contrario es alentar el radicalismo, la desmesura y la inyección de la tesis del terrorismo y el antiterrorismo como sistemas vaciados de todo futuro.
Los países árabes saben que es preciso ordenar la región porque Irán expande un chiísmo duro que hace inaccesible el acuerdo con el sunismo y, como consecuencia, abre el camino a todas las desmesuras. Siria ya ha vivido en sus fronteras bombardeos no esclarecidos pero alertadores. La región se juega la vida y el mundo entero lo sufrirá si no se encuentra una solución que apague las hogueras de la sagrada cosa idiota que es la guerra.
alponte@prodigy.net.mx
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PERFIL
Profesor titular de la FCPyS de la UNAM, escritor y periodista. Ha colaborado en periódicos y revistas nacionales e internacionales. Ha escrito 37 libros, entre los que destacan Retrato de una Familia Babélica; las biografías de Colón y Lenin; Historias en la Tierra y Los Liberadores de la Conciencia.
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Columnas anteriores
La crisis entre Venezuela y Colombia
A la vera del centenario independentista
De Enron a la crisis bancaria en EU
Putin prepara las elecciones del año
Profesor titular de la FCPyS de la UNAM, escritor y periodista. Ha colaborado en periódicos y revistas nacionales e internacionales. Ha escrito 37 libros, entre los que destacan Retrato de una Familia Babélica; las biografías de Colón y Lenin; Historias en la Tierra y Los Liberadores de la Conciencia.
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