08/01/2008
Uri Avnery
Rebelión
Rebelión
Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
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Tzipi Livni, como su nombre indica, es el pájaro blanco de los políticos (Tzipi es abreviatura de Tzipora, «pájaro», y Livni viene de Lavan, «blanco»). Así, frente al halcón Benjamín Netanyahu, el buitre Ehud Barak y el cuervo Ehud Olmert, se ve como la inmaculada amiga emplumada.
En las encuestas de opinión pública Livni ha gozado de una notable popularidad. Gana a todos los demás políticos de la coalición gubernamental. Mientras la valoración de los dos Ehuds -Olmert y Barak- se reducía, la suya iba en ascenso.
¿Por qué? Quizás no haya sido más que la expresión de un gran deseo. En general se acepta que en la Knesset actual no se puede hacer ninguna colación sin contar con el Kadima. Por consiguiente, si se quiere echar a Olmert sin tener que celebrar nuevas elecciones, el sustituto de Olmert también debe pertenecer al kadima. Livni es la única candidata digna de crédito.
Aun así hay algo extraño en la popularidad de Livni. Hasta ahora no ha tenido que enfrentarse a ninguna prueba seria. Nunca ha tenido una auténtica responsabilidad ejecutiva. Sólo fue una mediocre ministra de Justicia.
Ciertamente su imagen pública es impresionante. Parece honesta, un raro atributo en un político. Parece sabía y parece valiente.
Pero cualquiera que estudie su currículum llegará, con pesar, a la conclusión contraria: Tzipi Livni está lejos de ser valiente y lejos de la sabiduría.
Quedó claro hace un año tras la segunda guerra de Líbano.
Parecía que el enojo público por la fracasada guerra derribaría a Olmert. Livni aprovechó la oportunidad. En una maniobra dramática pidió la dimisión del Primer Ministro y se ofreció como sucesora. Esto se filtró mucho antes, nada más empezar la guerra ella ya había pedido el cese (lo que no le impidió votar a favor de todos los movimientos de Olmert).
Un acto valeroso aunque no muy sabio. Porque muy pronto quedó claro que el enojo del público decrecía rápidamente. El movimiento de protesta desapareció. Olmert, con la piel de un elefante y la astucia de un zorro, sencillamente mantuvo baja la cabeza y sobrevivió. En el interín se sacudió el informe de la Comisión de Investigación (el Informe Vinograd) como un perro se sacude el agua. El día siguiente del intento de revuelta, Livni se encontró sola en un vacío político.
¿Qué hace un político valiente en esa situación? Dimitir, por supuesto. Unirse a la oposición, amonestar, llamar la atención, predicar a la puerta como los profetas de antaño.
Pero Livni no hizo nada de eso. Solamente murmuró unas cuantas palabras no comprometedoras, cruzó los brazos y permaneció en el gobierno. Como la mayoría de nuestros políticos, parafrasea a Descartes: «Soy ministra, luego existo».
Como ministra sigue cargando con la «responsabilidad colectiva» de todas las actuaciones e incumplimientos de un gobierno encabezado por la misma persona que ella describió como incompetente.
Eso en cuanto a la valentía. Con respecto a la sabiduría: si no estaba segura de su capacidad para desbancar a Olmert, en primer lugar, ¿por qué comenzó esa aventura? Y si no estaba dispuesta a dimitir, ¿por qué jugó a la rebelión?
Olmert pudo haberla obligado a dimitir. Pero es mucho más listo. Mejor tenerla en la tienda de campaña que echarla fuera. Desde entonces Livni le ha prodigado adoración y le ha rendido cumplidos en cada oportunidad. ¡Vaya acertada ministra de Asuntos Exteriores! ¡Vaya sabia diplomática!
Solamente en los últimos dos días ha demostrado la exitosa ministra de Asuntos Exteriores y la sabia diplomática que es realmente Tzipi Livni.
Comenzó con su aparición en el Comité de Seguridad y Exteriores de la Knesset. En el pasado remoto éste era un foro cerrado. Pero actualmente parece un cedazo con grandes agujeros. Cada palabra que se pronuncia allí se filtra, incluso antes de que el orador haya cerrado la boca, especialmente por los asistentes del propio orador.
En este foro Livni dijo que los egipcios estaban mintiendo con respecto a su compromiso de detener el contrabando de armas en la Franja de Gaza. Les exigió que enmendasen sus métodos y que acabaran con ese tráfico.
No fue sólo una queja verbal. Tenía implicaciones prácticas: en el Congreso de Estados Unidos está en marcha una campaña para castigar a Egipto cortándole el enorme paquete de ayuda financiera estadounidense. Realmente el ministerio de Asuntos Exteriores israelí no se asocia abiertamente con esta exigencia, pero todo el mundo en Washington sabe que en asuntos como éste el Congreso de EEUU no es mucho más que un instrumento de la política israelí. Los miembros de la Knesset deambulan por los pasillos del Capitolio y actúan como grupo de presión para el recorte. Pueden pertenecer a la oposición de derechas, pero ejercen claramente de emisarios del ministerio de Asuntos Exteriores.
Para reforzar este empeño el gobierno israelí ha distribuido un vídeo por Washington mostrando a la policía egipcia inmóvil mientras los contrabandistas pasan ante sus narices.
No sorprende que El Cairo considerara las observaciones de Livni como otro chantaje a Egipto: si no cumplen nuestras exigencias, les vamos a golpear en el lugar más sensible, el bolsillo.
Es difícil imaginar una política más estúpida. Cualquiera que conozca algo sobre Egipto –y hay gente incluso en el ministerio de Asuntos Exteriores– se daría cuenta de que no es sólo cuestión de golpear el bolsillo, sino también el corazón. No es únicamente un asunto de dinero, sino también de orgullo.
Cada año Egipto obtiene más dinero de Estados Unidos que cualquier otro país del mundo; excepto Israel, por supuesto. No es a cambio de nada: comenzó cuando Egipto firmó el tratado de paz con Israel. Los enemigos del régimen egipcio lo calificaron como un soborno para servir a los intereses israelíes.
Ningún país es más sensible con respecto a su honor que Egipto. Sus líderes regularmente recuerdan a todo el mundo –y, ciertamente, su ministro de Asuntos Exteriores se lo ha recordado a Tzipi Livni esta semana– que el estado egipcio existe desde hace 7.000 años y no está dispuesto a dejar que Israel (que no llega a 60) le sermonee.
Egipto vive en una dolorosa contradicción: se ve a sí mismo como la cuna de la civilización y el centro del mundo árabe, pero es un país muy pobre y necesita cada dólar que pueda obtener. El régimen de Hosni Mubarak es totalmente dependiente de Estados Unidos, pero desea desesperadamente el respeto de los 70 millones de egipcios y de los cientos de millones de los demás árabes.
Esto exige sutileza, incluso delicadeza. La experiencia acumulada de miles de años ha preparado a los diplomáticos egipcios para la tarea. Nunca dicen «no», sino «absolutamente si, pero no es el momento apropiado» o «buena idea, la consideraremos con extrema seriedad» Quienes entienden lo entienden. No es sorprendente que los diplomáticos egipcios miren a sus ingenuos homólogos israelíes con un desprecio apenas velado.
Tzipi Livni entró como un elefante en esa tienda de porcelanas.
¿Por qué lo hizo? Los corresponsales políticos, la mayoría de los cuales son meros reporteros del cotilleo político, asumen que el motivo era personal: la víspera habló de la reunión de Ehud Barak con Mubarak. Su verdadera intención era echarla a perder para Barak.
Quizás vio este asunto como una oportunidad para pulir su imagen. Desde hace unas semanas el personal de seguridad había puesto en marcha una campaña pública de información de las conexiones sobre las armas en la Franja de Gaza. Sus agentes en los medios de comunicación nos hablan todos los días de las cantidades de armas y explosivos que fluyen a la Franja de Gaza desde Egipto a través de los túneles de la frontera. Se acusa a los egipcios de hacer la vista gorda y Livni quiso subirse a ese carro.
El problema de Livni es común a todo Israel: la incapacidad y falta de voluntad para ver el punto de vista del otro lado, especialmente si el otro lado es árabe. (El otro lado tiene, por supuesto, el mismo problema).
Los egipcios se consideran los líderes naturales del mundo árabe. El presidente Mubarak y sus seguidores son muy sensibles a las acusaciones de sus enemigos -especialmente los Hermanos Musulmanes– de que están sirviendo a la ocupación israelí mientras Israel está matando de hambre a la población de Gaza y asesinando a sus líderes. Mubarak no desea hacer nada contra Hamás, lo que parece confirmar estas acusaciones.
Es muy posible que las autoridades egipcias sean incapaces de impedir el tráfico, incluso aunque quisieran hacerlo. Muchos de los artículos de contrabando son inalcanzables en la sitiada Franja de Gaza, desde leche en polvo a cigarrillos. Los contrabandistas pueden hacer negocio con los beduinos del Sinaí o sobornar a los policías egipcios, quienes de verdad y mayoritariamente no aprecian mucho la idea de apuñalar a sus hermanos árabes por la espalda mientras están luchando contra la ocupación israelí.
El público israelí vive en una burbuja. No puede imaginar que la misma gente que ellos conocen como «terroristas» sean los héroes del mundo árabe, que los detestables «asesinos» sean los santos mártires de los árabes, que el «terrorismo» esté visto por los árabes (y no sólo por ellos) como la resistencia heroica a una monstruosa ocupación, que los «contrabandistas» sean vistos por los árabes de la misma manera que nosotros vimos a «nuestros excelentes muchachos» del Palmach que hacían contrabando de armas ante las narices de los británicos y arriesgaron sus vidas para romper el bloqueo.
A los ojos de los egipcios -y ciertamente de todos los árabes- el pueblo palestino se está defendiendo de un opresor brutal. Los mártires palestinos restituyen el honor de todo el mundo árabe. Incluso los egipcios que apoyan a Mubarak y creen que no hay otra elección que cooperar con los estadounidenses y mantener la paz con Israel están desgarrados por emociones contradictorias.
Si no se entiende el dilema psicológico y político del pueblo egipcio, se es propenso a hacer cosas estúpidas. Y nada puede ser más estúpido que la acción israelí contra quienes regresaban del peregrinaje a la Meca la semana pasada.
El peregrinaje a la Meca es, como todo el mundo sabe, uno de los cinco pilares del Islam. Una persona que haya emprendido este viaje, con todas sus penalidades, es respetadísima por todos los musulmanes.
Al millón y medio de habitantes de la Franja de Gaza se les impide el cumplimiento de este deber a menos que se sometan a un «chequeo de seguridad» por el ejército israelí, a menudo acompañado de hostigamiento y humillación. Respecto a las exigencias de Israel, los egipcios han cerrado la única terminal fronteriza que conecta la Franja de Gaza con el mundo exterior: el paso de Rafah.
Dos mil peregrinos de Gaza han roto este bloqueo y han cruzado la frontera de Rafah. Parece que los egipcios han cooperado, ya fuera abiertamente o cerrando los ojos. Realmente, ¿cómo puede un líder egipcio boquear el paso a los devotos musulmanes en su camino al cumplimiento de uno de sus más sagrados deberes? Pero los jefes del personal de seguridad israelíes estaban furiosos.
El problema se recrudeció cuando los peregrinos regresaban de su viaje a la Meca. Cuando el ferry en el que viajaban llegó a la costa del Sinaí, Israel exigió que los egipcios bloquearan el paso fronterizo de Rafah y obligaran a los peregrinos a volver a través del territorio israelí. Esto habría puesto a miembros de Hamás y a otras personas «buscadas» en las manos de los servicios de seguridad israelíes.
Para los egipcios era una exigencia completamente intolerable. Si hubieran accedido a ella habrían aparecido ante todo el mundo musulmán como colaboracionistas que habían entregado a devotos musulmanes a los judíos cuando regresaban de su santa peregrinación.
El final era predecible: los egipcios permitieron a todos los peregrinos regresar a través de Rafah. El gobierno israelí se apuntó un tanto en su propia portería.
Todo esto no hubiera pasado si la ministra de Asuntos Exteriores hubiera persuadido a sus colegas para cerrar los ojos y callar. No lo hizo. De todas maneras tampoco la habrían escuchado.
Algo me dice que este pájaro blanco no volará muy lejos.
Tzipi Livni, como su nombre indica, es el pájaro blanco de los políticos (Tzipi es abreviatura de Tzipora, «pájaro», y Livni viene de Lavan, «blanco»). Así, frente al halcón Benjamín Netanyahu, el buitre Ehud Barak y el cuervo Ehud Olmert, se ve como la inmaculada amiga emplumada.
En las encuestas de opinión pública Livni ha gozado de una notable popularidad. Gana a todos los demás políticos de la coalición gubernamental. Mientras la valoración de los dos Ehuds -Olmert y Barak- se reducía, la suya iba en ascenso.
¿Por qué? Quizás no haya sido más que la expresión de un gran deseo. En general se acepta que en la Knesset actual no se puede hacer ninguna colación sin contar con el Kadima. Por consiguiente, si se quiere echar a Olmert sin tener que celebrar nuevas elecciones, el sustituto de Olmert también debe pertenecer al kadima. Livni es la única candidata digna de crédito.
Aun así hay algo extraño en la popularidad de Livni. Hasta ahora no ha tenido que enfrentarse a ninguna prueba seria. Nunca ha tenido una auténtica responsabilidad ejecutiva. Sólo fue una mediocre ministra de Justicia.
Ciertamente su imagen pública es impresionante. Parece honesta, un raro atributo en un político. Parece sabía y parece valiente.
Pero cualquiera que estudie su currículum llegará, con pesar, a la conclusión contraria: Tzipi Livni está lejos de ser valiente y lejos de la sabiduría.
Quedó claro hace un año tras la segunda guerra de Líbano.
Parecía que el enojo público por la fracasada guerra derribaría a Olmert. Livni aprovechó la oportunidad. En una maniobra dramática pidió la dimisión del Primer Ministro y se ofreció como sucesora. Esto se filtró mucho antes, nada más empezar la guerra ella ya había pedido el cese (lo que no le impidió votar a favor de todos los movimientos de Olmert).
Un acto valeroso aunque no muy sabio. Porque muy pronto quedó claro que el enojo del público decrecía rápidamente. El movimiento de protesta desapareció. Olmert, con la piel de un elefante y la astucia de un zorro, sencillamente mantuvo baja la cabeza y sobrevivió. En el interín se sacudió el informe de la Comisión de Investigación (el Informe Vinograd) como un perro se sacude el agua. El día siguiente del intento de revuelta, Livni se encontró sola en un vacío político.
¿Qué hace un político valiente en esa situación? Dimitir, por supuesto. Unirse a la oposición, amonestar, llamar la atención, predicar a la puerta como los profetas de antaño.
Pero Livni no hizo nada de eso. Solamente murmuró unas cuantas palabras no comprometedoras, cruzó los brazos y permaneció en el gobierno. Como la mayoría de nuestros políticos, parafrasea a Descartes: «Soy ministra, luego existo».
Como ministra sigue cargando con la «responsabilidad colectiva» de todas las actuaciones e incumplimientos de un gobierno encabezado por la misma persona que ella describió como incompetente.
Eso en cuanto a la valentía. Con respecto a la sabiduría: si no estaba segura de su capacidad para desbancar a Olmert, en primer lugar, ¿por qué comenzó esa aventura? Y si no estaba dispuesta a dimitir, ¿por qué jugó a la rebelión?
Olmert pudo haberla obligado a dimitir. Pero es mucho más listo. Mejor tenerla en la tienda de campaña que echarla fuera. Desde entonces Livni le ha prodigado adoración y le ha rendido cumplidos en cada oportunidad. ¡Vaya acertada ministra de Asuntos Exteriores! ¡Vaya sabia diplomática!
Solamente en los últimos dos días ha demostrado la exitosa ministra de Asuntos Exteriores y la sabia diplomática que es realmente Tzipi Livni.
Comenzó con su aparición en el Comité de Seguridad y Exteriores de la Knesset. En el pasado remoto éste era un foro cerrado. Pero actualmente parece un cedazo con grandes agujeros. Cada palabra que se pronuncia allí se filtra, incluso antes de que el orador haya cerrado la boca, especialmente por los asistentes del propio orador.
En este foro Livni dijo que los egipcios estaban mintiendo con respecto a su compromiso de detener el contrabando de armas en la Franja de Gaza. Les exigió que enmendasen sus métodos y que acabaran con ese tráfico.
No fue sólo una queja verbal. Tenía implicaciones prácticas: en el Congreso de Estados Unidos está en marcha una campaña para castigar a Egipto cortándole el enorme paquete de ayuda financiera estadounidense. Realmente el ministerio de Asuntos Exteriores israelí no se asocia abiertamente con esta exigencia, pero todo el mundo en Washington sabe que en asuntos como éste el Congreso de EEUU no es mucho más que un instrumento de la política israelí. Los miembros de la Knesset deambulan por los pasillos del Capitolio y actúan como grupo de presión para el recorte. Pueden pertenecer a la oposición de derechas, pero ejercen claramente de emisarios del ministerio de Asuntos Exteriores.
Para reforzar este empeño el gobierno israelí ha distribuido un vídeo por Washington mostrando a la policía egipcia inmóvil mientras los contrabandistas pasan ante sus narices.
No sorprende que El Cairo considerara las observaciones de Livni como otro chantaje a Egipto: si no cumplen nuestras exigencias, les vamos a golpear en el lugar más sensible, el bolsillo.
Es difícil imaginar una política más estúpida. Cualquiera que conozca algo sobre Egipto –y hay gente incluso en el ministerio de Asuntos Exteriores– se daría cuenta de que no es sólo cuestión de golpear el bolsillo, sino también el corazón. No es únicamente un asunto de dinero, sino también de orgullo.
Cada año Egipto obtiene más dinero de Estados Unidos que cualquier otro país del mundo; excepto Israel, por supuesto. No es a cambio de nada: comenzó cuando Egipto firmó el tratado de paz con Israel. Los enemigos del régimen egipcio lo calificaron como un soborno para servir a los intereses israelíes.
Ningún país es más sensible con respecto a su honor que Egipto. Sus líderes regularmente recuerdan a todo el mundo –y, ciertamente, su ministro de Asuntos Exteriores se lo ha recordado a Tzipi Livni esta semana– que el estado egipcio existe desde hace 7.000 años y no está dispuesto a dejar que Israel (que no llega a 60) le sermonee.
Egipto vive en una dolorosa contradicción: se ve a sí mismo como la cuna de la civilización y el centro del mundo árabe, pero es un país muy pobre y necesita cada dólar que pueda obtener. El régimen de Hosni Mubarak es totalmente dependiente de Estados Unidos, pero desea desesperadamente el respeto de los 70 millones de egipcios y de los cientos de millones de los demás árabes.
Esto exige sutileza, incluso delicadeza. La experiencia acumulada de miles de años ha preparado a los diplomáticos egipcios para la tarea. Nunca dicen «no», sino «absolutamente si, pero no es el momento apropiado» o «buena idea, la consideraremos con extrema seriedad» Quienes entienden lo entienden. No es sorprendente que los diplomáticos egipcios miren a sus ingenuos homólogos israelíes con un desprecio apenas velado.
Tzipi Livni entró como un elefante en esa tienda de porcelanas.
¿Por qué lo hizo? Los corresponsales políticos, la mayoría de los cuales son meros reporteros del cotilleo político, asumen que el motivo era personal: la víspera habló de la reunión de Ehud Barak con Mubarak. Su verdadera intención era echarla a perder para Barak.
Quizás vio este asunto como una oportunidad para pulir su imagen. Desde hace unas semanas el personal de seguridad había puesto en marcha una campaña pública de información de las conexiones sobre las armas en la Franja de Gaza. Sus agentes en los medios de comunicación nos hablan todos los días de las cantidades de armas y explosivos que fluyen a la Franja de Gaza desde Egipto a través de los túneles de la frontera. Se acusa a los egipcios de hacer la vista gorda y Livni quiso subirse a ese carro.
El problema de Livni es común a todo Israel: la incapacidad y falta de voluntad para ver el punto de vista del otro lado, especialmente si el otro lado es árabe. (El otro lado tiene, por supuesto, el mismo problema).
Los egipcios se consideran los líderes naturales del mundo árabe. El presidente Mubarak y sus seguidores son muy sensibles a las acusaciones de sus enemigos -especialmente los Hermanos Musulmanes– de que están sirviendo a la ocupación israelí mientras Israel está matando de hambre a la población de Gaza y asesinando a sus líderes. Mubarak no desea hacer nada contra Hamás, lo que parece confirmar estas acusaciones.
Es muy posible que las autoridades egipcias sean incapaces de impedir el tráfico, incluso aunque quisieran hacerlo. Muchos de los artículos de contrabando son inalcanzables en la sitiada Franja de Gaza, desde leche en polvo a cigarrillos. Los contrabandistas pueden hacer negocio con los beduinos del Sinaí o sobornar a los policías egipcios, quienes de verdad y mayoritariamente no aprecian mucho la idea de apuñalar a sus hermanos árabes por la espalda mientras están luchando contra la ocupación israelí.
El público israelí vive en una burbuja. No puede imaginar que la misma gente que ellos conocen como «terroristas» sean los héroes del mundo árabe, que los detestables «asesinos» sean los santos mártires de los árabes, que el «terrorismo» esté visto por los árabes (y no sólo por ellos) como la resistencia heroica a una monstruosa ocupación, que los «contrabandistas» sean vistos por los árabes de la misma manera que nosotros vimos a «nuestros excelentes muchachos» del Palmach que hacían contrabando de armas ante las narices de los británicos y arriesgaron sus vidas para romper el bloqueo.
A los ojos de los egipcios -y ciertamente de todos los árabes- el pueblo palestino se está defendiendo de un opresor brutal. Los mártires palestinos restituyen el honor de todo el mundo árabe. Incluso los egipcios que apoyan a Mubarak y creen que no hay otra elección que cooperar con los estadounidenses y mantener la paz con Israel están desgarrados por emociones contradictorias.
Si no se entiende el dilema psicológico y político del pueblo egipcio, se es propenso a hacer cosas estúpidas. Y nada puede ser más estúpido que la acción israelí contra quienes regresaban del peregrinaje a la Meca la semana pasada.
El peregrinaje a la Meca es, como todo el mundo sabe, uno de los cinco pilares del Islam. Una persona que haya emprendido este viaje, con todas sus penalidades, es respetadísima por todos los musulmanes.
Al millón y medio de habitantes de la Franja de Gaza se les impide el cumplimiento de este deber a menos que se sometan a un «chequeo de seguridad» por el ejército israelí, a menudo acompañado de hostigamiento y humillación. Respecto a las exigencias de Israel, los egipcios han cerrado la única terminal fronteriza que conecta la Franja de Gaza con el mundo exterior: el paso de Rafah.
Dos mil peregrinos de Gaza han roto este bloqueo y han cruzado la frontera de Rafah. Parece que los egipcios han cooperado, ya fuera abiertamente o cerrando los ojos. Realmente, ¿cómo puede un líder egipcio boquear el paso a los devotos musulmanes en su camino al cumplimiento de uno de sus más sagrados deberes? Pero los jefes del personal de seguridad israelíes estaban furiosos.
El problema se recrudeció cuando los peregrinos regresaban de su viaje a la Meca. Cuando el ferry en el que viajaban llegó a la costa del Sinaí, Israel exigió que los egipcios bloquearan el paso fronterizo de Rafah y obligaran a los peregrinos a volver a través del territorio israelí. Esto habría puesto a miembros de Hamás y a otras personas «buscadas» en las manos de los servicios de seguridad israelíes.
Para los egipcios era una exigencia completamente intolerable. Si hubieran accedido a ella habrían aparecido ante todo el mundo musulmán como colaboracionistas que habían entregado a devotos musulmanes a los judíos cuando regresaban de su santa peregrinación.
El final era predecible: los egipcios permitieron a todos los peregrinos regresar a través de Rafah. El gobierno israelí se apuntó un tanto en su propia portería.
Todo esto no hubiera pasado si la ministra de Asuntos Exteriores hubiera persuadido a sus colegas para cerrar los ojos y callar. No lo hizo. De todas maneras tampoco la habrían escuchado.
Algo me dice que este pájaro blanco no volará muy lejos.
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.
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