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¿Qué sucede cuando una superpotencia se distrae a consecuencia de una guerra cara y pierde parte de su capacidad de influenciar a amigos y enemigos de cara a los resultados que prefiere? Estamos viendo una demostración de ese cambio ya en Oriente Medio, mientras los árabes y hasta Israel toman contacto con los límites del poder americano – y empiezan a cerrar sus propios acuerdos.
La nueva dinámica de poderes queda clara en dos sucesos ocurridos a lo largo de las últimas semanas – el acuerdo de paz del Líbano arbitrado por Qatar el 21 de mayo, y las conversaciones de paz Siria-Israel, con mediación turca, que se anunciaban el mismo día. Ambas negociaciones podrían ayudar a estabilizar la región, aunque no según los términos que Estados Unidos habría preferido.
La independencia del tutelaje norteamericano es discutiblemente una ventaja de la nueva diplomacia: Se fundamenta en el realismo entre las naciones de Oriente Medio con respecto a sus propios intereses, en lugar de ideas descabelladas de lo que puede lograr Estados Unidos. También refleja la creciente fuerza de Irán y sus aliados radicales, y el decreciente peso de Estados Unidos – y en ese sentido, armoniza el alterado equilibrio de poderes de la zona.
La mejor explicación que he visto de este realineamiento llegaba del veterano periodista árabe Rami Khouri en el Daily Star de Beirut. “Estamos siendo testigos de los claros límites de la proyección del poder global norteamericano, combinados con la consolidación y coexistencia de múltiples potencias regionales (Turquía, Israel, Irán, Hizbulah, Siria, Hamas, Arabia Saudí, etc.),” escribía. Este nuevo alineamiento, añadía, “no supone una derrota total para Estados Unidos – es más bien como un revés.”
El acuerdo de paz del Líbano negociado en Doha es un ejemplo clásico de diplomacia árabe – un compromiso que nada entre facciones diferentes y profundas hostilidades sin tomar partido para salir del paso. Los qataríes que arbitraran el acuerdo son en sí mismos la encarnación andante de las contradicciones de la región. Como observaba Nicholas Blanford en el Christian Science Monitor, Qatar es amistoso con Irán y al mismo tiempo alberga la mayor base aérea norteamericana del Golfo Pérsico, tiene relaciones abiertas con Israel y también patrocina a los tertulianos anti-Israel de al-Jazira.
Qatar intervino para mediar después de que Hizbulah hubiera desafiado a América y sus aliados y tomado el control de Beirut Occidental en una muestra de poder descarada.
Reconociendo que los esfuerzos norteamericanos por contener a la milicia radical habían fracasado, los libaneses hicieron lo pragmático – se conformaron con la paz bajo la fórmula a la que la administración Bush llevaba resistiéndose más de un año. El compromiso qatarí rompía por fin el estancamiento: el Líbano tiene un presidente nuevo y un acuerdo electoral el año que viene. Hasta algunos altos funcionarios de la administración no están descontentos del todo con este resultado.
El diálogo Siria-Israel a través de Turquía es otro ejemplo de política práctica de intereses en Oriente Medio. Ilustra que en lo que respecta a proteger los intereses propios, hasta el amigo más próximo de América se las arregla sólo.
Las diferencias americano-israelíes acerca de Siria llevan aumentando los últimos años. Un motivo de las diferencias era qué hacer con el reactor nuclear que los sirios estaban construyendo en secreto en Al Kibar, en el desierto del noreste, con ayuda de Corea del Norte. La administración Bush quería confrontar a los sirios el año pasado con la Inteligencia y utilizar el asunto para obligarles a desmantelar las instalaciones. Los israelíes decían que no podían esperar – y bombardeaban el enclave del presunto reactor el 6 de septiembre de 2007.
Estados Unidos temía que un ataque israelí provocase una guerra más amplia, e insistía en el silencio americano-israelí para evitar humillar al Presidente sirio Bashar Assad. Al final, los israelíes estaban en lo cierto en sus predicciones de que Siria no iba a tomar represalias. En su lugar, según la Inteligencia norteamericana, los sirios se apresuraron a esconder los restos del reactor que habían estado construyendo en secreto.
La administración Bush dudaba del canal de negociación turco, igual que se había cerrado en banda con el bombardeo. Pero una vez más, los israelíes ignoraron a su superpotencia patrona. Quieren explotar las tensiones entre Siria y Hizbulah, abrir un pequeño vacío al menos entre Irán y Siria – y en el proceso incrementar la influencia de Turquía como alternativa a un Irán en ascenso. En este complicado baile, Washington ha venido siendo esencialmente irrelevante.
América no se va a retirar de Oriente Medio, a pesar de sus recientes dificultades – eso es una fantasía iraní. Y a largo plazo, ciertamente revierte en interés de América si las potencias regionales saben crear una arquitectura estable de seguridad – incluso si no es exactamente la que nosotros habríamos diseñado para ellos. Hemos intentado imponer nuestras propias soluciones, y francamente no ha funcionado muy bien.
© 2008, The Washington Post Writers Group
La nueva dinámica de poderes queda clara en dos sucesos ocurridos a lo largo de las últimas semanas – el acuerdo de paz del Líbano arbitrado por Qatar el 21 de mayo, y las conversaciones de paz Siria-Israel, con mediación turca, que se anunciaban el mismo día. Ambas negociaciones podrían ayudar a estabilizar la región, aunque no según los términos que Estados Unidos habría preferido.
La independencia del tutelaje norteamericano es discutiblemente una ventaja de la nueva diplomacia: Se fundamenta en el realismo entre las naciones de Oriente Medio con respecto a sus propios intereses, en lugar de ideas descabelladas de lo que puede lograr Estados Unidos. También refleja la creciente fuerza de Irán y sus aliados radicales, y el decreciente peso de Estados Unidos – y en ese sentido, armoniza el alterado equilibrio de poderes de la zona.
La mejor explicación que he visto de este realineamiento llegaba del veterano periodista árabe Rami Khouri en el Daily Star de Beirut. “Estamos siendo testigos de los claros límites de la proyección del poder global norteamericano, combinados con la consolidación y coexistencia de múltiples potencias regionales (Turquía, Israel, Irán, Hizbulah, Siria, Hamas, Arabia Saudí, etc.),” escribía. Este nuevo alineamiento, añadía, “no supone una derrota total para Estados Unidos – es más bien como un revés.”
El acuerdo de paz del Líbano negociado en Doha es un ejemplo clásico de diplomacia árabe – un compromiso que nada entre facciones diferentes y profundas hostilidades sin tomar partido para salir del paso. Los qataríes que arbitraran el acuerdo son en sí mismos la encarnación andante de las contradicciones de la región. Como observaba Nicholas Blanford en el Christian Science Monitor, Qatar es amistoso con Irán y al mismo tiempo alberga la mayor base aérea norteamericana del Golfo Pérsico, tiene relaciones abiertas con Israel y también patrocina a los tertulianos anti-Israel de al-Jazira.
Qatar intervino para mediar después de que Hizbulah hubiera desafiado a América y sus aliados y tomado el control de Beirut Occidental en una muestra de poder descarada.
Reconociendo que los esfuerzos norteamericanos por contener a la milicia radical habían fracasado, los libaneses hicieron lo pragmático – se conformaron con la paz bajo la fórmula a la que la administración Bush llevaba resistiéndose más de un año. El compromiso qatarí rompía por fin el estancamiento: el Líbano tiene un presidente nuevo y un acuerdo electoral el año que viene. Hasta algunos altos funcionarios de la administración no están descontentos del todo con este resultado.
El diálogo Siria-Israel a través de Turquía es otro ejemplo de política práctica de intereses en Oriente Medio. Ilustra que en lo que respecta a proteger los intereses propios, hasta el amigo más próximo de América se las arregla sólo.
Las diferencias americano-israelíes acerca de Siria llevan aumentando los últimos años. Un motivo de las diferencias era qué hacer con el reactor nuclear que los sirios estaban construyendo en secreto en Al Kibar, en el desierto del noreste, con ayuda de Corea del Norte. La administración Bush quería confrontar a los sirios el año pasado con la Inteligencia y utilizar el asunto para obligarles a desmantelar las instalaciones. Los israelíes decían que no podían esperar – y bombardeaban el enclave del presunto reactor el 6 de septiembre de 2007.
Estados Unidos temía que un ataque israelí provocase una guerra más amplia, e insistía en el silencio americano-israelí para evitar humillar al Presidente sirio Bashar Assad. Al final, los israelíes estaban en lo cierto en sus predicciones de que Siria no iba a tomar represalias. En su lugar, según la Inteligencia norteamericana, los sirios se apresuraron a esconder los restos del reactor que habían estado construyendo en secreto.
La administración Bush dudaba del canal de negociación turco, igual que se había cerrado en banda con el bombardeo. Pero una vez más, los israelíes ignoraron a su superpotencia patrona. Quieren explotar las tensiones entre Siria y Hizbulah, abrir un pequeño vacío al menos entre Irán y Siria – y en el proceso incrementar la influencia de Turquía como alternativa a un Irán en ascenso. En este complicado baile, Washington ha venido siendo esencialmente irrelevante.
América no se va a retirar de Oriente Medio, a pesar de sus recientes dificultades – eso es una fantasía iraní. Y a largo plazo, ciertamente revierte en interés de América si las potencias regionales saben crear una arquitectura estable de seguridad – incluso si no es exactamente la que nosotros habríamos diseñado para ellos. Hemos intentado imponer nuestras propias soluciones, y francamente no ha funcionado muy bien.
© 2008, The Washington Post Writers Group
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Periodista Digital - España/02/06/2008
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