Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
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Mefistófeles, el diablo que compró el alma de Fausto en el monumental drama de Goethe, se describe a sí mismo como «una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre crea el bien».
Yossi Beilin, que dimitió esta semana como presidente del partido Meretz, es lo contrario de Mefistófeles: siempre quiere el bien y demasiado a menudo crea el mal.
Los «bloques de asentamientos» son un ejemplo brillante. Fue Beilin quien inventó ese término hace una docena de años. Estaba incluido en el acuerdo extraoficial que se llegó a conocer como el «acuerdo Beilin-Abu Mazen».
La intención era buena. Beilin creyó que si la mayoría de los colonos se concentraba en varias áreas limitadas cerca de la línea verde, en conjunto aceptarían una retirada del resto de Cisjordania.
El resultado real fue desastroso. El gobierno y los colonos saltaron sobre la oportunidad. El permiso del «movimiento sionista de la paz» se desplegó como un certificado Kosher (alimento permitido por la ley judía, N. de T.) en la pared de una carnicería de chuletas de cerdo. Los bloques de asentamientos se agrandaron a un ritmo frenético y se convirtieron en verdaderos pueblos como Maaleh Adumim, el bloque de Etzion y Modiin Illit.
Durante docenas de años Estados Unidos insistió en que todos los asentamientos violaban la ley internacional. Pero la aprobación otorgada a los «bloques de asentamientos» permitió al presidente George W. Bush cambiar su postura y aprobar los «centros de población» israelíes en los territorios ocupados. Haim Ramon, que antes había sido compañero de Beilin en el grupo de las «ocho palomas» dentro del Partido Laborista, incluso fue más lejos: empezó la construcción del muro de separación, que en la práctica anexiona los bloques de asentamientos a Israel.
Pero la inteligente idea de Beilin no disminuyó en lo más mínimo la oposición de los colonos a una retirada del resto de Cisjordania, al contrario: siguen impidiendo por la fuerza el desmantelamiento de los puestos avanzados de los asentamientos, incluso el más diminuto. No salió nada bueno de esa idea. El resultado fue totalmente penoso.
Se pueden seguir enumerando las ideas inteligentes de Beilin. Como en la canción del anterior maestro de la comedia (y actual rabino ortodoxo) Uri Zohar: «La cabeza judía está inventando patentes para nosotros». En la arena política y diplomática de Israel no hay ninguna cabeza más fecunda que la de Beilin.
No sé qué papel exacto jugó Beilin en la invención de patentes desplegada en la Conferencia de Camp David en 2000. Por ejemplo: la idea de que Israel debe exigir la soberanía sobre la Montaña del Templo, pero sólo debajo de la superficie no aplacó a la derecha israelí, pero aterró a los palestinos que temieron que Israel estaba pensando minar los santos lugares islámicos hasta hacerlos derrumbarse y de ese modo hacer posible reemplazarlos por el Tercer Templo Judío. El paso siguiente fue la «visita» de Ariel Sharon a ese lugar tan sensible, que activó la erupción de la segunda Intifada.
Después de las elecciones de 2006 Beilin tuvo otra idea inteligente: invitar a Avigdor Liberman a un desayuno amistoso bien publicitado. Indudablemente la intención era buena (aun cuando yo no puedo comprender qué era) pero el resultado fue calamitoso: dio a Liberman un «Kosher izquierdista» que le permitió a Ehud Olmert incluirlo en su gobierno.
Después de eso Meretz anunció que, bajo ninguna circunstancia, se sentaría en un gobierno que incluyera a Liberman. Pero no se puede devolver la semilla del diablo al útero de su madre. Liberman se quedó en el gobierno y Meretz permanece fuera. Ahora Olmert explica a los estadounidenses que no puede desmantelar ni siquiera un puesto avanzado de los asentamientos ni negociar «los problemas centrales» del conflicto porque entonces Liberman llevaría a la coalición gubernamental a un estrepitoso desplome.
Verdaderamente Beilin es muy generoso dispensando certificados Kosher a la extrema derecha. En vísperas de una de las masivas reuniones anuales de la «izquierda sionista» en conmemoración de Isaac Rabin, anunció que estaba preparado para aparecer junto al líder de la más extrema derecha, el general Effi Eytam. Afortunadamente para él, nada de eso sucedió.
Debe de haber alguna conexión entre estas ideas y su firmeza en coyunturas críticas. Por ejemplo: su apoyo para el plan de separación de Ariel Sharon sin condicionarlo a alcanzar un acuerdo con los palestinos. Resultado: la Franja de Gaza se convirtió en «la prisión más grande de la tierra».
Peor: el resuelto apoyo de Beilin a la segunda guerra de Líbano durante su primera y más crítica fase. En el transcurso de la guerra propuso atacar también a Siria. Sólo a la cuarta semana, después de una docena de tormentosas manifestaciones en contra de la guerra, Beilin empezó a expresar alguna crítica e hizo que el Meretz organizase su propia manifestación.
En el otro platillo de la balanza están dos importantes contribuciones positivas de Beilin: la Declaración de Principios de Oslo y la iniciativa de Ginebra.
Su aportación a Oslo fue ciertamente significativa, aunque no impidió dos agujeros negros en el acuerdo: la omisión de las palabras cruciales «Estado Palestino» y la ausencia de una prohibición clara e inequívoca a la continuación de la actividad colonizadora.
Esas dos faltas enterraron el acuerdo. Las negociaciones para el acuerdo de una paz permanente, que tenían que concluir en 1999, ni siquiera empezaron. Los asentamientos se fueron agrandando rápidamente mientras todos estábamos hablando de la paz.
La iniciativa de Ginebra, por otro lado, fue completamente una creación de Beilin. Podría haber coronado su carrera. Su inauguración se convirtió en un acontecimiento internacional. El Grande de la Tierra le dio su bendición. Parecía que daría un empujón firme al proceso de paz.
Esto no pasó. Ariel Sharon la barrió de la mesa con el dorso de la mano: anunció el plan de separación y la atención nacional e internacional se desvió lejos de Ginebra.
Eso no tendría que haber sido necesariamente el fin de la iniciativa. Pudo haber habido una campaña sostenida en Israel y por todo el mundo, predicándola desde cada púlpito, poniéndola una y otra vez de nuevo en la agenda. Pero entonces Beilin cometió el mayor error de su vida: postuló a la presidencia del Meretz y ganó.
El error estaba claro desde el primer momento: hay una contradicción básica entre ser el presidente de un partido y el profeta de Ginebra, una persona totalmente identificada con la iniciativa y su principal abogado, en casa y en el extranjero.
Cuando el iniciador de Ginebra se convirtió en líder del Meretz dejó lisiada la iniciativa convirtiéndola en la plataforma de un pequeño partido. Y por otro lado convirtió el Meretz en un partido de un solo problema, completamente consagrado a la promoción de la iniciativa. La iniciativa y el partido perdieron.
Una persona inteligente como Beilin debe de haber entendido eso. Pero sospecho que tiene dos almas que luchan por el dominio: el alma de un hombre-idea y el alma de un operario del partido. No se conforma con ser sólo uno.
El error le ha acarreado un alto precio. Esta semana Beilin fue obligado a anunciar su renuncia a la presidencia del Meretz.
Hay algo misterioso en el carácter de este partido: devora a sus líderes uno tras otro. Primero a su madre fundadora, Shulamit Aloni, a la que expulsó prácticamente a puntapiés. El hombre que hizo eso, Yossi Sarid, fue obligado a dimitir a su vez, cuando el partido se encogió de 12 a 6 escaños en la Knesset y pasó de ser un partido mediano a uno pequeño. En las últimas elecciones, con Beilin, descendió a 5.
Bajo la dirección de Beilin el Meretz ha sido una rara avis: ni un partido de oposición real ni miembro de la coalición gubernamental. Beilin creció en la clase dirigente e, incluso cuando está formalmente en la oposición, piensa y actúa como un miembro del gobierno. No sólo el Meretz, bajo su dirección, dio apoyo al plan de separación de Sharon y a la Guerra de Líbano de Olmert, sino que desde entonces Beilin ha estado coqueteando abiertamente con el Primer Ministro. Justo cuando la gran mayoría del país ha sacado la conclusión que Olmert está incapacitado para el cargo, Beilin le da un certificado Kosher.
Dice que cree que Olmert quiere la paz sinceramente. Cita con aprobación los dichos del nuevo Olmert: «Mi padre estaba equivocado y Ben Gurion tenía razón» (el padre de Olmert fue un acérrimo del Irgun), y también «Israel está perdido si no lleva a cabo la solución de los dos Estados». Frases biensonantes; sólo que Olmert se mueve en la dirección totalmente opuesta, evita negociaciones serias de paz y se empeña en la guerra en Gaza. Ahora la gente del Meretz parece que ha tenido bastante.
Cuando un partido echa a puntapiés a su líder, siempre es un hecho triste. Pero no es la primera vez que esto le pasa a Beilin, y eso invita a hacer algunas preguntas serias.
Creció, desde su más tempana juventud, en el Partido Laborista y era uno de los hijos adoptivos más prometedores de Simón Peres. Como viceministro de Exteriores tuvo la oportunidad de dar rienda suelta a su creatividad incansable.
Pero entonces llegó al poder Ehud Barak con su misteriosa habilidad para poner a la persona equivocada en el lugar equivocado y nombró a Beilin ministro de Justicia, un trabajo que paralizó su especial talento.
En vísperas de las elecciones siguientes el Partido Laborista desterró a Beilin a un lugar desesperado en su lista electoral. Con furia y frustración dejó el partido, dio un portazo tras de sí y se unió al Meretz. Ahora ha sido prácticamente empujado fuera del partido.
A diferencia de Shulamit Alon y Yossi Sarid, Beilin no tiene ninguna intención de «irse a casa». Su fecundo cerebro ya está sacando del cascarón nuevos planes. Profetiza, en recientes entrevistas, un cambio fundamental en el paisaje político y la creación de una nueva fuerza política que incluya a miembros de Kadima, Laboristas y Meretz. Probablemente imagina que ese partido estaría encabezado por Olmert y que él jugaría un papel central. Estaría luchando contra Benjamín Netanyahu y Ehud Barak.
Una idea interesante, pero sus oportunidades están cerca de la nada.
Los problemas de Beilin van más allá de su historia personal. Simbolizan la tragedia del campo llamado a sí mismo «izquierda sionista». Probablemente la propia denominación ya contiene el problema.
Este campo nació hace cien años y parece que nunca acometió una autocrítica real. En su última entrevista Beilin usa toda la terminología de la clase dirigente sionista. Como todos los demás llama «terroristas» a los combatientes palestinos de la Franja de Gaza. En su escala de valores, «es importante que un muchacho logre el rango de un soldado excelente». Y, por supuesto, «si Israel deja de ser un estado judío, yo no tendré interés en él».
Con semejantes puntos de vista, el campo sionista de la paz no puede convertirse en una fuerza política combativa comprometida en una lucha de oposición real que promueva cambios en el país. Y eso es mucho más que un problema personal de Yossi Beilin.
Mefistófeles, el diablo que compró el alma de Fausto en el monumental drama de Goethe, se describe a sí mismo como «una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre crea el bien».
Yossi Beilin, que dimitió esta semana como presidente del partido Meretz, es lo contrario de Mefistófeles: siempre quiere el bien y demasiado a menudo crea el mal.
Los «bloques de asentamientos» son un ejemplo brillante. Fue Beilin quien inventó ese término hace una docena de años. Estaba incluido en el acuerdo extraoficial que se llegó a conocer como el «acuerdo Beilin-Abu Mazen».
La intención era buena. Beilin creyó que si la mayoría de los colonos se concentraba en varias áreas limitadas cerca de la línea verde, en conjunto aceptarían una retirada del resto de Cisjordania.
El resultado real fue desastroso. El gobierno y los colonos saltaron sobre la oportunidad. El permiso del «movimiento sionista de la paz» se desplegó como un certificado Kosher (alimento permitido por la ley judía, N. de T.) en la pared de una carnicería de chuletas de cerdo. Los bloques de asentamientos se agrandaron a un ritmo frenético y se convirtieron en verdaderos pueblos como Maaleh Adumim, el bloque de Etzion y Modiin Illit.
Durante docenas de años Estados Unidos insistió en que todos los asentamientos violaban la ley internacional. Pero la aprobación otorgada a los «bloques de asentamientos» permitió al presidente George W. Bush cambiar su postura y aprobar los «centros de población» israelíes en los territorios ocupados. Haim Ramon, que antes había sido compañero de Beilin en el grupo de las «ocho palomas» dentro del Partido Laborista, incluso fue más lejos: empezó la construcción del muro de separación, que en la práctica anexiona los bloques de asentamientos a Israel.
Pero la inteligente idea de Beilin no disminuyó en lo más mínimo la oposición de los colonos a una retirada del resto de Cisjordania, al contrario: siguen impidiendo por la fuerza el desmantelamiento de los puestos avanzados de los asentamientos, incluso el más diminuto. No salió nada bueno de esa idea. El resultado fue totalmente penoso.
Se pueden seguir enumerando las ideas inteligentes de Beilin. Como en la canción del anterior maestro de la comedia (y actual rabino ortodoxo) Uri Zohar: «La cabeza judía está inventando patentes para nosotros». En la arena política y diplomática de Israel no hay ninguna cabeza más fecunda que la de Beilin.
No sé qué papel exacto jugó Beilin en la invención de patentes desplegada en la Conferencia de Camp David en 2000. Por ejemplo: la idea de que Israel debe exigir la soberanía sobre la Montaña del Templo, pero sólo debajo de la superficie no aplacó a la derecha israelí, pero aterró a los palestinos que temieron que Israel estaba pensando minar los santos lugares islámicos hasta hacerlos derrumbarse y de ese modo hacer posible reemplazarlos por el Tercer Templo Judío. El paso siguiente fue la «visita» de Ariel Sharon a ese lugar tan sensible, que activó la erupción de la segunda Intifada.
Después de las elecciones de 2006 Beilin tuvo otra idea inteligente: invitar a Avigdor Liberman a un desayuno amistoso bien publicitado. Indudablemente la intención era buena (aun cuando yo no puedo comprender qué era) pero el resultado fue calamitoso: dio a Liberman un «Kosher izquierdista» que le permitió a Ehud Olmert incluirlo en su gobierno.
Después de eso Meretz anunció que, bajo ninguna circunstancia, se sentaría en un gobierno que incluyera a Liberman. Pero no se puede devolver la semilla del diablo al útero de su madre. Liberman se quedó en el gobierno y Meretz permanece fuera. Ahora Olmert explica a los estadounidenses que no puede desmantelar ni siquiera un puesto avanzado de los asentamientos ni negociar «los problemas centrales» del conflicto porque entonces Liberman llevaría a la coalición gubernamental a un estrepitoso desplome.
Verdaderamente Beilin es muy generoso dispensando certificados Kosher a la extrema derecha. En vísperas de una de las masivas reuniones anuales de la «izquierda sionista» en conmemoración de Isaac Rabin, anunció que estaba preparado para aparecer junto al líder de la más extrema derecha, el general Effi Eytam. Afortunadamente para él, nada de eso sucedió.
Debe de haber alguna conexión entre estas ideas y su firmeza en coyunturas críticas. Por ejemplo: su apoyo para el plan de separación de Ariel Sharon sin condicionarlo a alcanzar un acuerdo con los palestinos. Resultado: la Franja de Gaza se convirtió en «la prisión más grande de la tierra».
Peor: el resuelto apoyo de Beilin a la segunda guerra de Líbano durante su primera y más crítica fase. En el transcurso de la guerra propuso atacar también a Siria. Sólo a la cuarta semana, después de una docena de tormentosas manifestaciones en contra de la guerra, Beilin empezó a expresar alguna crítica e hizo que el Meretz organizase su propia manifestación.
En el otro platillo de la balanza están dos importantes contribuciones positivas de Beilin: la Declaración de Principios de Oslo y la iniciativa de Ginebra.
Su aportación a Oslo fue ciertamente significativa, aunque no impidió dos agujeros negros en el acuerdo: la omisión de las palabras cruciales «Estado Palestino» y la ausencia de una prohibición clara e inequívoca a la continuación de la actividad colonizadora.
Esas dos faltas enterraron el acuerdo. Las negociaciones para el acuerdo de una paz permanente, que tenían que concluir en 1999, ni siquiera empezaron. Los asentamientos se fueron agrandando rápidamente mientras todos estábamos hablando de la paz.
La iniciativa de Ginebra, por otro lado, fue completamente una creación de Beilin. Podría haber coronado su carrera. Su inauguración se convirtió en un acontecimiento internacional. El Grande de la Tierra le dio su bendición. Parecía que daría un empujón firme al proceso de paz.
Esto no pasó. Ariel Sharon la barrió de la mesa con el dorso de la mano: anunció el plan de separación y la atención nacional e internacional se desvió lejos de Ginebra.
Eso no tendría que haber sido necesariamente el fin de la iniciativa. Pudo haber habido una campaña sostenida en Israel y por todo el mundo, predicándola desde cada púlpito, poniéndola una y otra vez de nuevo en la agenda. Pero entonces Beilin cometió el mayor error de su vida: postuló a la presidencia del Meretz y ganó.
El error estaba claro desde el primer momento: hay una contradicción básica entre ser el presidente de un partido y el profeta de Ginebra, una persona totalmente identificada con la iniciativa y su principal abogado, en casa y en el extranjero.
Cuando el iniciador de Ginebra se convirtió en líder del Meretz dejó lisiada la iniciativa convirtiéndola en la plataforma de un pequeño partido. Y por otro lado convirtió el Meretz en un partido de un solo problema, completamente consagrado a la promoción de la iniciativa. La iniciativa y el partido perdieron.
Una persona inteligente como Beilin debe de haber entendido eso. Pero sospecho que tiene dos almas que luchan por el dominio: el alma de un hombre-idea y el alma de un operario del partido. No se conforma con ser sólo uno.
El error le ha acarreado un alto precio. Esta semana Beilin fue obligado a anunciar su renuncia a la presidencia del Meretz.
Hay algo misterioso en el carácter de este partido: devora a sus líderes uno tras otro. Primero a su madre fundadora, Shulamit Aloni, a la que expulsó prácticamente a puntapiés. El hombre que hizo eso, Yossi Sarid, fue obligado a dimitir a su vez, cuando el partido se encogió de 12 a 6 escaños en la Knesset y pasó de ser un partido mediano a uno pequeño. En las últimas elecciones, con Beilin, descendió a 5.
Bajo la dirección de Beilin el Meretz ha sido una rara avis: ni un partido de oposición real ni miembro de la coalición gubernamental. Beilin creció en la clase dirigente e, incluso cuando está formalmente en la oposición, piensa y actúa como un miembro del gobierno. No sólo el Meretz, bajo su dirección, dio apoyo al plan de separación de Sharon y a la Guerra de Líbano de Olmert, sino que desde entonces Beilin ha estado coqueteando abiertamente con el Primer Ministro. Justo cuando la gran mayoría del país ha sacado la conclusión que Olmert está incapacitado para el cargo, Beilin le da un certificado Kosher.
Dice que cree que Olmert quiere la paz sinceramente. Cita con aprobación los dichos del nuevo Olmert: «Mi padre estaba equivocado y Ben Gurion tenía razón» (el padre de Olmert fue un acérrimo del Irgun), y también «Israel está perdido si no lleva a cabo la solución de los dos Estados». Frases biensonantes; sólo que Olmert se mueve en la dirección totalmente opuesta, evita negociaciones serias de paz y se empeña en la guerra en Gaza. Ahora la gente del Meretz parece que ha tenido bastante.
Cuando un partido echa a puntapiés a su líder, siempre es un hecho triste. Pero no es la primera vez que esto le pasa a Beilin, y eso invita a hacer algunas preguntas serias.
Creció, desde su más tempana juventud, en el Partido Laborista y era uno de los hijos adoptivos más prometedores de Simón Peres. Como viceministro de Exteriores tuvo la oportunidad de dar rienda suelta a su creatividad incansable.
Pero entonces llegó al poder Ehud Barak con su misteriosa habilidad para poner a la persona equivocada en el lugar equivocado y nombró a Beilin ministro de Justicia, un trabajo que paralizó su especial talento.
En vísperas de las elecciones siguientes el Partido Laborista desterró a Beilin a un lugar desesperado en su lista electoral. Con furia y frustración dejó el partido, dio un portazo tras de sí y se unió al Meretz. Ahora ha sido prácticamente empujado fuera del partido.
A diferencia de Shulamit Alon y Yossi Sarid, Beilin no tiene ninguna intención de «irse a casa». Su fecundo cerebro ya está sacando del cascarón nuevos planes. Profetiza, en recientes entrevistas, un cambio fundamental en el paisaje político y la creación de una nueva fuerza política que incluya a miembros de Kadima, Laboristas y Meretz. Probablemente imagina que ese partido estaría encabezado por Olmert y que él jugaría un papel central. Estaría luchando contra Benjamín Netanyahu y Ehud Barak.
Una idea interesante, pero sus oportunidades están cerca de la nada.
Los problemas de Beilin van más allá de su historia personal. Simbolizan la tragedia del campo llamado a sí mismo «izquierda sionista». Probablemente la propia denominación ya contiene el problema.
Este campo nació hace cien años y parece que nunca acometió una autocrítica real. En su última entrevista Beilin usa toda la terminología de la clase dirigente sionista. Como todos los demás llama «terroristas» a los combatientes palestinos de la Franja de Gaza. En su escala de valores, «es importante que un muchacho logre el rango de un soldado excelente». Y, por supuesto, «si Israel deja de ser un estado judío, yo no tendré interés en él».
Con semejantes puntos de vista, el campo sionista de la paz no puede convertirse en una fuerza política combativa comprometida en una lucha de oposición real que promueva cambios en el país. Y eso es mucho más que un problema personal de Yossi Beilin.
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Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.
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Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
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