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El consumismo que la cultura del capital ha gestado está en la base del hambre de miles de millones de personas y de la actual falta de alimentos de la humanidad. Frente a tal situación, ¿cómo debería ser el consumo humano?
En primer lugar el consumo debe ser adecuado a la naturaleza del ser humano. Ésta, por un lado, es material, enraizada en la naturaleza y necesitada de bienes materiales para subsistir. Por otro lado es espiritual y se alimenta de bienes intangibles como la solidaridad, el amor, la acogida y la apertura al Infinito. Si no damos atención a estas dos dimensiones nos volveremos anémicos en el cuerpo y en el espíritu. En segundo lugar, el consumo necesita ser justo y equitativo. La Declaración de los Derechos Humanos afirma que la alimentación es una necesidad vital y, por ello, un derecho fundamental de cada persona humana (justicia) y conforme con las singularidades de cada uno (equidad). Si no se atiende este derecho, las personas se confrontan directamente con la muerte.
En tercer lugar, el consumo debe ser solidario. Es solidario aquel consumo que supera el individualismo y se autolimita, por amor y por compasión con aquellos que no pueden consumir lo necesario. La solidaridad se expresa por el compartir, por la participación y por el apoyo a los movimientos que luchan por los medios de vida, como son la tierra, la vivienda y la salud. Implica también la disposición a sufrir y a correr los riesgos que tal solidaridad comporta.
En cuarto lugar, el consumo ha de ser responsable. Es responsable el consumidor que se da cuenta de las consecuencias del modelo de consumo que practica, si es suficiente y decente, o sofisticado y suntuoso. Si consume lo que necesita o desperdicia aquello que va a faltar en la mesa de los otros. La responsabilidad se traduce por un estilo sobrio, capaz de renunciar, no por ascetismo, sino por amor y en solidaridad con los que sufren necesidad. Se trata de una opción por la sencillez voluntaria y por un patrón de vida conscientemente contenido, que no se somete a los reclamos del deseo ni a las solicitaciones de la propaganda. Aunque no tenga consecuencias inmediatas y visibles, esta actitud vale por sí misma. Muestra una convicción que no se mide por los efectos esperados sino por el valor que esta actitud humana posee en sí misma.
Por último, el consumo debe ser realizador de la integralidad del ser humano. Éste tiene necesidad de conocimiento y así consumimos muchos saberes discerniendo cuál de ellos conviene y edifica. Tenemos necesidad de comunicación y de relacionarnos, y satisfacemos esta necesidad alimentando relaciones personales y sociales que nos permiten dar y recibir y en este intercambio nos complementamos y crecemos. A veces esta comunicación se realiza participando en manifestaciones a favor de la justicia, de la reforma agraria, del cuidado del agua potable, de la protección de la naturaleza, o también viendo una película, asistiendo a un concierto, yendo a un teatro, visitando una exposición artística, participando en algún debate.
Tenemos necesidad de amar y de ser amados. Satisfacemos esta necesidad amando con gratuidad a las personas y a los diferentes a nosotros. Tenemos necesidad de trascendencia, de atrevernos y de ir más allá de cualquier límite impuesto, de sumergirnos en Dios con quien podemos comulgar. Todas estas formas de consumo realizan la existencia humana en sus múltiples dimensiones.
Estas formas de consumo no cuestan y no gastan energía; presuponen solamente el empeño y la apertura a la solidaridad, a la compasión y a la belleza.
¿No traduce todo esto aquello en lo que pensamos cuando hablamos de felicidad?
El consumismo que la cultura del capital ha gestado está en la base del hambre de miles de millones de personas y de la actual falta de alimentos de la humanidad. Frente a tal situación, ¿cómo debería ser el consumo humano?
En primer lugar el consumo debe ser adecuado a la naturaleza del ser humano. Ésta, por un lado, es material, enraizada en la naturaleza y necesitada de bienes materiales para subsistir. Por otro lado es espiritual y se alimenta de bienes intangibles como la solidaridad, el amor, la acogida y la apertura al Infinito. Si no damos atención a estas dos dimensiones nos volveremos anémicos en el cuerpo y en el espíritu. En segundo lugar, el consumo necesita ser justo y equitativo. La Declaración de los Derechos Humanos afirma que la alimentación es una necesidad vital y, por ello, un derecho fundamental de cada persona humana (justicia) y conforme con las singularidades de cada uno (equidad). Si no se atiende este derecho, las personas se confrontan directamente con la muerte.
En tercer lugar, el consumo debe ser solidario. Es solidario aquel consumo que supera el individualismo y se autolimita, por amor y por compasión con aquellos que no pueden consumir lo necesario. La solidaridad se expresa por el compartir, por la participación y por el apoyo a los movimientos que luchan por los medios de vida, como son la tierra, la vivienda y la salud. Implica también la disposición a sufrir y a correr los riesgos que tal solidaridad comporta.
En cuarto lugar, el consumo ha de ser responsable. Es responsable el consumidor que se da cuenta de las consecuencias del modelo de consumo que practica, si es suficiente y decente, o sofisticado y suntuoso. Si consume lo que necesita o desperdicia aquello que va a faltar en la mesa de los otros. La responsabilidad se traduce por un estilo sobrio, capaz de renunciar, no por ascetismo, sino por amor y en solidaridad con los que sufren necesidad. Se trata de una opción por la sencillez voluntaria y por un patrón de vida conscientemente contenido, que no se somete a los reclamos del deseo ni a las solicitaciones de la propaganda. Aunque no tenga consecuencias inmediatas y visibles, esta actitud vale por sí misma. Muestra una convicción que no se mide por los efectos esperados sino por el valor que esta actitud humana posee en sí misma.
Por último, el consumo debe ser realizador de la integralidad del ser humano. Éste tiene necesidad de conocimiento y así consumimos muchos saberes discerniendo cuál de ellos conviene y edifica. Tenemos necesidad de comunicación y de relacionarnos, y satisfacemos esta necesidad alimentando relaciones personales y sociales que nos permiten dar y recibir y en este intercambio nos complementamos y crecemos. A veces esta comunicación se realiza participando en manifestaciones a favor de la justicia, de la reforma agraria, del cuidado del agua potable, de la protección de la naturaleza, o también viendo una película, asistiendo a un concierto, yendo a un teatro, visitando una exposición artística, participando en algún debate.
Tenemos necesidad de amar y de ser amados. Satisfacemos esta necesidad amando con gratuidad a las personas y a los diferentes a nosotros. Tenemos necesidad de trascendencia, de atrevernos y de ir más allá de cualquier límite impuesto, de sumergirnos en Dios con quien podemos comulgar. Todas estas formas de consumo realizan la existencia humana en sus múltiples dimensiones.
Estas formas de consumo no cuestan y no gastan energía; presuponen solamente el empeño y la apertura a la solidaridad, a la compasión y a la belleza.
¿No traduce todo esto aquello en lo que pensamos cuando hablamos de felicidad?
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LQSomos. Leonardo Boff. Abril de 2008
LQSomos. Leonardo Boff. Abril de 2008
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LQSomos/30/04/2008
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