La nueva guerra fría no es inevitable
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por Viatcheslav Dachitchev
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Estados Unidos trata de dividir nuevamente en dos el continente europeo mediante la instalación en Polonia de misiles dirigidos hacia Rusia. Peor aún, Estados Unidos propondrá en abril próximo una reestructuración de la OTAN y de la Unión Europea que implicará un regreso a la guerra fría. Esta confrontación no es, sin embargo, ni útil ni inevitable. Viatcheslav Dachitnev, ex consejero diplomático del presidente Gorbartchov, recuerda que las condiciones de la unidad continental ya fueron objeto de negociación en el pasado, durante la firma de la Carta de París. La paz y la prosperidad pueden concretarse, si nos atrevemos a apostar por la independencia y la unidad.
Estados Unidos trata de dividir nuevamente en dos el continente europeo mediante la instalación en Polonia de misiles dirigidos hacia Rusia. Peor aún, Estados Unidos propondrá en abril próximo una reestructuración de la OTAN y de la Unión Europea que implicará un regreso a la guerra fría. Esta confrontación no es, sin embargo, ni útil ni inevitable. Viatcheslav Dachitnev, ex consejero diplomático del presidente Gorbartchov, recuerda que las condiciones de la unidad continental ya fueron objeto de negociación en el pasado, durante la firma de la Carta de París. La paz y la prosperidad pueden concretarse, si nos atrevemos a apostar por la independencia y la unidad.
El 21 de noviembre de 1990, los jefes de Estado y de gobierno de los 22 países europeos, y los de Estados Unidos y Canadá firmaron en París un texto fundamental sobre la creación de un nuevo orden pacífico en Europa, luego de la reunificación alemana y del cese del enfrentamiento Este-Oeste. Aquel documento entró en la historia como la Carta de París para una nueva Europa.
El texto afirma solemnemente lo siguiente: «Nosotros, jefes de Estado y de gobierno de los Estados participantes en la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, nos reunimos en París en una época de profundos cambios y de esperanzas históricas. La era de la confrontación y de la división en Europa ha quedado atrás. Declaramos que nuestras relaciones se basarán, en lo adelante, en el respeto y la cooperación. Europa se libera de la herencia del pasado. El valor de los hombres y mujeres, el poderío de la voluntad de los pueblos y la fuerza de las ideas del Acta Final de Helsinki han abierto una nueva era de democracia, de paz y de unidad en Europa. Nos toca hoy concretar las esperanzas y expectativas que nuestros pueblos alimentaron durante décadas: un compromiso irrenunciable a favor de la democracia basada en los derechos humanos y las libertades fundamentales, en la prosperidad mediante la libertad económica y la justicia social e igual seguridad para todos nuestros países.» [Ver documento adjunto]
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Una Europa de paz, de estabilidad y de cooperación
¡Admirable texto! Parecía que, después de los horrores y las inimaginables pérdidas que sufrieron los pueblos europeos en las dos guerras mundiales y durante la guerra fría, se abrían radiantes perspectivas, la posibilidad de crear una Europa completamente nueva de paz y de estabilidad. Por vez primera en su historia, se había alcanzado un consenso que respondía a los intereses nacionales de todos los pueblos europeos.
El mérito de aquel tránsito de la guerra hacia la paz corresponde a la política exterior de Gorbatchov. Hasta Condoleezza Rice y Philip Zelikow escriben en su libro intitulado Germany Unified and Europe Transformed: «La ironía de la historia es que el fin de la guerra fría no hubiera tenido lugar de no haberse producido un cambio profundo de la política soviética. Se podrá discutir aún durante mucho tiempo sobre la razón que llevó a la Unión Soviética a ese cambio y sobre el papel que desempeñaron Estados Unidos y otros países, pero nadie podrá poner en duda que Mijaíl Gorbatchov y los ‹nuevos pensadores› que llegaron al poder en Moscú en 1985 ocupan un lugar importante en la historia del fin de la guerra fría.» [1]
Fue ante todo el abandono de dogmas ideológicos obsoletos por parte de la política exterior soviética lo que permitió aquel compromiso histórico. Se rechazó el concepto, peligroso en la era atómica, de lucha de clases en la arena internacional y el mesianismo comunista, o sea la voluntad de imponer los valores y el sistema comunistas al resto del mundo. Muy importante resultó la renuncia a la «doctrina Brezhnev», que justificaba la intromisión por la fuerza en los asuntos internos de los países miembros del CAME (o COMECON) para proteger el socialismo de corte soviético. En su lugar, Gorbatchov insistió en el principio según el cual cada pueblo tiene derecho a escoger libremente el camino a seguir para alcanzar su desarrollo político, económico y social.
Se había hecho evidente, en aquel entonces, que la guerra fría consolidaba la división de Europa y Alemania. Por otra parte, la división de Alemania se convertía en terreno propicio para el enfrentamiento Este-Oeste. Luego de los tratados de Yalta y de Potsdam, se había producido una evolución negativa: lucha de poderes entre la Unión Soviética y Estados Unidos, guerra fría, división de Europa, división contra natura de la nación alemana, ausencia de condiciones favorables para el libre desarrollo de los pueblos de Europa. Después de la caída del Muro de Berlín, todo dependía de que el problema alemán se solucionara de forma satisfactoria para los intereses de las dos superpotencias. Y fue justamente la solución de ese problema lo que se convirtió, desde enero de 1990 y hasta junio de ese mismo año, en el obstáculo que cerraba el camino hacia el fin de la guerra fría. No se lograba llegar a un compromiso sobre el status internacional de Alemania. ¿Debía seguir siendo miembro de la OTAN o ser no alineada? Las posiciones de la Unión Soviética y de Estados Unidos sobre el tema eran diametralmente opuestas. Washington quería mantener la OTAN a toda costa. Esa alianza era (aún lo es) el principal instrumento de dominación estadounidense sobre Europa. Sin Alemania, estaba condenada a perder prácticamente su peso en la política europea. En un encuentro sostenido con Margareth Thatcher el 8 de junio de 1990, Gorbatchov definía la posición de Washington sobre esta cuestión de la siguiente manera: «Yo comprendo por qué el presidente Bush se aferra a la OTAN. Sin esa alianza, desaparece la necesidad de la presencia militar en Europa. Como consecuencia, la influencia política de Estados Unidos sobre el continente disminuye considerablemente. Por eso son favorables a la presencia de Alemania en la OTAN. Piensan que, sin Alemania, la OTAN estará incompleta. Sin la OTAN, no habría presencia estadounidense en Europa.» [2]
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Lo mejor sería disolver los dos bloques
Según Gorbatchov, lo mejor era disolver los dos bloques. Ello debía permitir la creación de nuevas estructuras de seguridad en Europa [3]. Había que encontrar una difícil solución de compromiso, sin la cual parecía imposible poner fin a la guerra fría y la carrera armamentista.
Para desbloquear la situación, el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Hans Dietrich Genscher, propuso su plan, cuyos puntos esenciales expuso en sus discursos del 6 y el 31 de enero de 1990. La alianza atlántica debía declarar, sin ambigüedad, que cualquiera que fuere el destino del Pacto de Varsovia no se produciría una ampliación de la OTAN hacia el Este, que pudiera acercarla a las fronteras de la Unión Soviética. «Querer incluir la parte de Alemania que constituye la actual RDA en las estructuras militares de la OTAN bloqueará el acercamiento entre las dos Alemanias.» [4] Evitar esto último era interés de Alemania y de Rusia. «También, escribe Genscher en sus memorias, teníamos que buscar la manera de poner fin a la confrontación militar mediante estructuras cooperativas de seguridad cuando la oposición política desapareciera poco a poco. Había que tratar decididamente de crear un orden pacífico para toda Europa.» [5]
Cuestión espinosa: la permanencia de la Alemania unificada en la OTAN
No hay duda de que el «Plan Genscher» tenía en cuenta los intereses de la Unión Soviética en materia de seguridad y que este país podía aceptarlo. El 21 de febrero, el diario soviético Pravda publicaba una declaración de Gorbatchov, de la que hemos extraído el siguiente fragmento: «El proceso de reunificación alemana está vinculado orgánicamente al proceso europeo en su conjunto y debe ser sincronizado a este, con su aspecto esencial, o sea la creación de una estructura fundamentalmente nueva destinada a reemplazar a los bloques.» [6]. Para Gorbatchov era indispensable que la naturaleza de un nuevo orden quedara inscrita en un tratado entre todos los Estados de Europa, Estados Unidos y Canadá. [7]
Las ideas de Gorbatchov tenían muchos puntos en común con el «Plan Genscher», pero ambos contradecían los objetivos de la política estadounidense en Europa y a nivel mundial. En una entrevista con Mitterrand, el 25 de mayo de 1990, Gorbatchov describió esos objetivos con extrema precisión: «El hecho que los estadounidenses traten de afirmar con tanta obstinación la necesidad y la utilidad de la OTAN me induce a preguntarme si ellos tienen intenciones de crear un mecanismo, una institución o algún tipo de directorio destinado a dirigir los problemas mundiales.» [8] Gorbatchov tenía razón, pero no mencionaba otro objetivo de la política de Estados Unidos en Europa: mantener la OTAN significaba mantener la división de Europa. «To keep Russians out» era una de las principales prioridades de la política estadounidense.
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Washington no está dispuesto a aceptar el compromiso
Para Moscú, aquello significaba que no podía esperar alcanzar a un compromiso con los dirigentes estadounidenses sobre la cuestión de la presencia de Alemania en el seno de la OTAN. La única concesión de Bush consistió prometerle a Gorbatchov no estacionar tropas de la OTAN más allá de la frontera occidental de la RDA. El tiempo demostró que esta promesa no era otra cosa que simples palabras al viento.
¿Qué hacer ante aquella situación? ¿Bloquear por la fuerza la reunificación de Alemania y prolongar la guerra fría, con sus graves consecuencias para la Unión Soviética, para el pueblo alemán y los demás pueblos europeos, o aceptar la permanencia de Alemania en la OTAN? Finalmente, la segunda opción era mucho mejor. Numerosos argumentos la favorecían, sobre todo el hecho de que la Unión Soviética, que tenía en aquel entonces un poderoso potencial nuclear y era independiente en los principales sectores vitales, podía garantizar su propia seguridad por sí sola, sin los Estados del Pacto de Varsovia, y proseguir tranquilamente sus reformas.
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Unión Soviética reconoce la Alemania reunificada como miembro de la OTAN
A principios de febrero de 1990, yo redacté para Gorbatchov un informe a favor del reconocimiento de Alemania como miembro de la OTAN. Yo estimaba que de asumir por nuestra parte una posición de dura se correría el riesgo de sabotear la unidad alemana y de hacer fracasar los esfuerzos tendientes a la creación de un nuevo orden pacífico en Europa. Expuse mis argumentos de forma exhaustiva en mi libro Moskaus Griff nach der Weltmacht. Die bitteren Früchte hegemonialer Politik (Hamburgo, 2002). En otro informe dirigido a Gorbatchov, su principal consejero, Anatoli Cherniaev, también se pronunció a favor del reconocimiento de Alemania como miembro de la OTAN [9]. A fines del mes de mayo, Gorbatchov era favorable a aquella decisión, así que se abría el camino hacia la reunificación alemana y el fin de la guerra fría. ¿Quién podía imaginar en aquel entonces que Yeltsin y los medios políticos que lo apoyaban traicionarían a Gorbatchov y al país, disolverían la Unión Soviética y crearían en Europa una situación geopolítica nueva y muy favorable a los intereses de Estados Unidos? No existía antecedente histórico alguno de tamaña traición a los intereses nacionales. Las élites gubernamentales estadounidenses sacaron de ella enorme provecho. Se imaginaron que iban a poder hacer en lo adelante lo que quisieran en la arena mundial y sucumbieron a la obsesión de la supremacía global.
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Los Estados europeos miembros de la OTAN se convierten en satélites de Estados Unidos
Apenas un año después de la firma de la Carta de París, volvió a empezar el funesto proceso de división y militarización del continente europeo. Europa se vio empujada hacia una mala evolución que no tenía nada que ver con las ideas y principios de la Carta. Conforme a la voluntad de Estados Unidos, el espíritu de confrontación volvió a Europa. Estados Unidos reanudó su política de «nueva contención» y de establecimiento de un cerco alrededor de Rusia. Cayó nuevamente sobre Europa la cortina del dominio estadounidense. Una Europa construida según los principios de la Carta no convenía a los objetivos de la élite dominante estadounidense. Zbigniev Brzezinski [10] calificaba al continente europeo como la más importante zona de concentración de la política global de Estados Unidos cuya explotación era una condición indispensable para el establecimiento de la supremacía estadounidense sobre Eurasia.
Los Estados miembros de la OTAN se convirtieron en satélites de Estados Unidos, sobre todo Alemania que, como prudentemente escribiera Gerhard Schroder, «sólo dispone de una relativa independencia en materia de política exterior» [11]. Estados Unidos se «tragó» sin dificultad alguna a los países de Europa Oriental y del sudeste.
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La política exterior estadounidense para establecer un cerco alrededor de Rusia
Washington llevó su política de cerco y de asedio a Rusia tan lejos que, sin informar siquiera a sus «aliados» y pedirles su autorización, comenzó a instalar su sistema antimisiles estratégico en Polonia y en la República Checa. ¿Hacia quién apunta ese dispositivo? Oficialmente, hacia Irán. En realidad, hacia Rusia. Nació así una nueva causa extremadamente peligrosa de tensiones políticas y militares en Europa.
Las «expectativas históricas» de los pueblos europeos en cuanto a una paz sólida en Europa no se han concretado. No existía, en la historia de Europa, ejemplo alguno de una potencia extraeuropea que hubiera desencadenado una guerra contra un país europeo en ese continente. Por vez primera desde 1945, Yugoslavia fue objeto de una guerra, desencadenada por Estados Unidos. En violación de la Carta de París y de los tratados firmados en 1990, Alemania y otros países miembros de la OTAN participaron en esa guerra. Yugoslavia fue desmembrada en función de los intereses de la política estadounidense. A largo plazo, aquella guerra contribuyó a desestabilizar los Balcanes, política y militarmente.
Ante todas estas evoluciones negativas, parece totalmente paradójico que durante los 17 últimos años –período durante el cual casi toda Europa se convirtió poco a poco en vasallo de Estados Unidos al participar en la «semiguerra fría» de la OTAN contra Rusia– ningún político occidental y tampoco, para mi asombro, ningún político ruso haya recordado los principios de la Carta de París a pesar de su importancia para la seguridad de Europa, y que nadie se haya atrevido (quizás se les impidió hacerlo) a denunciar el desprecio y la grosera violación de dichos principios por parte de Estados Unidos. Los medios de prensa occidentales y rusos tampoco han creído necesario pronunciarse en ese sentido.
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Principios de la Carta de París
En la situación de crisis que Europa atraviesa actualmente resulta esencial recordar también la importancia de la Carta de París para la preservación de la paz. No por interés hacia la historia, sino porque resulta indispensable que la política europea ponga en práctica sus propios principios para prevenir los peligros que amenazan la seguridad de Europa.
Ante todo, es conveniente subrayar que la Carta de París puso fin a la guerra fría y trazó los contornos de un nuevo orden pacífico en Europa.
Ese documento contiene los siguientes capítulos:
1. Derechos humanos, democracia et Estado de derecho,
2. Libertad económica y responsabilidad,
3. Relaciones de amistad entre los países participantes,
4. Seguridad europea,
5. Unidad europea.
La Carta establece los principios fundamentales en los que se basa el orden pacífico europeo y que deben guiar la política de los Estados firmantes.
Entre dichos principios se encuentran sobre todo:
El mantenimiento y la promoción de la democracia como fundamento de la libertad, de la justicia y de la paz. La democracia representativa y pluralista «implica la responsabilidad ante el electorado y la obligación de los poderes públicos de ajustarse a la ley. Nadie está por encima de la ley».
El pluralismo político, indispensable para la promoción de la economía de mercado, para el crecimiento económico duradero, así como para la prosperidad, la justicia social y el uso racional de los recursos económicos.
La protección del medio ambiente, que constituye «una responsabilidad que comparten todas nuestras naciones».
La obligación de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial y la independencia política de un Estado, así como a toda acción incompatible con los objetivos de la Carta.
La necesidad de otorgar una «nueva calidad a nuestras relaciones en materia de seguridad» en Europa. La seguridad es «indivisible y la seguridad de cada Estado participante está indisolublemente ligada a la de los demás Estados». Se trata de implementar mecanismos para prevenir y resolver todo conflicto entre los Estados participantes». Todos los Estados miembros se comprometen a «cooperar para fortalecer la confianza y la seguridad entre nosotros y promover la limitación del armamento y el desarme.»
La necesidad que tienen todos los pueblos de Europa de gozar de los mismos derechos a la autodeterminación y a la integridad territorial conforme a la Carta de las Naciones Unidas y las normas del derecho internacional.
La necesidad absoluta de dejar atrás la desconfianza secular entre los pueblos y de construir una Europa unida mediante acciones colectivas y el fortalecimiento de la cooperación entre los países. Dicha cooperación se basa en los 10 principios del Acta Final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). La colaboración entre los Estados de América del Norte y de Europa constituye un elemento orgánico del proceso de la CSCE. «Enriquecidos por su diversidad», los diferentes países están en el deber de promover y desarrollar la cooperación en todos los sectores.
Europa debe promover la paz en el mundo. Está abierta al diálogo y a la cooperación con otros países y expresa su voluntad de buscar junto a ellos respuestas para «los desafíos del futuro».
La reunificación de Alemania constituye una importante contribución a la creación de un nuevo orden pacífico justo y duradero en una Europa unida y democrática, una Europa conciente de sus responsabilidades para garantizar la estabilidad, la paz y la cooperación en el continente.
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¿Qué pasó con la confianza entre los pueblos europeos?
Los países europeos le deben a Estados Unidos el total olvido en que cayó la Carta de París. No quedó prácticamente nada de sus magníficos principios. ¿Dónde está la unidad de Europa? En vez de desarme, se produjo un rearme. La cooperación no es más que un sueño. La seguridad europea cedió su lugar a la inestabilidad y la amenaza. ¿Qué pasó con la confianza entre los pueblos, con la seguridad igual para todos los países? Todos esos principios, así como otros muchos que aparecen en la Carta, desaparecieron. Y eso se lo debemos a la autoproclamada «élite mundial» estadounidense.
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Mantener la presencia estadounidense en Europa y a los rusos fuera de ella
Durante la guerra fría, los tres principios de la política de Estados Unidos en Europa fueron los siguientes:
a) mantener la presencia estadounidense en Europa,
b) dominar Alemania,
c) mantener a los rusos fuera de Europa.
Después del derrumbe de la Unión Soviética, esos principios adquirieron un sentido más amplio y un nuevo valor:
a) mantener y reforzar el dominio estadounidense en Europa,
b) atar la OTAN y la expansión global a Estados Unidos, utilizar las fuerzas armadas y el potencial económico de los Estados miembros de la alianza atlántica para alcanzar los objetivos expansionistas,
c) continuar controlando la política de Alemania,
d) debilitar al máximo a Rusia en el plano geopolítico, así como económica, militar, estratégica y moralmente, y mantenerla fuera de Europa.
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Política estadounidense de supremacía mundial
La política estadounidense de supremacía mundial, formulada de manera muy concreta en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) de los neoconservadores, constituye un factor extremadamente destructor y peligroso dentro del sistema de relaciones internacionales, tanto en Europa como a nivel mundial. Con vista a la aplicación de esa política, Estados Unidos aumentó considerablemente sus gastos militares, que se elevaron a 600 000 millones de dólares en 2007, lo cual representa el doble de la cifra record alcanzada en plena guerra fría y la mitad de los gastos militares a nivel mundial. Los gastos militares de Rusia representan sólo el 8% de esa suma. Estados Unidos se han convertido en iniciador y motor de una gigantesca carrera armamentista, sobre todo mediante el desarrollo de nuevas y terribles armas de destrucción masiva. Sometidos a la presión de Estados Unidos, los países miembros de la OTAN se han vistos obligados a violar el principio de la Carta de París que estipula que Europa debe ser «una fuente de paz», y a participar en aventuras militares estadounidenses. Actualmente, Estados Unidos está creando de por sí un peligro de guerra en Europa con sus planes de instalar en Polonia y en la República Checa un sistema antimisiles dirigido contra Rusia.
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Significado del sistema estadounidense antimisiles
La instalación de bases de misiles estadounidenses en los bordes de la frontera rusa pone a los políticos rusos ante una difícil disyuntiva. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, declaró recientemente: «No nos dejaremos arrastrar a una confrontación.» [12] Pero, ¿qué pasará en Europa si la operación tendiente a apresar a Rusia en una «tenaza» llega a un punto crítico que obligue el Kremlin a escoger entre «ponerse voluntariamente de rodillas ante Washington o responder como es debido a los estadounidenses»? John F. Kennedy, por ejemplo, optó por la segunda solución durante la crisis de Cuba. Todo parece indicar que no podemos excluir la posibilidad de una crisis similar en Europa. Esto se desprende, sobre todo, de una declaración que hiciera Putin durante la cumbre Europa-Rusia que se desarrolló en Lisboa en octubre pasado.
La Casa Blanca se muestra inflexible: no renunciará de ninguna manera a la instalación de su sistema antimisil cerca de las fronteras rusas ni a ejercer une fuerte presión militar sobre Rusia. En ese contexto, no es sorprendente que en los últimos tiempos estemos oyendo decir cada vez más a menudo, inclusive por el propio presidente de Estados Unidos, que una nueva guerra mundial es totalmente posible. Cayó en el olvido lo que dijo John F. Kennedy después de la crisis de Cuba: «La humanidad tiene que acabar con la guerra, sino la guerra acabará con la humanidad.» Ante esta situación de crisis, la seguridad en Europa tiene que convertirse en la prioridad número uno de los políticos europeos y estos últimos tienen que hacer todo lo posible por reactivar los principios de la Carta de París. De lo contrario, Europa pudiera verse expuesta a catástrofes mucho más terribles que las que sufrió durante el siglo XX.
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Reactivar los principios de la Carta de París
Durante el siglo pasado, los políticos europeos dieron lugar a tres guerras mundiales [13] por causa de su irresponsabilidad, de su falta de previsión, de su arrogancia y de su necesidad de predominio, y sacrificaron Europa a la «élite mundial» estadounidense. Ya es hora de que los políticos europeos entren en razones y de que sigan el consejo del ex canciller alemán Helmut Schmidt quien, en su libro Mächte der Zukunft, enunció una verdad como una casa: «La mayoría de los Estados del continente europeo no tiene razón estratégica alguna para someterse voluntariamente al imperialismo estadounidense en un futuro próximo. […] No debemos rebajarnos a la categoría de complacientes acéptalo-todo.» [14]
Europa tiene por delante una misión verdaderamente histórica, la de encontrar su identidad y liberarse del dominio estadounidense. La Carta de París señala el camino a seguir para garantizar su seguridad y la coexistencia pacífica entre los pueblos germanos, eslavos, latinos y ugrofineses que pueblan nuestra casa europea.
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Documentos adjuntos
Carta de París para una nueva Europa (texto en francés)
(PDF - 67.3 KB)
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Viatcheslav Dachitchev
Los artículos de este autor
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[1] Germany Unified and Europe Transformed, por Condoleezza Rice y Philip Zelikow, Harvard University Press, 1997.
[2] Michail Gorbatschow und die deutsche Frage. Sammelband von Dokumenten 1986 – 1991. Hrsg. Alexander Galkin, Anatolij Tschernjaew, Moscú, 2006, p. 478.
[3] Ibid., p. 434
[4] Hans Dietrich Genscher, Erinnerungen, Siedler-Verlag, 1995, p. 714.
[5] Ibid., p. 712.
[6] Mijaíl Gorbatchov, op. cit., p. 373.
[7] Ibid., p. 416.
[8] Ibid., pp. 457-458.
[9] Ibid. pp. 424-425.
[10] «La stratégie anti-russe de Zbigniew Brzezinski», por Arthur Lepic, Réseau Voltaire, 22 de octubre de 2004. El señor Brzezinski es actualmente el consejero diplomático de Barack Obama. Ndlr.
[11] Schroder, Gerhard, Entscheidungen. Mein Leben in der Politik, Hamburg, 2006, p. 514.
[12] Lavrov, Serguei, «La politique globale a besoin de transparence et de démocratie», Izvestia del 24/4/2007, p. 5.
[13] Contando la guerra fría.
[14] Schmidt, Helmut, Die Mächte der Zukunft, Gewinner und Verlierer in der Welt von morgen. Munich, 2004, pp. 238-239.
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Red Voltaire - France/06/02/2008
El texto afirma solemnemente lo siguiente: «Nosotros, jefes de Estado y de gobierno de los Estados participantes en la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, nos reunimos en París en una época de profundos cambios y de esperanzas históricas. La era de la confrontación y de la división en Europa ha quedado atrás. Declaramos que nuestras relaciones se basarán, en lo adelante, en el respeto y la cooperación. Europa se libera de la herencia del pasado. El valor de los hombres y mujeres, el poderío de la voluntad de los pueblos y la fuerza de las ideas del Acta Final de Helsinki han abierto una nueva era de democracia, de paz y de unidad en Europa. Nos toca hoy concretar las esperanzas y expectativas que nuestros pueblos alimentaron durante décadas: un compromiso irrenunciable a favor de la democracia basada en los derechos humanos y las libertades fundamentales, en la prosperidad mediante la libertad económica y la justicia social e igual seguridad para todos nuestros países.» [Ver documento adjunto]
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Una Europa de paz, de estabilidad y de cooperación
¡Admirable texto! Parecía que, después de los horrores y las inimaginables pérdidas que sufrieron los pueblos europeos en las dos guerras mundiales y durante la guerra fría, se abrían radiantes perspectivas, la posibilidad de crear una Europa completamente nueva de paz y de estabilidad. Por vez primera en su historia, se había alcanzado un consenso que respondía a los intereses nacionales de todos los pueblos europeos.
El mérito de aquel tránsito de la guerra hacia la paz corresponde a la política exterior de Gorbatchov. Hasta Condoleezza Rice y Philip Zelikow escriben en su libro intitulado Germany Unified and Europe Transformed: «La ironía de la historia es que el fin de la guerra fría no hubiera tenido lugar de no haberse producido un cambio profundo de la política soviética. Se podrá discutir aún durante mucho tiempo sobre la razón que llevó a la Unión Soviética a ese cambio y sobre el papel que desempeñaron Estados Unidos y otros países, pero nadie podrá poner en duda que Mijaíl Gorbatchov y los ‹nuevos pensadores› que llegaron al poder en Moscú en 1985 ocupan un lugar importante en la historia del fin de la guerra fría.» [1]
Fue ante todo el abandono de dogmas ideológicos obsoletos por parte de la política exterior soviética lo que permitió aquel compromiso histórico. Se rechazó el concepto, peligroso en la era atómica, de lucha de clases en la arena internacional y el mesianismo comunista, o sea la voluntad de imponer los valores y el sistema comunistas al resto del mundo. Muy importante resultó la renuncia a la «doctrina Brezhnev», que justificaba la intromisión por la fuerza en los asuntos internos de los países miembros del CAME (o COMECON) para proteger el socialismo de corte soviético. En su lugar, Gorbatchov insistió en el principio según el cual cada pueblo tiene derecho a escoger libremente el camino a seguir para alcanzar su desarrollo político, económico y social.
Se había hecho evidente, en aquel entonces, que la guerra fría consolidaba la división de Europa y Alemania. Por otra parte, la división de Alemania se convertía en terreno propicio para el enfrentamiento Este-Oeste. Luego de los tratados de Yalta y de Potsdam, se había producido una evolución negativa: lucha de poderes entre la Unión Soviética y Estados Unidos, guerra fría, división de Europa, división contra natura de la nación alemana, ausencia de condiciones favorables para el libre desarrollo de los pueblos de Europa. Después de la caída del Muro de Berlín, todo dependía de que el problema alemán se solucionara de forma satisfactoria para los intereses de las dos superpotencias. Y fue justamente la solución de ese problema lo que se convirtió, desde enero de 1990 y hasta junio de ese mismo año, en el obstáculo que cerraba el camino hacia el fin de la guerra fría. No se lograba llegar a un compromiso sobre el status internacional de Alemania. ¿Debía seguir siendo miembro de la OTAN o ser no alineada? Las posiciones de la Unión Soviética y de Estados Unidos sobre el tema eran diametralmente opuestas. Washington quería mantener la OTAN a toda costa. Esa alianza era (aún lo es) el principal instrumento de dominación estadounidense sobre Europa. Sin Alemania, estaba condenada a perder prácticamente su peso en la política europea. En un encuentro sostenido con Margareth Thatcher el 8 de junio de 1990, Gorbatchov definía la posición de Washington sobre esta cuestión de la siguiente manera: «Yo comprendo por qué el presidente Bush se aferra a la OTAN. Sin esa alianza, desaparece la necesidad de la presencia militar en Europa. Como consecuencia, la influencia política de Estados Unidos sobre el continente disminuye considerablemente. Por eso son favorables a la presencia de Alemania en la OTAN. Piensan que, sin Alemania, la OTAN estará incompleta. Sin la OTAN, no habría presencia estadounidense en Europa.» [2]
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Lo mejor sería disolver los dos bloques
Según Gorbatchov, lo mejor era disolver los dos bloques. Ello debía permitir la creación de nuevas estructuras de seguridad en Europa [3]. Había que encontrar una difícil solución de compromiso, sin la cual parecía imposible poner fin a la guerra fría y la carrera armamentista.
Para desbloquear la situación, el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Hans Dietrich Genscher, propuso su plan, cuyos puntos esenciales expuso en sus discursos del 6 y el 31 de enero de 1990. La alianza atlántica debía declarar, sin ambigüedad, que cualquiera que fuere el destino del Pacto de Varsovia no se produciría una ampliación de la OTAN hacia el Este, que pudiera acercarla a las fronteras de la Unión Soviética. «Querer incluir la parte de Alemania que constituye la actual RDA en las estructuras militares de la OTAN bloqueará el acercamiento entre las dos Alemanias.» [4] Evitar esto último era interés de Alemania y de Rusia. «También, escribe Genscher en sus memorias, teníamos que buscar la manera de poner fin a la confrontación militar mediante estructuras cooperativas de seguridad cuando la oposición política desapareciera poco a poco. Había que tratar decididamente de crear un orden pacífico para toda Europa.» [5]
Cuestión espinosa: la permanencia de la Alemania unificada en la OTAN
No hay duda de que el «Plan Genscher» tenía en cuenta los intereses de la Unión Soviética en materia de seguridad y que este país podía aceptarlo. El 21 de febrero, el diario soviético Pravda publicaba una declaración de Gorbatchov, de la que hemos extraído el siguiente fragmento: «El proceso de reunificación alemana está vinculado orgánicamente al proceso europeo en su conjunto y debe ser sincronizado a este, con su aspecto esencial, o sea la creación de una estructura fundamentalmente nueva destinada a reemplazar a los bloques.» [6]. Para Gorbatchov era indispensable que la naturaleza de un nuevo orden quedara inscrita en un tratado entre todos los Estados de Europa, Estados Unidos y Canadá. [7]
Las ideas de Gorbatchov tenían muchos puntos en común con el «Plan Genscher», pero ambos contradecían los objetivos de la política estadounidense en Europa y a nivel mundial. En una entrevista con Mitterrand, el 25 de mayo de 1990, Gorbatchov describió esos objetivos con extrema precisión: «El hecho que los estadounidenses traten de afirmar con tanta obstinación la necesidad y la utilidad de la OTAN me induce a preguntarme si ellos tienen intenciones de crear un mecanismo, una institución o algún tipo de directorio destinado a dirigir los problemas mundiales.» [8] Gorbatchov tenía razón, pero no mencionaba otro objetivo de la política de Estados Unidos en Europa: mantener la OTAN significaba mantener la división de Europa. «To keep Russians out» era una de las principales prioridades de la política estadounidense.
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Washington no está dispuesto a aceptar el compromiso
Para Moscú, aquello significaba que no podía esperar alcanzar a un compromiso con los dirigentes estadounidenses sobre la cuestión de la presencia de Alemania en el seno de la OTAN. La única concesión de Bush consistió prometerle a Gorbatchov no estacionar tropas de la OTAN más allá de la frontera occidental de la RDA. El tiempo demostró que esta promesa no era otra cosa que simples palabras al viento.
¿Qué hacer ante aquella situación? ¿Bloquear por la fuerza la reunificación de Alemania y prolongar la guerra fría, con sus graves consecuencias para la Unión Soviética, para el pueblo alemán y los demás pueblos europeos, o aceptar la permanencia de Alemania en la OTAN? Finalmente, la segunda opción era mucho mejor. Numerosos argumentos la favorecían, sobre todo el hecho de que la Unión Soviética, que tenía en aquel entonces un poderoso potencial nuclear y era independiente en los principales sectores vitales, podía garantizar su propia seguridad por sí sola, sin los Estados del Pacto de Varsovia, y proseguir tranquilamente sus reformas.
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Unión Soviética reconoce la Alemania reunificada como miembro de la OTAN
A principios de febrero de 1990, yo redacté para Gorbatchov un informe a favor del reconocimiento de Alemania como miembro de la OTAN. Yo estimaba que de asumir por nuestra parte una posición de dura se correría el riesgo de sabotear la unidad alemana y de hacer fracasar los esfuerzos tendientes a la creación de un nuevo orden pacífico en Europa. Expuse mis argumentos de forma exhaustiva en mi libro Moskaus Griff nach der Weltmacht. Die bitteren Früchte hegemonialer Politik (Hamburgo, 2002). En otro informe dirigido a Gorbatchov, su principal consejero, Anatoli Cherniaev, también se pronunció a favor del reconocimiento de Alemania como miembro de la OTAN [9]. A fines del mes de mayo, Gorbatchov era favorable a aquella decisión, así que se abría el camino hacia la reunificación alemana y el fin de la guerra fría. ¿Quién podía imaginar en aquel entonces que Yeltsin y los medios políticos que lo apoyaban traicionarían a Gorbatchov y al país, disolverían la Unión Soviética y crearían en Europa una situación geopolítica nueva y muy favorable a los intereses de Estados Unidos? No existía antecedente histórico alguno de tamaña traición a los intereses nacionales. Las élites gubernamentales estadounidenses sacaron de ella enorme provecho. Se imaginaron que iban a poder hacer en lo adelante lo que quisieran en la arena mundial y sucumbieron a la obsesión de la supremacía global.
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Los Estados europeos miembros de la OTAN se convierten en satélites de Estados Unidos
Apenas un año después de la firma de la Carta de París, volvió a empezar el funesto proceso de división y militarización del continente europeo. Europa se vio empujada hacia una mala evolución que no tenía nada que ver con las ideas y principios de la Carta. Conforme a la voluntad de Estados Unidos, el espíritu de confrontación volvió a Europa. Estados Unidos reanudó su política de «nueva contención» y de establecimiento de un cerco alrededor de Rusia. Cayó nuevamente sobre Europa la cortina del dominio estadounidense. Una Europa construida según los principios de la Carta no convenía a los objetivos de la élite dominante estadounidense. Zbigniev Brzezinski [10] calificaba al continente europeo como la más importante zona de concentración de la política global de Estados Unidos cuya explotación era una condición indispensable para el establecimiento de la supremacía estadounidense sobre Eurasia.
Los Estados miembros de la OTAN se convirtieron en satélites de Estados Unidos, sobre todo Alemania que, como prudentemente escribiera Gerhard Schroder, «sólo dispone de una relativa independencia en materia de política exterior» [11]. Estados Unidos se «tragó» sin dificultad alguna a los países de Europa Oriental y del sudeste.
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La política exterior estadounidense para establecer un cerco alrededor de Rusia
Washington llevó su política de cerco y de asedio a Rusia tan lejos que, sin informar siquiera a sus «aliados» y pedirles su autorización, comenzó a instalar su sistema antimisiles estratégico en Polonia y en la República Checa. ¿Hacia quién apunta ese dispositivo? Oficialmente, hacia Irán. En realidad, hacia Rusia. Nació así una nueva causa extremadamente peligrosa de tensiones políticas y militares en Europa.
Las «expectativas históricas» de los pueblos europeos en cuanto a una paz sólida en Europa no se han concretado. No existía, en la historia de Europa, ejemplo alguno de una potencia extraeuropea que hubiera desencadenado una guerra contra un país europeo en ese continente. Por vez primera desde 1945, Yugoslavia fue objeto de una guerra, desencadenada por Estados Unidos. En violación de la Carta de París y de los tratados firmados en 1990, Alemania y otros países miembros de la OTAN participaron en esa guerra. Yugoslavia fue desmembrada en función de los intereses de la política estadounidense. A largo plazo, aquella guerra contribuyó a desestabilizar los Balcanes, política y militarmente.
Ante todas estas evoluciones negativas, parece totalmente paradójico que durante los 17 últimos años –período durante el cual casi toda Europa se convirtió poco a poco en vasallo de Estados Unidos al participar en la «semiguerra fría» de la OTAN contra Rusia– ningún político occidental y tampoco, para mi asombro, ningún político ruso haya recordado los principios de la Carta de París a pesar de su importancia para la seguridad de Europa, y que nadie se haya atrevido (quizás se les impidió hacerlo) a denunciar el desprecio y la grosera violación de dichos principios por parte de Estados Unidos. Los medios de prensa occidentales y rusos tampoco han creído necesario pronunciarse en ese sentido.
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Principios de la Carta de París
En la situación de crisis que Europa atraviesa actualmente resulta esencial recordar también la importancia de la Carta de París para la preservación de la paz. No por interés hacia la historia, sino porque resulta indispensable que la política europea ponga en práctica sus propios principios para prevenir los peligros que amenazan la seguridad de Europa.
Ante todo, es conveniente subrayar que la Carta de París puso fin a la guerra fría y trazó los contornos de un nuevo orden pacífico en Europa.
Ese documento contiene los siguientes capítulos:
1. Derechos humanos, democracia et Estado de derecho,
2. Libertad económica y responsabilidad,
3. Relaciones de amistad entre los países participantes,
4. Seguridad europea,
5. Unidad europea.
La Carta establece los principios fundamentales en los que se basa el orden pacífico europeo y que deben guiar la política de los Estados firmantes.
Entre dichos principios se encuentran sobre todo:
El mantenimiento y la promoción de la democracia como fundamento de la libertad, de la justicia y de la paz. La democracia representativa y pluralista «implica la responsabilidad ante el electorado y la obligación de los poderes públicos de ajustarse a la ley. Nadie está por encima de la ley».
El pluralismo político, indispensable para la promoción de la economía de mercado, para el crecimiento económico duradero, así como para la prosperidad, la justicia social y el uso racional de los recursos económicos.
La protección del medio ambiente, que constituye «una responsabilidad que comparten todas nuestras naciones».
La obligación de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial y la independencia política de un Estado, así como a toda acción incompatible con los objetivos de la Carta.
La necesidad de otorgar una «nueva calidad a nuestras relaciones en materia de seguridad» en Europa. La seguridad es «indivisible y la seguridad de cada Estado participante está indisolublemente ligada a la de los demás Estados». Se trata de implementar mecanismos para prevenir y resolver todo conflicto entre los Estados participantes». Todos los Estados miembros se comprometen a «cooperar para fortalecer la confianza y la seguridad entre nosotros y promover la limitación del armamento y el desarme.»
La necesidad que tienen todos los pueblos de Europa de gozar de los mismos derechos a la autodeterminación y a la integridad territorial conforme a la Carta de las Naciones Unidas y las normas del derecho internacional.
La necesidad absoluta de dejar atrás la desconfianza secular entre los pueblos y de construir una Europa unida mediante acciones colectivas y el fortalecimiento de la cooperación entre los países. Dicha cooperación se basa en los 10 principios del Acta Final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). La colaboración entre los Estados de América del Norte y de Europa constituye un elemento orgánico del proceso de la CSCE. «Enriquecidos por su diversidad», los diferentes países están en el deber de promover y desarrollar la cooperación en todos los sectores.
Europa debe promover la paz en el mundo. Está abierta al diálogo y a la cooperación con otros países y expresa su voluntad de buscar junto a ellos respuestas para «los desafíos del futuro».
La reunificación de Alemania constituye una importante contribución a la creación de un nuevo orden pacífico justo y duradero en una Europa unida y democrática, una Europa conciente de sus responsabilidades para garantizar la estabilidad, la paz y la cooperación en el continente.
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¿Qué pasó con la confianza entre los pueblos europeos?
Los países europeos le deben a Estados Unidos el total olvido en que cayó la Carta de París. No quedó prácticamente nada de sus magníficos principios. ¿Dónde está la unidad de Europa? En vez de desarme, se produjo un rearme. La cooperación no es más que un sueño. La seguridad europea cedió su lugar a la inestabilidad y la amenaza. ¿Qué pasó con la confianza entre los pueblos, con la seguridad igual para todos los países? Todos esos principios, así como otros muchos que aparecen en la Carta, desaparecieron. Y eso se lo debemos a la autoproclamada «élite mundial» estadounidense.
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Mantener la presencia estadounidense en Europa y a los rusos fuera de ella
Durante la guerra fría, los tres principios de la política de Estados Unidos en Europa fueron los siguientes:
a) mantener la presencia estadounidense en Europa,
b) dominar Alemania,
c) mantener a los rusos fuera de Europa.
Después del derrumbe de la Unión Soviética, esos principios adquirieron un sentido más amplio y un nuevo valor:
a) mantener y reforzar el dominio estadounidense en Europa,
b) atar la OTAN y la expansión global a Estados Unidos, utilizar las fuerzas armadas y el potencial económico de los Estados miembros de la alianza atlántica para alcanzar los objetivos expansionistas,
c) continuar controlando la política de Alemania,
d) debilitar al máximo a Rusia en el plano geopolítico, así como económica, militar, estratégica y moralmente, y mantenerla fuera de Europa.
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Política estadounidense de supremacía mundial
La política estadounidense de supremacía mundial, formulada de manera muy concreta en el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) de los neoconservadores, constituye un factor extremadamente destructor y peligroso dentro del sistema de relaciones internacionales, tanto en Europa como a nivel mundial. Con vista a la aplicación de esa política, Estados Unidos aumentó considerablemente sus gastos militares, que se elevaron a 600 000 millones de dólares en 2007, lo cual representa el doble de la cifra record alcanzada en plena guerra fría y la mitad de los gastos militares a nivel mundial. Los gastos militares de Rusia representan sólo el 8% de esa suma. Estados Unidos se han convertido en iniciador y motor de una gigantesca carrera armamentista, sobre todo mediante el desarrollo de nuevas y terribles armas de destrucción masiva. Sometidos a la presión de Estados Unidos, los países miembros de la OTAN se han vistos obligados a violar el principio de la Carta de París que estipula que Europa debe ser «una fuente de paz», y a participar en aventuras militares estadounidenses. Actualmente, Estados Unidos está creando de por sí un peligro de guerra en Europa con sus planes de instalar en Polonia y en la República Checa un sistema antimisiles dirigido contra Rusia.
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Significado del sistema estadounidense antimisiles
La instalación de bases de misiles estadounidenses en los bordes de la frontera rusa pone a los políticos rusos ante una difícil disyuntiva. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, declaró recientemente: «No nos dejaremos arrastrar a una confrontación.» [12] Pero, ¿qué pasará en Europa si la operación tendiente a apresar a Rusia en una «tenaza» llega a un punto crítico que obligue el Kremlin a escoger entre «ponerse voluntariamente de rodillas ante Washington o responder como es debido a los estadounidenses»? John F. Kennedy, por ejemplo, optó por la segunda solución durante la crisis de Cuba. Todo parece indicar que no podemos excluir la posibilidad de una crisis similar en Europa. Esto se desprende, sobre todo, de una declaración que hiciera Putin durante la cumbre Europa-Rusia que se desarrolló en Lisboa en octubre pasado.
La Casa Blanca se muestra inflexible: no renunciará de ninguna manera a la instalación de su sistema antimisil cerca de las fronteras rusas ni a ejercer une fuerte presión militar sobre Rusia. En ese contexto, no es sorprendente que en los últimos tiempos estemos oyendo decir cada vez más a menudo, inclusive por el propio presidente de Estados Unidos, que una nueva guerra mundial es totalmente posible. Cayó en el olvido lo que dijo John F. Kennedy después de la crisis de Cuba: «La humanidad tiene que acabar con la guerra, sino la guerra acabará con la humanidad.» Ante esta situación de crisis, la seguridad en Europa tiene que convertirse en la prioridad número uno de los políticos europeos y estos últimos tienen que hacer todo lo posible por reactivar los principios de la Carta de París. De lo contrario, Europa pudiera verse expuesta a catástrofes mucho más terribles que las que sufrió durante el siglo XX.
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Reactivar los principios de la Carta de París
Durante el siglo pasado, los políticos europeos dieron lugar a tres guerras mundiales [13] por causa de su irresponsabilidad, de su falta de previsión, de su arrogancia y de su necesidad de predominio, y sacrificaron Europa a la «élite mundial» estadounidense. Ya es hora de que los políticos europeos entren en razones y de que sigan el consejo del ex canciller alemán Helmut Schmidt quien, en su libro Mächte der Zukunft, enunció una verdad como una casa: «La mayoría de los Estados del continente europeo no tiene razón estratégica alguna para someterse voluntariamente al imperialismo estadounidense en un futuro próximo. […] No debemos rebajarnos a la categoría de complacientes acéptalo-todo.» [14]
Europa tiene por delante una misión verdaderamente histórica, la de encontrar su identidad y liberarse del dominio estadounidense. La Carta de París señala el camino a seguir para garantizar su seguridad y la coexistencia pacífica entre los pueblos germanos, eslavos, latinos y ugrofineses que pueblan nuestra casa europea.
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Documentos adjuntos
Carta de París para una nueva Europa (texto en francés)
(PDF - 67.3 KB)
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Viatcheslav Dachitchev
Los artículos de este autor
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[1] Germany Unified and Europe Transformed, por Condoleezza Rice y Philip Zelikow, Harvard University Press, 1997.
[2] Michail Gorbatschow und die deutsche Frage. Sammelband von Dokumenten 1986 – 1991. Hrsg. Alexander Galkin, Anatolij Tschernjaew, Moscú, 2006, p. 478.
[3] Ibid., p. 434
[4] Hans Dietrich Genscher, Erinnerungen, Siedler-Verlag, 1995, p. 714.
[5] Ibid., p. 712.
[6] Mijaíl Gorbatchov, op. cit., p. 373.
[7] Ibid., p. 416.
[8] Ibid., pp. 457-458.
[9] Ibid. pp. 424-425.
[10] «La stratégie anti-russe de Zbigniew Brzezinski», por Arthur Lepic, Réseau Voltaire, 22 de octubre de 2004. El señor Brzezinski es actualmente el consejero diplomático de Barack Obama. Ndlr.
[11] Schroder, Gerhard, Entscheidungen. Mein Leben in der Politik, Hamburg, 2006, p. 514.
[12] Lavrov, Serguei, «La politique globale a besoin de transparence et de démocratie», Izvestia del 24/4/2007, p. 5.
[13] Contando la guerra fría.
[14] Schmidt, Helmut, Die Mächte der Zukunft, Gewinner und Verlierer in der Welt von morgen. Munich, 2004, pp. 238-239.
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Red Voltaire - France/06/02/2008
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