18/11/2007
Eduardo Montes de Oca
Insurgente
Insurgente
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A despecho de la coincidente declaración de “oportunidad histórica” con que los presidentes de Israel, Simon Peres, y de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, han calificado a priori la cumbre de la paz programada para finales de noviembre o principios de diciembre en Annapolis (Maryland, EE.UU.), los hechos parecen dar la razón a observadores situados en el campo del pesimismo… o del realismo.
Observadores que oponen al optimismo oficial una irrecusable prueba: no todos los palestinos comulgan con la idea de unas conversaciones que, destinadas a dirimir “algunos de los detalles preliminares de los acuerdos para un Estado independiente,” excluyen a la agrupación ganadora de los comicios generales de 2006, la islámica Hamas, y que vienen precedidas de una particular interpretación de la famosa Hoja de Ruta por Tel Aviv y su mayor postor, los Estados Unidos de Norteamérica.
Mientras Abbas asegura, por ejemplo, que la policía del Gobierno de Hamas -a la que, en su momento, se negó a transferir las funciones de Interior- fue la primera en abrir fuego en la reciente manifestación con motivo del aniversario de la muerte de Yasser Arafat, los acusados insisten en que solo respondieron a ataques lanzados contra sus efectivos por francotiradores provistos de silenciador y apostados en azoteas aledañas al paso de la marcha en loor del líder histórico del pueblo palestino y fundador de Al Fatah, organización que esta vez logró congregar a numerosas personas de diferente signo ideológico, a todas luces hartas del bloqueo y las medidas de castigo de Israel luego de la toma del poder en Gaza por los irrestrictos luchadores antisionistas.
Un hartazgo popular que serviría a Al Fatah para intentar retomar la iniciativa política, en que desempeñaría un papel importante Mohamad Dahlan, máximo incitador de los disturbios contra el partido rival, según afirma la agencia noticiosa Gara, la cual pone énfasis en que la disolución por la fuerza de un acto popular no parece responder al modus operandi de Hamas, menos tratándose de uno al que esta accedió por el incuestionable prestigio de Arafat, adalid de una unidad actualmente en precario.
Ahora, muchos analistas van más allá en las causas del posible fracaso de la Cumbre. Entre ellas, la obcecada negativa israelí de reconocer el derecho al regreso de los millones de refugiados palestinos en el extranjero, echados de sus tierras por las tropas hebreas a partir de 1948. La pregunta recurrente es cómo resolverían el entuerto unos interlocutores que, por cierto, no contarán con la presencia de importantes testigos y actores del conflicto mesooriental, como Siria, el Líbano, Jordania y Egipto, cuyos dirigentes han proclamado su inconformidad con una cita que “devendrá más de lo mismo”.
¿Aceptaría Hamas la plasmación del evidente anhelo israelí de una vaga declaración acerca del deseo conjunto de pasos hacia el proceso de paz, en lugar de compromisos concretos sobre los asuntos que han impedido un acuerdo y el estatus final que de a luz la existencia de un Estado independiente? ¿Concordarían los palestinos con una negociación que cuenta con la premisa del cambio impreso en el proceso de paz por la administración de Bush, que soltó la máscara al proclamar poco realista, en las actuales condiciones, un retorno pleno y completo a la línea del armisticio de 1949? ¿Qué haría este pueblo de triunfar las 14 reservas israelíes a la Hoja, una de las cuales estipula un Estado provisional, desmilitarizado y con el espacio aéreo y el espectro eletromagnético bajo control de Tel Aviv? ¿Qué ocurriría en el caso de oficializarse que solo alrededor del 80 por ciento de Cisjordania vaya a manos de sus verdaderos dueños, lo que tornaría inviable al Estado pretendido, si seguimos la letra de lo planteado inicialmente por el cuarteto garante de la paz: la ONU, la UE, Rusia y los propios EE.UU.?
Desafortunadamente, lo único indiscutible es que, ingrávida, la paz no acaba de posarse en la castigada Palestina, a pesar de las salidas optimistas de los “moderados” y de la caterva infame de postores y sionistas.
A despecho de la coincidente declaración de “oportunidad histórica” con que los presidentes de Israel, Simon Peres, y de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, han calificado a priori la cumbre de la paz programada para finales de noviembre o principios de diciembre en Annapolis (Maryland, EE.UU.), los hechos parecen dar la razón a observadores situados en el campo del pesimismo… o del realismo.
Observadores que oponen al optimismo oficial una irrecusable prueba: no todos los palestinos comulgan con la idea de unas conversaciones que, destinadas a dirimir “algunos de los detalles preliminares de los acuerdos para un Estado independiente,” excluyen a la agrupación ganadora de los comicios generales de 2006, la islámica Hamas, y que vienen precedidas de una particular interpretación de la famosa Hoja de Ruta por Tel Aviv y su mayor postor, los Estados Unidos de Norteamérica.
Mientras Abbas asegura, por ejemplo, que la policía del Gobierno de Hamas -a la que, en su momento, se negó a transferir las funciones de Interior- fue la primera en abrir fuego en la reciente manifestación con motivo del aniversario de la muerte de Yasser Arafat, los acusados insisten en que solo respondieron a ataques lanzados contra sus efectivos por francotiradores provistos de silenciador y apostados en azoteas aledañas al paso de la marcha en loor del líder histórico del pueblo palestino y fundador de Al Fatah, organización que esta vez logró congregar a numerosas personas de diferente signo ideológico, a todas luces hartas del bloqueo y las medidas de castigo de Israel luego de la toma del poder en Gaza por los irrestrictos luchadores antisionistas.
Un hartazgo popular que serviría a Al Fatah para intentar retomar la iniciativa política, en que desempeñaría un papel importante Mohamad Dahlan, máximo incitador de los disturbios contra el partido rival, según afirma la agencia noticiosa Gara, la cual pone énfasis en que la disolución por la fuerza de un acto popular no parece responder al modus operandi de Hamas, menos tratándose de uno al que esta accedió por el incuestionable prestigio de Arafat, adalid de una unidad actualmente en precario.
Ahora, muchos analistas van más allá en las causas del posible fracaso de la Cumbre. Entre ellas, la obcecada negativa israelí de reconocer el derecho al regreso de los millones de refugiados palestinos en el extranjero, echados de sus tierras por las tropas hebreas a partir de 1948. La pregunta recurrente es cómo resolverían el entuerto unos interlocutores que, por cierto, no contarán con la presencia de importantes testigos y actores del conflicto mesooriental, como Siria, el Líbano, Jordania y Egipto, cuyos dirigentes han proclamado su inconformidad con una cita que “devendrá más de lo mismo”.
¿Aceptaría Hamas la plasmación del evidente anhelo israelí de una vaga declaración acerca del deseo conjunto de pasos hacia el proceso de paz, en lugar de compromisos concretos sobre los asuntos que han impedido un acuerdo y el estatus final que de a luz la existencia de un Estado independiente? ¿Concordarían los palestinos con una negociación que cuenta con la premisa del cambio impreso en el proceso de paz por la administración de Bush, que soltó la máscara al proclamar poco realista, en las actuales condiciones, un retorno pleno y completo a la línea del armisticio de 1949? ¿Qué haría este pueblo de triunfar las 14 reservas israelíes a la Hoja, una de las cuales estipula un Estado provisional, desmilitarizado y con el espacio aéreo y el espectro eletromagnético bajo control de Tel Aviv? ¿Qué ocurriría en el caso de oficializarse que solo alrededor del 80 por ciento de Cisjordania vaya a manos de sus verdaderos dueños, lo que tornaría inviable al Estado pretendido, si seguimos la letra de lo planteado inicialmente por el cuarteto garante de la paz: la ONU, la UE, Rusia y los propios EE.UU.?
Desafortunadamente, lo único indiscutible es que, ingrávida, la paz no acaba de posarse en la castigada Palestina, a pesar de las salidas optimistas de los “moderados” y de la caterva infame de postores y sionistas.
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