01/02/2008
Entrevista-chat con el politólogo, ensayista y profesor Bertrand Badie*
Le Monde
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Traducido por Caty R.
Le Monde
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Traducido por Caty R.
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¿Cuáles son las causas del sentimiento antioccidental en Oriente Próximo?
Todos los sentimientos de protesta, malestar e incluso de denuncia, tienen su origen en las relaciones internacionales y dentro de las lógicas de la dominación. El ejercicio del poder suscita la frustración por todas partes. Cuando se opera en zonas afectadas al mismo tiempo por la crisis económica y social, por el fracaso institucional, y sobre todo por la guerra, eso se traduce inevitablemente en un incremento del conflicto. En el ámbito regional y mundial se hallan los mismos mecanismos que se observan corrientemente en todas las sociedades.
Hasta 1990, Oriente Próximo era un campo cerrado de enfrentamientos entre las grandes potencias. Ninguna tenía el monopolio del poder y así no corría el riesgo de asumir por sí sola la cólera de quienes se sentían víctimas de una situación insoportable. Actualmente, Estados Unidos es el único que afirma su liderazgo mientras que Europa occidental tiende a frenar sus actuaciones autónomas que la distinguían de Washington.
En ese contexto, cualquier fracaso en el espacio de Oriente Próximo, cualquier frustración, cualquier humillación, todos los sufrimientos, se cargan en la cuenta de la hegemonía occidental, real o reconstituida, pero en todos los casos percibida mayoritariamente como la auténtica fuente de los hechos que se desarrollan.
Efectivamente, hay que contar con un auge fulminante de ese sentimiento, que se ha convertido en un parámetro esencial de la crisis que se desarrolla en esa región hiperconflictiva. Mientras que los regímenes cada vez son más frágiles e inseguros, las sociedades cada vez son más activas y contundentes. Si no se frena esa erupción de comportamientos antioccidentales la paz será, obviamente, más difícil de construir.
Con la actitud del actual presidente, ¿Se puede hablar de ruptura de la diplomacia francesa con Oriente Próximo? Y en caso afirmativo, ¿cómo describirla?
Indiscutiblemente existe la ruptura. Hay que recordar que, desde hace por lo menos 40 años, Oriente Próximo es el espacio privilegiado en el que la diplomacia francesa ha marcado sus diferencias con Estados Unidos y ha concretado sus aspiraciones de ejercer una política independiente. Desde la Guerra de los Seis Días se constituyó lo que se llamó, quizá torpemente, una «política árabe de Francia» que se basaba, en primer lugar, en un acercamiento singular al conflicto israelopalestino. También se basaba en un diálogo privilegiado con el conjunto de las capitales del mundo árabe, cualquiera que fuese la orientación de cada régimen. Por otra parte, marcaba una concepción particular del acercamiento diplomático a la región, haciendo hincapié en el arraigo histórico y social de los vínculos que unían a Francia con el mundo árabe.
En resumen, esta mezcla de diplomacia independiente y una aproximación más sensible que la de los demás a los componentes sociales y culturales del mundo árabe se encarnó, casi sin distinción, en todos los presidentes de la República, desde el general de Gaulle hasta Jacques Chirac.
Al llegar al poder, Nicolas Sarkozy seguramente ha trasladado dicha política a otro contexto. En primer lugar, su profesión de fe atlantista ha salvado, en parte, el foso que separaba la diplomacia francesa de la diplomacia estadounidense en la región. Después, su marcada aproximación a Israel suscitó la desconfianza del mundo árabe y muy pronto le condujo a difuminar la trascendencia del enfoque francés sobre el conflicto israelopalestino en el mundo occidental. Se puede añadir a eso que las relaciones con el resto de Oriente Próximo también se trivializaron: la distinción francesa en cuanto a Iraq se ha esfumado mientras Nicolas Sarkozy tiende a marcar cada vez menos las distancias con Estados Unidos sobre la cuestión iraní.
En cuanto a Líbano, la difícil herencia de la Resolución 1559 sólo dejaba al nuevo presidente un pequeño margen de movimiento, que se encontró completamente bloqueado por el fracaso de las iniciativas francesas en cuanto a la elección presidencial. También hay que poner de relieve otros parámetros: la crispación de la política francesa en el asunto de la emigración bloquea cualquier iniciativa en dirección al Magreb; El proyecto Euromediterráno, probablemente concebido para equilibrar estas nuevas opciones, aparece más difícil de llevarse a cabo dado que la nueva política suscita desconfianza y escepticismo en el mundo árabe. En resumen, esta mezcla de repercusiones de una estrategia global y de elecciones emocionales, quizá no lo suficiente atentas a los datos regionales, crea las condiciones de una ruptura que será difícil de administrar.
¿El proyecto de Unión mediterránea tiene contenido realmente o no fue más que un golpe mediático destinado a detener la candidatura de Turquía a la Unión Europea?
Obviamente, el proyecto puede tener un cierto contenido, aunque sólo sea porque es viejo como el mundo. Todas las iniciativas internacionales que se han desplegado en Europa desde el principio de los tiempos se concentraron en el Mediterráneo y en el proyecto de hacer un centro de gravedad político, social y cultural. Después de todo así se constituyó el Imperio romano, y el sueño británico de hegemonía europea pasaba por convertir el Mediterráneo en un lago inglés. No hay, por lo tanto, nada realmente nuevo, ya que todo el mundo está convencido de que el Mediterráneo oriental es un poco el nudo de todas las culturas que concurren en nuestra actual modernidad y que también es el cráter del sistema internacional, el lugar desde el que cual podría empezar una conflagración mundial. Es normal que todos los esfuerzos se refieran a dicha Unión. Pero tomemos, precisamente, en cuenta estos esfuerzos: han sido numerosos hasta hace poco tiempo si consideramos, especialmente, el proceso de Barcelona.
Estos esfuerzos no dieron gran cosa. Precisamente porque la construcción de un conjunto mediterráneo no puede ser, en el contexto actual, sino un deseo piadoso que no tiene en cuenta todo un conjunto de tensiones que el sistema internacional es incapaz de administrar. Es peligroso tomar el problema a la inversa, creer que una Unión mediterránea podrá superar la división, mientras que ésta, en primer lugar, está abastecida por conflictos que las graves actuaciones diplomáticas no hacen más que prolongar.
Creer que hoy se puede hacer trabajar juntos a Siria, Israel, Turquía, Grecia, Chipre, Palestina, Libia y los países del sur de Europa mientras se mantienen una lucha y una estigmatización contra la emigración, es una perfecta utopía. Para que se realice un verdadero proyecto en el Mediterráneo es necesario, en primer lugar, trabajar por la resolución de estos conflictos, y por otra parte crear dinámicas de integración entre estas sociedades que vayan más allá de las palabras para, de hecho, conseguir una auténtica transformación de los comportamientos sociales y las culturas.
¿La política exterior de Francia en Oriente Próximo no va a remolque de la de Estados Unidos? ¿No cree que la construcción de una base militar francesa en el Golfo podría causar complicaciones en Francia, como por ejemplo atentados terroristas?
Una cosa es cierta: la construcción de una base francesa en Abu Dhabi coloca a Francia en el centro de cualquier conflicto que pudiera surgir mañana en el Golfo. Francia siempre ha estado presente en el Golfo, especialmente gracias a los barcos de la marina francesa. Pero esa forma de inserción le daba flexibilidad, le permitía elegir en cualquier momento entre estar en primera línea o mantenerse al margen. Una base permanente, si realmente es de lo que se trata, que implicaría al ejército de tierra, a la aviación y a la marina, podría crear el riesgo de convertir nuestra presencia en un objetivo fijo en una eventual crisis en el Golfo. Esta elección me parece tanto más arriesgada en cuanto que es muy difícil imaginar cómo podría ser la configuración de una crisis en el Golfo Pérsico. Si ésta se vincula principalmente a la elección iraní de disponer del arma nuclear, la presencia militar francesa no puede más que reforzar nuestra alineación con la política elaborada por Washington.
Pero cabe imaginar otros factores de crisis y confrontación en la región, algunos de los cuales hoy no son previsibles. En el Golfo, lo mismo pueden repercutir las evoluciones dramáticas de Pakistán, de Iraq, o incluso cualquier desestabilización que pudiera surgir en la Península árabe. Por lo tanto no podemos saber a priori cuáles serían los intereses franceses y, efectivamente, se pueden temer los efectos de un engranaje que nos implicaría sin que hayamos hecho una auténtica elección política.
Actualmente, Oriente Próximo está demasiado inestable para poder anticipar nuestras opciones estratégicas de mañana o pasado mañana.
¿No es demasiado pronto para hablar de ruptura?
Tiene razón al sugerir una cierta prudencia. Es demasiado pronto para describir una política exterior que al fin y al cabo todavía no se ha enfrentado a la prueba de una crisis aguda. En cualquier caso, en este momento, la ruptura de la que hablamos me parece real por tres razones –como mínimo- que forman parte, de antemano, del proceso de elaboración de la política exterior.
En primer lugar, deriva de una modificación de la política francesa con respecto a Estados Unidos y al bloque atlántico: como decía, Oriente Próximo era el lugar por excelencia donde Francia expresaba su diferencia. Si en la actualidad se está reduciendo esta diferencia, la política de Francia en Oriente Medio sólo puede resentirse.
En segundo lugar, los postulados evolucionaron indiscutiblemente a través, en particular, de una revalorización de las relaciones entre Francia e Israel, ciertamente empezada bajo la presidencia de Jacques Chirac, pero ratificada en cuanto al fondo y la elección subyacente por Nicolas Sarkozy.
Por último, la política de Francia en relación con la emigración y la estigmatización de ésta sólo pueden crear una incertidumbre largamente palpable en las sociedades del mundo árabe que extiende, también allí, las cuestiones planteadas por las iniciativas francesas en materia de vigilancia bajo la presidencia de Jacques Chirac.
Este reajuste de naturaleza social, cultural e ideológica tiene un peso nada desdeñable. No olvidemos que para el mundo árabe cada vez es más difícil encontrar acogida para sus expectativas en los países del norte por la incomprensión que existe actualmente en el mundo. Huérfana del bloque soviético, la parte más radical del mundo árabe buscó, en los años noventa, compensar esa ruptura fijando sus esperanzas en Europa. Francia pudo constituir, durante un tiempo, un lugar de reequilibrio que se está volviendo totalmente improbable por el cariz que está tomando en la actualidad la política francesa. Quizá por eso la ruptura es en realidad más profunda de lo que podría creerse: Francia, al difuminarse en el mundo occidental, pierde esa excepcionalidad tradicional que todavía le asignaba un lugar aparte en las asociaciones que se ofrecían al mundo árabe.
Entonces, ¿la era pro árabe de la política exterior francesa está cerrada o no?
Hay que desconfiar de las afirmaciones simplistas. La política exterior francesa no es un conjunto unificado que ayer habría personificado el pro arabismo y hoy personificaría lo contrario. Estamos más en el plano de la representación y la imagen que en el análisis objetivo. Más simplemente, las orientaciones de la política gaullista y postgaullista, en cualquier caso desde 1967, contribuyeron a establecer un diálogo original con el mundo árabe que costó muchas inversiones materiales y simbólicas, sobre las cuáles sí podemos preguntarnos hoy si realmente tienen posibilidades de permanecer y ser productivas. Realmente esas inversiones son tan sólidas que es poco probable que se pueda renunciar a ellas de una forma brutal y completa.
¿No se podría decir también que el mundo árabe desaprovechó la buena disposición de Francia hacia los árabes durante años? ¿No se podría afirmar asimismo que los países árabes nunca han favorecido especialmente una visión francesa de la paz en Oriente Próximo? Francia estaba bien dispuesta gracias a su poder de atracción, pero el mundo árabe, ¿qué hizo con esta oferta? No mucho, ¿no?
Eso es incontestable. Es necesario entender en primer lugar que el mundo árabe no ha sabido superar el trauma que le supuso el fin de la bipolaridad. En realidad, el orden bipolar aparecía al hilo del tiempo como el elemento regulador de todas estas crisis que se acumulaban en Oriente Próximo. Era precisamente este juego el que permitía limitar los efectos de los conflictos, impidiendo que una parte –ahora es Israel- pudiera triunfar plenamente cuando llegaba el momento de las confrontaciones directas.
Cuando la URSS desapareció como coadministradora del orden mundial, nadie supo sustituirla en esta región del mundo. Entonces surgió un terrible desequilibrio de fuerzas que condujo a una parte del mundo árabe a reforzar su lealtad hacia Washington, y a la otra a acelerar su escalada antiestadounidense y a constituirse un papel de discordante permanente. Entre una mayor sumisión de una parte y una creciente divergencia de la otra, Europa en general, y Francia en particular, tenía efectivamente menos posibilidades de encontrar un punto de apoyo que le permitiera entrar en la escena regional.
Hay que añadir a eso la creciente debilidad de estos regímenes políticos, poco legítimos, mal afianzados entre opinión pública y que inevitablemente se convertían en los principales objetivos de los atolladeros diplomáticos en Oriente Próximo. El incremento de una opinión pública cada vez más antioccidental, especialmente antiestadounidense, en primer lugar perjudicó al régimen de Mubarak en Egipto, así como debilitó al régimen jordano y hoy, probablemente, la presidencia de Mahmud Abbas. Frente a este diálogo imposible entre la diplomacia árabe y Estados Unidos, así como entre la opinión árabe y los gobiernos de la región, el lugar de una tercera parte se volvía cada vez mucho más difícil.
A eso se añaden la particularidad y complejidad de la crisis libanesa, que en realidad redujo significativamente el margen de maniobra de la diplomacia francesa en Oriente Próximo y contribuyó, especialmente, a alejarla del régimen sirio.
Un tercer componente es que la dificultad, para Francia, de articular una línea diplomática ante la cuestión iraquí no contribuyó ciertamente a facilitar las cosas.
Quisiera saber cuál es el peso real de Hezbolá y Hamás y si no sería necesario sacar, de alguna forma, a Hamás de la lista de las organizaciones terroristas; o al menos hacer gestos muy significativos para facilitar las negociaciones
Hezbolá y Hamás son los protagonistas políticos en Oriente Próximo, pero en primer lugar, y sobre todo, son movimientos sociales que expresan, tanto en un caso como en el otro, el desasosiego de una parte de la sociedad libanesa y de una gran mayoría de la sociedad palestina.
Hay que cuidarse de juzgar a estas organizaciones únicamente en función de su orientación ideológica. Hay que admitir, especialmente a través de sus éxitos electorales, que encarnan uno de los elementos esenciales de la crisis social de Oriente Próximo. Son portadoras de las frustraciones de la población chií libanesa y de una población palestina abandonada a su suerte y convencida de la impotencia de las instituciones internacionales y de la comunidad internacional. Con su violencia expresan la descomposición del orden social de esta región del mundo. Desde un determinado punto de vista no son propietarios de su violencia, sino transmisores de una violencia social que resulta de tantos años y decenios de fracasos, de los que estas poblaciones son las principales víctimas. Por lo tanto está claro que cualquier maniobra destinada a excluirlos del juego político y diplomático es una estratagema que corre el riesgo de revelarse completamente ineficaz.
Actualmente, como ayer en la crisis argelina o en cualquier guerra colonial, la paz pasa por la negociación con todos los protagonistas representativos. La ventaja que representaba en su tiempo la ascensión de Hamás al gobierno en Palestina es que nos dio una posibilidad de evaluar el coste de una verdadera paz, es decir, de una paz que podía ser garantizada por una organización que portaba las esperanzas de los elementos más radicales de la sociedad. Habría sido necesario entonces dar la oportunidad a una negociación en la que Hamás se habría visto obligado a comprometerse si se le hubiera respetado como a un auténtico protagonista gubernamental.
No se hizo y, desgraciada y dramáticamente, se dio al mismo tiempo una nueva oportunidad a la violencia más radical y una nueva coartada para cualquier forma de expresión trágica de la frustración y la incomprensión.
¿Qué piensa de la aparición de una entidad política muy cercana a la independencia y en pleno desarrollo económico en el Kurdistán iraquí? Francia, que enseguida tendrá allí un representante permanente, parece tomar nota de este acontecimiento.
Este proceso no es sorprendente en la medida en que la intervención estadounidense en Iraq se basó, en parte, en la dinámica de una autonomización del Kurdistán que condujo a la creación de instituciones que se acercan a la instauración de una entidad soberana. Parece que se está empezando a frenar esta dinámica, suscitando la inquietud y la sorpresa de los socios principales, incluido Estados Unidos, que parece apoyar discretamente la ofensiva turca al norte del Kurdistán. No estoy seguro de que la región, al igual que la comunidad internacional, estén dispuestas a aceptar el nacimiento de un Estado kurdo. Éste crearía tanta tensión y desestabilización que pienso que todavía tiene que seguir existiendo un consenso para contener un proceso de ese tipo.
¿Usted dice que Hamás no es «propietario de [su] de violencia»? ¿No es él quien organiza los atentados suicidas?
Lo que quiero decir es que esta violencia que, efectivamente, se personifica en Hamás como en muchos otros protagonistas de la región, encuentra sus fundamentos, en primer lugar y sobre todo, en la subida fulgurante de una violencia social que contiene al mismo tiempo el estado de desesperación y la enorme debilidad de las instituciones de la sociedad palestina. Por supuesto es responsabilidad de todas las organizaciones políticas contener esta violencia, tarea que, por otra parte, Hamás ha intentado hacer esporádicamente. Pero debemos reconocer que el grado de violencia social alcanzado en esta región del mundo supera las opciones estratégicas y suscita tantas formas de actuación que ninguna organización puede pretender por sí sola tener el pleno control de todo este juego. Por lo tanto es necesario trabajar sobre todo para disminuir esa violencia que, por otra parte, es compartida en común por todos y nadie puede afirmar de ella que es una propiedad exclusiva de otros.
Por todas partes se oye la expresión revolución neoconservadora en Francia desde la llegada de Sarkozy al poder. ¿Cómo explicarlo mientras que el centro de gravedad del neoconservadurismo se va a hundir dentro de poco con la salida de Bush de la Casa Blanca? ¿Cómo explica el endurecimiento de París frente a Irán y Siria mientras que habla de Unión mediterránea? ¿Cómo explica el «no» a Turquía y la apertura hacia Ankara desde hace algunos meses? ¿La diplomacia de Sarkozy no es, de hecho, una sucesión de contradicciones que avanza a trompicones y corre el riesgo de revelarse peligrosa finalmente?
Pienso que no se puede afirmar que el neoconservadurismo se derrumbará con las próximas elecciones presidenciales. La doctrina neoconservadora, como corriente ideológica, no sólo está afianzada actualmente en la cultura política estadounidense, sino también en el corazón de las ideas que irrigan hoy el mundo occidental. Lo que caracteriza al neoconservadurismo es al mismo tiempo la elección de unos valores que se basan en la certeza del predominio del modelo de la ciudad occidental y la pretensión de universalizar dichos valores e imponérselos a las demás culturas incluso, cuando proceda, haciendo uso de la fuerza. Esta ideología, que desde un cierto punto de vista prolonga el mesianismo colonial o las visiones imperiales tradicionales, ha tomado un nuevo impulso bajo el efecto de la quiebra de las grandes ideologías de izquierda, y es por eso por lo que con retraso estamos asistiendo en Francia a la constitución de una corriente de ideas que tiende a emparentarse. En realidad, la falta de una nueva ideología viene a dar a este tronco conservador un nuevo vigor que me parece susceptible de forjar las políticas exteriores, especialmente en el contexto de la Francia actual.
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Moderado por Gaidz Minassian.
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Texto original en francés:
http://www.lemonde.fr/web/chat/0,46-0@2-3218,55-999360,0.html
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*Bertrand Badie nació en París en 1950. Politólogo francés especialista en relaciones internacionales, ensayista y profesor en los centros universitarios «Institut d’etudes politiques de Paris» y en el «Centre d’études et de recherches internacionales (CERI)», ha escrito numerosas obras, la última «Le diplomate et l'intrus» (Fayard, 2007)
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Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.
¿Cuáles son las causas del sentimiento antioccidental en Oriente Próximo?
Todos los sentimientos de protesta, malestar e incluso de denuncia, tienen su origen en las relaciones internacionales y dentro de las lógicas de la dominación. El ejercicio del poder suscita la frustración por todas partes. Cuando se opera en zonas afectadas al mismo tiempo por la crisis económica y social, por el fracaso institucional, y sobre todo por la guerra, eso se traduce inevitablemente en un incremento del conflicto. En el ámbito regional y mundial se hallan los mismos mecanismos que se observan corrientemente en todas las sociedades.
Hasta 1990, Oriente Próximo era un campo cerrado de enfrentamientos entre las grandes potencias. Ninguna tenía el monopolio del poder y así no corría el riesgo de asumir por sí sola la cólera de quienes se sentían víctimas de una situación insoportable. Actualmente, Estados Unidos es el único que afirma su liderazgo mientras que Europa occidental tiende a frenar sus actuaciones autónomas que la distinguían de Washington.
En ese contexto, cualquier fracaso en el espacio de Oriente Próximo, cualquier frustración, cualquier humillación, todos los sufrimientos, se cargan en la cuenta de la hegemonía occidental, real o reconstituida, pero en todos los casos percibida mayoritariamente como la auténtica fuente de los hechos que se desarrollan.
Efectivamente, hay que contar con un auge fulminante de ese sentimiento, que se ha convertido en un parámetro esencial de la crisis que se desarrolla en esa región hiperconflictiva. Mientras que los regímenes cada vez son más frágiles e inseguros, las sociedades cada vez son más activas y contundentes. Si no se frena esa erupción de comportamientos antioccidentales la paz será, obviamente, más difícil de construir.
Con la actitud del actual presidente, ¿Se puede hablar de ruptura de la diplomacia francesa con Oriente Próximo? Y en caso afirmativo, ¿cómo describirla?
Indiscutiblemente existe la ruptura. Hay que recordar que, desde hace por lo menos 40 años, Oriente Próximo es el espacio privilegiado en el que la diplomacia francesa ha marcado sus diferencias con Estados Unidos y ha concretado sus aspiraciones de ejercer una política independiente. Desde la Guerra de los Seis Días se constituyó lo que se llamó, quizá torpemente, una «política árabe de Francia» que se basaba, en primer lugar, en un acercamiento singular al conflicto israelopalestino. También se basaba en un diálogo privilegiado con el conjunto de las capitales del mundo árabe, cualquiera que fuese la orientación de cada régimen. Por otra parte, marcaba una concepción particular del acercamiento diplomático a la región, haciendo hincapié en el arraigo histórico y social de los vínculos que unían a Francia con el mundo árabe.
En resumen, esta mezcla de diplomacia independiente y una aproximación más sensible que la de los demás a los componentes sociales y culturales del mundo árabe se encarnó, casi sin distinción, en todos los presidentes de la República, desde el general de Gaulle hasta Jacques Chirac.
Al llegar al poder, Nicolas Sarkozy seguramente ha trasladado dicha política a otro contexto. En primer lugar, su profesión de fe atlantista ha salvado, en parte, el foso que separaba la diplomacia francesa de la diplomacia estadounidense en la región. Después, su marcada aproximación a Israel suscitó la desconfianza del mundo árabe y muy pronto le condujo a difuminar la trascendencia del enfoque francés sobre el conflicto israelopalestino en el mundo occidental. Se puede añadir a eso que las relaciones con el resto de Oriente Próximo también se trivializaron: la distinción francesa en cuanto a Iraq se ha esfumado mientras Nicolas Sarkozy tiende a marcar cada vez menos las distancias con Estados Unidos sobre la cuestión iraní.
En cuanto a Líbano, la difícil herencia de la Resolución 1559 sólo dejaba al nuevo presidente un pequeño margen de movimiento, que se encontró completamente bloqueado por el fracaso de las iniciativas francesas en cuanto a la elección presidencial. También hay que poner de relieve otros parámetros: la crispación de la política francesa en el asunto de la emigración bloquea cualquier iniciativa en dirección al Magreb; El proyecto Euromediterráno, probablemente concebido para equilibrar estas nuevas opciones, aparece más difícil de llevarse a cabo dado que la nueva política suscita desconfianza y escepticismo en el mundo árabe. En resumen, esta mezcla de repercusiones de una estrategia global y de elecciones emocionales, quizá no lo suficiente atentas a los datos regionales, crea las condiciones de una ruptura que será difícil de administrar.
¿El proyecto de Unión mediterránea tiene contenido realmente o no fue más que un golpe mediático destinado a detener la candidatura de Turquía a la Unión Europea?
Obviamente, el proyecto puede tener un cierto contenido, aunque sólo sea porque es viejo como el mundo. Todas las iniciativas internacionales que se han desplegado en Europa desde el principio de los tiempos se concentraron en el Mediterráneo y en el proyecto de hacer un centro de gravedad político, social y cultural. Después de todo así se constituyó el Imperio romano, y el sueño británico de hegemonía europea pasaba por convertir el Mediterráneo en un lago inglés. No hay, por lo tanto, nada realmente nuevo, ya que todo el mundo está convencido de que el Mediterráneo oriental es un poco el nudo de todas las culturas que concurren en nuestra actual modernidad y que también es el cráter del sistema internacional, el lugar desde el que cual podría empezar una conflagración mundial. Es normal que todos los esfuerzos se refieran a dicha Unión. Pero tomemos, precisamente, en cuenta estos esfuerzos: han sido numerosos hasta hace poco tiempo si consideramos, especialmente, el proceso de Barcelona.
Estos esfuerzos no dieron gran cosa. Precisamente porque la construcción de un conjunto mediterráneo no puede ser, en el contexto actual, sino un deseo piadoso que no tiene en cuenta todo un conjunto de tensiones que el sistema internacional es incapaz de administrar. Es peligroso tomar el problema a la inversa, creer que una Unión mediterránea podrá superar la división, mientras que ésta, en primer lugar, está abastecida por conflictos que las graves actuaciones diplomáticas no hacen más que prolongar.
Creer que hoy se puede hacer trabajar juntos a Siria, Israel, Turquía, Grecia, Chipre, Palestina, Libia y los países del sur de Europa mientras se mantienen una lucha y una estigmatización contra la emigración, es una perfecta utopía. Para que se realice un verdadero proyecto en el Mediterráneo es necesario, en primer lugar, trabajar por la resolución de estos conflictos, y por otra parte crear dinámicas de integración entre estas sociedades que vayan más allá de las palabras para, de hecho, conseguir una auténtica transformación de los comportamientos sociales y las culturas.
¿La política exterior de Francia en Oriente Próximo no va a remolque de la de Estados Unidos? ¿No cree que la construcción de una base militar francesa en el Golfo podría causar complicaciones en Francia, como por ejemplo atentados terroristas?
Una cosa es cierta: la construcción de una base francesa en Abu Dhabi coloca a Francia en el centro de cualquier conflicto que pudiera surgir mañana en el Golfo. Francia siempre ha estado presente en el Golfo, especialmente gracias a los barcos de la marina francesa. Pero esa forma de inserción le daba flexibilidad, le permitía elegir en cualquier momento entre estar en primera línea o mantenerse al margen. Una base permanente, si realmente es de lo que se trata, que implicaría al ejército de tierra, a la aviación y a la marina, podría crear el riesgo de convertir nuestra presencia en un objetivo fijo en una eventual crisis en el Golfo. Esta elección me parece tanto más arriesgada en cuanto que es muy difícil imaginar cómo podría ser la configuración de una crisis en el Golfo Pérsico. Si ésta se vincula principalmente a la elección iraní de disponer del arma nuclear, la presencia militar francesa no puede más que reforzar nuestra alineación con la política elaborada por Washington.
Pero cabe imaginar otros factores de crisis y confrontación en la región, algunos de los cuales hoy no son previsibles. En el Golfo, lo mismo pueden repercutir las evoluciones dramáticas de Pakistán, de Iraq, o incluso cualquier desestabilización que pudiera surgir en la Península árabe. Por lo tanto no podemos saber a priori cuáles serían los intereses franceses y, efectivamente, se pueden temer los efectos de un engranaje que nos implicaría sin que hayamos hecho una auténtica elección política.
Actualmente, Oriente Próximo está demasiado inestable para poder anticipar nuestras opciones estratégicas de mañana o pasado mañana.
¿No es demasiado pronto para hablar de ruptura?
Tiene razón al sugerir una cierta prudencia. Es demasiado pronto para describir una política exterior que al fin y al cabo todavía no se ha enfrentado a la prueba de una crisis aguda. En cualquier caso, en este momento, la ruptura de la que hablamos me parece real por tres razones –como mínimo- que forman parte, de antemano, del proceso de elaboración de la política exterior.
En primer lugar, deriva de una modificación de la política francesa con respecto a Estados Unidos y al bloque atlántico: como decía, Oriente Próximo era el lugar por excelencia donde Francia expresaba su diferencia. Si en la actualidad se está reduciendo esta diferencia, la política de Francia en Oriente Medio sólo puede resentirse.
En segundo lugar, los postulados evolucionaron indiscutiblemente a través, en particular, de una revalorización de las relaciones entre Francia e Israel, ciertamente empezada bajo la presidencia de Jacques Chirac, pero ratificada en cuanto al fondo y la elección subyacente por Nicolas Sarkozy.
Por último, la política de Francia en relación con la emigración y la estigmatización de ésta sólo pueden crear una incertidumbre largamente palpable en las sociedades del mundo árabe que extiende, también allí, las cuestiones planteadas por las iniciativas francesas en materia de vigilancia bajo la presidencia de Jacques Chirac.
Este reajuste de naturaleza social, cultural e ideológica tiene un peso nada desdeñable. No olvidemos que para el mundo árabe cada vez es más difícil encontrar acogida para sus expectativas en los países del norte por la incomprensión que existe actualmente en el mundo. Huérfana del bloque soviético, la parte más radical del mundo árabe buscó, en los años noventa, compensar esa ruptura fijando sus esperanzas en Europa. Francia pudo constituir, durante un tiempo, un lugar de reequilibrio que se está volviendo totalmente improbable por el cariz que está tomando en la actualidad la política francesa. Quizá por eso la ruptura es en realidad más profunda de lo que podría creerse: Francia, al difuminarse en el mundo occidental, pierde esa excepcionalidad tradicional que todavía le asignaba un lugar aparte en las asociaciones que se ofrecían al mundo árabe.
Entonces, ¿la era pro árabe de la política exterior francesa está cerrada o no?
Hay que desconfiar de las afirmaciones simplistas. La política exterior francesa no es un conjunto unificado que ayer habría personificado el pro arabismo y hoy personificaría lo contrario. Estamos más en el plano de la representación y la imagen que en el análisis objetivo. Más simplemente, las orientaciones de la política gaullista y postgaullista, en cualquier caso desde 1967, contribuyeron a establecer un diálogo original con el mundo árabe que costó muchas inversiones materiales y simbólicas, sobre las cuáles sí podemos preguntarnos hoy si realmente tienen posibilidades de permanecer y ser productivas. Realmente esas inversiones son tan sólidas que es poco probable que se pueda renunciar a ellas de una forma brutal y completa.
¿No se podría decir también que el mundo árabe desaprovechó la buena disposición de Francia hacia los árabes durante años? ¿No se podría afirmar asimismo que los países árabes nunca han favorecido especialmente una visión francesa de la paz en Oriente Próximo? Francia estaba bien dispuesta gracias a su poder de atracción, pero el mundo árabe, ¿qué hizo con esta oferta? No mucho, ¿no?
Eso es incontestable. Es necesario entender en primer lugar que el mundo árabe no ha sabido superar el trauma que le supuso el fin de la bipolaridad. En realidad, el orden bipolar aparecía al hilo del tiempo como el elemento regulador de todas estas crisis que se acumulaban en Oriente Próximo. Era precisamente este juego el que permitía limitar los efectos de los conflictos, impidiendo que una parte –ahora es Israel- pudiera triunfar plenamente cuando llegaba el momento de las confrontaciones directas.
Cuando la URSS desapareció como coadministradora del orden mundial, nadie supo sustituirla en esta región del mundo. Entonces surgió un terrible desequilibrio de fuerzas que condujo a una parte del mundo árabe a reforzar su lealtad hacia Washington, y a la otra a acelerar su escalada antiestadounidense y a constituirse un papel de discordante permanente. Entre una mayor sumisión de una parte y una creciente divergencia de la otra, Europa en general, y Francia en particular, tenía efectivamente menos posibilidades de encontrar un punto de apoyo que le permitiera entrar en la escena regional.
Hay que añadir a eso la creciente debilidad de estos regímenes políticos, poco legítimos, mal afianzados entre opinión pública y que inevitablemente se convertían en los principales objetivos de los atolladeros diplomáticos en Oriente Próximo. El incremento de una opinión pública cada vez más antioccidental, especialmente antiestadounidense, en primer lugar perjudicó al régimen de Mubarak en Egipto, así como debilitó al régimen jordano y hoy, probablemente, la presidencia de Mahmud Abbas. Frente a este diálogo imposible entre la diplomacia árabe y Estados Unidos, así como entre la opinión árabe y los gobiernos de la región, el lugar de una tercera parte se volvía cada vez mucho más difícil.
A eso se añaden la particularidad y complejidad de la crisis libanesa, que en realidad redujo significativamente el margen de maniobra de la diplomacia francesa en Oriente Próximo y contribuyó, especialmente, a alejarla del régimen sirio.
Un tercer componente es que la dificultad, para Francia, de articular una línea diplomática ante la cuestión iraquí no contribuyó ciertamente a facilitar las cosas.
Quisiera saber cuál es el peso real de Hezbolá y Hamás y si no sería necesario sacar, de alguna forma, a Hamás de la lista de las organizaciones terroristas; o al menos hacer gestos muy significativos para facilitar las negociaciones
Hezbolá y Hamás son los protagonistas políticos en Oriente Próximo, pero en primer lugar, y sobre todo, son movimientos sociales que expresan, tanto en un caso como en el otro, el desasosiego de una parte de la sociedad libanesa y de una gran mayoría de la sociedad palestina.
Hay que cuidarse de juzgar a estas organizaciones únicamente en función de su orientación ideológica. Hay que admitir, especialmente a través de sus éxitos electorales, que encarnan uno de los elementos esenciales de la crisis social de Oriente Próximo. Son portadoras de las frustraciones de la población chií libanesa y de una población palestina abandonada a su suerte y convencida de la impotencia de las instituciones internacionales y de la comunidad internacional. Con su violencia expresan la descomposición del orden social de esta región del mundo. Desde un determinado punto de vista no son propietarios de su violencia, sino transmisores de una violencia social que resulta de tantos años y decenios de fracasos, de los que estas poblaciones son las principales víctimas. Por lo tanto está claro que cualquier maniobra destinada a excluirlos del juego político y diplomático es una estratagema que corre el riesgo de revelarse completamente ineficaz.
Actualmente, como ayer en la crisis argelina o en cualquier guerra colonial, la paz pasa por la negociación con todos los protagonistas representativos. La ventaja que representaba en su tiempo la ascensión de Hamás al gobierno en Palestina es que nos dio una posibilidad de evaluar el coste de una verdadera paz, es decir, de una paz que podía ser garantizada por una organización que portaba las esperanzas de los elementos más radicales de la sociedad. Habría sido necesario entonces dar la oportunidad a una negociación en la que Hamás se habría visto obligado a comprometerse si se le hubiera respetado como a un auténtico protagonista gubernamental.
No se hizo y, desgraciada y dramáticamente, se dio al mismo tiempo una nueva oportunidad a la violencia más radical y una nueva coartada para cualquier forma de expresión trágica de la frustración y la incomprensión.
¿Qué piensa de la aparición de una entidad política muy cercana a la independencia y en pleno desarrollo económico en el Kurdistán iraquí? Francia, que enseguida tendrá allí un representante permanente, parece tomar nota de este acontecimiento.
Este proceso no es sorprendente en la medida en que la intervención estadounidense en Iraq se basó, en parte, en la dinámica de una autonomización del Kurdistán que condujo a la creación de instituciones que se acercan a la instauración de una entidad soberana. Parece que se está empezando a frenar esta dinámica, suscitando la inquietud y la sorpresa de los socios principales, incluido Estados Unidos, que parece apoyar discretamente la ofensiva turca al norte del Kurdistán. No estoy seguro de que la región, al igual que la comunidad internacional, estén dispuestas a aceptar el nacimiento de un Estado kurdo. Éste crearía tanta tensión y desestabilización que pienso que todavía tiene que seguir existiendo un consenso para contener un proceso de ese tipo.
¿Usted dice que Hamás no es «propietario de [su] de violencia»? ¿No es él quien organiza los atentados suicidas?
Lo que quiero decir es que esta violencia que, efectivamente, se personifica en Hamás como en muchos otros protagonistas de la región, encuentra sus fundamentos, en primer lugar y sobre todo, en la subida fulgurante de una violencia social que contiene al mismo tiempo el estado de desesperación y la enorme debilidad de las instituciones de la sociedad palestina. Por supuesto es responsabilidad de todas las organizaciones políticas contener esta violencia, tarea que, por otra parte, Hamás ha intentado hacer esporádicamente. Pero debemos reconocer que el grado de violencia social alcanzado en esta región del mundo supera las opciones estratégicas y suscita tantas formas de actuación que ninguna organización puede pretender por sí sola tener el pleno control de todo este juego. Por lo tanto es necesario trabajar sobre todo para disminuir esa violencia que, por otra parte, es compartida en común por todos y nadie puede afirmar de ella que es una propiedad exclusiva de otros.
Por todas partes se oye la expresión revolución neoconservadora en Francia desde la llegada de Sarkozy al poder. ¿Cómo explicarlo mientras que el centro de gravedad del neoconservadurismo se va a hundir dentro de poco con la salida de Bush de la Casa Blanca? ¿Cómo explica el endurecimiento de París frente a Irán y Siria mientras que habla de Unión mediterránea? ¿Cómo explica el «no» a Turquía y la apertura hacia Ankara desde hace algunos meses? ¿La diplomacia de Sarkozy no es, de hecho, una sucesión de contradicciones que avanza a trompicones y corre el riesgo de revelarse peligrosa finalmente?
Pienso que no se puede afirmar que el neoconservadurismo se derrumbará con las próximas elecciones presidenciales. La doctrina neoconservadora, como corriente ideológica, no sólo está afianzada actualmente en la cultura política estadounidense, sino también en el corazón de las ideas que irrigan hoy el mundo occidental. Lo que caracteriza al neoconservadurismo es al mismo tiempo la elección de unos valores que se basan en la certeza del predominio del modelo de la ciudad occidental y la pretensión de universalizar dichos valores e imponérselos a las demás culturas incluso, cuando proceda, haciendo uso de la fuerza. Esta ideología, que desde un cierto punto de vista prolonga el mesianismo colonial o las visiones imperiales tradicionales, ha tomado un nuevo impulso bajo el efecto de la quiebra de las grandes ideologías de izquierda, y es por eso por lo que con retraso estamos asistiendo en Francia a la constitución de una corriente de ideas que tiende a emparentarse. En realidad, la falta de una nueva ideología viene a dar a este tronco conservador un nuevo vigor que me parece susceptible de forjar las políticas exteriores, especialmente en el contexto de la Francia actual.
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Moderado por Gaidz Minassian.
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Texto original en francés:
http://www.lemonde.fr/web/chat/0,46-0@2-3218,55-999360,0.html
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*Bertrand Badie nació en París en 1950. Politólogo francés especialista en relaciones internacionales, ensayista y profesor en los centros universitarios «Institut d’etudes politiques de Paris» y en el «Centre d’études et de recherches internacionales (CERI)», ha escrito numerosas obras, la última «Le diplomate et l'intrus» (Fayard, 2007)
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Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.
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Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.
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