Por Armando Añel
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Está de moda el tema de los rehenes. Las gestiones en torno a la liberación de varios secuestrados por las guerrillas de las FARC, en las que se han visto envueltos, principalmente, París, Caracas, Bogotá y La Habana, han conformado una especie de serial por entregas durante las últimas semanas. Un serial que incluyó toda clase de ingredientes, incluso algunas inconcebibles chapuzas. Finalmente, dos de las rehenes que la narcoguerrilla prometiera a Hugo Chávez, fueron liberadas. En cualquier caso, el papel del régimen cubano parece haber sido protagónico –aun cuando se tratara de un protagonismo propiciador, tras bambalinas- en la liberación de ambas mujeres.
Se especula con el hecho de que fue en Cuba, en diciembre de 2007, que Chávez ultimó los detalles de la operación en la que fueron recibidas Clara Rojas y Consuelo González, las rehenes liberadas por el grupo terrorista. Desde junio del pasado año se encuentra en la Isla Rodrigo Granda, el llamado canciller de las FARC, precisamente a pedido del gobierno colombiano. Puntualmente, el propio Álvaro Uribe ha agradecido la mediación de La Habana, la que a partir de 2005 propició y sirvió de sede a negociaciones entre Bogotá y el ELN, la segunda guerrilla en importancia de Colombia.
Está de moda el tema de los rehenes y nada más razonable, si por añadidura se tiene en cuenta que el castrismo ha contribuido activamente a que así sea, que pedir, y sobre todo gestionar, la liberación de los rehenes cautivos en la Isla. No se trata sólo de los cientos de presos de conciencia existentes en el país, ciudadanos pacíficos e indefensos cuyo único delito ha sido poner en blanco y negro, o decir alto y claro, lo que piensan sobre los asuntos relacionados con la tierra en la que nacieron. Se trata, además, de los miles de hombres y mujeres que sin ejercer una militancia política concreta son retenidos en la mayor de las Antillas, como es el caso de muchos médicos, deportistas o familiares de cubanos radicados en el exterior. Ellos también merecen ser liberados.
Cuba es en la actualidad y desde hace décadas, como ya se ha dicho en estos papeles, un santuario del secuestro políticamente correcto. Implementada como vehículo de coacción social, la obsesión de acumular rehenes cumple funciones profilácticas en el ideario represivo del castrismo: téngase en cuenta que en la Isla el status quo político pende del hilo de la indefensión ciudadana. Básicamente, es por medio del terror y la espada de Damocles del chantaje institucional que el régimen consigue mantenerse en el poder.
Así, el secuestro en Cuba difiere conceptualmente del practicado por agrupaciones como las FARC o el ELN, pues, aunque los réditos económicos están contemplados, no constituyen una prioridad para La Habana. Para que la población cubana se atenga a las consecuencias, el régimen debe castigar con dureza a quienes infringen las sagradas reglas del fundamentalismo oficialista, esto es, la fe incontrastable y la obediencia ciega. Por eso es tan importante para la dirigencia el ejercicio del secuestro a posteriori, en las personas de los familiares de quienes se han radicado en otros países sin autorización gubernamental, o de quienes se han atrevido a criticar abiertamente el estado de cosas imperante.
Se ha dicho que el ex presidente Néstor Kirchner piensa viajar a Cuba próximamente para, entre otras cosas, gestionar la liberación de la doctora Hilda Molina y su madre, dos de las rehenes que el castrismo mantiene cautivas. Desde 1994, la ex fundadora del Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN) intenta salir infructuosamente de la Isla junto a su progenitora –se trata de mujeres de avanzada edad-, con el objetivo de reunirse con su hijo y sus nietos en Argentina. Pero en su momento la Molina renunció a la dirección del CIREN, a su banca como diputada a la llamada “Asamblea Nacional del Poder Popular” y a su militancia en el Partido Comunista en protesta por la dolarización de las instituciones médicas, y la nomenclatura no podía dejar sin castigo semejante sacrilegio.
Es lo que hay que recordarle, una y otra vez, a los dirigentes de Cubazuela, esos que ahora mismo se hacen pasar por liberadores y/o facilitadores: quedan rehenes en el patio. Lo consecuente, lo que se impone con urgencia, es liberarlos también a ellos. El ejemplo empieza por casa.
palabradehombre@yahoo.com
Se especula con el hecho de que fue en Cuba, en diciembre de 2007, que Chávez ultimó los detalles de la operación en la que fueron recibidas Clara Rojas y Consuelo González, las rehenes liberadas por el grupo terrorista. Desde junio del pasado año se encuentra en la Isla Rodrigo Granda, el llamado canciller de las FARC, precisamente a pedido del gobierno colombiano. Puntualmente, el propio Álvaro Uribe ha agradecido la mediación de La Habana, la que a partir de 2005 propició y sirvió de sede a negociaciones entre Bogotá y el ELN, la segunda guerrilla en importancia de Colombia.
Está de moda el tema de los rehenes y nada más razonable, si por añadidura se tiene en cuenta que el castrismo ha contribuido activamente a que así sea, que pedir, y sobre todo gestionar, la liberación de los rehenes cautivos en la Isla. No se trata sólo de los cientos de presos de conciencia existentes en el país, ciudadanos pacíficos e indefensos cuyo único delito ha sido poner en blanco y negro, o decir alto y claro, lo que piensan sobre los asuntos relacionados con la tierra en la que nacieron. Se trata, además, de los miles de hombres y mujeres que sin ejercer una militancia política concreta son retenidos en la mayor de las Antillas, como es el caso de muchos médicos, deportistas o familiares de cubanos radicados en el exterior. Ellos también merecen ser liberados.
Cuba es en la actualidad y desde hace décadas, como ya se ha dicho en estos papeles, un santuario del secuestro políticamente correcto. Implementada como vehículo de coacción social, la obsesión de acumular rehenes cumple funciones profilácticas en el ideario represivo del castrismo: téngase en cuenta que en la Isla el status quo político pende del hilo de la indefensión ciudadana. Básicamente, es por medio del terror y la espada de Damocles del chantaje institucional que el régimen consigue mantenerse en el poder.
Así, el secuestro en Cuba difiere conceptualmente del practicado por agrupaciones como las FARC o el ELN, pues, aunque los réditos económicos están contemplados, no constituyen una prioridad para La Habana. Para que la población cubana se atenga a las consecuencias, el régimen debe castigar con dureza a quienes infringen las sagradas reglas del fundamentalismo oficialista, esto es, la fe incontrastable y la obediencia ciega. Por eso es tan importante para la dirigencia el ejercicio del secuestro a posteriori, en las personas de los familiares de quienes se han radicado en otros países sin autorización gubernamental, o de quienes se han atrevido a criticar abiertamente el estado de cosas imperante.
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Diario las Américas - USA/13/01/2008
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