12/11/2007
Opinión
Por Julio César Moreno
Las elecciones quedaron atrás y, a medida que pasan los días o las semanas, muy atrás; como un acontecimiento remoto del que se va perdiendo la visibilidad y hasta el recuerdo. Así son las cosas: lo que antes era una incógnita después fue un resultado electoral, que siempre deja muchas dudas. Pero a falta de certidumbres, hay intuiciones, como que no habrá un gran cambio, sino continuismo -como se decía en otras épocas- y no sólo porque triunfó la candidata oficialista, sino también porque los principales candidatos de la oposición no representaban una verdadera alternativa de cambio, al menos, en lo que respecta a la economía. En los bancos, en las oficinas y hasta en la calle se comentó que, tras algunas suaves turbulencias, después del 28 de octubre todo seguía igual. El dólar, el merval y demás indicadores financieros y económicos habían quedado tranquilos, y quienes querían ir más al fondo de la cuestión decían que hubiera sucedido lo mismo si el veredicto de las urnas hubiese sido otro. Se sabe que con Cristina Fernández de Kirchner habrá continuidad, aunque quizá con algunos cambios -algunos de los cuales serían los reclamados por la oposición-, pero si el futuro ministro de Economía hubiera sido Alfonso Prat-Gay, postulado por Elisa Carrió, o alguien designado por Roberto Lavagna, la cosa no hubiera sido muy distinta. Y por eso el dólar y el merval se quedaron quietos. Lo que pasa es que las elecciones del 28 de octubre -pese a las múltiples lecturas que se pueden hacer de ellas- parecen indicar un gran giro al centro, a un centrismo político difuso y polivalente, que se inspira en la izquierda, la derecha y el centro tradicional, en el populismo y el liberalismo, incluso en una recóndita socialdemocracia; o sea, en muy diferentes vertientes, discursos y estilos. Pero este "gran centro" -en el que caben Gobierno y oposición- dista mucho de ser un tranquilo nido de palomas, en el que la vida se reproduce conforme a la ley de la naturaleza. Se parece, más bien, a un nido de víboras, en el sentido humano del término, en el que el veneno es el instrumento habitual para herir o matar al que está al lado, para desacreditarlo, humillarlo o dejarlo, lo más pronto posible fuera de carrera. Pero ¿no es esto la política?, podría preguntarse alguien con buenas razones. ¿O acaso el Ricardo III , de Shakespeare no utilizaba el veneno y el puñal para obtener más poder político, aunque después fuera muerto a sangre y espada, luego de ofrecer en vano su reino por un caballo? Bueno, habría que convenir en que la política argentina se plantea en términos menos dramáticos, aunque si de violencia se trata, la sociedad argentina tiene elementos que se vinculan con el drama shakesperiano, con la política, con el poder y los modos de ejercerlo. Pero lo cierto es que, al menos después de las últimas elecciones, la derecha y la izquierda han quedado al margen. Aunque en ese gran centro plural victorioso se advierten incrustaciones de ambas, no tanto en el terreno de la economía, sino en el de los valores (en temas como el aborto, los matrimonios gay, el relativismo ético). Pero en cuanto a bajar la pobreza, el desempleo y la desigualdad, todos están de acuerdo.
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