17/1/08

PARA ESCARBAR...LQ somos.

Siete sabinismos de la realidad Sabina
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"Joaquín Sabina es cantante y poeta. Por ajustar más: no un cantante metido a poeta sino un poeta metido a cantante"
Luis García Moreno
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Barbie Super Star
"Todavía por Vallecas la llaman Barbie super star"
Joaquín Sabina
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Poeta con guitarra, se dice, una versión andaluza de Silvio, como él lo ha dejado ver. ¡Atentos! Un dios de la canción española; como Almodóvar desde el cine, un cazador del ingenio español, como Quevedo. ¡La palabra, Nebrija, la palabra, César Vallejo! Sabina, otra genialidad literaria de la lengua española, Pablo Neruda. Una divinidad, sí, pero vulnerable, García Lorca, un alma herida que se recupera del marichalazo , aquel coletazo existencial que lo llevó a la mierda, ese peligroso lugar donde la vida y la muerte parece que no se diferencian. ¡Qué viva Joaquinito resucitado, uno de nuestros dioses tardomodernos, divinidad atea de la españolidad apalabrada que nos bendice a todos los hispanoparlantes. ¡Qué vivan los mortales que, a diferencia de Lázaro, se levantan por sí mismos! En vez de un Cristo barroco, Sabina pertenece, con el permiso de Machado y de Serrat, a los Cristos que andan sobre la mar. ¿Cómo no pensar, de rebote, por una contigüidad insospechada, en esa pintura de Iván Silén, poeta-filósofo-pintor boricua, donde el Señor aparece con un porro —¿quizás el de Joaquín?— en la boca? Esa impresión —la da un dios resucitado— se lleva el lector de En carne viva. Sabina. Yo también sé jugarme la lengua (2006), segundo libro sobre el cantautor —el primero fue Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza (2002)— de Javier Menéndez Flores, su biógrafo, un sabinista que, con todo el juicio crítico que le corresponde y que se merece, insiste siempre en la primacía del letrista —¡un poeta!— sobre la voz o incluso el guitarreo del músico: un mortal.
El Sabina de este libro, limpio de algunos vicios, sofrenado —gracias a la influencia de sus dos hijas— de la pulsión solipsista que lo hacía cagarse en la vida después que él estuviera muerto, es —casi— el mismo Sabina que conocemos desde siempre . No hay grandes sustos, aunque se puede hablar de unos matices insospechados y deliciosos. Por supuesto, en En carne viva se trata del poeta de la contigüidad amorosa más desgarradora — Me marcho con cualquiera que se parezca a ti —; el poeta del paralelismo más divinamente justo — La más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras —; el orfebre de un tríptico de metonimias— Tenía la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta —; el rubendariano de la modernidad tardía — Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo —; el poeta andaluz más argentino que ha habido en las últimas décadas — de González Catán a Tirso de Molina, de España a la Argentina — que, desde Madrid, se codea con Fidel, Silvio y Pablito en Cuba, profesa amor verdadero por la fotógrafa peruana con la que vive cerca de Tirso de Molina, le rinde tributo a la imaginación poética de un tal José Alfredo, de México, subraya la osadía del rap contestatario que hacen los puertorriqueños y los chicanos. Se trata, por supuesto, del viejo amante de la literatura. El hedonista irredento que tanto nos gusta a los materialistas amantes de lo poético: el Sabina de siempre, pero con varios matices —siete en total— que, quizás por su ingravidez, no habíamos notado antes.
Siete sabinismos de la realidad Sabina. En el primero, quizás el más difícil de hilvanar, está el ángulo imprevisto del poeta que, ante un cruce de calles político, se lanza más rápido de la cuenta y nos sorprende por lo que dejó de decir. ¿No vio el poeta de los matices hermosos que había otra capa debajo de la piel de todos los días? En el segundo, está la inesperada —incluso desgarradora— ironía del poeta que, ante el golpe del marichalazo , tiene que decir algo tan brutal como esto: la lectura es el mayor de los pecados . ¿Qué quiso decir el rockero español con la biblioteca más voluminosa? En el tercero, cargado como tantas veces de humor, está el sabinismo del que reivindica la literatura por algo más que los libros y la poesía, como si se tratara de honrar un código del honor. En el cuarto, está el sabinismo del matemático que saca de 19 días 500 noches, un contador que, por esa asimetría, parece sobre todo poeta. En el quinto sabinismo, como si se tratara de algo que, por lo fugaz, cuesta trabajo creer, está la insolencia del poeta que, sin pelos en la lengua, como de costumbre, enaltece, para el rubor de Quevedo, el dinero, un economista que, por otro lado, ahora como Quevedo, no toca las pesetas. En el sexto sabinismo está el desface de la superestrella que, a pesar de todo, registra contratiempos cotidianos, desencuentros a los que estamos acostumbrados los de a pie, como tú y yo. En el último sabinismo, el más inesperado de todos, está lo impensable: ¿un Sabina reaccionario?
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El poeta naif: primer sabinismo
Si no fuera porque la realidad Sabina está hecha con materiales zurdos, las cosas que el poeta le hace decir al lenguaje no sonarían igual: la izquierda provee un telón sobre el cual deshojar y revestir esa realidad que tantas veces el mago disfraza con vestidos de agudeza poética: ahora que no te pido lo que me das . De ahí que Sabina, como tantos de nosotros, vuelque sobre Cuba el sentimiento antiimperialista: la foto junto a Fidel que aparece en En carne viva , nos dice directa e indirectamente el andaluz argentinizado, es también —¿y sobre todo?— un retrato de la crítica al puño del norte que, desde 1959, no ha cesado de hostigar el proyecto cubano, un proyecto que Sabina lee, como tantos españoles, desde el agridulce y tenue recuerdo de 1898: ¡ Cuba, la última posesión en las Américas ! (¿no lo fue también Puerto Rico?). Cuba: un proyecto que Sabina, con buen olfato político, entiende como una realidad llena de matices, como lo son el matiz Silvio y el matiz Pablito en la música de los poetas. Cuba: un proyecto que Sabina, según plantea en Yo también sé jugarme la lengua , justifica en tanto y en cuanto rechaza a calzón quitado la agresión del norte, sobre todo si se apellida Bush. Por un lado, Sabina se siente parte del imaginario musical cubano; por el otro, cuando el biógrafo lo presiona ante el autoritarismo de Fidel, se le cae una respuesta oficialista: es que la presión del norte es peor , una respuesta que, por supuesto, no es ninguna fantasmagoría. La respuesta ha podido de ser otra: por primera vez me quedaba con las ganas —y esto sí que es insólito— de que Sabina hubiera dicho otra cosa, en vez de repetir lo que se ha venido diciendo, con toda la razón que le cabe, desde hace cincuenta años. Me quedé con las ganas: Sabina nunca dio el salto, se quedó orbitando en el primer nivel de la discusión política sobre Cuba. Un salto que, para llegar al segundo nivel, como lo ha hecho, entre los no hispanoparlantes, el editor de la New Left Review , Tariq Ali en algunas de sus columnas, no hay que convertirse en destructor del proyecto cubano, tan lleno de matices importantes para todos, cubanos, latinoamericanos, españoles y público en general. Como Ali, el poeta de Úbeda ha debido decir lo que no se debe callar: en el país donde Silvio y Pablito viven enemistados —¡el horror, por Dios, el horror!— debido a un impasse que no han podido superar —una rasgadura que Sabina ha tratado infructuosamente de enmendar— es necesario inaugurar el espacio de la autocrítica. Es a este segundo nivel que, desde mi imaginario sabinista, hubiera querido que se moviera la respuesta de Joaquín. Por ejemplo, firme al esfuerzo que ha hecho la Revolución en términos de la educación, pero atento al momento en que la serpiente se muerda la cola: de nada sirve un público educado si el acceso a la información está limitado por el Estado.
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El poeta de la gran ironía: segundo sabinismo
De Londres a Madrid, de la calle al escenario, de la guitarra como una manera de sobrevivir a la poesía como única manera de existir: el periplo de Sabina por el mundo de la canción ha sido, como poco, dramático. Ahí lo tenemos, en la sección de fotos de En carne viva , compartiendo con escritores latinoamericanos como Gabriel García Márquez, Alfredo Bryce Echenique y Juan Gelman. Al leer la biografía, el lector corrobora lo que el músico no ha podido disimular: que se trata de un rockero ilustrado que sigue el acontecer cultural y literario del país, un guitarrista que lee con la pasión de los escritores meticulosos que tienen grandes bibliotecas personales. Quizás, precipitado por indagar un poco más en el equipaje literario que lleva Sabina a donde quiera que toca, al lector con olfato latinoamericano le pueda extrañar, en En carne viva , la falta de referencias a Alejo Carpentier, a Carlos Monsiváis; quizás le parezca que una sola referencia a Julio Cortázar nunca es suficiente. No importa: lo que está claro es que el músico es un bibliófilo, y que en su archivo personal están las referencias de una generación. Por eso, cuando, como un animal herido, haciéndole frente al marichalazao que lo hundía en la depresión, el poeta, ante la debilidad del músico que no quería cantar, decía que la lectura es el mayor de los pecados , el hecho de que se estuviera refiriendo a leer las letras de las canciones que no podía retener en la memoria cuando estaba bajo los efectos de la mierda, no le quita resonancia al dictamen; de hecho, lo magnifica. Desde este sabinismo herido, el Cristo que caminaba sobre la mar se nos transformaba en un Cristo barroco: la realidad le jugaba una trampa a este poeta de biblioteca grande y de lecturas muchas. Sufriente, con el cuerpo todo llagado y el alma envuelta en una corona de espinas, al poeta con la guitarra en las manos se le transformaba la lectura en vinagre para sus heridas.
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El poeta literato: tercer sabinismo
Si En carne viva nos invita, como toda biografía, a verle las pelotas al músico, también nos permite verle el literato al poeta. Sabina es más que un poeta, que quede claro: es también un émulo de los clásicos y del mundillo literario que los conformaba. Esa dimensión del músico amante del soneto, una estrofa que pertenece el mundo de los enemigos literarios y de los caballeros andantes, me deslumbró. Del tiro, salí a comprar su libro de sonetos, Ciento volando de catorce (2001), en cuya edición número 13 (2002) encontré esta propuesta de gramática existencial:
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"Doble o nada a la carta más urgente
sin código, ni tribu, ni proyecto,
mi futuro es pretérito perfecto,
mi pasado nostalgia del presente."
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Más que un poeta que le tira versos a la noche, Sabina es un degustador de las formas literarias; en el caso de Ciento volando de catorce , se trata de un anticuario que, por amor al arte, se tomó el riesgo —y acertó— de invitar a su público a una vuelta al pasado de la estrofa, un periplo del que, a pesar de las ventas del poemario, no necesariamente salió ileso Sabina. En algún lugar leí un comentario sobre el poemario que, sin mala leche, llevaba sin embargo fuego: Sabina era más poeta en las canciones que en los sonetos. Interesante, pero jamás demoledor: el poeta en cuestión es sobre todo un literato, por eso, según dice, le gusta tanto Buenos Aires: porque es una ciudad literaria. Literato con cautela: Sabina contrasta el trato que le dan en Argentina a los artistas con el que reciben en España: en el sur los tratan como a dioses y en la península como mierda. Como buen ateo, Sabina rechaza el trato que recibe la divinidad: además, ese cholulismo argentino termina desubicando y despelotando a los dioses que, como él, se saben mortales. De ahí el gusto por el duelo literario y el respeto por los enemigos de papel, pues éstos suponen, cuando se llevan a cabo como Dios manda, el honor del adversario. Entre literatos, la enemistad es una gran deferencia, sabinismo que el poeta prefiere al cholulismo
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El poeta de los números: cuarto sabinismo
Para un sabinista que, como éste que escribe, llega tarde, demasiado tarde a la realidad Sabina —pronto se verá que no he sido el único que llega con demora a los grandes banquetes— la lectura de En carne vive produce una gran emoción: la de constatar que al malabarista de los versos lúcidos también le había encantado, como a mí, 19 días y 500 noches (2001), un CD que el bardo de Úbeda consideraba su mejor propuesta. ¡Bingo! Tarde pero seguro, y además certero: di sin saberlo en el blanco del propio poeta. ¿Qué más se le podía pedir a la intuición? Pero hay más: la crónica que me lleva a Sabina no sigue una ruta directa, más bien, se mueve mediante el rebote, el brincoteo prodigioso que, de los diecinueve días y las quinientas noches en la versión de María Jiménez, de quien escuché primero esa inolvidable canción, me catapultó en poco tiempo al origen sabiniano del tema, pozo de todo el torrente de emociones que escuché, desde la voz de la María, una tarde en un autobús de iba de Madrid a Toledo. La propuesta de Sabina es la mejor ecuación que retrata el peso del desamor: olvidar un gran amor en 19 días requiere, sin lugar a dudas, 500 noches de angustia, casi cien años de soledad. ¡Una matemática perfecta para los poetas que, con los ojos bien abiertos, miden el tiempo enamorado como es en realidad: asimétrico, rizomático y entrópico. Tiempo de poetas que, como Neruda, saben que el amor es corto, pero que es tan largo el olvido . Detrás del sabinismo matemático están, como sustrato enamorado, esas palabras de Pablo, última autoridad en el cronos enamorado de Sabina.
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El poeta del dinero: quinto sabinismo
La respuesta fue frontal: nada de paños tibios. Otra vez, ganó el poeta, pero esta vez de la manera más poética posible: con la propia poesía. La pregunta era de rigor: ¿cómo mitiga Sabina, el poeta crítico antes los desmanes de la posmodernidad neoliberal, ante ese capitalismo que, desde Quevedo, tantos poetas españoles han destripado con criticas certeras y como el propio Quevedo, que era monárquico, con salidas equivocadas? ¿Qué hace Sabina para vivir en la paradoja —¡qué nos coja confesados don Francisco, ex alumno de la Universidad de Alcalá!— del éxito económico? Sin pelos en la lengua, sobre la mesa vacía con un impecable mantel blanco, Sabina dejó caer esta respuesta brutal: el dinero es poesía , hace maravillas, como la de salir corriendo con algunos amigos hacia el aeropuerto, decidir un lugar e irse sin más preocupación que la de llegar lo antes posible. Un sabinismo poético: el dinero es una llave mágica que puede abrir muchas —pero no todas— fantasías. El dinero es, como en la canción a María de Magdala, lo que le permite al poeta regalar felicidad a los que merecen justicia: tu la invitas a cien [tragos] que yo los pago. En un plano menos magicorrealista, el dinero es lo que le permitió a Sabina comprar el piso contiguo al que ha habitado desde hace muchos años en Tirso de Molina, cuya adquisición, para la que necesitaba conciertos y dinero, lo motivó a salir del marasmo en que lo había dejado el marichalazo . Como poesía, pues, el dinero pasa a ser un hermoso sabinismo: permite realizar algunas fantasías y sobre todo, compartir el gusto de esas poeticidades con los demás. Como economía, sin embargo, el dinero no se toca: ahí el aliento de Sabina empieza a oler al de Quevedo. El dinero no se toca cuando éste le exige al poeta que le dé su tiempo y su imaginación: a ese nivel empresarial, Sabina no juega ni con guantes, porque, como Quevedo, sabe que el juego mancha. Sin embargo, el sabinismo económico no termina ahí: en En carne viva al poeta del dinero le es imprescindible poetizar su filosofía empresarial como antimarxista, en el sentido de que usa la mano de obra de sus músicos pero no la explota. Todo capitalismo, quiere decir el poeta, no es necesariamente explotador. Marx se equivocó, este capitalismo de Sabina no lo es. Entonces, ¿qué tipo de capitalista es este poeta de bolsillos cómodos? Pues, por supuesto, un capitalista sui generis, interesado más en pagar bien que en robarse la plusvalía. Capitalismo patas arriba: en el de Sabina —¿el único capitalismo poético?— pagarle a los obreros lo que éstos se merecen, enriquece.
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El poeta del desface: sexto sabinismo
¿Cómo no saltar de emoción al enterarte de que, en la biografía del poeta, como en la tuya propia, un gran desface trama la relación de aquél con otro de los dioses importantes de la cultura popular? ¿Cómo no experimentar la proximidad entre la mortalidad del poeta y la propia, cuando el poeta aseguraba que había llegado tarde al mundo de Diego Maradona, el mago de los pies ágiles? ¿Cómo no sentirse grande, como otro poeta más, al saber que Sabina conoció a Maradona cuando el dios del balón ya no era Maradona ? En En carne viva , la última de las fotos es una de Sabina y Maradona, tomada en Buenos Aires en 2006, en la que ambos cantan Y nos dieron las diez , uno de las canciones más escuchadas de Sabina. Pero, nos asegura el poeta, la amistad entre el literato y el futbolista es un fruto tardío, pues el poeta, más torero que futbolista, nunca siguió a Maradona cuando éste estaba en el apogeo de su divinidad. Sabina no es un poeta, como tantos otros, futbolero; aun así, el dios de la pelota argentina, vestido en la foto casi como Sabina, se arrodilló frente al poeta para que éste lo dejara cantar con él. ¿Se imaginan lo que deben querer los argentinos a Sabina, viendo que San Diego se doblaba ante el bardo? Como me pasó a mí, que llegué tarde al universo de Sabina, al poeta también se le había hecho tarde el encuentro con la mano de Dios . Sabina, como yo, había incurrido en una omisión seria, aunque, por su condición de dios, no ha tenido que expiar las culpas —¿como yo, que escribo con sangre?— sino que, todo lo contrario, el dios omitido de las piernas mágicas, en vez de fulminar al poeta por su indiferencia olímpica, se le ha rendido a los pies para que el poeta lo deje jugar en su juego: la canción.
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¿Un poeta reaccionario?: séptimo sabinismo
Como Quevedo, que vivió en el equívoco de la monarquía, nos preguntamos, ¿se han equivocado alguna vez las palabras de Sabina? Cuando el poeta decía, quién hará mi trabajo, debajo de tu falda , ¿confundía el sensualismo católico, barroco, demasiado barroco , con la ética protestante del hard work to heaven ? ¿Cómo hablar de trabajo en el espacio del sexo a quemarropa que poetiza esta canción? ¿De qué sabinismo hablamos cuando el poeta, ante una pregunta sobre la candidata y presidenta chilena, Michelle Bachelet, respondía que, como el uruguayo Tabaré Vázquez y un poco como Kirchner y como Lula, [Bachelet] está en el lado razonable y europeo de las cosas ? ¿Se trata de un sabinismo ilustrado? ¿De otro eurocentrismo? ¿De un punto ciego? ¿Qué ha querido decir el poeta: que la razón europea no ha creado monstruos? ¿Que estar fuera del consenso europeo conlleva a la barbarie? ¿Se confunde el poeta al hablar como el político? ¿Cómo entender el miedo que le tenía Sabina al fundamentalismo étnico de Ollanta Humala en el contexto de la historia peruana? ¿Se vale, como se plantea en En carne viva , coincidir políticamente con Vargas Llosa, acérrimo enemigo de Humala, y salir ileso de esa convergencia electoral? ¿Aceptamos sin más las palabras del poeta: A mi me asusta mucho más Ollanta Humala, el fundamentalista étnico peruano que se ha metido ahí, se ha colado, en una fiesta en la que no estaba invitado ? ¿No es Alan García un personaje mucho más aterrador? ¿No es Vargas Llosa, políticamente hablando, un esperpento mayor? ¿Cómo puede la reivindicación étnica dar miedo en un país como Perú? ¿De dónde viene el miedo del poeta, un andaluz que ha cruzado tantos tejados en la noche? ¿Quién en el Perú le tenía miedo a Humala? ¿Apoyaba Estados Unidos a García o a Humala? ¿Se ha equivocado el poeta? ¿Se ha resbalado el pequeño dios de Atocha? ¿Dónde está el poeta que decía la paz que has elegido es peor que mi guerra ?
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LQSomos. Francisco Cabanillas. Abril de 2007
Bowling Green State University
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LQsomos/17/01/2008

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