El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, habla cerca del rey Juan Carlos de España, durante la segunda sesión de trabajo de la 17 Cumbre Iberoamericana que se celebró en Santiago de Chile el pasado fin de semana
Reuters-
Carlos Fernández-Vega
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¿Defendieron la ética golpista de Aznar contra Chávez?
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, habla cerca del rey Juan Carlos de España, durante la segunda sesión de trabajo de la 17 Cumbre Iberoamericana que se celebró en Santiago de Chile el pasado fin de semana Foto: Reuters
La mejor cara de una democracia no es precisamente una monarquía, ni la mejor defensa de la primera puede surgir de la segunda. ¿Qué hace España con el rey Juan Carlos al frente del Estado? Quién sabe. Sólo los equilibrios o las inercias políticas de los españoles podrían ofrecer una respuesta medianamente creíble.
Se entiende, pues, que el monarca defienda a uno de sus súbditos preferidos, por provenir de la misma escuela –el franquismo–, pero lo que sí es increíble es que el presidente Zapatero, que se llama socialista, salga a poner la cara por un personaje tan nefasto y aberrante como lo es José María Aznar, un fascista aquí, en España, Venezuela o donde le agarre el día.
Por Aznar, el pueblo español se vio inmerso en la invasión estadunidense a Irak, cuando el propio pueblo español, por mayoría abrumadora, dijo un tajante No a la aventura militarista de George W. Bush, y ordenó a su gobierno actuar en consecuencia. Pero el entonces jefe de gobierno se pasó la directriz por el arco del triunfo, entregándose plenamente a las decisiones de la Casa Blanca, en una decisión abiertamente contraria a cualquier norma democrática, pero en primera línea con los principios fascistas.
Por Aznar, ese mismo pueblo sufrió los estragos del terrorismo, y por decisión de ese mismo personaje la sociedad española fue víctima de la manipulación política y el ocultamiento de información sobre los lamentables acontecimientos del 11-M de 2004 en Madrid, obviamente en una acción totalmente fascista y con miras a conservar el poder en las elecciones celebradas tres días después, en las que, dicho sea de paso, de no ser por la movilización ciudadana José Luis Rodríguez Zapatero hubiera sido declarado candidato derrotado.
Las citadas sólo son dos muestras (que a pesar de su repercusión internacional sólo atañe resolver a los españoles, quienes en este sentido tienen una larga lista de agravios por resolver) que dibujan al personaje por el que el rey Juan Carlos da la cara y pierde el estilo, y Rodríguez Zapatero defiende “en nombre de la democracia” y la “voluntad popular”. Que los españoles de repente pierdan la memoria y la noción del tiempo, y en urnas elijan como jefe de gobierno a tipejos como Aznar es verdaderamente lamentable, en especial cuando hizo exactamente lo contrario de lo que marca la democracia y establece la voluntad popular. Pero no por ello el pueblo español se convierte en una punta de fascistas, como tampoco en automático en socialistas, ni los señalamientos tocan a todos.
Pero no sólo en España y en contra de los españoles. Desde el gobierno que encabezó, Aznar pretendió meter la mano en toda la geografía internacional, siempre cómplice de la Casa Blanca, como en la fracasada cuan antidemocrática intentona golpista en contra de Hugo Chávez, un caso que el propio mandatario venezolano sacó a colación en los trabajos de la 17 Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile, durante los cuales calificó a Aznar de fascista y lo acusó, como ya lo había hecho, de participar abiertamente en la referida intentona.
Una cosa es que Hugo Chávez no sea precisamente un ejemplo de diplomacia tradicional, pero otra muy distinta que mienta en lo referente a la intervención de Aznar y lo que él representaba en la fascistoide intentona golpista en contra de un gobierno democráticamente electo. ¿Qué defienden el rey Juan Carlos y Rodríguez Zapatero? ¿La ética golpista de Aznar? ¿La antidemocrática respuesta que dio a la voluntad popular de no involucrar a España en la aventura de George W. Bush? ¿El “derecho” del reino a meter la mano donde crea conveniente? Doble error el del rey y Zapatero, representantes de un país en donde el fin de la dictadura y la construcción de la democracia costó tanto dolor y sangre, por personajes como Aznar.
Que reaccionaron así, justifican, porque la delegación española, con el rey y Zapatero a la cabeza, “se molestó cuando el gobernante venezolano llamó fascista a José María Aznar y lo acusó de haber promovido el golpe de Estado contra su gobierno en abril de 2002”. Bien, entonces, ¿cómo tendría que reaccionar la delegación venezolana (o la de cualquier otro país en circunstancias similares) ante la intentona golpista del jefe de gobierno español, José María Aznar? ¿Qué esperaban: gratitud y aplausos?
Tres años atrás, el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos (miembro del PSOE), reconoció la activa participación de Aznar y su gobierno en la intentona golpista contra Hugo Chávez. Sin embargo, tras la tormenta política que sus declaraciones causaron, alguien de más arriba le ordenó dar una explicación, y diez días después ante el Parlamento así la dio el diplomático: “no acusé (al gobierno de Aznar) de instigar en la preparación del golpe de Estado. Cuando dije apoyar quise y quiero decir que (ese Ejecutivo) no condenó el golpe de Estado y le ofreció legitimidad internacional (a los golpistas)… cuando se produjo la crisis que desalojó del poder a Chávez, el embajador español recibió instrucciones del gobierno y el efecto de la ejecución de esas instrucciones fue apoyar el golpe de Estado”.
Entonces, Aznar sí participó activamente, con explicación o sin ella, de tal suerte que ¿de dónde sale la actitud del rey y su zapatero? ¿Qué o a quién defienden? Si el rey no sabe qué se cocina en su gobierno, como una intentona de golpe de Estado en un tercer país, entonces ¿qué hace allí? Y si lo sabe y no lo evita, ¿qué reclama?
¿Defendieron la ética golpista de Aznar contra Chávez?
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, habla cerca del rey Juan Carlos de España, durante la segunda sesión de trabajo de la 17 Cumbre Iberoamericana que se celebró en Santiago de Chile el pasado fin de semana Foto: Reuters
La mejor cara de una democracia no es precisamente una monarquía, ni la mejor defensa de la primera puede surgir de la segunda. ¿Qué hace España con el rey Juan Carlos al frente del Estado? Quién sabe. Sólo los equilibrios o las inercias políticas de los españoles podrían ofrecer una respuesta medianamente creíble.
Se entiende, pues, que el monarca defienda a uno de sus súbditos preferidos, por provenir de la misma escuela –el franquismo–, pero lo que sí es increíble es que el presidente Zapatero, que se llama socialista, salga a poner la cara por un personaje tan nefasto y aberrante como lo es José María Aznar, un fascista aquí, en España, Venezuela o donde le agarre el día.
Por Aznar, el pueblo español se vio inmerso en la invasión estadunidense a Irak, cuando el propio pueblo español, por mayoría abrumadora, dijo un tajante No a la aventura militarista de George W. Bush, y ordenó a su gobierno actuar en consecuencia. Pero el entonces jefe de gobierno se pasó la directriz por el arco del triunfo, entregándose plenamente a las decisiones de la Casa Blanca, en una decisión abiertamente contraria a cualquier norma democrática, pero en primera línea con los principios fascistas.
Por Aznar, ese mismo pueblo sufrió los estragos del terrorismo, y por decisión de ese mismo personaje la sociedad española fue víctima de la manipulación política y el ocultamiento de información sobre los lamentables acontecimientos del 11-M de 2004 en Madrid, obviamente en una acción totalmente fascista y con miras a conservar el poder en las elecciones celebradas tres días después, en las que, dicho sea de paso, de no ser por la movilización ciudadana José Luis Rodríguez Zapatero hubiera sido declarado candidato derrotado.
Las citadas sólo son dos muestras (que a pesar de su repercusión internacional sólo atañe resolver a los españoles, quienes en este sentido tienen una larga lista de agravios por resolver) que dibujan al personaje por el que el rey Juan Carlos da la cara y pierde el estilo, y Rodríguez Zapatero defiende “en nombre de la democracia” y la “voluntad popular”. Que los españoles de repente pierdan la memoria y la noción del tiempo, y en urnas elijan como jefe de gobierno a tipejos como Aznar es verdaderamente lamentable, en especial cuando hizo exactamente lo contrario de lo que marca la democracia y establece la voluntad popular. Pero no por ello el pueblo español se convierte en una punta de fascistas, como tampoco en automático en socialistas, ni los señalamientos tocan a todos.
Pero no sólo en España y en contra de los españoles. Desde el gobierno que encabezó, Aznar pretendió meter la mano en toda la geografía internacional, siempre cómplice de la Casa Blanca, como en la fracasada cuan antidemocrática intentona golpista en contra de Hugo Chávez, un caso que el propio mandatario venezolano sacó a colación en los trabajos de la 17 Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile, durante los cuales calificó a Aznar de fascista y lo acusó, como ya lo había hecho, de participar abiertamente en la referida intentona.
Una cosa es que Hugo Chávez no sea precisamente un ejemplo de diplomacia tradicional, pero otra muy distinta que mienta en lo referente a la intervención de Aznar y lo que él representaba en la fascistoide intentona golpista en contra de un gobierno democráticamente electo. ¿Qué defienden el rey Juan Carlos y Rodríguez Zapatero? ¿La ética golpista de Aznar? ¿La antidemocrática respuesta que dio a la voluntad popular de no involucrar a España en la aventura de George W. Bush? ¿El “derecho” del reino a meter la mano donde crea conveniente? Doble error el del rey y Zapatero, representantes de un país en donde el fin de la dictadura y la construcción de la democracia costó tanto dolor y sangre, por personajes como Aznar.
Que reaccionaron así, justifican, porque la delegación española, con el rey y Zapatero a la cabeza, “se molestó cuando el gobernante venezolano llamó fascista a José María Aznar y lo acusó de haber promovido el golpe de Estado contra su gobierno en abril de 2002”. Bien, entonces, ¿cómo tendría que reaccionar la delegación venezolana (o la de cualquier otro país en circunstancias similares) ante la intentona golpista del jefe de gobierno español, José María Aznar? ¿Qué esperaban: gratitud y aplausos?
Tres años atrás, el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos (miembro del PSOE), reconoció la activa participación de Aznar y su gobierno en la intentona golpista contra Hugo Chávez. Sin embargo, tras la tormenta política que sus declaraciones causaron, alguien de más arriba le ordenó dar una explicación, y diez días después ante el Parlamento así la dio el diplomático: “no acusé (al gobierno de Aznar) de instigar en la preparación del golpe de Estado. Cuando dije apoyar quise y quiero decir que (ese Ejecutivo) no condenó el golpe de Estado y le ofreció legitimidad internacional (a los golpistas)… cuando se produjo la crisis que desalojó del poder a Chávez, el embajador español recibió instrucciones del gobierno y el efecto de la ejecución de esas instrucciones fue apoyar el golpe de Estado”.
Entonces, Aznar sí participó activamente, con explicación o sin ella, de tal suerte que ¿de dónde sale la actitud del rey y su zapatero? ¿Qué o a quién defienden? Si el rey no sabe qué se cocina en su gobierno, como una intentona de golpe de Estado en un tercer país, entonces ¿qué hace allí? Y si lo sabe y no lo evita, ¿qué reclama?
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Las rebanadas del pastel
A donde esté y por el rumbo elegido, un sentido y apretadísimo abrazo al querido Miguel Luna.
Las rebanadas del pastel
A donde esté y por el rumbo elegido, un sentido y apretadísimo abrazo al querido Miguel Luna.
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La Jornada - México/12/11/2007
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