La ruptura de la diplomacia francesa
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por Thierry Meyssan*
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El presidente francés Nicolas Sarkozy, presentó a los dirigentes e invitados del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia) la nueva política francesa hacia Israel. El año 2008, que coincide con el aniversario 60 de la proclamación unilateral del Estado de Israel, será también un año de espectacular acercamiento entre París y Tel Aviv, acercamiento que está en total contradicción con la política tradicional de la V República, según observa Thierry Meyssan. Aunque los editorialistas de los medios franceses de difusión no han abordado la importancia de la cuestión, las cancillerías extranjeras se interrogan sobre los fundamentos ideológicos y las consecuencias de este cambio de rumbo.
El presidente francés Nicolas Sarkozy, presentó a los dirigentes e invitados del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia) la nueva política francesa hacia Israel. El año 2008, que coincide con el aniversario 60 de la proclamación unilateral del Estado de Israel, será también un año de espectacular acercamiento entre París y Tel Aviv, acercamiento que está en total contradicción con la política tradicional de la V República, según observa Thierry Meyssan. Aunque los editorialistas de los medios franceses de difusión no han abordado la importancia de la cuestión, las cancillerías extranjeras se interrogan sobre los fundamentos ideológicos y las consecuencias de este cambio de rumbo.
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El 13 de febrero de 2008, Nicolas Sarkozy fue el invitado de honor de la cena anual del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF). En ese marco Sarkozy pronunció un discurso particularmente importante en el que precisó su definición del papel de las religiones y fijó las líneas generales de la nueva política de Francia hacia Israel.
El contenido central de dicha intervención se vio eclipsado por una polémica sobre el nuevo capricho de Sarkozy. Efectivamente, como conclusión de su alocución, Nicolas Sarkozy anunció que había decidido –él solo– responsabilizar a cada niño de 5º grado de la enseñanza primaria con la conservación del recuerdo de un niño francés víctima de los nazis. Dejemos de lado esta concepción autócrata del ejercicio del poder y esta voluntad de proselitismo dirigido hacia los niños de 10 años, aunque ambas son ilustrativas del viraje brutalmente antidemocrático del funcionamiento de las instituciones francesas, y volvamos a la cena del CRIF y al sentido profundo del discurso del presidente de la República.
Contrariamente a lo que su nombre sugiere, el Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF) no representa –o más bien, ya no representa– a todos los judíos de Francia. Esta organización, que durante la época en que su presidente era Theo Klein apoyó al Estado de Israel desde una posición de crítica, se ha convertido hoy en una simple correa de transmisión del movimiento sionista. Hoy en día, el CRIF lucha contra la República Francesa acusando de «asimilacionismo» a los judíos republicanos herederos de la Revolución y del abate Gregoire. Actúa además como un lobby o grupo de influencia al estilo estadounidense y mantiene estrechos vínculos con el AIPAC y el AJC de Estados Unidos. Desde el año 2001 hasta el 2006, su presidente fue el banquero Roger Cukierman, secretario general del grupo financiero Rothschild, quien endureció considerablemente las posiciones de dicho Consejo. Su actual presidente es el cardiólogo Richard Prasquier, también vinculado a la dinastía Rothschild.
La cena anual del CRIF se ha ido imponiendo poco a poco como uno de los eventos mundanos de París. Asistir a ella equivale a dar una muestra de apoyo a Israel y quienes lo hacen dejan entrever que cuentan con el apoyo de este lobby. Dada la influencia que se le atribuye a esta organización, los políticos oportunistas hacen todo lo posible por obtener una invitación, por muy caro que les cueste el asiento, porque no se trata de una cena gratuita.
Aunque parlamentarios y miembros del gobierno se agolpan en la cena anual del CRIF, lo normal es que el presidente de la República no participe nunca en ese evento ya que su función le prohíbe ofrecer tan ostensible muestra de apoyo a un grupo de presión determinado. A pesar de ello, Francois Mitterrand violó esa regla una vez (en 1991), por razones de índole electoralista que, por cierto, no dicen mucho a su favor. En cuanto a Nicolas Sarkozy, este se complace en hacer uso y abuso de su función de presidente de la República para favorecer a sus amigos. Si ya honró con su presencia las reuniones de diferentes grupos de influencia, bien podía participar en la del CRIF.
Fue así que, ante un millar de invitados partidarios del sionismo –o que fingen serlo–, casi todos vinculados a su propio gobierno, Nicolas Sarkozy definió la nueva política de Francia hacia Israel. El evento se transmitía en vivo y en directo a través del canal de televisión del parlamento francés y del canal de opinión Guysen TV. Así son las cosas, en aplicación del principio del doble rasero, el canal Al-Manar fue prohibido en Francia por temor a que importe a este país los conflictos del Medio Oriente, pero Guysen TV –que tiene exactamente las mismas características, pero se encuentra al servicio de la ocupación israelí– está autorizado a transmitir sus programas a Francia.
El contenido central de dicha intervención se vio eclipsado por una polémica sobre el nuevo capricho de Sarkozy. Efectivamente, como conclusión de su alocución, Nicolas Sarkozy anunció que había decidido –él solo– responsabilizar a cada niño de 5º grado de la enseñanza primaria con la conservación del recuerdo de un niño francés víctima de los nazis. Dejemos de lado esta concepción autócrata del ejercicio del poder y esta voluntad de proselitismo dirigido hacia los niños de 10 años, aunque ambas son ilustrativas del viraje brutalmente antidemocrático del funcionamiento de las instituciones francesas, y volvamos a la cena del CRIF y al sentido profundo del discurso del presidente de la República.
Contrariamente a lo que su nombre sugiere, el Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF) no representa –o más bien, ya no representa– a todos los judíos de Francia. Esta organización, que durante la época en que su presidente era Theo Klein apoyó al Estado de Israel desde una posición de crítica, se ha convertido hoy en una simple correa de transmisión del movimiento sionista. Hoy en día, el CRIF lucha contra la República Francesa acusando de «asimilacionismo» a los judíos republicanos herederos de la Revolución y del abate Gregoire. Actúa además como un lobby o grupo de influencia al estilo estadounidense y mantiene estrechos vínculos con el AIPAC y el AJC de Estados Unidos. Desde el año 2001 hasta el 2006, su presidente fue el banquero Roger Cukierman, secretario general del grupo financiero Rothschild, quien endureció considerablemente las posiciones de dicho Consejo. Su actual presidente es el cardiólogo Richard Prasquier, también vinculado a la dinastía Rothschild.
La cena anual del CRIF se ha ido imponiendo poco a poco como uno de los eventos mundanos de París. Asistir a ella equivale a dar una muestra de apoyo a Israel y quienes lo hacen dejan entrever que cuentan con el apoyo de este lobby. Dada la influencia que se le atribuye a esta organización, los políticos oportunistas hacen todo lo posible por obtener una invitación, por muy caro que les cueste el asiento, porque no se trata de una cena gratuita.
Aunque parlamentarios y miembros del gobierno se agolpan en la cena anual del CRIF, lo normal es que el presidente de la República no participe nunca en ese evento ya que su función le prohíbe ofrecer tan ostensible muestra de apoyo a un grupo de presión determinado. A pesar de ello, Francois Mitterrand violó esa regla una vez (en 1991), por razones de índole electoralista que, por cierto, no dicen mucho a su favor. En cuanto a Nicolas Sarkozy, este se complace en hacer uso y abuso de su función de presidente de la República para favorecer a sus amigos. Si ya honró con su presencia las reuniones de diferentes grupos de influencia, bien podía participar en la del CRIF.
Fue así que, ante un millar de invitados partidarios del sionismo –o que fingen serlo–, casi todos vinculados a su propio gobierno, Nicolas Sarkozy definió la nueva política de Francia hacia Israel. El evento se transmitía en vivo y en directo a través del canal de televisión del parlamento francés y del canal de opinión Guysen TV. Así son las cosas, en aplicación del principio del doble rasero, el canal Al-Manar fue prohibido en Francia por temor a que importe a este país los conflictos del Medio Oriente, pero Guysen TV –que tiene exactamente las mismas características, pero se encuentra al servicio de la ocupación israelí– está autorizado a transmitir sus programas a Francia.
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Un breve regreso al pasado se hace necesario para poder comprender el trasfondo de lo sucedido.
Históricamente, Francia se apoyó en la población judía del norte de África para controlar a la populación musulmana de Argelia (decreto Cremieux de 1870). Más tarde se apoyó en la colonia judía israelí para luchar contra la soberanía del Egipto independiente sobre el Canal de Suez y contra las redes internacionales del FLN argelino. Sin embargo, en 1961, poniendo sus principios por encima de sus intereses, Francia rompió con la colonización y se distanció de Israel.
Era esto lo que resumía Charles De Gaulle, en su conferencia de prensa del 27 de noviembre de 1967, cuando declaraba: «luego de poner fin a la cuestión argelina, hemos retomado hacia los pueblos árabes del Oriente la misma política de amistad, de cooperación, que durante años caracterizó a Francia en esa parte del mundo y cuya razón y sentimiento hacen que deba convertirse hoy en una de las bases fundamentales de nuestra acción exterior (…) Al calor de la expedición franco-británica de Suez, se produjo, en efecto, el surgimiento de un Estado de Israel guerrero y decidido a expandirse. Después, lo que hacía para multiplicar por dos su población mediante la inmigración de más y más personas hacía pensar que el territorio que había adquirido no le parecería suficiente durante mucho tiempo que, para agrandarlo, se sentiría tentado a utilizar cualquier ocasión que se le presentara. Es por eso, además, que la V República se desprendió, en cuanto a Israel, de los especiales y muy estrechos vínculos que el anterior régimen había establecido con ese Estado y puso énfasis, por el contrario, en favorecer la distensión en el Medio Oriente». Más aún, durante aquella misma conferencia, De Gaulle expresaba su inquietud de que «los judíos, hasta ahora dispersos, pero que seguían siendo lo que siempre fueron, o sea un pueblo de élite, seguro de sí mismo y dominante, decidan, después de reunirse allí donde conocieron su antigua grandeza, convertir en ambición ardiente y conquistadora los conmovedores deseos que venían expresando desde hace 19 siglos».
Desde 1961 hasta 2007, la Francia de De Gaulle, de Pompidou, de Giscard d’Estaing, de Mitterrand y de Chirac se vio a sí misma, con más o menos fortuna, como la defensora de la independencia y de la soberanía de los Estados; idea que alcanzó su momento culminante con su oposición a la colonización de Irak. Esta grandiosa obra le permitió a Francia adquirir gran prestigio y ejercer una influencia muy superior a su poderío económico y militar.
Nicolas Sarkozy, por su parte, rompe con la obra de sus cinco predecesores. Se imagina a sí mismo restaurando el partido colonial, no ya en el marco de una rivalidad entre franceses y anglosajones sino en el seno de un imperio transatlántico en formación, en el que la clase dirigente común de Estados Unidos y la Unión Europea ambiciona el ejercicio colectivo de una dominación global.
Históricamente, Francia se apoyó en la población judía del norte de África para controlar a la populación musulmana de Argelia (decreto Cremieux de 1870). Más tarde se apoyó en la colonia judía israelí para luchar contra la soberanía del Egipto independiente sobre el Canal de Suez y contra las redes internacionales del FLN argelino. Sin embargo, en 1961, poniendo sus principios por encima de sus intereses, Francia rompió con la colonización y se distanció de Israel.
Era esto lo que resumía Charles De Gaulle, en su conferencia de prensa del 27 de noviembre de 1967, cuando declaraba: «luego de poner fin a la cuestión argelina, hemos retomado hacia los pueblos árabes del Oriente la misma política de amistad, de cooperación, que durante años caracterizó a Francia en esa parte del mundo y cuya razón y sentimiento hacen que deba convertirse hoy en una de las bases fundamentales de nuestra acción exterior (…) Al calor de la expedición franco-británica de Suez, se produjo, en efecto, el surgimiento de un Estado de Israel guerrero y decidido a expandirse. Después, lo que hacía para multiplicar por dos su población mediante la inmigración de más y más personas hacía pensar que el territorio que había adquirido no le parecería suficiente durante mucho tiempo que, para agrandarlo, se sentiría tentado a utilizar cualquier ocasión que se le presentara. Es por eso, además, que la V República se desprendió, en cuanto a Israel, de los especiales y muy estrechos vínculos que el anterior régimen había establecido con ese Estado y puso énfasis, por el contrario, en favorecer la distensión en el Medio Oriente». Más aún, durante aquella misma conferencia, De Gaulle expresaba su inquietud de que «los judíos, hasta ahora dispersos, pero que seguían siendo lo que siempre fueron, o sea un pueblo de élite, seguro de sí mismo y dominante, decidan, después de reunirse allí donde conocieron su antigua grandeza, convertir en ambición ardiente y conquistadora los conmovedores deseos que venían expresando desde hace 19 siglos».
Desde 1961 hasta 2007, la Francia de De Gaulle, de Pompidou, de Giscard d’Estaing, de Mitterrand y de Chirac se vio a sí misma, con más o menos fortuna, como la defensora de la independencia y de la soberanía de los Estados; idea que alcanzó su momento culminante con su oposición a la colonización de Irak. Esta grandiosa obra le permitió a Francia adquirir gran prestigio y ejercer una influencia muy superior a su poderío económico y militar.
Nicolas Sarkozy, por su parte, rompe con la obra de sus cinco predecesores. Se imagina a sí mismo restaurando el partido colonial, no ya en el marco de una rivalidad entre franceses y anglosajones sino en el seno de un imperio transatlántico en formación, en el que la clase dirigente común de Estados Unidos y la Unión Europea ambiciona el ejercicio colectivo de una dominación global.
Dentro de esa perspectiva, el año 2008, que corresponde al aniversario 60 de la proclamación unilateral de independencia del Estado de Israel, debería ser el año de un espectacular acercamiento entre París y Tel Aviv. Así lo demuestra el cronograma:
13 de febrero: participación del presidente de la República Francesa en la cena del CRIF;
del 10 de marzo al 14: primera visita de Estado de un jefe de Estado a Francia desde la elección de Nicolas Sarkozy, dedicada a la recepción del presidente de Israel, Shimon Peres;
del 23 de marzo al 27: Salón del Libro de París, con el Estado de Israel como invitado de honor y la recepción de 89 escritores israelíes, todos de lengua hebrea (no hay ningún rusoparlante ni de lengua árabe);
Mayo: viaje de Nicolas Sarkozy a Israel, donde depositará una ofrenda floral en el Memorial Yad Vashem y pronunciará un discurso ante el parlamento israelí;
1º de julio: aprovechando que Francia asume la presidencia de la Unión Europea durante los próximos meses, reactivación de los distintos programas de cooperación entre la UE e Israel.
13 de julio: cumbre preparatoria de la Unión Mediterránea, una especie de caballo de Troya que permite evadir el Proceso de Barcelona para meter a Israel en la Unión Europea.
14 de julio: invitación de las fuerzas armadas israelíes y de la Guardia presidencial palestina a desfilar durante la fiesta nacional de Francia (Por primera vez desde 1945, un ejército de ocupación y una milicia colaboracionista desfilarán juntos por los Campos Elíseos).
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Después de plantear esto, el presidente de la República explicó durante largo rato a los responsables e invitados del CRIF la posición de Francia ante el conflicto israelí-árabe. Posición que tiene el siguiente principio fundamenta: «Francia no transigirá nunca en lo tocante a la seguridad de Israel», lo cual no impide –claro está– dialogar y hacer negocios con los Estados árabes. Sin embargo, Sarkozy estableció un límite: «Yo no me reuniré y no estrecharé la mano a quien rechace reconocer la existencia de Israel» (límite que apunta a formaciones políticas como el Hamas y el Hezbollah y a Estados como Siria e Irán, pero que el propio Sarkozy dejó de lado en ocasión de la liberación de las enfermeras búlgaras o de la visita del presidente Khadaffi a Francia).
Eso no es aún lo más importante. El presidente de la República afirmó que, como consecuencia de la Conferencia de Annapolis, Francia apoya ahora «la solución de los dos Estados», o sea que Francia renuncia a la aplicación del plan de 1948 para Palestina y a la creación de un Estado binacional, opción que se venía discutiendo desde el Acuerdo de Oslo pero que mantenía abierta hasta ahora la definición de lo que sería un Estado palestino.
Esta posición no se adoptó a pedido de las dos partes interesadas sino «en interés del propio Israel, por su seguridad y su perennidad». Recibió la aprobación del presidente de la Autoridad Palestina, pero el Hamas la rechaza. Lo anterior permite hablar de un «viraje histórico que debemos a la valentía del presidente Mahmud Abbas y del primer ministro Ehud Olmert» (si usted consulta el sitio web de la presidencia francesa, notará que en la transcripción de este discurso los apellidos de todas las personas mencionadas aparecen en mayuscula, menos el del presidente Abbas que está en minúsculas. Cada cual simboliza las cosas como puede).
Ante dicha perspectiva, Francia espera de Israel «la eliminación de las barreras, la reapertura de los puntos de tránsito en Gaza para facilitar el envío de la ayuda humanitaria, la liberación de una cantidad más importante de prisioneros, la reapertura de las instituciones palestinas en el este de Jerusalén. [Además] los palestinos deben poder disponer de su territorio y sacarle provecho».
El presidente Sarkozy presenta todas estas medidas como exigencias que la Francia imparcial enumera con firmeza. «Lo digo porque lo pienso y no me interesan los discursos que nunca dicen lo que piensan (…) Ya hubo bastante sufrimiento y es en este momento que tenemos que llegar a un acuerdo e iré además a decirlo ante la Autoridad Palestina en el mes de mayo y lo diré ante la Knesset (El parlamento israelí. Nota del Traductor.). Amigo es aquel que dice lo que piensa». En realidad, estas «exigencias» son regalos que se le hacen a Israel ya que están muy debajo de las resoluciones de la ONU sobre la cuestión. No se habla de restitución de los territorios conquistados ni del regreso de los refugiados. Estas seudo exigencias se limitan a algunas modificaciones del régimen de ocupación, modificaciones del tipo de las que el propio Estado de Israel realiza periódicamente por propia iniciativa.
De forma muy diplomática, la parcialidad se enuncia por defecto: «Francia no interferirá en las negociaciones que se están desarrollando, pero Francia aportará todo el apoyo necesario para estimular a todas las partes a avanzar ya que se trata de una oportunidad excepcional. Y Francia estará al lado del pueblo israelí y estará al lado de los palestinos para ayudarlos a construir juntos un porvenir de reconciliación». Nótese que, para resolver el conflicto territorial, el presidente francés habla de un «pueblo israelí» que él opone a «los palestinos» –a los no se considera como un pueblo– retomando así de forma implícita el eslogan de Zeev Jabotinsky sobre la «tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra».
Existe sin embargo una condición mediante la cual los palestinos podrían formar un pueblo. Condición que el ministro israelí de Defensa enunció antes de la Conferencia de Annapolis: la Autoridad Palestina tendría que reconocer que «Israel es la patria del pueblo judío y el Estado palestino la patria del pueblo palestino». Una fórmula que cambia los factores de la ecuación ya que justifica la limpieza étnica en la región: los ciudadanos israelíes no judíos perderían su nacionalidad y se les atribuiría la nacionalidad palestina.
En Annapolis se rechazó esa nueva condición israelí, pero George W. Bush acabó aceptándola el 10 de enero de 2008 al declarar: «El acuerdo debe establecer Palestina como patria del pueblo palestino, al igual que Israel es la tierra del pueblo judío». Y Francia la acepta ahora: «Yo propuse un nuevo concepto que es el de dos Estados-Naciones y no simplemente dos Estados, lo cual resolvería el problema de los refugiados, porque sé perfectamente que hay dos maneras de destruir Israel, una desde el exterior y la otra desde adentro». Traducción: Francia sustituye el proyecto de Estado único binacional en el que todo los ciudadanos serían libres e iguales por un proyecto de dos Estados étnicamente homogéneos porque el empuje demográfico de los ciudadanos israelíes no judíos acabaría a la larga con el carácter de Estado judío que actualmente mantiene Israel.
El presidente Sarkozy ya había anunciado otra consecuencia de esa posición durante la Conferencia Internacional de Donantes para el Estado Palestino, el 17 de diciembre de 2007. Allí mencionó, en su discurso de apertura, «un Estado palestino independiente y democrático, en el que los palestinos se reconocerán, donde quiera que se encuentren». Los millones de palestinos actualmente desplazados en la región pasarían así de la condición de apátridas a la de emigrantes, ya que se verían jurídicamente ligados a un Estado palestino soberano. De esa forma perderían todo derecho a la tierra y a los bienes que se vieron obligados a abandonar en Israel.
Hind Khury, delegada general de Palestina, allí presente no emitió comentario alguno.
Eso no es aún lo más importante. El presidente de la República afirmó que, como consecuencia de la Conferencia de Annapolis, Francia apoya ahora «la solución de los dos Estados», o sea que Francia renuncia a la aplicación del plan de 1948 para Palestina y a la creación de un Estado binacional, opción que se venía discutiendo desde el Acuerdo de Oslo pero que mantenía abierta hasta ahora la definición de lo que sería un Estado palestino.
Esta posición no se adoptó a pedido de las dos partes interesadas sino «en interés del propio Israel, por su seguridad y su perennidad». Recibió la aprobación del presidente de la Autoridad Palestina, pero el Hamas la rechaza. Lo anterior permite hablar de un «viraje histórico que debemos a la valentía del presidente Mahmud Abbas y del primer ministro Ehud Olmert» (si usted consulta el sitio web de la presidencia francesa, notará que en la transcripción de este discurso los apellidos de todas las personas mencionadas aparecen en mayuscula, menos el del presidente Abbas que está en minúsculas. Cada cual simboliza las cosas como puede).
Ante dicha perspectiva, Francia espera de Israel «la eliminación de las barreras, la reapertura de los puntos de tránsito en Gaza para facilitar el envío de la ayuda humanitaria, la liberación de una cantidad más importante de prisioneros, la reapertura de las instituciones palestinas en el este de Jerusalén. [Además] los palestinos deben poder disponer de su territorio y sacarle provecho».
El presidente Sarkozy presenta todas estas medidas como exigencias que la Francia imparcial enumera con firmeza. «Lo digo porque lo pienso y no me interesan los discursos que nunca dicen lo que piensan (…) Ya hubo bastante sufrimiento y es en este momento que tenemos que llegar a un acuerdo e iré además a decirlo ante la Autoridad Palestina en el mes de mayo y lo diré ante la Knesset (El parlamento israelí. Nota del Traductor.). Amigo es aquel que dice lo que piensa». En realidad, estas «exigencias» son regalos que se le hacen a Israel ya que están muy debajo de las resoluciones de la ONU sobre la cuestión. No se habla de restitución de los territorios conquistados ni del regreso de los refugiados. Estas seudo exigencias se limitan a algunas modificaciones del régimen de ocupación, modificaciones del tipo de las que el propio Estado de Israel realiza periódicamente por propia iniciativa.
De forma muy diplomática, la parcialidad se enuncia por defecto: «Francia no interferirá en las negociaciones que se están desarrollando, pero Francia aportará todo el apoyo necesario para estimular a todas las partes a avanzar ya que se trata de una oportunidad excepcional. Y Francia estará al lado del pueblo israelí y estará al lado de los palestinos para ayudarlos a construir juntos un porvenir de reconciliación». Nótese que, para resolver el conflicto territorial, el presidente francés habla de un «pueblo israelí» que él opone a «los palestinos» –a los no se considera como un pueblo– retomando así de forma implícita el eslogan de Zeev Jabotinsky sobre la «tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra».
Existe sin embargo una condición mediante la cual los palestinos podrían formar un pueblo. Condición que el ministro israelí de Defensa enunció antes de la Conferencia de Annapolis: la Autoridad Palestina tendría que reconocer que «Israel es la patria del pueblo judío y el Estado palestino la patria del pueblo palestino». Una fórmula que cambia los factores de la ecuación ya que justifica la limpieza étnica en la región: los ciudadanos israelíes no judíos perderían su nacionalidad y se les atribuiría la nacionalidad palestina.
En Annapolis se rechazó esa nueva condición israelí, pero George W. Bush acabó aceptándola el 10 de enero de 2008 al declarar: «El acuerdo debe establecer Palestina como patria del pueblo palestino, al igual que Israel es la tierra del pueblo judío». Y Francia la acepta ahora: «Yo propuse un nuevo concepto que es el de dos Estados-Naciones y no simplemente dos Estados, lo cual resolvería el problema de los refugiados, porque sé perfectamente que hay dos maneras de destruir Israel, una desde el exterior y la otra desde adentro». Traducción: Francia sustituye el proyecto de Estado único binacional en el que todo los ciudadanos serían libres e iguales por un proyecto de dos Estados étnicamente homogéneos porque el empuje demográfico de los ciudadanos israelíes no judíos acabaría a la larga con el carácter de Estado judío que actualmente mantiene Israel.
El presidente Sarkozy ya había anunciado otra consecuencia de esa posición durante la Conferencia Internacional de Donantes para el Estado Palestino, el 17 de diciembre de 2007. Allí mencionó, en su discurso de apertura, «un Estado palestino independiente y democrático, en el que los palestinos se reconocerán, donde quiera que se encuentren». Los millones de palestinos actualmente desplazados en la región pasarían así de la condición de apátridas a la de emigrantes, ya que se verían jurídicamente ligados a un Estado palestino soberano. De esa forma perderían todo derecho a la tierra y a los bienes que se vieron obligados a abandonar en Israel.
Hind Khury, delegada general de Palestina, allí presente no emitió comentario alguno.
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Resulta tentador atribuir la ruptura que Nicolas Sarkozy preconiza a su propia personalidad. Como está inmerso en un conflicto con su propio padre, contra quien ha emprendido una querella judicial, le gustaría «matar al padre» mediante la destrucción de la obra de sus predecesores. O se está comportando como un celota luego del tardío descubrimiento, durante su adolescencia, de su propio origen judío. Pero la política de un Estado de la envergadura de Francia no puede reducirse a la psicología de un solo hombre. La restauración del partido colonial viene además acompañada de nominaciones y de reformas estructurales que dejan entrever la profundidad del cambio.
Nicolas Sarkozy escogió como ministro de Relaciones Exteriores a Bernard Kouchner, el hombre que dio publicidad al principio de «injerencia humanitaria». Sin embargo, lejos de tratarse de una idea nueva, la injerencia humanitaria es un argumento que la corona británica inventó durante el siglo XIX para colonizar los territorios del Imperio Otomano. En 1999, los anglosajones utilizaron ese mismo argumento para bombardear Kosovo… cuyo gobernador fue después el propio Bernard Kouchner y que acaba de ser puesto bajo administración de la Unión Europea en ocasión de su seudo independencia.
Por otro lado, Nicolas Sarkozy ha creado una secretaría de Estado para los Derechos Humanos vinculado al ministerio de Relaciones Exteriores. Francia rompe así con la Declaración de Derechos Humanos y del Ciudadano de 1789 para adoptar la ideología de los Derechos Humanos (sin más) en su versión anglosajona de «buena gobernanza». Ya no se trata de promover la soberanía popular sino de luchar únicamente contra los excesos del poder. La oposición entre las dos definiciones de los derechos humanos se conoce desde hace mucho y, durante el siglo XVIII, Thomas Paine, el ensayista británico que desató la guerra de independencia de Estados Unidos antes de convertirse en diputado en el seno de la Convención francesa, teorizó ampliamente sobre ella.
Esta secretaría para los Derechos Humanos tiene por demás dos funciones principales. La primera consiste en popularizar la guerra de civilizaciones, divulgando, por ejemplo, la biografía imaginaria de la ex diputada holandesa Ayaan Hirsi Ali, una empleada de los neoconservadores estadounidenses (Ayaan Hirsi Ali cobra un sueldo en el AEI de Richard Perle y Paul Wolfowitz). La segunda función, que es de lejos la más importante, consiste en preparar cómo sabotear la conferencia de las Naciones Unidas para el seguimiento de la lucha contra el racismo y la xenofobia (Durban II). La secretaria de Estado, Rama Yade, se ocupa de que dicha conferencia no examine la cuestión del sionismo y no califique nuevamente dicha ideología colonial como «racismo». De ser necesario, debe coordinar una acción de los Estados miembros de la Unión Europea y Estados Unidos para boicotear dicha conferencia.
En política exterior, la ruptura de Sarkozy es mucho más amplia de lo que parece. Al extremo de poner en tela de juicio los ideales de la Revolución Francesa. No es seguro que los franceses la acepten ya que hay rupturas que son traiciones.
Nicolas Sarkozy escogió como ministro de Relaciones Exteriores a Bernard Kouchner, el hombre que dio publicidad al principio de «injerencia humanitaria». Sin embargo, lejos de tratarse de una idea nueva, la injerencia humanitaria es un argumento que la corona británica inventó durante el siglo XIX para colonizar los territorios del Imperio Otomano. En 1999, los anglosajones utilizaron ese mismo argumento para bombardear Kosovo… cuyo gobernador fue después el propio Bernard Kouchner y que acaba de ser puesto bajo administración de la Unión Europea en ocasión de su seudo independencia.
Por otro lado, Nicolas Sarkozy ha creado una secretaría de Estado para los Derechos Humanos vinculado al ministerio de Relaciones Exteriores. Francia rompe así con la Declaración de Derechos Humanos y del Ciudadano de 1789 para adoptar la ideología de los Derechos Humanos (sin más) en su versión anglosajona de «buena gobernanza». Ya no se trata de promover la soberanía popular sino de luchar únicamente contra los excesos del poder. La oposición entre las dos definiciones de los derechos humanos se conoce desde hace mucho y, durante el siglo XVIII, Thomas Paine, el ensayista británico que desató la guerra de independencia de Estados Unidos antes de convertirse en diputado en el seno de la Convención francesa, teorizó ampliamente sobre ella.
Esta secretaría para los Derechos Humanos tiene por demás dos funciones principales. La primera consiste en popularizar la guerra de civilizaciones, divulgando, por ejemplo, la biografía imaginaria de la ex diputada holandesa Ayaan Hirsi Ali, una empleada de los neoconservadores estadounidenses (Ayaan Hirsi Ali cobra un sueldo en el AEI de Richard Perle y Paul Wolfowitz). La segunda función, que es de lejos la más importante, consiste en preparar cómo sabotear la conferencia de las Naciones Unidas para el seguimiento de la lucha contra el racismo y la xenofobia (Durban II). La secretaria de Estado, Rama Yade, se ocupa de que dicha conferencia no examine la cuestión del sionismo y no califique nuevamente dicha ideología colonial como «racismo». De ser necesario, debe coordinar una acción de los Estados miembros de la Unión Europea y Estados Unidos para boicotear dicha conferencia.
En política exterior, la ruptura de Sarkozy es mucho más amplia de lo que parece. Al extremo de poner en tela de juicio los ideales de la Revolución Francesa. No es seguro que los franceses la acepten ya que hay rupturas que son traiciones.
Damasco (Siria)/22/02/08
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París, Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.
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Red Voltaire - France/23/02/2008
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