Mientras se aproximan los próximos Juegos Olímpicos, que tendrán lugar en Pekín, las agencias internacionales y los comentaristas si pliegan más al nombre “Beijing”, lugar que nadie sabe dónde queda y debe leerse como inglés, pues en español la letra J suena como en Jiménez, pero debe decirse “Beiying”.
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1. Para empezar, todos los idiomas principales llaman a los países con adaptaciones propias del idioma local. Otro tanto hacen con las ciudades. En español a England la llamamos Inglaterra y Londres a la capital, que los ingleses llaman algo así como Lantn y escriben London. Pero, nadie que hable español en país hispanohablante, llega a una agencia de viajes a pedir un boleto México-Lantn-Azina con regreso por Maskva. Jamás se nos ocurriría decir “Estocolmo” en sueco o “Copenhague” en danés, y con dificultad imitaríamos esos guturales sonidos.
La capital de Francia, en francés, se pronuncia “Parí” y eso a nosotros nos da mucha risa. No se nos ocurre imitarlo. Para decir en griego el nombre de la capital de Grecia es necesario saber pronunciar la Z a la madrileña: Azina. Tampoco lo hacemos. Nunca lograríamos pronunciar el nombre de El Cairo en árabe egipcio. Y no nos preocupa.
Tampoco llamamos a China por su nombre en chino y nos tiene sin cuidado cómo le digan los chinos. ¿Por qué, entonces, queremos decir el nombre de la capital China en chino? Por corrección política.
2. Es característica de las peores dictaduras, y China lo es, la manía de cambiar el nombre a su país y ciudades: los militares golpistas de Birmania la denominaron Myanmar, Hugo Chávez creo la República Bolivariana de Venezuela, etc. El PRI nos cambiaba nombres de calles y así las hermosas San Juan de Letrán y Niño Perdido, nos las pegaron en un horrible “Eje Lázaro Cárdenas”.
El problema con el idioma chino es que se escribe con ideogramas, no con un alfabeto. Por lo mismo no se puede hacer como con el ruso, el hebreo o el griego: transliterar, poner la letra equivalente en el alfabeto latino: B para la bet y la beta, D para dalet o delta, etc. Puesto que necesitamos poder leer y escribir los nombres de los chinos, se han creado sistemas de transcripción para asignar letras latinas a sonidos chinos.
3. Eso trajo otro problema: nuestro alfabeto latino: a, b, c, d... suena distinto en cada idioma que lo emplea. ¿Cuál pronunciación emplear? ¿El sonido chino “ai” debía escribirse con una i, como en inglés, ei como en alemán, aï como en francés, ai como en español? Y otro más: que el chino tiene muchas variantes regionales y el gobierno de Pekín siempre ha buscado que el dialecto pekinés sea el chino estandarizado. Algo similar a los diversos dialectos italianos y el dominio del florentino que ahora llamamos “italiano”.
Un intento de estandarizar la transcripción fonética del chino tuvo lugar a principios del siglo XX; se conoce como sistema Wade-Giles, por sus autores, ambos ingleses. Es el empleado por Herbert Giles en su diccionario chino-inglés de 1912. Este sistema de transliteración fue adoptado por otros idiomas, aunque el lector debía recordar que se pronunciaba como si leyera inglés. Así, la H se aspira, p’o debía mover una hoja de papel frente a los labios como en “potato”, k’a debía sonar como una K doble: kka, como en inglés “cat”, etc.
A partir de 1979, el gobierno chino exigió que los países de habla inglesa emplearan otro sistema de transliteración o transcripción fonética mejor adaptado, el pin-yin o pinyin. Allá ellos si aceptan exigencias. Por lo pronto, ese sistema también es adaptación del alfabeto latino, aunque según se pronuncia en inglés: P y B fuertes, H como J suave, entre otras diferencias. Pero eso en nada afecta que China se siga llamando “China” en español y en inglés Chine, que suena “Chain”. Y la capital sea en español Pekín.
El resultado de todo esto es que si usted le pide a un chino que diga el nombre de la capital de China en chino, escuchará algo que, en español, quedaría como Pe-eyín. Eso porque nuestra P es suave y se parece a la B inglesa. Quien sea angloparlante comenzará con B esa palabra porque el sonido de esa letra, en inglés, será el más aproximado a lo que escucha.
Bien, ¿y para qué meternos en esas honduras? Se entiende si de escribir nombres propios se trata; pero ¿acaso hacemos transcripción fonética para la capital de Inglaterra? Nos quedaría, como está dicho arriba, “Lantn”. Y nadie va por allí , tan campante, diciendo que acaba de regresar de Lantn luego de una semana en
Parí y otra en Azina. Que, al menos, serían transcripciones fonéticas adaptadas a nuestro idioma. Beijing ni siquiera esa gracia tiene, pues debemos pronunciar Beiying.
Así pues, para nosotros, la capital china es Pekín, para los italianos es Pekino, para los franceses algo que escriben Pekin y pronuncian cercano a “Pekéng”. ¿Y en chino? Como ellos quieran.
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1. Para empezar, todos los idiomas principales llaman a los países con adaptaciones propias del idioma local. Otro tanto hacen con las ciudades. En español a England la llamamos Inglaterra y Londres a la capital, que los ingleses llaman algo así como Lantn y escriben London. Pero, nadie que hable español en país hispanohablante, llega a una agencia de viajes a pedir un boleto México-Lantn-Azina con regreso por Maskva. Jamás se nos ocurriría decir “Estocolmo” en sueco o “Copenhague” en danés, y con dificultad imitaríamos esos guturales sonidos.
La capital de Francia, en francés, se pronuncia “Parí” y eso a nosotros nos da mucha risa. No se nos ocurre imitarlo. Para decir en griego el nombre de la capital de Grecia es necesario saber pronunciar la Z a la madrileña: Azina. Tampoco lo hacemos. Nunca lograríamos pronunciar el nombre de El Cairo en árabe egipcio. Y no nos preocupa.
Tampoco llamamos a China por su nombre en chino y nos tiene sin cuidado cómo le digan los chinos. ¿Por qué, entonces, queremos decir el nombre de la capital China en chino? Por corrección política.
2. Es característica de las peores dictaduras, y China lo es, la manía de cambiar el nombre a su país y ciudades: los militares golpistas de Birmania la denominaron Myanmar, Hugo Chávez creo la República Bolivariana de Venezuela, etc. El PRI nos cambiaba nombres de calles y así las hermosas San Juan de Letrán y Niño Perdido, nos las pegaron en un horrible “Eje Lázaro Cárdenas”.
El problema con el idioma chino es que se escribe con ideogramas, no con un alfabeto. Por lo mismo no se puede hacer como con el ruso, el hebreo o el griego: transliterar, poner la letra equivalente en el alfabeto latino: B para la bet y la beta, D para dalet o delta, etc. Puesto que necesitamos poder leer y escribir los nombres de los chinos, se han creado sistemas de transcripción para asignar letras latinas a sonidos chinos.
3. Eso trajo otro problema: nuestro alfabeto latino: a, b, c, d... suena distinto en cada idioma que lo emplea. ¿Cuál pronunciación emplear? ¿El sonido chino “ai” debía escribirse con una i, como en inglés, ei como en alemán, aï como en francés, ai como en español? Y otro más: que el chino tiene muchas variantes regionales y el gobierno de Pekín siempre ha buscado que el dialecto pekinés sea el chino estandarizado. Algo similar a los diversos dialectos italianos y el dominio del florentino que ahora llamamos “italiano”.
Un intento de estandarizar la transcripción fonética del chino tuvo lugar a principios del siglo XX; se conoce como sistema Wade-Giles, por sus autores, ambos ingleses. Es el empleado por Herbert Giles en su diccionario chino-inglés de 1912. Este sistema de transliteración fue adoptado por otros idiomas, aunque el lector debía recordar que se pronunciaba como si leyera inglés. Así, la H se aspira, p’o debía mover una hoja de papel frente a los labios como en “potato”, k’a debía sonar como una K doble: kka, como en inglés “cat”, etc.
A partir de 1979, el gobierno chino exigió que los países de habla inglesa emplearan otro sistema de transliteración o transcripción fonética mejor adaptado, el pin-yin o pinyin. Allá ellos si aceptan exigencias. Por lo pronto, ese sistema también es adaptación del alfabeto latino, aunque según se pronuncia en inglés: P y B fuertes, H como J suave, entre otras diferencias. Pero eso en nada afecta que China se siga llamando “China” en español y en inglés Chine, que suena “Chain”. Y la capital sea en español Pekín.
El resultado de todo esto es que si usted le pide a un chino que diga el nombre de la capital de China en chino, escuchará algo que, en español, quedaría como Pe-eyín. Eso porque nuestra P es suave y se parece a la B inglesa. Quien sea angloparlante comenzará con B esa palabra porque el sonido de esa letra, en inglés, será el más aproximado a lo que escucha.
Bien, ¿y para qué meternos en esas honduras? Se entiende si de escribir nombres propios se trata; pero ¿acaso hacemos transcripción fonética para la capital de Inglaterra? Nos quedaría, como está dicho arriba, “Lantn”. Y nadie va por allí , tan campante, diciendo que acaba de regresar de Lantn luego de una semana en
Parí y otra en Azina. Que, al menos, serían transcripciones fonéticas adaptadas a nuestro idioma. Beijing ni siquiera esa gracia tiene, pues debemos pronunciar Beiying.
Así pues, para nosotros, la capital china es Pekín, para los italianos es Pekino, para los franceses algo que escriben Pekin y pronuncian cercano a “Pekéng”. ¿Y en chino? Como ellos quieran.
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Milenio - Mexico/26/11/2007
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