Manuel TALENS
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Traducción y compromiso
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Introducción
En 1841, un jovencísimo Karl Marx escribió lo siguiente: «¿Acaso es libre la prensa degradada a industria? Es innegable que el escritor tiene que ganar con el trabajo de su pluma para existir y escribir, pero jamás existir y escribir para ganar. La primera libertad de la prensa consiste precisamente en no ser una industria.»[1] Como en tantas otras ocasiones, el filósofo alemán puso el dedo en la llaga de un problema social que siglo y medio después, en nuestro mundo posmoderno, ha adquirido caracteres de plaga universal.
Los medios dominantes globales de comunicación (mainstream media) –ya se trate de radio, televisión, periódicos y revistas impresos en papel o sus equivalentes virtuales en internet– están hoy en manos de oligopolios económicos cuyo primer objetivo es el lucro, mientras que la información queda relegada a pretexto retórico para alcanzarlo. Su contubernio con las diferentes industrias que les compran espacio en concepto de publicidad (a menudo, tanto el medio como el mensaje tienen un mismo propietario), sumado a su oposición a cualquier cambio político que pudiera recortar el poder que ejercen sobre los lectores de a pie, convierten en una falacia la pretensión de estos medios de ser paladines de la libertad de prensa.
En tales circunstancias, cualquiera que desee contrastar la desinformación con que nos bombardean pasivamente deberá buscar activamente los denominados medios alternativos, que, por el simple hecho de no ser una industria, son mucho menos visibles e infinitamente menos poderosos. A la inversa de lo dicho sobre los medios dominantes, la finalidad de los medios alternativos no es el lucro, sino la libertad de prensa.
La traducción está perfectamente integrada en esta estructura bicefálica (dominantes / alternativos). Por razones obvias, se comprenderá que el modelo denunciado por Marx en 1841 también se repite en este género de escritura (la traducción es una re-escritura de textos ajenos). Los medios dominantes encargan a sus traductores –a cambio de dinero– textos objetiva o subjetivamente favorables a su punto de vista corporativo, mientras que los medios alternativos se nutren de traductores activistas que en general ejercen gratuitamente este trabajo para difundir textos contrahegemónicos. Por supuesto, la línea divisoria entre ambas trincheras no es tan hermética como lo dicho aquí arriba haría suponer: la contaminación existe, pero podría afirmarse sin miedo al error que el desigual enfrentamiento entre medios dominantes y alternativos –hoy limitado casi en exclusiva al ámbito de internet– es una versión puesta al día de la lucha de clases.
En 1841, un jovencísimo Karl Marx escribió lo siguiente: «¿Acaso es libre la prensa degradada a industria? Es innegable que el escritor tiene que ganar con el trabajo de su pluma para existir y escribir, pero jamás existir y escribir para ganar. La primera libertad de la prensa consiste precisamente en no ser una industria.»[1] Como en tantas otras ocasiones, el filósofo alemán puso el dedo en la llaga de un problema social que siglo y medio después, en nuestro mundo posmoderno, ha adquirido caracteres de plaga universal.
Los medios dominantes globales de comunicación (mainstream media) –ya se trate de radio, televisión, periódicos y revistas impresos en papel o sus equivalentes virtuales en internet– están hoy en manos de oligopolios económicos cuyo primer objetivo es el lucro, mientras que la información queda relegada a pretexto retórico para alcanzarlo. Su contubernio con las diferentes industrias que les compran espacio en concepto de publicidad (a menudo, tanto el medio como el mensaje tienen un mismo propietario), sumado a su oposición a cualquier cambio político que pudiera recortar el poder que ejercen sobre los lectores de a pie, convierten en una falacia la pretensión de estos medios de ser paladines de la libertad de prensa.
En tales circunstancias, cualquiera que desee contrastar la desinformación con que nos bombardean pasivamente deberá buscar activamente los denominados medios alternativos, que, por el simple hecho de no ser una industria, son mucho menos visibles e infinitamente menos poderosos. A la inversa de lo dicho sobre los medios dominantes, la finalidad de los medios alternativos no es el lucro, sino la libertad de prensa.
La traducción está perfectamente integrada en esta estructura bicefálica (dominantes / alternativos). Por razones obvias, se comprenderá que el modelo denunciado por Marx en 1841 también se repite en este género de escritura (la traducción es una re-escritura de textos ajenos). Los medios dominantes encargan a sus traductores –a cambio de dinero– textos objetiva o subjetivamente favorables a su punto de vista corporativo, mientras que los medios alternativos se nutren de traductores activistas que en general ejercen gratuitamente este trabajo para difundir textos contrahegemónicos. Por supuesto, la línea divisoria entre ambas trincheras no es tan hermética como lo dicho aquí arriba haría suponer: la contaminación existe, pero podría afirmarse sin miedo al error que el desigual enfrentamiento entre medios dominantes y alternativos –hoy limitado casi en exclusiva al ámbito de internet– es una versión puesta al día de la lucha de clases.
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La información como pretexto en la era del neoliberalismo
A lo largo de esta ponencia pretendo resaltar las implicaciones económicas, políticas y sociales del periodismo que ejercen los medios dominantes (en el cual incluyo la traducción), para contraponerlas después al periodismo y la traducción de los medios alternativos o activistas. En el primero de los casos el periodismo suele ser un instrumento de manipulación con el claro objetivo de obtener beneficios empresariales; en el segundo, por el contrario, suele ser un arma retórica de combate.
Empezaré citando un artículo del periodista Pascual Serrano, publicado el 11 de febrero de 2008 en el diario Público. El artículo en cuestión se titulaba “De la censura a la mentira”[2] y, en él, Serrano refería varios ejemplos muy actuales de desinformación en los medios. Por mor de brevedad, cito aquí al azar sólo uno de dichos ejemplos: “Hace unos meses, el semanario Interviú difundía en portada un reportaje en el que afirmaba que Marcos Chávez, hermano del presidente de Venezuela, era el comisario general de la lucha contra la droga y la criminalidad en ese país y que una conversación grabada por la policía española mostraba la felicidad de los narcos desde que este hermano del presidente dirige esa policía (19-11-2007). Ni el tal Marcos Chávez es el jefe antinarcóticos de Venezuela –es el responsable de la policía científica–, ni es hermano ni tiene ninguna relación de consanguinidad con Hugo Chávez.”
De la suma de los diferentes ejemplos a que aludía en su artículo, la conclusión de Serrano, y lo cito de nuevo textualmente, era que “las mentiras en nuestros medios de comunicación son constantes y, lo que es peor, impunes.”
A continuación, Serrano comentaba esta impunidad: “En las dictaduras, el método para impedir que los ciudadanos estén informados es la censura, se impide la difusión de noticias que al poder no le gustan. Ahora, las verdades pueden ser enterradas a base mentiras, de forma que el resultado es el mismo: ocultar la verdad.”
Pascual Serrano, que es lo que podríamos denominar un periodista militante, ha centrado algunos de sus libros en las mentiras de los medios. Vale la pena leer los dos que dedicó a las patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación[3]. En ellos, agrupados por temas, repasa todos los aspectos presentes en la vida política y mediática, desde la economía, la educación, el racismo, la ecología o internet hasta los territorios geográficos que han tenido determinada trascendencia, como Iraq, Estados Unidos, Palestina, Cuba o Venezuela, sin olvidar los asuntos más sensibles de nuestro país, como la monarquía, las fuerzas de seguridad, la iglesia o el sistema judicial. A través de las páginas de estos libros, con ejemplos sacados día a día de la prensa nacional e internacional, se desvela la miseria y la podredumbre de los discursos de gran parte de la clase política y la mentira y manipulación de la mayoría de los medios.
Llegados a este punto, vale la pena que ahonde ahora un poco más en el concepto de censura apuntado más arriba por Serrano, concepto que sufrió una metamorfosis con el cambio político en nuestro país, desde la anterior dictadura a eso en que hoy vivimos y que llamamos democracia. Para ello, me basaré en otro artículo esclarecedor del filósofo Santiago Alba Rico, “En favor de la censura”, publicado en el periódico alternativo La República[4], en el que éste comienza de manera incisiva citando al poeta y crítico decimonónico inglés Matthew Arnold, según el cual, “si los periódicos que uno lee pueden decir lo que quieren, uno tiende a creer que está bien informado”. Eso es exactamente lo que está pasando aquí: nuestros periódicos pueden decir impunemente lo que quieran.
Pero ¿realmente estamos bien informados? Yo creo que no, porque la censura sigue existiendo en democracia, es la misma que en la dictadura, pero se reviste con otro ropaje. Dicho con palabras de Alba Rico, la censura, que antes era estatal, ahora se ha privatizado y recibe el nombre de “libertad de prensa” o “libertad de información”.
¿Por qué digo que la libertad de información es, en realidad, una libertad de censura? Pues porque, de acuerdo con Alba Rico, “ciertos órganos, ciertas instituciones, ciertos colectivos, reciben del Estado el derecho soberano a censurar públicamente un número casi ilimitado de voces.” Sólo publican lo que les interesa, nunca a quienes disienten de su línea informativa. Es decir, en democracia “el Estado delega el derecho de censura, no en manos de ciudadanos libres o, en el extremo, de partidos y colectivos civiles, sino de grandes multinacionales que son las que, directa o indirectamente, redactan los periódicos y programan las cadenas de televisión. Los mismos que deciden quién come y qué comemos, quién puede beber y qué bebemos, quiénes van a matarse y con qué armas, quién puede ir al colegio y qué estudiamos, quién puede tener una casa y dónde vivimos, quién puede llevar zapatos y cómo nos vestimos, son los que deciden quién puede hablar y qué escuchamos.” Y qué leemos.
La denominada prensa libre occidental, propiedad de unos pocos privilegiados, se basa en tres puntales. El primero es la rentabilidad económica, es decir, a los medios dominantes les tienen que salir las cuentas porque son una industria, tal como temía hace siglo y medio el siempre clarividente Karl Marx. Vale la pena recordar aquí que todo periódico obtiene el 50% de sus beneficios de la publicidad. La publicidad fue el gran invento de la prensa burguesa en Inglaterra en el siglo XIX, conforme se desarrollaba la revolución industrial. Los medios de la clase acaudalada empezaron a incluir anuncios, con lo cual hundieron prácticamente a los medios defensores de la clase obrera, pues éstos, para poder sobrevivir en igualdad de condiciones, pero sin ese 50% de ingresos provenientes de la publicidad, habrían necesitado doblar el precio. El competir en tales condiciones, ahora igual que entonces, los ricos con una prensa defensora de sus intereses de clase y que les cuesta la mitad que la prensa de la clase obrera, es una auténtica falacia.
El segundo puntal sobre el que se basan los medios dominantes o hegemónicos de comunicación es el de los accionistas, a los cuales tales medios deben tener contentos mediante el reparto de dividendos. Vale la pena señalar que hoy en día los medios ya ni siquiera pertenecen, como antaño, a empresas que se dedican exclusivamente a la comunicación, sino más bien a grupos empresariales diversificados, que pueden incluir desde empresas de la construcción a empresas del automóvil, de agroalimentación, grupos eclesiásticos o incluso a empresas armamentistas, como es el caso de Francia: los tres principales diarios de París, Le Monde, Libération y Le Figaro, están en manos de los grupos Lagardère y Dassault, fabricantes de armas. Este detalle, relativo a quién pertenecen los medios, ha alterado incluso las características económicas de éstos en lo que respecta al punto anterior, la rentabilidad, pues los grupos empresariales propietarios pueden llegar incluso a permitirse que sean deficitarios con tal de que les ayuden a mantener la “imagen pública” de la empresa que, ella, se ocupará de ganar dinero en otros ámbitos más productivos.
El tercer puntal sobre el que se basan los medios hegemónicos es el de los anunciantes. Hemos visto que éstos contribuyen con el 50% del total de beneficios que ingresan los medios, pero dicha contribución tiene una contrapartida que excede con mucho el simple hecho de anunciar un producto. En otras palabras, no se trata solamente de incitar a los lectores a que beban un producto edulcorado o se compren un determinado automóvil, sino que las noticias publicadas en los medios se redactan con un sesgo clara o subliminalmente favorable a los intereses empresariales de los anunciantes. Básteme citar un ejemplo típico de este sesgo subliminal: en mayo de 2006, el mismo mes que El País criticaba ferozmente la decisión de Bolivia de nacionalizar sus recursos de gas y petróleo y exigir más porcentaje de beneficios a multinacionales como Repsol, esta compañía española financió con su dinero un coleccionable de decoración e interiorismo del diario. Cabe preguntarse: ¿qué tiene que ver Repsol con la decoración interior de nuestras casas? Nada, se trataba simplemente de un trueque de favores: tú me pagas el coste del coleccionable y yo te publico noticias a tu favor. “Hoy por mí y mañana por ti”[5]. Daré un último ejemplo, este muy selectivo: por si no lo sabían, les diré que el periódico internético de extrema derecha Libertad Digital recibe su financiación de anunciantes tales como Endesa, Gas Natural, El Corte Inglés, Telefónica, Iberdrola, BBVA, Santander Central Hispano, Ibercaja o CEPSA[6].
La información como pretexto en la era del neoliberalismo
A lo largo de esta ponencia pretendo resaltar las implicaciones económicas, políticas y sociales del periodismo que ejercen los medios dominantes (en el cual incluyo la traducción), para contraponerlas después al periodismo y la traducción de los medios alternativos o activistas. En el primero de los casos el periodismo suele ser un instrumento de manipulación con el claro objetivo de obtener beneficios empresariales; en el segundo, por el contrario, suele ser un arma retórica de combate.
Empezaré citando un artículo del periodista Pascual Serrano, publicado el 11 de febrero de 2008 en el diario Público. El artículo en cuestión se titulaba “De la censura a la mentira”[2] y, en él, Serrano refería varios ejemplos muy actuales de desinformación en los medios. Por mor de brevedad, cito aquí al azar sólo uno de dichos ejemplos: “Hace unos meses, el semanario Interviú difundía en portada un reportaje en el que afirmaba que Marcos Chávez, hermano del presidente de Venezuela, era el comisario general de la lucha contra la droga y la criminalidad en ese país y que una conversación grabada por la policía española mostraba la felicidad de los narcos desde que este hermano del presidente dirige esa policía (19-11-2007). Ni el tal Marcos Chávez es el jefe antinarcóticos de Venezuela –es el responsable de la policía científica–, ni es hermano ni tiene ninguna relación de consanguinidad con Hugo Chávez.”
De la suma de los diferentes ejemplos a que aludía en su artículo, la conclusión de Serrano, y lo cito de nuevo textualmente, era que “las mentiras en nuestros medios de comunicación son constantes y, lo que es peor, impunes.”
A continuación, Serrano comentaba esta impunidad: “En las dictaduras, el método para impedir que los ciudadanos estén informados es la censura, se impide la difusión de noticias que al poder no le gustan. Ahora, las verdades pueden ser enterradas a base mentiras, de forma que el resultado es el mismo: ocultar la verdad.”
Pascual Serrano, que es lo que podríamos denominar un periodista militante, ha centrado algunos de sus libros en las mentiras de los medios. Vale la pena leer los dos que dedicó a las patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación[3]. En ellos, agrupados por temas, repasa todos los aspectos presentes en la vida política y mediática, desde la economía, la educación, el racismo, la ecología o internet hasta los territorios geográficos que han tenido determinada trascendencia, como Iraq, Estados Unidos, Palestina, Cuba o Venezuela, sin olvidar los asuntos más sensibles de nuestro país, como la monarquía, las fuerzas de seguridad, la iglesia o el sistema judicial. A través de las páginas de estos libros, con ejemplos sacados día a día de la prensa nacional e internacional, se desvela la miseria y la podredumbre de los discursos de gran parte de la clase política y la mentira y manipulación de la mayoría de los medios.
Llegados a este punto, vale la pena que ahonde ahora un poco más en el concepto de censura apuntado más arriba por Serrano, concepto que sufrió una metamorfosis con el cambio político en nuestro país, desde la anterior dictadura a eso en que hoy vivimos y que llamamos democracia. Para ello, me basaré en otro artículo esclarecedor del filósofo Santiago Alba Rico, “En favor de la censura”, publicado en el periódico alternativo La República[4], en el que éste comienza de manera incisiva citando al poeta y crítico decimonónico inglés Matthew Arnold, según el cual, “si los periódicos que uno lee pueden decir lo que quieren, uno tiende a creer que está bien informado”. Eso es exactamente lo que está pasando aquí: nuestros periódicos pueden decir impunemente lo que quieran.
Pero ¿realmente estamos bien informados? Yo creo que no, porque la censura sigue existiendo en democracia, es la misma que en la dictadura, pero se reviste con otro ropaje. Dicho con palabras de Alba Rico, la censura, que antes era estatal, ahora se ha privatizado y recibe el nombre de “libertad de prensa” o “libertad de información”.
¿Por qué digo que la libertad de información es, en realidad, una libertad de censura? Pues porque, de acuerdo con Alba Rico, “ciertos órganos, ciertas instituciones, ciertos colectivos, reciben del Estado el derecho soberano a censurar públicamente un número casi ilimitado de voces.” Sólo publican lo que les interesa, nunca a quienes disienten de su línea informativa. Es decir, en democracia “el Estado delega el derecho de censura, no en manos de ciudadanos libres o, en el extremo, de partidos y colectivos civiles, sino de grandes multinacionales que son las que, directa o indirectamente, redactan los periódicos y programan las cadenas de televisión. Los mismos que deciden quién come y qué comemos, quién puede beber y qué bebemos, quiénes van a matarse y con qué armas, quién puede ir al colegio y qué estudiamos, quién puede tener una casa y dónde vivimos, quién puede llevar zapatos y cómo nos vestimos, son los que deciden quién puede hablar y qué escuchamos.” Y qué leemos.
La denominada prensa libre occidental, propiedad de unos pocos privilegiados, se basa en tres puntales. El primero es la rentabilidad económica, es decir, a los medios dominantes les tienen que salir las cuentas porque son una industria, tal como temía hace siglo y medio el siempre clarividente Karl Marx. Vale la pena recordar aquí que todo periódico obtiene el 50% de sus beneficios de la publicidad. La publicidad fue el gran invento de la prensa burguesa en Inglaterra en el siglo XIX, conforme se desarrollaba la revolución industrial. Los medios de la clase acaudalada empezaron a incluir anuncios, con lo cual hundieron prácticamente a los medios defensores de la clase obrera, pues éstos, para poder sobrevivir en igualdad de condiciones, pero sin ese 50% de ingresos provenientes de la publicidad, habrían necesitado doblar el precio. El competir en tales condiciones, ahora igual que entonces, los ricos con una prensa defensora de sus intereses de clase y que les cuesta la mitad que la prensa de la clase obrera, es una auténtica falacia.
El segundo puntal sobre el que se basan los medios dominantes o hegemónicos de comunicación es el de los accionistas, a los cuales tales medios deben tener contentos mediante el reparto de dividendos. Vale la pena señalar que hoy en día los medios ya ni siquiera pertenecen, como antaño, a empresas que se dedican exclusivamente a la comunicación, sino más bien a grupos empresariales diversificados, que pueden incluir desde empresas de la construcción a empresas del automóvil, de agroalimentación, grupos eclesiásticos o incluso a empresas armamentistas, como es el caso de Francia: los tres principales diarios de París, Le Monde, Libération y Le Figaro, están en manos de los grupos Lagardère y Dassault, fabricantes de armas. Este detalle, relativo a quién pertenecen los medios, ha alterado incluso las características económicas de éstos en lo que respecta al punto anterior, la rentabilidad, pues los grupos empresariales propietarios pueden llegar incluso a permitirse que sean deficitarios con tal de que les ayuden a mantener la “imagen pública” de la empresa que, ella, se ocupará de ganar dinero en otros ámbitos más productivos.
El tercer puntal sobre el que se basan los medios hegemónicos es el de los anunciantes. Hemos visto que éstos contribuyen con el 50% del total de beneficios que ingresan los medios, pero dicha contribución tiene una contrapartida que excede con mucho el simple hecho de anunciar un producto. En otras palabras, no se trata solamente de incitar a los lectores a que beban un producto edulcorado o se compren un determinado automóvil, sino que las noticias publicadas en los medios se redactan con un sesgo clara o subliminalmente favorable a los intereses empresariales de los anunciantes. Básteme citar un ejemplo típico de este sesgo subliminal: en mayo de 2006, el mismo mes que El País criticaba ferozmente la decisión de Bolivia de nacionalizar sus recursos de gas y petróleo y exigir más porcentaje de beneficios a multinacionales como Repsol, esta compañía española financió con su dinero un coleccionable de decoración e interiorismo del diario. Cabe preguntarse: ¿qué tiene que ver Repsol con la decoración interior de nuestras casas? Nada, se trataba simplemente de un trueque de favores: tú me pagas el coste del coleccionable y yo te publico noticias a tu favor. “Hoy por mí y mañana por ti”[5]. Daré un último ejemplo, este muy selectivo: por si no lo sabían, les diré que el periódico internético de extrema derecha Libertad Digital recibe su financiación de anunciantes tales como Endesa, Gas Natural, El Corte Inglés, Telefónica, Iberdrola, BBVA, Santander Central Hispano, Ibercaja o CEPSA[6].
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Traducción y compromiso
La información de los medios dominantes, como hemos visto, es sólo un pretexto retórico para toda una serie de negocios subyacentes. En las condiciones que acabo de describir, cabe preguntarse si el periodismo como intento de comunicar la realidad es hoy en día posible. En los medios dominantes, desde luego que no, pues lo que hacen es ocultar el mundo real y crear una nueva realidad hecha a su medida[7]. En los medios alternativos, definitivamente sí. Cito de nuevo a Pascual Serrano: “No se trata de convertir el periodismo en panfleto, pero sí de decir bien alta la verdad y la voz de los sin voz, condenados al ostracismo por un modelo comunicacional miserable al servicio del mercado”.
El título que escogí para esta ponencia es “Traducción y compromiso”. ¿Qué tiene que ver la traducción con lo que acabo de exponer? Pues tiene mucho que ver, mucho. Si, de acuerdo con lo expuesto hasta aquí, aceptamos que los medios dominantes, esos que están omnipresentes en las pantallas de nuestros hogares, en las ondas de la radio y en los periódicos en papel y en la red de internet; si esos medios, digo, no cuentan la verdad ni por equivocación porque sus prioridades no están en la noticia, sino en sus propios intereses particulares de empresa, entonces deberíamos buscar otros medios que practiquen un periodismo no contaminado por el dinero. Ese periodismo se encuentra en los medios alternativos de internet, que funcionan a la contraofensiva y deconstruyen la falsa realidad de los medios dominantes. Pues bien, ha de quedar muy claro que la columna vertebral de los medios alternativos es la traducción. Sin ella tendrían muy poca pegada.
El funcionamiento de los medios alternativos se caracteriza por algo que los sitúa en los antípodas de los medios dominantes, y es que suelen funcionar con un presupuesto cero. Nadie paga, nadie cobra, todo se hace de manera voluntaria. No hay publicidad, no hay accionistas ni multinacionales que pudieran influir en la información que transmiten. Sus páginas se nutren de militantes que han encontrado en la red la manera de contrarrestar, al menos en parte, la influencia de los medios dominantes. Es gente que dedica cada día parte de su tiempo libre a la búsqueda de la verdad en la noticia.
Los medios alternativos actuales han nacido y crecido a la par que internet y han florecido gracias a la traducción activista. Como formo parte de dos colectivos en los que he desempeñado labores traductoriles desde hace años, creo estar en posición de desvelar los entresijos de su funcionamiento. Me refiero, claro está, al decano de los medios alternativos en español, Rebelión (http://www.rebelion.org/) y, desde fechas más recientes, a Tlaxcala (http://www.tlaxcala.es/)
Rebelión nació hace ahora doce años y, poco a poco, se ha ido convirtiendo en el medio de referencia de la izquierda en lengua española. Funciona como diario y cada nueva edición aparece en la red a las 7:00 de la mañana, hora de Madrid. Cada mes, sus páginas reciben entre dos y tres millones de visitas.
Yo sólo empecé a formar parte del colectivo de Rebelión hace ahora unos ocho años, pero sé que en un principio sólo contaban con un traductor, que aún se encuentra en nuestras filas, un chileno-alemán que se acababa de jubilar y que empezó a hacer un mínimo de dos traducciones diarias de artículos contrahegemónicos publicados en medios de lengua inglesa. Fue así, durante los tiempos heroicos de Rebelión, como los lectores de lengua española empezaron a conocer de primera mano y en un plazo máximo de dos o tres días a partir de la publicación original, los textos periodísticos de los Noam Chomsky, Howard Zinn, Robert Fisk, James Petras y de toda una serie de escritores y periodistas que hasta entonces estaban confinados a su propia lengua y cuyos libros, a veces, que no siempre, aparecían traducidos en formato editorial años después de su aparición.
Como suele siempre suceder, aquella labor pionera no tardó en atraer a militantes de diversas latitudes que se empezaron a ofrecer como traductores voluntarios, de tal manera que, cuando yo llegué, me encontré ya con un grupo de ocho o diez que ya traducían no sólo del inglés, sino también un poco del francés y algo del alemán. Hoy, doce años después de su creación, Rebelión cuenta con un equipo que sobrepasa los cuarenta traductores, originarios de más de diez países diferentes, todos ellos conectados por internet, y publica una media de 150 artículos mensuales traducidos, mayoritariamente del inglés, es verdad, pero también del francés, del portugués, del italiano, del alemán y del ruso. Gracias a ellos, nuestros lectores están muy al tanto, por ejemplo, de lo que de verdad sucede en Oriente Próximo: saben muy bien quién es el agresor en el conflicto israelo-palestino, porque buena parte de las noticias provienen directamente de los Territorios Ocupados y están escritas por quienes sufren la ocupación; nuestros lectores han aprendido a soslayar la propaganda del sionismo que controla los medios dominantes; nuestros lectores conocen asimismo de primera mano lo que está pasando en Iraq y Afganistán; reciben noticias de África directamente escritas por africanos y traducidas por Rebelión, lo cual contrasta con esos reportajes neocolonialistas escritos por europeos con complejo de superioridad que nos suelen servir los medios dominantes.
No todos los traductores alternativos son profesionales. De hecho, la mayor parte de ellos son aficionados. Dado que los medios alternativos se nutren de activistas a menudo más interesados en la transmisión de la noticia que en la perfección o la belleza del lenguaje y, además, la rapidez con que se hacen las traducciones hace que a veces éstas sean mejorables, esa realidad llevó a establecer un sistema casi habitual de revisión, que ha solventado el problema.
En un sistema como éste, donde todo el mundo trabaja de forma desinteresada, no es posible establecer estándares universales de calidad, pero sí se hace necesario que al menos un diez por ciento de los traductores y revisores sean profesionales de la escritura. De esta manera, sobre todo en los últimos tres o cuatro años, la calidad gramatical de los textos traducidos por Rebelión no tiene nada que envidiar a la de los medios dominantes y nuestro periódico puede enorgullecerse de haber introducido en español a un buen puñado de autores que, de otra manera, seguirían siendo semidesconocidos en nuestra lengua, ya se trate, entre otros, de Michel Chossudovsky, Gilad Atzmon, Khalid Amayreh, René Naba o Iman Jamás, autores que, víctimas de la censura “democrática”, ni por asomo podrán nunca publicar en El País, El Mundo o el ABC, por sólo citar unos pocos medios dominantes.
Y paso ahora a ocuparme del segundo medio al que pertenezco, Tlaxcala (http://www.tlaxcala.es/), la red de traductores por la diversidad lingüística, que representa una vuelta de tuerca internacionalista con respecto a Rebelión, pues si éste es un medio exclusivamente de lengua castellana, Tlaxcala es multilingüe.
Como ya he narrado en otras ocasiones, todo empezó de manera casual hace unos tres años. Yo acababa de hacerle una larga entrevista a Gilad Atzmon, un músico y activista ex judío que abandonó Israel hace tres lustros para dedicarse a la defensa del pueblo palestino y a la deconstrucción del sionismo desde una posición universal. A raíz de esto, fue él quien me integró en un reducido foro internético en el que se discutían tales cuestiones. Los intercambios de dicho foro, por supuesto, se hacían en inglés y la verdad es que me sirvieron para ir profundizando en los detalles terribles del sionismo.
Un día, se me ocurrió enviar a ese foro el URL de una nueva traducción al español que acababa de hacer de Gilad Atzmon y que acabábamos de publicar en Rebelión. Para mi sorpresa, uno de los miembros del foro me dijo -dirigiéndose a mí en inglés, por supuesto-, que como mexicano se ofrecía a revisar mis traducciones al español si yo lo deseaba. Supe, entonces, que éramos dos hispanos en aquel foro. El resto eran británicos, estadounidenses, árabes, algún alemán, un ruso y no recuerdo si de otras nacionalidades. Le respondí que mi problema no era la necesidad de que alguien revisara mi español, sino más bien a la inversa, el encontrar a alguien que eliminase cualquier hispanismo de mis traducciones del español al inglés, y aproveché para proclamar mi convencimiento sobre el uso histórico que se ha hecho de las lenguas imperiales como armas de colonización y para indicar la enorme desproporción existente entre las traducciones que se hacían desde el inglés a las otras lenguas con respecto a las que se hacen desde las otras lenguas al inglés.
Para mi sorpresa, puesto que me encontraba entre anglófonos, no sólo nadie hizo ningún comentario displicente, sino que todos coincidieron conmigo. Aquellos correos electrónicos, que tuvieron lugar en 2005, fueron el germen de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Cinco de los miembros de aquel foro -el mexicano, un italiano, un palestino, una estadounidense y yo- fuimos el núcleo fundador de Tlaxcala. Al cabo de pocos días de esto que cuento, gracias a la red de contactos que todos nosotros teníamos ya, Tlaxcala contaba ya con una veintena de miembros, franceses, españoles, latinoamericanos, italianos, alemanes, austríacos, canadienses, etc., los cuales empezamos a traducir a seis lenguas y desde seis lenguas los artículos contrarios al pensamiento único que iban apareciendo en los medios alternativos.
Todo fue muy rápido, de tal manera que en pocos meses el nombre de Tlaxcala empezó a sonar en la red y nuestros miembros traductores se triplicaron sin esfuerzo alguno; nuestras lenguas de trabajo aumentaron y nuestros textos empezaron a aparecer en sitios de los cuatro continentes. El 21 de febrero de 2006, es decir, apenas tres meses después de nuestro nacimiento como grupo, inauguramos oficialmente el sitio web de Tlaxcala (www.tlaxcala.es), con la inclusión multilingüe del Manifiesto de Tlaxcala, en el que se explica nuestro ideario, opuesto al eurocentrismo, al colonialismo y al racismo y favorable a la igualdad universal de todas las lenguas y culturas, así como las razones por las que elegimos ese nombre exótico de origen mexicano.
Nuestra trayectoria, desde entonces, ha sido ascendente. Hasta la fecha hemos producido, en menos de tres años, más de 5000 textos y ayudado a difundir a autores palestinos, africanos, italianos, latinoamericanos, iraníes, iraquíes, brasileños, etc., antes desconocidos o limitados a sus ámbitos lingüísticos. Sin nuestras traducciones, las denuncias locales hubieran seguido siendo locales.
En la actualidad estamos asociados a otras redes de traductores y las perspectivas de expansión para que la contrainformación que trata de neutralizar la desinformación de los medios corporativos siga creciendo, y ello con vistas a lograr un mundo en el que sus ciudadanos sepan el qué, el por qué y el cómo de los actos políticos que se realizan a diario.
Se trata de una Larga Marcha llena de dificultades, que tuvo un principio y de la que todavía no se vislumbra el fin, pero el objetivo de otro mundo más justo y solidario vale la pena.
En el momento en que pronuncio estas palabras traducimos ya de y hacia 14 lenguas: español, francés, inglés, alemán, italiano, portugués, griego, catalán, árabe, sueco, farsi, ruso, polaco y rumano. Es verdad que otro mundo es posible, sí, pero solamente si es capaz de comunicar entre las 5000 lenguas de la humanidad, y ello sobre la base del respeto y de los intercambios mutuos, pues traducir es, como decía José Martí, traspensar y a quien piensa nadie lo puede engañar. Gracias.
Traducción y compromiso
La información de los medios dominantes, como hemos visto, es sólo un pretexto retórico para toda una serie de negocios subyacentes. En las condiciones que acabo de describir, cabe preguntarse si el periodismo como intento de comunicar la realidad es hoy en día posible. En los medios dominantes, desde luego que no, pues lo que hacen es ocultar el mundo real y crear una nueva realidad hecha a su medida[7]. En los medios alternativos, definitivamente sí. Cito de nuevo a Pascual Serrano: “No se trata de convertir el periodismo en panfleto, pero sí de decir bien alta la verdad y la voz de los sin voz, condenados al ostracismo por un modelo comunicacional miserable al servicio del mercado”.
El título que escogí para esta ponencia es “Traducción y compromiso”. ¿Qué tiene que ver la traducción con lo que acabo de exponer? Pues tiene mucho que ver, mucho. Si, de acuerdo con lo expuesto hasta aquí, aceptamos que los medios dominantes, esos que están omnipresentes en las pantallas de nuestros hogares, en las ondas de la radio y en los periódicos en papel y en la red de internet; si esos medios, digo, no cuentan la verdad ni por equivocación porque sus prioridades no están en la noticia, sino en sus propios intereses particulares de empresa, entonces deberíamos buscar otros medios que practiquen un periodismo no contaminado por el dinero. Ese periodismo se encuentra en los medios alternativos de internet, que funcionan a la contraofensiva y deconstruyen la falsa realidad de los medios dominantes. Pues bien, ha de quedar muy claro que la columna vertebral de los medios alternativos es la traducción. Sin ella tendrían muy poca pegada.
El funcionamiento de los medios alternativos se caracteriza por algo que los sitúa en los antípodas de los medios dominantes, y es que suelen funcionar con un presupuesto cero. Nadie paga, nadie cobra, todo se hace de manera voluntaria. No hay publicidad, no hay accionistas ni multinacionales que pudieran influir en la información que transmiten. Sus páginas se nutren de militantes que han encontrado en la red la manera de contrarrestar, al menos en parte, la influencia de los medios dominantes. Es gente que dedica cada día parte de su tiempo libre a la búsqueda de la verdad en la noticia.
Los medios alternativos actuales han nacido y crecido a la par que internet y han florecido gracias a la traducción activista. Como formo parte de dos colectivos en los que he desempeñado labores traductoriles desde hace años, creo estar en posición de desvelar los entresijos de su funcionamiento. Me refiero, claro está, al decano de los medios alternativos en español, Rebelión (http://www.rebelion.org/) y, desde fechas más recientes, a Tlaxcala (http://www.tlaxcala.es/)
Rebelión nació hace ahora doce años y, poco a poco, se ha ido convirtiendo en el medio de referencia de la izquierda en lengua española. Funciona como diario y cada nueva edición aparece en la red a las 7:00 de la mañana, hora de Madrid. Cada mes, sus páginas reciben entre dos y tres millones de visitas.
Yo sólo empecé a formar parte del colectivo de Rebelión hace ahora unos ocho años, pero sé que en un principio sólo contaban con un traductor, que aún se encuentra en nuestras filas, un chileno-alemán que se acababa de jubilar y que empezó a hacer un mínimo de dos traducciones diarias de artículos contrahegemónicos publicados en medios de lengua inglesa. Fue así, durante los tiempos heroicos de Rebelión, como los lectores de lengua española empezaron a conocer de primera mano y en un plazo máximo de dos o tres días a partir de la publicación original, los textos periodísticos de los Noam Chomsky, Howard Zinn, Robert Fisk, James Petras y de toda una serie de escritores y periodistas que hasta entonces estaban confinados a su propia lengua y cuyos libros, a veces, que no siempre, aparecían traducidos en formato editorial años después de su aparición.
Como suele siempre suceder, aquella labor pionera no tardó en atraer a militantes de diversas latitudes que se empezaron a ofrecer como traductores voluntarios, de tal manera que, cuando yo llegué, me encontré ya con un grupo de ocho o diez que ya traducían no sólo del inglés, sino también un poco del francés y algo del alemán. Hoy, doce años después de su creación, Rebelión cuenta con un equipo que sobrepasa los cuarenta traductores, originarios de más de diez países diferentes, todos ellos conectados por internet, y publica una media de 150 artículos mensuales traducidos, mayoritariamente del inglés, es verdad, pero también del francés, del portugués, del italiano, del alemán y del ruso. Gracias a ellos, nuestros lectores están muy al tanto, por ejemplo, de lo que de verdad sucede en Oriente Próximo: saben muy bien quién es el agresor en el conflicto israelo-palestino, porque buena parte de las noticias provienen directamente de los Territorios Ocupados y están escritas por quienes sufren la ocupación; nuestros lectores han aprendido a soslayar la propaganda del sionismo que controla los medios dominantes; nuestros lectores conocen asimismo de primera mano lo que está pasando en Iraq y Afganistán; reciben noticias de África directamente escritas por africanos y traducidas por Rebelión, lo cual contrasta con esos reportajes neocolonialistas escritos por europeos con complejo de superioridad que nos suelen servir los medios dominantes.
No todos los traductores alternativos son profesionales. De hecho, la mayor parte de ellos son aficionados. Dado que los medios alternativos se nutren de activistas a menudo más interesados en la transmisión de la noticia que en la perfección o la belleza del lenguaje y, además, la rapidez con que se hacen las traducciones hace que a veces éstas sean mejorables, esa realidad llevó a establecer un sistema casi habitual de revisión, que ha solventado el problema.
En un sistema como éste, donde todo el mundo trabaja de forma desinteresada, no es posible establecer estándares universales de calidad, pero sí se hace necesario que al menos un diez por ciento de los traductores y revisores sean profesionales de la escritura. De esta manera, sobre todo en los últimos tres o cuatro años, la calidad gramatical de los textos traducidos por Rebelión no tiene nada que envidiar a la de los medios dominantes y nuestro periódico puede enorgullecerse de haber introducido en español a un buen puñado de autores que, de otra manera, seguirían siendo semidesconocidos en nuestra lengua, ya se trate, entre otros, de Michel Chossudovsky, Gilad Atzmon, Khalid Amayreh, René Naba o Iman Jamás, autores que, víctimas de la censura “democrática”, ni por asomo podrán nunca publicar en El País, El Mundo o el ABC, por sólo citar unos pocos medios dominantes.
Y paso ahora a ocuparme del segundo medio al que pertenezco, Tlaxcala (http://www.tlaxcala.es/), la red de traductores por la diversidad lingüística, que representa una vuelta de tuerca internacionalista con respecto a Rebelión, pues si éste es un medio exclusivamente de lengua castellana, Tlaxcala es multilingüe.
Como ya he narrado en otras ocasiones, todo empezó de manera casual hace unos tres años. Yo acababa de hacerle una larga entrevista a Gilad Atzmon, un músico y activista ex judío que abandonó Israel hace tres lustros para dedicarse a la defensa del pueblo palestino y a la deconstrucción del sionismo desde una posición universal. A raíz de esto, fue él quien me integró en un reducido foro internético en el que se discutían tales cuestiones. Los intercambios de dicho foro, por supuesto, se hacían en inglés y la verdad es que me sirvieron para ir profundizando en los detalles terribles del sionismo.
Un día, se me ocurrió enviar a ese foro el URL de una nueva traducción al español que acababa de hacer de Gilad Atzmon y que acabábamos de publicar en Rebelión. Para mi sorpresa, uno de los miembros del foro me dijo -dirigiéndose a mí en inglés, por supuesto-, que como mexicano se ofrecía a revisar mis traducciones al español si yo lo deseaba. Supe, entonces, que éramos dos hispanos en aquel foro. El resto eran británicos, estadounidenses, árabes, algún alemán, un ruso y no recuerdo si de otras nacionalidades. Le respondí que mi problema no era la necesidad de que alguien revisara mi español, sino más bien a la inversa, el encontrar a alguien que eliminase cualquier hispanismo de mis traducciones del español al inglés, y aproveché para proclamar mi convencimiento sobre el uso histórico que se ha hecho de las lenguas imperiales como armas de colonización y para indicar la enorme desproporción existente entre las traducciones que se hacían desde el inglés a las otras lenguas con respecto a las que se hacen desde las otras lenguas al inglés.
Para mi sorpresa, puesto que me encontraba entre anglófonos, no sólo nadie hizo ningún comentario displicente, sino que todos coincidieron conmigo. Aquellos correos electrónicos, que tuvieron lugar en 2005, fueron el germen de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Cinco de los miembros de aquel foro -el mexicano, un italiano, un palestino, una estadounidense y yo- fuimos el núcleo fundador de Tlaxcala. Al cabo de pocos días de esto que cuento, gracias a la red de contactos que todos nosotros teníamos ya, Tlaxcala contaba ya con una veintena de miembros, franceses, españoles, latinoamericanos, italianos, alemanes, austríacos, canadienses, etc., los cuales empezamos a traducir a seis lenguas y desde seis lenguas los artículos contrarios al pensamiento único que iban apareciendo en los medios alternativos.
Todo fue muy rápido, de tal manera que en pocos meses el nombre de Tlaxcala empezó a sonar en la red y nuestros miembros traductores se triplicaron sin esfuerzo alguno; nuestras lenguas de trabajo aumentaron y nuestros textos empezaron a aparecer en sitios de los cuatro continentes. El 21 de febrero de 2006, es decir, apenas tres meses después de nuestro nacimiento como grupo, inauguramos oficialmente el sitio web de Tlaxcala (www.tlaxcala.es), con la inclusión multilingüe del Manifiesto de Tlaxcala, en el que se explica nuestro ideario, opuesto al eurocentrismo, al colonialismo y al racismo y favorable a la igualdad universal de todas las lenguas y culturas, así como las razones por las que elegimos ese nombre exótico de origen mexicano.
Nuestra trayectoria, desde entonces, ha sido ascendente. Hasta la fecha hemos producido, en menos de tres años, más de 5000 textos y ayudado a difundir a autores palestinos, africanos, italianos, latinoamericanos, iraníes, iraquíes, brasileños, etc., antes desconocidos o limitados a sus ámbitos lingüísticos. Sin nuestras traducciones, las denuncias locales hubieran seguido siendo locales.
En la actualidad estamos asociados a otras redes de traductores y las perspectivas de expansión para que la contrainformación que trata de neutralizar la desinformación de los medios corporativos siga creciendo, y ello con vistas a lograr un mundo en el que sus ciudadanos sepan el qué, el por qué y el cómo de los actos políticos que se realizan a diario.
Se trata de una Larga Marcha llena de dificultades, que tuvo un principio y de la que todavía no se vislumbra el fin, pero el objetivo de otro mundo más justo y solidario vale la pena.
En el momento en que pronuncio estas palabras traducimos ya de y hacia 14 lenguas: español, francés, inglés, alemán, italiano, portugués, griego, catalán, árabe, sueco, farsi, ruso, polaco y rumano. Es verdad que otro mundo es posible, sí, pero solamente si es capaz de comunicar entre las 5000 lenguas de la humanidad, y ello sobre la base del respeto y de los intercambios mutuos, pues traducir es, como decía José Martí, traspensar y a quien piensa nadie lo puede engañar. Gracias.
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Ponencia presentada en el IV Congreso ESLETRA, “El español, lengua de traducción”, Toledo (España), del 8 al 10 de mayo de 2008
[4] La República, nº 0, 1 de mayo de 2008. Puede encontrarse en formato electrónico en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=66875
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Fuente: Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala
Fuente: Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala
Artículo original publicado el 16 de mayo de 2007
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LQSomos/28/05/2008
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