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Como experto en administración y respuesta a desastres, no creo que nuestra visión deba estar encerrada en analizar la capacidad inmediata en prevención, preparación o respuesta a estos eventos. Siempre he insistido que un adecuado monitoreo de situaciones sociales suelen ser determinantes. No digo que los profesionales de la comunidad de emergencias participen activamente en política en forma partidaria, prefiero esa distancia de imparcialidad necesaria para ofrecer ayuda humanitaria, pero ello no significa que debemos darle la espalda desde su estudio académico.Quien dude sobre esto debería sumergirse en la lectura del reciente libro de Joshua Hammer “Yokohama Burning”, en ella el autor describe con minuciosidad como el mortífero terremoto del 1 de setiembre de 1923 que azotó el puerto japonés de Yokohama revitalizó un tema latente entre tradicionalistas y modernistas que avivó el nacionalismo japonés.Golpeada la sociedad japonesa por el terremoto de 1923, un sentimiento de humillación y vulnerabilidad se apoderó. Los Estados Unidos ofrecieron su ayuda al igual que los ingleses. Ello podría ser inocente, loable y normal. Sin embargo, para la generación viviente estaba presente la humillación provocada por el Comodoro Matthew Perry que en 1853 colocó su flota norteamericana en la costa del país forzando abrir el país al comercio internacional. Estados Unidos buscaba mercados para expandir su comercio, cosa que logró forzando al Japón mediante la Convención de Kanagawa del 31 de marzo de 1854. En el mismo documento Japón ofrecía los puertos de Shimoda y Hakodate, garantizando seguridad a los marinos norteamericanos y estableciendo el primer consulado. Con ello, doscientos años de exclusión japonesa finalizaron. En poco menos de 40 años la sociedad agraria y xenófoba se había convertido en una potencia industrial de la cual los japoneses se sentían orgullosos. El terremoto de Yokohama los despertó a la realidad. Seguían vulnerables y la presencia de Occidente con su ofrecimiento de asistencia les pareció una afrenta que igual no quisieron aceptar. Las autoridades japoneses rechazaron la ayuda internacional. No querían ver más buques ingleses y estadounidenses acoderar en sus costas. No más extranjeros. Pero la falta de una adecuada respuesta y un gobierno que deseaba aparentar tener todo bajo control y no requerir ayuda, comenzó a tornarse agresivo y violento. Desesperados por alimentos, refugios y medicinas la población vio despertar sus más terribles monstruos. Los coreanos fueron acusados de saqueo e incendiarismo. El ejército se organizó para prevenir desmanes. Todos los días comenzaron aparecer coreanos asesinados en las calles, sumaron miles las víctimas coreanas. El odio racial y el exacerbado nacionalismo tomaron un gran impulso. Investigadores creen que aquí se encuentra la semilla de la psicología que engendró la militarización japonesa que desencadenó en la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial. El sismo de una magnitud estimada entre los 7,9 y 8,3 en la escala de Richter. Destruyó la ciudad portuaria y las prefecturas vecinas de Chiba, Kanagawa, Shizuoka y Tokio. Se estima fallecieron unas 105 mil personas de donde 37 mil quedaron desaparecidas, probablemente fallecidos en el posterior tsunami y 88 incendios que sucedieron al desastre telúrico. Los tradicionalistas estaban disgustados de la situación de Yokohama antes del terremoto. Algo que me recuerda a los españoles actuales frente a la inmigración. Fenómeno nuevo que rechazan en gran medida, sin entender que es parte de su integración global, de su conversión provocada por el asilamiento franquista a una sociedad universal, abierta y libre. La vieja ciudad era diferente. Yokohama con un Japón abierto al comercio próspero e internacional había atraído ingleses, norteamericanos, joyeros palestinos y religiosos españoles. Demasiado para tolerar para los conservadores xenófobos. El desastre japonés que se generó por su desprecio de la sincera ayuda norteamericana, su despliegue militar contra los coreanos y su incapacidad organizativa generó que el embajador norteamericano alertara en 1924, al Presidente Calvin Coolidge, quien firmó una nueva “Acta de Immigración” la cual estigmatizaba a los japoneses como una raza inferior que terminó apoderando a los radicales nacionalistas del archipiélago que tuvieron desde ese momento los argumentos para ver al país americano como una real amenaza que debían enfrentar tarde o temprano. El nacionalismo japonés comenzó a ganar un importante espacio vendiendo ideas de amenaza exterior, perdida de valores, aumento del crimen organizado, entre otros, donde la sociedad japonesa se veía así mismo como víctima de un desastre generado por Occidente, que les había arrebatado el paraíso. Un castigo divino por olvidar sus tradiciones y no respetar sus costumbres. En realidad, los japoneses estaban equivocados, muchos de los males que veían, aunque ocasionados por la apertura de mercados, era también su propia transformación de sociedad agrícola a industrial. Un fenómeno que ocurría en la época en todo el mundo y que retratan los pintores en el puntillismo e impresionismo del Siglo XIX. El terremoto de 1923 terminó potenciando un quiebre social que repercutió hasta en el campo científico. El enfrentamiento entre modernistas y tradicionalistas se potenció. El científico Akitsune Imamura de la Universidad de Tokio que había advertido, 16 años antes la posibilidad del terremoto de Yokohama fue despedido. Acusado de alarmista, vio arruinada su vida y carrera. Japón se tornó a un oscurantismo religioso, fanático que afectaría su desarrollo industrial en plena Segunda Guerra Mundial. El sismo de setiembre de 1923 terminó fomentando una arrogancia nacional que se vio fortalecida con una visión de requerida necesidad de recursos, que escasos en el archipiélago se anhelaron garantizar en ultramar. Ello, en la practica fue logrado mediante una centralizada política industrial, fortalecimiento militar y expansión territorial que no fue otra cosa que la ocupación de países vecinos, como la Manchuria china. La etapa de conquista había empezado y no sería detenida hasta el ataque a Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial el 7 de diciembre de 1941. Tales fueron las consecuencias de una cadena desafortunada de sucesos generada por varios eventos previos que fueron tomando algún sentido al ser mezcladas por un sismo. “Nada existe, excepto átomos y espacio vacío; todo lo demás es opinión”. Señaló alguna vez Demócrito. Esta es una frase tan llena de verdades que debería tenerse presente antes de caer en el facilismo de juzgar culturas o sociedades, siquiera pretender entenderlas. Ofrecer ayuda, alguna vez solo puede empeorarlo todo. Los de afuera solo pueden intentar entenderlas y construir con la tolerancia una relación armónica. Un desentendimiento puede a la larga ocasionar una guerra. El libro de Joshua Hammer “Yokohama Burning” nos lo explica genialmente. /www.josemusse.com/ jmusse@desastres.org
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Desastres.org - Peru/22/01/2008
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