20/7/08

HAY UN YANQUI EN MI AGUA

Sudamérica dio el paso hacia la “gran nación americana” que soñaron sus próceres. Se proyecta también formar un cuerpo de defensa común, sin la tutela de Estados Unidos. El tema es de máxima relevancia, cuando la gran potencia del Norte reactivó la IV Flota.

Fue el sueño de Bolívar y San Martín. El proyecto de Artigas, de Moreno y de Miranda. Pero tuvieron que pasar casi dos siglos para que se concretaran los primeros pasos hacia la gran nación americana, la Patria Grande. Fue el 23 de mayo de 2008, bajo el límpido cielo de Brasilia, cuando un emocionado Lula da Silva, como presidente de Brasil, dijo: “Lo que parecía imposible sucedió. Ante los ojos de los incrédulos, América del Sur está ahora más integrada que nunca”. Los medios de comunicación, pendientes de las noticias escandalosas, apenas si advirtieron la gesta histórica: doce mandatarios acababan de firmar el nacimiento de la Unión de Naciones Sudamericanas, Unasur.

Por si fuera poco, Lula los invitaba también a dar un gran paso hacia una mayor autonomía y firmar una alianza militar sin Estados Unidos, el Consejo de Defensa Sudamericano (CDS).

Además del cumplimiento de una promesa histórica, el acuerdo es fundamental para una región que, a medida que crece en su transformación política, se enfrenta a enemigos cada vez más peligrosos.

Internamente, los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y ahora la Argentina pilotean fuertes acciones desestabilizadoras motorizadas por sus altas burguesías.

Externamente, desde que en enero de 2008 la colombiana Piedad Córdoba y el presidente venezolano Hugo Chávez demostraron que era posible una vía pacífica con las Farc (y lograron la liberación de algunos rehenes) se multiplicaron en la región andina los equívocos, las provocaciones y los roces militares.

La máxima tensión tuvo lugar el 1 de marzo, cuando militares de Colombia violaron la ley internacional al bombardear suelo ecuatoriano para matar a guerrilleros de las Farc. Luego vinieron las incomprobables acusaciones contra el presidente ecuatoriano Rafael Correa y sus supuestos vínculos “con el terrorismo”. Más tarde las versiones de que soldados colombianos habían cruzado la frontera hacia territorio venezolano.

Son muchos los indicios de que hay sectores interesados en que esta Sudamérica (productora de alimentos, con grandes reservorios de agua dulce, rica en minerales y petróleo, dueña de la mayor biodiversidad del planeta) no encuentre su estabilidad.

El 13 de marzo cuando la canciller Condoleezza Rice viajó a Brasil, las diferencias eran ostensibles. Mientras la norteamericana defendía a su aliado colombiano, Álvaro Uribe, Lula enviaba señales a favor de Correa y Chávez. El brasileño no esperó más e informó a Rice de su idea de formar una alianza militar sin EE.UU. Días después, envió a su ministro de Defensa, Nelson Jobim, a explicar el proyecto en toda la región. Brasil recogió adhesiones de todos los países, excepto de Colombia.

Estados Unidos amasaba, entre tanto, su propia reformulación militar para Sudamérica. El Pentágono anunció que, a partir del 1 de julio de 2008, la IV Flota (después de 58 años de inactividad) se sumaría al Comando Sur para patrullar las aguas de los dos océanos. De esta forma la presencia militar en América del Sur y Central se equiparaba en poder de fuego a la estacionada en el golfo Pérsico.

La IV Flota fue creada en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, y tenía como objetivo proteger a EE.UU. de posibles ataques de barcos o submarinos nazis. Hoy se reflota al mando de Joseph Kernan, hasta ahora máximo comandante de Tácticas Especiales de Guerra Naval, un marino formado en los comandos de elite Seal (seleccionados para las más duras operaciones especiales y entrenados para actuar en forma autónoma en las condiciones más adversas y exigentes) que intervinieron en Vietnam, Camboya y Laos. La elección de Kernan para la IV Flota, según admite el propio Pentágono, es absolutamente inusual. Es la primera vez que un Seal ocupa un cargo semejante.

¿Es necesario que barcos portando misiles atómicos surquen el Atlántico y el Pacífico patrullando una zona sin conflictos reales y sin poder nuclear?

El proyecto del Pentágono tiene múltiples objetivos.
En 2009, según anunció al asumir el presidente ecuatoriano Rafael Correa, EE.UU. deberá abandonar la base militar de Manta, un punto estratégico en la región andino-amazónica que es, además, puerta de acceso a Sudamérica. Esta base, usada para monitorear y detectar, está preparada para albergar aviones de gran porte como los Awac o los C5 de transporte de equipo y tropas a gran escala.

Su cierre significa un importante freno a la expansión terrestre de EE.UU. ya que, a diferencia de lo que históricamente sucedía en Sudamérica, ninguno de los actuales gobiernos (salvo el de Colombia) ceden a las presiones norteamericanas y aceptan una base militar en su suelo.

“El patrullaje de la IV Flota por los océanos será como tener bases militares itinerantes. Son barcos equipados con todo el instrumental de comunicaciones como para interceptar otras naves, igual que si fuera una base militar completa”, explicó la investigadora sobre doctrina militar norteamericana, Ana Esther Ceceña, de la Universidad Autónoma de México.
Los documentos del Pentágono confirman que EE.UU. incrementará las acciones para “asegurar un espacio económico marítimo libre y abierto”. Y James Stevenson, comandante de la marina del Comando Sur, advirtió que sus naves llegarán hasta “el tremendo sistema de ríos en Sudamérica, navegando en las aguas marrones más que en las tradicionales aguas azules”. Es decir, una vasta penetración en el interior del territorio sudamericano.

El segundo objetivo queda resumido en las palabras del profesor Khatchik Der Ghougassian (Universidad de San Andrés): “No es casual que EE.UU. decida reactivar la IV Flota en un momento en que hay un cambio estructural en la economía mundial y los recursos naturales y energéticos pasan a ser un valor estratégico importante”.

Hidrocarburos, vastas reservas de agua dulce y potable, aire limpio y alimentos son el gran potencial de nuestra región que, como observa acertadamente Ceceña, llegado el caso, podría autoabastecerse.

FORTALEZA CONTINENTAL
Investigando los papeles del Pentágono, la economista mexicana llegó a reconstruir el diseño estratégico que EE.UU. armó para esta zona del mundo. Según Ceceña, Washington ve al continente como una gran isla rodeada de dos océanos. Es decir, ve una fortaleza en la que se puede aislar para luchar desde allí, en el caso de que alguna otra potencia le dispute su superioridad imperial. Esta isla debe ser impenetrable, invulnerable y autosuficiente. En este punto los recursos naturales son fundamentales.

La investigadora muestra cómo, “con una política de capas envolventes”, EE.UU. ha ido creando en la región, desde los años 90, las condiciones de posibilidad para armar esta isla-fortaleza.

“La primera capa es la económica. Uno de los objetivos del neoliberalismo fue reordenar el uso de los recursos naturales en beneficio de las grandes transnacionales o de grupos económicos”, aseguró. No se logró totalmente por la resistencia de los latinoamericanos al Alca y a otros tratados que proponían una legislación supranacional que neutralizaran las leyes de cada país.

Junto con esta capa se trató también de instalar la idea de que algunos recursos (como la Amazonia) son “bienes de la humanidad” y deben ser administrados por entidades multilaterales. Es claro que detrás de esto se esconde la intención de expropiar ese recurso en beneficio de los más poderosos.

La segunda capa es la legislativa. “Como las constituciones latinoamericanas eran muy nacionalistas” se impusieron cambios profundos sobre la propiedad de los recursos naturales y se introdujeron leyes que los desregulaban, permitiendo cada vez más la entrada del capital privado extranjero y reduciendo lo que queda bajo la salvaguarda de la Nación.

También “hubo fuertes presiones de EE.UU. para aprobar leyes ‘antiterroristas’, una reglamentación de seguridad que no descarta la aplicación de una fuerza militar continental y que conlleva la concepción de que los ciudadanos de esta región son sospechosos”.

Finalmente está la capa militar. Se pretende que nuevas leyes permitan la libre circulación del FBI o la CIA por nuestro territorio, incluso que las tropas de EE.UU. tengan inmunidad y estén por encima de las leyes nacionales.

“Se busca imponer una nueva frontera. Y aquí es donde yo ubicaría la presencia de la IV Flota. Con ese control, EE.UU. no sólo se garantiza el acceso sino que impide el ingreso de otros competidores”, lo que en su lógica militarista es también una garantía para perpetuarse en el poder.

Finalmente, la IV Flota tiene un objetivo intimidatorio contra aquellos gobiernos sudamericanos que, nacidos de la crisis del neoliberalismo y sostenidos por el voto popular, ponen distancia en la relación con EE.UU. y luchan por un mayor grado de autonomía.

Toda el área, desde el Canal de Panamá hacia el norte, está incorporada a la estrategia norteamericana, es decir, la agenda de seguridad de estos países va hacia donde dice Washington. Del Canal de Panamá hacia el sur, no. Por eso, los llamados “populismos” y los líderes que no encajan en la visión norteamericana –como Chávez, Evo Morales, un poco menos Rafael Correa– aparecen cada vez más en la agenda de seguridad de EE.UU.

“Son los rebeldes, los que desafían el sistema; los que se salen de las normas. Y hay un antecedente claro. El que salió a respaldar el golpe contra Chávez en abril de 2002 fue el tercer secretario en el Departamento de Estado, Otto Reich, un halcón que en la década de los 80 estuvo implicado en la guerra de los ‘contras’ nicaragüenses”, opinó Der Ghougassian. Cabe agregar que Reich es ahora el asesor en temas latinoamericanos del candidato republicano a la Casa Blanca, John McCain.

Los gobiernos sudamericanos nacidos del agotamiento de las políticas neoliberales son ampliamente democráticos y con una fuerte vocación integradora. De allí que han surgido en estos años una decena de iniciativas multilaterales –como la del Banco del Sur, el Alba, Unasur y el Consejo de Defensa Sudamericano– todas sin la participación de EE.UU.

En ningún caso se trata de propuestas “contra” el imperio sino de refuerzo de la propia integración regional. El CDS, por ejemplo, a diferencia de la Otan, no tendrá pretensiones operacionales ni expansionistas. Según explicó el gobierno de Brasil, el proyecto apunta a un mecanismo de defensa disuasorio que abarque a toda América del Sur (por eso debe nacer a partir de Unasur) y a lograr distintas etapas de integración militar y de defensa. Y añadió: “No tenemos ninguna obligación de pedir permiso a EE.UU. para hacer esto. Ellos también entienden nuestra necesidad de estar integrados”.

Sudamérica está en un momento de gran sintonía y creatividad. Washington no debería frustrarlo ni observar esta novedosa etapa con el único cristal de la lectura militarista. La estabilidad democrática de nuestra región –un objetivo que EE.UU. dice siempre tener como prioridad– puede ser también beneficiosa para sus propios intereses. Los temas medioambientales, de migraciones, de lucha contra el narcotráfico son mucho más fáciles de resolver con la cooperación que con la confrontación… Si es que realmente quieren resolverse.
-
Telma Luzzani (Para CARAS Y CARETAS)
-
MÁS
-
Periodistas Unidos - Argentina
-

No hay comentarios:

Publicar un comentario