Ricardo Valencia*
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Joseph Nye, intelectual estadounidense de política internacional, describía que el “soft power” (el poder suave) en diplomacia es la “habilidad de alcanzar los que queremos a través de la atracción y la persuasión”. Nye contraponía esa virtud a la del “hard power” (poder duro), que es “la habilidad de usar la zanahoria y el palo de la economía y la milicia para hacer que los demás sigan tu voluntad”.
Nye es crítico del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, para cumplir metas gracias al poderío militar estadounidense. El intelectual, sin embargo, halaga el “soft power” de la Unión Europea (UE). La UE no tiene las pistolas de Washington, pero sí mucho dinero y ejércitos de diplomáticos. Ellos saben que la manera más efectiva de retar la doctrina de Bush —impopular entre las audiencias europeas y que dividió al Viejo Continente en dos al invadir Iraq en marzo de 2003— es por medio de la presión a terceros.
Aquí aparecen El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Aquí toma sentido la exigencia de la UE de que los tres países centroamericanos firmen el estatuto de Roma que le da vida a la Corte Penal Internacional (CPI) si quieren un acuerdo de asociación con Europa, que incluye un tratado de libre comercio. Bush ha impedido que su país entre a la CPI y ha logrado que El Salvador firme un acuerdo para evitar que cualquier ciudadano estadounidense sea entregado a la CPI, en caso de que El Salvador ratifique el estatuto. La Corte para los europeos es más que una ilusión de justicia planetaria: significa un pilar político en su ideología para venderse como una región que busca conservar las instituciones internacionales. Si Washington, China y Rusia dicen no a la CPI, al Protocolo de Kyoto y a la declaración de los derechos humanos, Europa dirá sí y las convertirá en banderas de lucha para después “persuadir” a más países.
Pero el “soft power” europeo fue insuficiente para un tablero donde el “hard power” norteamericano es el rey. Si Europa tiene márgenes más amplios para maniobrar en sus ex colonias africanas, en Centroamérica sus torceduras de manos son apenas halones tímidos a un tejido en el que los nudos se amarran en Washington. Este panorama se complica con la inesperada declaración de inconstitucionalidad que la Corte Suprema de Justicia acaba de emitir sobre los tratados de la Organización Internacional del Trabajo, que El Salvador ratificó en 2006. Esas normativas le garantizaban al país beneficios arancelarios en el Viejo Continente.
¿Qué pasará ahora? La diplomacia europea tendrá que reencauzar su estrategia o retirarse de una batalla que más allá de rubricar un acuerdo con los cinco países tenía otro destinatario: Estados Unidos, quien tiene la influencia económica, política y militar en el istmo. Ante eso, el “soft power” debe intentar otras vías. Estos no son sus terrenos.
Nye es crítico del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, para cumplir metas gracias al poderío militar estadounidense. El intelectual, sin embargo, halaga el “soft power” de la Unión Europea (UE). La UE no tiene las pistolas de Washington, pero sí mucho dinero y ejércitos de diplomáticos. Ellos saben que la manera más efectiva de retar la doctrina de Bush —impopular entre las audiencias europeas y que dividió al Viejo Continente en dos al invadir Iraq en marzo de 2003— es por medio de la presión a terceros.
Aquí aparecen El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Aquí toma sentido la exigencia de la UE de que los tres países centroamericanos firmen el estatuto de Roma que le da vida a la Corte Penal Internacional (CPI) si quieren un acuerdo de asociación con Europa, que incluye un tratado de libre comercio. Bush ha impedido que su país entre a la CPI y ha logrado que El Salvador firme un acuerdo para evitar que cualquier ciudadano estadounidense sea entregado a la CPI, en caso de que El Salvador ratifique el estatuto. La Corte para los europeos es más que una ilusión de justicia planetaria: significa un pilar político en su ideología para venderse como una región que busca conservar las instituciones internacionales. Si Washington, China y Rusia dicen no a la CPI, al Protocolo de Kyoto y a la declaración de los derechos humanos, Europa dirá sí y las convertirá en banderas de lucha para después “persuadir” a más países.
Pero el “soft power” europeo fue insuficiente para un tablero donde el “hard power” norteamericano es el rey. Si Europa tiene márgenes más amplios para maniobrar en sus ex colonias africanas, en Centroamérica sus torceduras de manos son apenas halones tímidos a un tejido en el que los nudos se amarran en Washington. Este panorama se complica con la inesperada declaración de inconstitucionalidad que la Corte Suprema de Justicia acaba de emitir sobre los tratados de la Organización Internacional del Trabajo, que El Salvador ratificó en 2006. Esas normativas le garantizaban al país beneficios arancelarios en el Viejo Continente.
¿Qué pasará ahora? La diplomacia europea tendrá que reencauzar su estrategia o retirarse de una batalla que más allá de rubricar un acuerdo con los cinco países tenía otro destinatario: Estados Unidos, quien tiene la influencia económica, política y militar en el istmo. Ante eso, el “soft power” debe intentar otras vías. Estos no son sus terrenos.
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*Periodista de Enfoques
*Periodista de Enfoques
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La Prensa Gráfica - El Salvador/04/11/2007
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