China e India entran en escena
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China e India han sorprendido en los últimos años con unos índices de crecimiento espectaculares que las han situado, especialmente a la primera, entre las primeras economías del mundo.
En 2006, se han multiplicado las pruebas de que la aceleración del PIB ha permitido el surgimiento en ambas economías de empresas de gran envergadura y potencia, capaces de entrar por la puerta grande en la economía globalizada.
Así, hemos asistido a la ofensiva de Mittal sobre Arcelor, a la capacidad de las empresas chinas de automoción para pujar por Rover, a la salida a bolsa de bancos de la República Popular para situarse entre las entidades financieras de mayor volumen mundial.
Por no hablar de la cada día más evidente presencia en nuestros mercados de multinacionales chinas como Lenovo o Haier.
Nada indica que la tendencia tenga que invertirse. En definitiva, ni China ni India son meramente la fábrica del mundo o la empresa de servicios subcontratada respectivamente, aunque continúen liderando estas dos actividades motoras en sus pujantes economías.
Son dos agentes, actores determinantes en una nueva escena económica de la que sacan grandes beneficios pero de la que también sufren consecuencias indeseadas.
The Economist prevé para este 2007 un cambio de ciclo económico en China basado en la evolución de una economía impulsada por la inversión en activos fijos hacia un mercado más sostenido por el consumo.
El prestigioso semanario liberal británico basa su análisis en el agotamiento de una aceleración que ha provocado una grave inflación del precio de las materias primas, un lastre para la economía china, dicho de otra manera, el crecimiento a la República Popular es mucho más caro que, por ejemplo, el de otra potencia emergente como India.
Otro factor que incide en la reorientación de la economía china hacia su propio consumo interno es la previsible ralentización en la primera economía mundial, Estados Unidos, también el primer mercado de China.
Esta es, pues, una prueba más de la ya inevitable imbricación de la economía de China –igualmente sucede con India— con las otras grandes potencias, especialmente Estados Unidos, Europa y Japón.
Precisamente en este sentido, en 2006 hemos asistido al reconocimiento, tanto por parte de China como por parte de Japón, de la necesidad del entendimiento mutuo.
En septiembre, el primer ministro Junichiro Koizumi, denostado por Pekín por su ofensiva insistencia en visitar el santuario de Yasukuni, donde reposan criminales de guerra, entregaba el relevo a Shinzo Abe, un político al que rodean altas dosis de indefinición.
Especialmente impreciso es el programa económico de este dirigente de marcada orientación nacionalista que, sin embargo, ha prometido profundizar en el programa liberalizador de su predecesor.
Al tiempo, no ha desvelado su intención de visitar Yasukuni, haciendo caer la cuestión en un segundo plano al tiempo que multiplicaba las ofertas conciliadoras hacia China.
Poco conciliadores han podido ser Japón, China y Corea del Sur ante Pyongyang, la amenaza más directa a la estabilidad en Asia Oriental.
Así quedaba demostrado en julio con el test de misiles y en octubre con la primera prueba nuclear subterránea llevada a cabo por el régimen estalinista norcoreano.
Ambas provocaciones de Pyongyang parecían dejar gravemente en entredicho la política de acercamiento llevada a cabo por Seúl en los últimos años.
Sin embargo, 2007 llega con mejores perspectivas para la negociación en la crisis nuclear norcoreana dado que Pyongyang, habiendo demostrado su capacidad nuclear disuasoria, se siente mucho más fuerte para negociar nuevamente.
A finales de año se materializaba una nueva ronda de las conversaciones a seis bandas en Pekín, con el compromiso máximo esperable en estos casos, el de volver a hablar.
El otro gran conflicto no resuelto de Asia, Cachemira, entra en 2007 con la voluntad renovada de India y Pakistán de profundizar en el diálogo, una vez superados los peores momentos de desconfianza tras los atentados islamistas en los trenes de Bombay.
Pakistán, atenazado por el virus del islamismo más radical instalado en las áreas tribales fronterizas con Afganistán, no puede permitirse tener indefinidamente abierto un conflicto en su frontera oriental.
India no puede aspirar a ejercer su peso en la comunidad internacional acorde a su emergencia como potencia sin resolver tarde o temprano la disputa de Cachemira.
En ello se juega su posibilidad de llegar a tener un puesto como miembro permanente en un Consejo de Seguridad de la ONU reformado. Un buen indicio para su integración en la comunidad internacional como un socio estratégico más es el acuerdo alcanzado con Estados Unidos en materia de industria nuclear civil, un claro voto de confianza en la estabilidad presente y futura del subcontinente.
China e India han sorprendido en los últimos años con unos índices de crecimiento espectaculares que las han situado, especialmente a la primera, entre las primeras economías del mundo.
En 2006, se han multiplicado las pruebas de que la aceleración del PIB ha permitido el surgimiento en ambas economías de empresas de gran envergadura y potencia, capaces de entrar por la puerta grande en la economía globalizada.
Así, hemos asistido a la ofensiva de Mittal sobre Arcelor, a la capacidad de las empresas chinas de automoción para pujar por Rover, a la salida a bolsa de bancos de la República Popular para situarse entre las entidades financieras de mayor volumen mundial.
Por no hablar de la cada día más evidente presencia en nuestros mercados de multinacionales chinas como Lenovo o Haier.
Nada indica que la tendencia tenga que invertirse. En definitiva, ni China ni India son meramente la fábrica del mundo o la empresa de servicios subcontratada respectivamente, aunque continúen liderando estas dos actividades motoras en sus pujantes economías.
Son dos agentes, actores determinantes en una nueva escena económica de la que sacan grandes beneficios pero de la que también sufren consecuencias indeseadas.
The Economist prevé para este 2007 un cambio de ciclo económico en China basado en la evolución de una economía impulsada por la inversión en activos fijos hacia un mercado más sostenido por el consumo.
El prestigioso semanario liberal británico basa su análisis en el agotamiento de una aceleración que ha provocado una grave inflación del precio de las materias primas, un lastre para la economía china, dicho de otra manera, el crecimiento a la República Popular es mucho más caro que, por ejemplo, el de otra potencia emergente como India.
Otro factor que incide en la reorientación de la economía china hacia su propio consumo interno es la previsible ralentización en la primera economía mundial, Estados Unidos, también el primer mercado de China.
Esta es, pues, una prueba más de la ya inevitable imbricación de la economía de China –igualmente sucede con India— con las otras grandes potencias, especialmente Estados Unidos, Europa y Japón.
Precisamente en este sentido, en 2006 hemos asistido al reconocimiento, tanto por parte de China como por parte de Japón, de la necesidad del entendimiento mutuo.
En septiembre, el primer ministro Junichiro Koizumi, denostado por Pekín por su ofensiva insistencia en visitar el santuario de Yasukuni, donde reposan criminales de guerra, entregaba el relevo a Shinzo Abe, un político al que rodean altas dosis de indefinición.
Especialmente impreciso es el programa económico de este dirigente de marcada orientación nacionalista que, sin embargo, ha prometido profundizar en el programa liberalizador de su predecesor.
Al tiempo, no ha desvelado su intención de visitar Yasukuni, haciendo caer la cuestión en un segundo plano al tiempo que multiplicaba las ofertas conciliadoras hacia China.
Poco conciliadores han podido ser Japón, China y Corea del Sur ante Pyongyang, la amenaza más directa a la estabilidad en Asia Oriental.
Así quedaba demostrado en julio con el test de misiles y en octubre con la primera prueba nuclear subterránea llevada a cabo por el régimen estalinista norcoreano.
Ambas provocaciones de Pyongyang parecían dejar gravemente en entredicho la política de acercamiento llevada a cabo por Seúl en los últimos años.
Sin embargo, 2007 llega con mejores perspectivas para la negociación en la crisis nuclear norcoreana dado que Pyongyang, habiendo demostrado su capacidad nuclear disuasoria, se siente mucho más fuerte para negociar nuevamente.
A finales de año se materializaba una nueva ronda de las conversaciones a seis bandas en Pekín, con el compromiso máximo esperable en estos casos, el de volver a hablar.
El otro gran conflicto no resuelto de Asia, Cachemira, entra en 2007 con la voluntad renovada de India y Pakistán de profundizar en el diálogo, una vez superados los peores momentos de desconfianza tras los atentados islamistas en los trenes de Bombay.
Pakistán, atenazado por el virus del islamismo más radical instalado en las áreas tribales fronterizas con Afganistán, no puede permitirse tener indefinidamente abierto un conflicto en su frontera oriental.
India no puede aspirar a ejercer su peso en la comunidad internacional acorde a su emergencia como potencia sin resolver tarde o temprano la disputa de Cachemira.
En ello se juega su posibilidad de llegar a tener un puesto como miembro permanente en un Consejo de Seguridad de la ONU reformado. Un buen indicio para su integración en la comunidad internacional como un socio estratégico más es el acuerdo alcanzado con Estados Unidos en materia de industria nuclear civil, un claro voto de confianza en la estabilidad presente y futura del subcontinente.
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Asiared/Observatorio Económico - China/30/01/2008
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