6/11/07

(I) Nueva época de competividad despiadada

Parte I
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Nikolai Zlobin, miembro del Consejo de Expertos de RIA Novosti. Eurasia es una de las regiones más dinámicas, imprevisibles e inestables del mundo, donde simultáneamente a la formación de Estados nacionales tienen lugar procesos contradictorios.
Eurasia actualmente existe únicamente como ente geográfico pero no geopolítico. Los países que se encuentran en esa región se desarrollan independientemente el uno del otro, y todos ellos avanzan en direcciones diferentes.
Los factores regionales de concertación económica, política­, militar y de otra índole comenzaron a derrumbarse, y ese proceso ha continuado a nivel subregional produciendo el mismo efecto. Como resultado, entes geopolíticos como Asia Central, Cáucaso del Sur y Europa Oriental dejaron de existir. Actualmente, esos conglomerados son apenas una combinación de países donde cada uno resuelve sus problemas políticos y socioeconómicos fuera de la región, y procura garantizar su seguridad estableciendo relaciones con jugadores foráneos así sea la OTAN, la Unión Europea, Estados Unidos o Rusia. A pesar de que en la región continúan existiendo organizaciones interestatales, la mayoría de ellas tienen un carácter formal. Casi todos los intentos de crear uniones o bloques estables en la región no han sido exitosos, y las organizaciones como el GUAM o la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) han demostrado su eficacia porque responden a los intereses de países clave, y esto condiciona que esas dos entidades tengan un relativo funcionamiento eficaz.
Todo esto hace que el entorno de Eurasia políticamente sea muy variable y su desarrollo inestable y asimétrico. Eurasia se ha convertido en una plaza de rivalidad y competividad de los países grandes incluidos Rusia y EEUU.
En tanto, la propia Eurasia se vuelve una zona sin perspectiva, porque ninguno de los países realiza su desarrollo de acuerdo a estrategias políticas o conceptuales definidas, a excepción tal vez, de Kazajstán.
Existe el gran peligro de que Eurasia quede rehén de la confrontación de los grandes países, en parte repitiendo el destino que tuvo Europa en el período de la Guerra Fría. Es decir, Eurasia puede ser el escenario de una especie de una "guerra fría regional".
Sería ingenuo considerar que las tendencias centrífugas liberadas tras la desintegración de la Unión Soviética permanecerán inscritas en las fronteras que tenían las repúblicas soviéticas en 1991. No hubo y tampoco hay razones serias para suponer que el gran imperio se iba a desintegrar en el marco de las fronteras administrativas internas convencionales, muchas de las cuales, como es conocido, fueron demarcadas de forma subjetiva y no de acuerdo a criterios económicos, políticos y mucho menos étnico-culturales.
La desintegración de la URSS no terminó con la disgregación de las antiguas repúblicas soviéticas, esa disolución continúa. El entorno que antes ocupó el imperio soviético se descompone cada día. Ocurren profundos procesos culturales, económicos, de mentalidad, y si se quiere, de aniquilación. Ese proceso de disociación está muy lejos de haber concluido. Eurasia todavía tiene fronteras inestables. Con determinado grado de acierto se puede afirmar que las fronteras de los países euroasiáticos va a cambiar, se van a desplazar y hasta cuestionar convirtiéndose en tema de negociaciones y hasta de conflictos. Esto coincidió con el inicio de cambios a gran escala en la geografía política del mundo, y también con una serie de procesos de integración que en los últimos años comenzaron a perfilarse en el espacio postsoviético. Todo esto acrecienta la inestabilidad y exige mucha moderación por parte de los países foráneos.
La disolución de la URSS también conllevó a un vigoroso resurgimiento de las élites nacionales. En cierta medida, esas nuevas élites adquirieron esa condición de forma ocasional por la coincidencia de circunstancias determinadas.
Las particularidades y estructura que tenía la élite soviética en tiempos anteriores determinó que las élites locales que han surgido ahora, en general sean incapaces de asumir toda la responsabilidad por sus países, no puedan distinguir los intereses nacionales de los personales o familiares, y se inclinen a plantear al nivel más alto posible, antiguos agravios y prejuicios. A la cabeza de los países postsoviéticos, en calidad de líderes aparecieron grupos políticos sin experiencia en la percepción estratégica y global, y tampoco sin práctica en la adopción de decisiones autónomas incluidas las vías para realizar sus propias decisiones. Todas estas élites y grupos tienen un carácter transitorio. Ninguna de ellas, incluida la élite rusa, suponen una élite nacional válida. Estas élites no pueden formular y expresar los intereses de sus países o delinear los mecanismos para su realización sin asimilarse a los grupos dominantes mundiales, y en consecuencia, esas élites tienen pocos instrumentos de influencia internacional.
Los regimenes políticos que se han formado en la Comunidad de Estados Independientes (CEI) también tienen un carácter provisional.
Ninguno de ellos ha logrado adquirir su forma definitiva y tampoco ha podido elaborar los procedimientos necesarios desde la adopción de las resoluciones hasta los mecanismos relacionados con la selección de cuadros, etc. Hasta ahora, en ningún país de la CEI se ha formado partidos políticos reales, medios independientes de información masiva, la división de poderes eficaz, una propiedad privada estable y la supremacía de la ley. Prácticamente en todos esos países el sistema político, la Constitución y las leyes son objeto de manipulaciones de aplicación electoral.
Paulatinamente, la participación de las élites euroasiáticas en los procesos mundiales conlleva a que ellas adquieren connotaciones globales, al tiempo que sus pueblos permanecen provinciales. Como resultado, las élites rinden responsabilidades ante el mundo pero no ante su propio país. Especialmente este proceso es apreciable en los países euroasiáticos "de vanguardia" como Rusia, Ucrania, Georgia y Kazajstán.
Es indudable que esta situación no va a ser eterna. La próxima década puede ser el período cuando en todos los países euroasiáticos entre ellos Rusia, saldrán unas élites generacionales sin raíces de cultura política soviética y mucho más adecuadas para representar los interese de sus países y su papel en el mundo.
Esto dependerá en mucho de cómo ocurrirán los cambios de élites, porque en ninguna parte de Eurasia existe el mecanismo para ese cambio, como tampoco las tradiciones políticas que permitan la transferencia de poder sin una redistribución de la propiedad o transformaciones de la legislación. Esto será especialmente difícil en los países donde los clanes o grupos familiares son elementos fuertes en la organización social y también en aquellos Estados donde esté muy desarrollada la corrupción.
Un ejemplo, en Asia Central el desafío mayor a las élites nacionales es el wahabismo. Para combatirlo, los dirigentes centroasiáticos principalmente utilizan los métodos militares y también con frecuencia utilizan las acusaciones de terrorismo contra la oposición. Los gobernantes centroasiáticos no ven la necesidad de luchar contra el terrorismo mediante el trabajo ideológico y pedagógico sistemático creando sistemas modernos de educación y otros. Todo esto se empeora con las colosales reservas de armamento acumuladas y que siguen aumentando en Eurasia. La cooperación estatal militar se limita a entrenamientos contra el terrorismo a cargo de especialistas de Rusia, EEUU e Israel.
Simultáneamente, crece la presencia militar extranjera en la región y la cooperación militar ruso-china cada vez recuerda más una asociación estratégica.
Todo lo que ocurre, por ejemplo, en Georgia, las elecciones anticipadas en Ucrania y los recientes cambios cardinales en el sistema político de Rusia, evidencian que en estos países el proceso de desplazamiento del sistema postsoviético adquiere fuerza. En otros países vemos intentos de congelar ese proceso de transición, pero esos intentos están condenados al fracaso. En otras palabras, Eurasia entra en una nueva lucha de élites y reconstrucción de los sistemas políticos en el espacio postsoviético.
Esos procesos también son palpables en las economías nacionales.
Por una parte, la globalización exige su integración al máximo en el sistema de la economía mundial y condicionar la gestión nacional de los negocios en correspondencia a las normas mundiales. Pero la necesidad de realizar reformas de mercado de "derecha" entra en aguda contradicción social con los ánimos abiertamente de "izquierda" por parte de la población en todos los países del CEI. Además, debido a sus pequeñas dimensiones, la mayoría de las economías euroasiáticas no suponen un interés serio para los inversores extranjeros importantes. El subdesarrollado sistema de transporte, especialmente en Asia Central y en el Cáucaso del Sur obliga a estas regiones a permanecer al margen de las principales rutas de comercio.
La mayoría de los países euroasiáticos representan un papel insignificante en la economía mundial. Por ejemplo, el volumen del comercio de los países de Asia Central es aproximadamente el 1 por ciento de todo el comercio centroasiático.
Por otra parte, la región del mar Caspio es de mucho interés por sus yacimientos de recursos energéticos que importan en gran medida a países desde EEUU, Europa Occidental, India, Irán y Pakistán. China tiene un enorme interés por los recursos energéticos de esta región. No cabe duda que en la medida que se desarrolle la economía de India, China y otros países del sudeste asiático, la mayoría de los países de la región comenzarán a reorientarse hacia ese mercado en detrimento de los mercados de los países occidentales.
Eso mismo se puede decir sobre las orientaciones de política exterior de los países euroasiáticos. Es evidente, que todos ellos intentarán integrase a los procesos globales. La mayoría de ellos intentan realizar esos planes mediante la unión con otros países grandes y foráneos procurando acomodarse a sus prioridades de política exterior o mediante la salida directa al mercado global. Ucrania y Georgia tienden hacia EEUU, otros como Armenia, intentan unirse con Rusia, terceros como Moldavia, se inclinan hacia la Unión Europea. Azerbaiyán y Kazajstán intentan ser jugadores autónomos en el mercado económico, a pesar de que Kazajstán, por ejemplo, desarrolla relaciones activas con China e Irán.
Esto destruye Eurasia como una unidad integral, pero permite a los países de la región a incorporarse a los procesos globales e intentar salir del provincialismo euroasiático.
Otro problema muy agudo para la estabilidad de muchos países euroasiáticos son las tendencias demográficas. Por una parte, el cuadro demográfico en Rusia por ahora permanece indefinido, su población no crece. Con esto en su territorio actualmente habitan 15 millones de emigrantes ilegales que suponen al menos el 10 % de la población del país.
Continúa la despoblación del Lejano Oriente y parte de Siberia donde comienzan a formarse colonias chinas y coreanas. Kazajstán y Kirguizistán también tienen problemas demográficos con la activa infiltración de emigrantes de China.
Otros problemas para la estabilidad de la región son los centenares de miles de refugiados que fueron expulsados de sus viviendas los últimos quince años, y que ahora exigen que se haga justicia.
Se podría nombrar otros factores que en las próximas décadas influirán en el desarrollo del espacio postsoviético sin embargo, es evidente que actualmente ese entorno es lugar de una confrontación política y de lucha por la influencia, recursos y mercados por parte de jugadores foráneos como Rusia y EEUU.
Además, en Eurasia cada vez es más activo el papel de China.
Precisamente su política en la próxima década determinará la situación en la región y la geometría de su desarrollo más que la política de los países de la zona.
Si las relaciones ente Rusia y EEUU adquieren el carácter de asociación estratégica, como declararon años atrás los líderes de ambos países, la situación en Eurasia sería en mucho más estable, previsible y con muchas perspectivas.
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RIA Novosti - Russia/06/11/2007

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