Por Abraham F. Lowenthal*
-
La política estadounidense hacia Latinoamérica no mejora cuando se hace visible en las campañas electorales presidenciales. El ataque de John F. Kennedy contra Richard Nixon y Dwight Eisenhower por “perder Cuba” hizo prácticamente inevitable la invasión de Bahía de Cochinos. Lo que Michael Dukakis molestó a George H.W. Bush por ser flojo en cuanto a Manuel Noriega sin duda contribuyó a la invasión de Panamá por Bush. El ataque de Bill Clinton contra el Presidente Bush por una alegada insensibilidad a los derechos humanos de los refugiados haitianos llevó a una quijotesca intervención estadounidense para “restaurar la democracia en Haití.” Y la política de los EE.UU. hacia Cuba, durante muchas administraciones, ha sido distorsionada por los esfuerzos de ganarse el apoyo de los votantes cubanoamericanos.
Las mayores mejoras en la política estadounidense hacia Latinoamérica que pudieran surgir después de la elección presidencial del 2008 tienen que ver con temas muy amplios que no son estrictamente de política “latinoamericana”: reforma inmigratoria, política comercial, el problema de las drogas, y la posición internacional general de los EE.UU. Al menos en tres de los cuatro casos, la política futura se beneficiaría si los temas NO se convierten en centrales en un debate partidista.
La más grande mejoría en la política inmigratoria de los EE.UU. que pudiera ocurrir después de las próximas elecciones sería una reforma amplia. Hoy, los Estados Unidos están en gran necesidad de una política que esté basada en reconocer que los mercados laborales y la dinámica familiar posiblemente produzcan un flujo sustancial de emigrantes no autorizados. Los Estados Unidos deben tratar de regular y administrar estos flujos, no evitarlos, y aumentar sus beneficios al mismo tiempo que mitiga y distribuye más justamente sus varios costos. Cualquier plan viable debe tomar en consideración la necesidad a plazo medio y largo para asegurarse de
que los recientes y futuros inmigrantes se conviertan en residentes integrados, educados, saludables que observen las leyes, con licencia de conducir, con seguro para choferes, con buen acceso al crédito y la educación, y capacitados para contribuir a mejorar la productividad de los Estados Unidos. Una nueva política requerirá mejorar la administración de la frontera, cooperación bilateral en temas de economía, mano de obra, salud, educación social, medio ambiente e infraestructura; programa para trabajadores temporales, y esfuerzos concertados, incluyendo vías para ganarse la ciudadanía, para integrar a los inmigrantes que quieran ser parte de la comunidad estadounidense. Lo mejor que se puede esperar durante las campañas presidenciales es que los ataques demagógicos contra la “inmigración ilegal” no hagan tal reforma imposible.
En cuanto al comercio, también es posible, pero es lejos de ser seguro, que el próximo presidente y el Congreso puedan reconstruir una política nacional viable, basándose en los acuerdos recientemente logrados entre la Administración Bush y el liderazgo demócrata del Congreso y luego con el gobierno de Perú. Ya no funciona poner énfasis en los beneficios de una expansión comercial para aquellos que prosperan mientras ignoran los costos para otros. Es necesario hacer más para compensar, proteger, reentrenar, y ofrecer asistencia técnica y acceso al crédito a aquellos que son desplazados por la ampliación del comercio, tanto en este país como en las economías de nuestros socios comerciales, incluyendo aquellos en Latinoamérica. En este caso, también, lo mejor que podemos esperar es que el progreso hacia una nueva política comercial no se retrase por demandas políticas partidistas.
No hay razones para esperar que la próxima Administración y el Congreso puedan estar listos para pensar en nuevos enfoques de parte de los EE.UU. al problema de los narcóticos. Más y más gente dentro y fuera del gobierno estadounidense reconocen que una “guerra contra las drogas” coercitiva nunca resolverá este problema. El tráfico de narcóticos tiene tanto que ver con profundos fracasos en los Estados Unidos y otros países avanzados industrialmente como con gobiernos débiles, crimen, corrupción y pobreza en Latinoamérica y otras naciones productoras. Las posibilidades de que la próxima Administración le dé una alta prioridad a programas de prevención, tratamiento, rehabilitación y trabajo para jóvenes aquí y programas alternativos de desarrollo en el extranjero posiblemente mejorarían si el tema de las drogas no se convierte en un punto focal en el debate electoral.
Por último, las relaciones EE.UU.-Latinoamérica estarían mejor servidas si el próximo presidente de los Estados Unidos restaura un papel mundial general para los EE.UU. que sea de participación activa en vez de aislacionismo, respetuoso de las leyes y opiniones internacionales, cooperativo en vez de dominante, comprometido con el multilateralismo y las instituciones internacionales, sensible a las aspiraciones de muchos países (incluyendo China, India, e Irán así como las naciones Suramericanas) para un más amplio reconocimiento internacional, y fiel a los valores fundamentales que son compartidos por los ciudadanos de todas las Américas. Si la campaña presidencial contribuye en algo a mejorar las relaciones EE.UU.-Latinoamérica, será llevando la política exterior de los Estados Unidos en esta dirección.
-
*Abraham F. Lowenthal es profesor de relaciones internacionales en la Universidad del Sur de California y también Presidente Emérito y Miembro Senior del Consejo del Pacífico sobre Política Internacional.
-
*Abraham F. Lowenthal es profesor de relaciones internacionales en la Universidad del Sur de California y también Presidente Emérito y Miembro Senior del Consejo del Pacífico sobre Política Internacional.
-
Diario las Américas - USA/28/11/2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario