Por Roberta Traspadini
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El Mercado Común del Sur (Mercosur), cuyas actividades de relaciones comerciales fueron efectivizadas para disminución de tarifas y libre acceso de bienes, servicios y mano de obra, comenzó en la década del 80 (Brasil-Argentina) se perfeccionó en la década del 90 (Brasil-Argentina-Paraguay-Uruguay) y culminó en el siglo XXI en una escalada gigantesca rumbo a las políticas neoliberales en el continente (Brasil-Argentina-Paraguay-Uruguay-Chile-Venezuela).
Es curioso notar que el Mercosur nace en pleno período de democratización en el continente, al final de las dictaduras militares de la mayor parte de nuestros países.
Lo que implica decir que la democratización referida por los pueblos no tiene relación directa con la protagonizada por el capital y por los Estados/nación. El fin de la dictadura militar, con la entrada en escena del nuevo proyecto neoliberal del capital, reitera la permanente dictadura del mercado en nuestro continente. Una dictadura que mantiene encarcelados a millares de sujetos latinoamericanos.
Esa dinámica de integrar para el robo está centrada en una perspectiva geopolítica de dominación interna, ejecutada por el capital externo. El objetivo es la consolidación de un espacio accesible para el libre tránsito de mercaderías. Para esto, necesita promover acuerdos comerciales, protocolados por los Estados nacionales en sus alianzas con el gran capital.
Estos acuerdos son los nuevos manuales políticos de la libre frontera. Ellos viabilizan una mayor lucratividad del capital que actúa globalmente, pero que consolida sus lucros en territorios fértiles, tanto en términos de trabajo, como de recursos naturales, energéticos.
Quiebra de contratos público-estatales, democratización del acceso al consumo para los que pueden consumir, fin de las garantías laborales, facilidad de crédito-financiamiento para las reestructuraciones productivas protagonizadas por el gran capital –latino e internacional- son algunos de los elementos constitutivos de esa actualizada política de acumulación en el continente.
La integración latinoamericana del sur es un retrato de lo que significa el capitalismo del siglo XXI, en el que el mapamundi es reconfigurado a partir del poder global del capital sin patria. Este capital dicta las reglas para resignificar acciones y proyecciones, cuyo elemento democrático sigue siendo el de libre acceso de la producción de bienes y servicios.
Al analizar la situación de los países de industrialización tardía y de ingreso en el nuevo modelo neoliberal, con perspectivas más avanzadas del capitalismo salvaje –productivo y financiero –verificamos la política de integración del capital y de reestructuración del trabajo, a partir de una nueva matriz: la supremacía de la empleabilidad en el sector de servicios.
Empleabilidad que tiene como nuevos conceptos-prácticas: el emprendedorismo; la autonomía; el hombre que se autosirve y que se autoatiende. El self service del mundo del trabajo, cuya responsabilidad por el éxito, o fracaso, recae en las espaldas del propio sujeto.
América del Sur, parte constitutiva de América latina, con la integración de los mercados, reitera la dispersión, exclusión y explotación de gran parte de su gente. Con un promedio de tasa de desempleo de 9%, y de indigencia-pobreza que supera la casa de los 25%, los países supuestamente más ricos, en lo que se refiere a la industrialización reiteran la condición inhumana que vive gran parte de nuestros pueblos.
Esa condición formal, del self service de los seres latinos, en la era global de la integración de los mercados, evidencia la problemática situación tanto del campo como de la ciudad en nuestros países.
Los sujetos que no consiguen crear-vender algo “innovador”, formalmente integrado en la cadena mercadológica liberada por los gobiernos, engorda las filas de los indigentes-pobres del continente. Y, aquél que, al tratar de sobrevivir, entra en la informalidad y constituye su ganapán en las calles (vendiendo comidas, ropas, discos, etc.), recibe ultimátum de los gobiernos para salir de la vía pública.
Lo urbano se transforma, así, en las vías de rápido acceso para la producción y el consumo. Y los trabajadores informales, en la perspectiva de los gobiernos integradores del mercado, se transforman en los criminales del siglo XXI.
En el campo, la situación no es diferente. Aquél que no se integra temporariamente a las condiciones de explotación y opresión del gran capital del agronegocio, o opta por sobrevivir en esa anti-vida brutal; o opta po0r ir para las ciudades y luchar, junto con los demás sujetos de la periferia, por un lugar al sol, inicialmente fuera de las cadenas productivas, mantenidas y ampliadas por los dos grandes socios del negocio en el siglo XXI: el Estado “Nación” y el gran capital –nacional e internacional.
Con una población total de más de 400 millones de latinos y una población económicamente activa de arriba de 190 millones, esos países tienen sus hombres y mujeres distribuidos en sectores productivos que integran la lógica general de funcionamiento del capital.
Entre la población económicamente activa del sur y la realmente ocupada hay una distancia que, en números y en la realidad, representa los que están fuera del sistema formal de producción. Pero eso no significa que estén fuera del sistema formal de consumo y de deberes obligatorios instituidos por el Estado de derecho. O sea, aun sin trabajo formal, tienen gastos formales y contribuyen, con eso, en la lógica de recaudación interna de los Estados/nación.
Ese retrato latino, desde el sur, reitera el compromiso de nuestros pueblos en la lucha antiimperialista y anticapitalista protagonizada en nuestro continente. Una lucha que cuestione y resignifique la supremacia de los mercados y de las corporaciones que tienen hoy, en gran parte de los gobiernos latinos, sometidos a la lógica del mando del norte sobre el sur.
La paradoja continúa siendo la misma: América Latina para los latinos o para los forasteros y las elites latinas. Si, por un lado, los socialistas defendieron y defienden una integración latina, donde los pueblos y los Estados sean autónomos y soberanos, por otro lado, la integración de los mercados, protagonizada por las grandes corporaciones, evidencia la fragilidad de una América Latina para los latinos.
En los 70, los socialistas creían que la vanguardia viabilizaría el cambio en el continente. En pleno siglo XXI, aunque esa vanguardia tenga un papel para ejercer en la histórica lucha de clases de los movimientos latinos, cabe a los movimientos sociales, a partir de la consolidación de instrumentos políticos de clase, vinculados a los trabajadores del campo y de la ciudad, protagonizar, revolucionar el orden vigente.
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El Mercado Común del Sur (Mercosur), cuyas actividades de relaciones comerciales fueron efectivizadas para disminución de tarifas y libre acceso de bienes, servicios y mano de obra, comenzó en la década del 80 (Brasil-Argentina) se perfeccionó en la década del 90 (Brasil-Argentina-Paraguay-Uruguay) y culminó en el siglo XXI en una escalada gigantesca rumbo a las políticas neoliberales en el continente (Brasil-Argentina-Paraguay-Uruguay-Chile-Venezuela).
Es curioso notar que el Mercosur nace en pleno período de democratización en el continente, al final de las dictaduras militares de la mayor parte de nuestros países.
Lo que implica decir que la democratización referida por los pueblos no tiene relación directa con la protagonizada por el capital y por los Estados/nación. El fin de la dictadura militar, con la entrada en escena del nuevo proyecto neoliberal del capital, reitera la permanente dictadura del mercado en nuestro continente. Una dictadura que mantiene encarcelados a millares de sujetos latinoamericanos.
Esa dinámica de integrar para el robo está centrada en una perspectiva geopolítica de dominación interna, ejecutada por el capital externo. El objetivo es la consolidación de un espacio accesible para el libre tránsito de mercaderías. Para esto, necesita promover acuerdos comerciales, protocolados por los Estados nacionales en sus alianzas con el gran capital.
Estos acuerdos son los nuevos manuales políticos de la libre frontera. Ellos viabilizan una mayor lucratividad del capital que actúa globalmente, pero que consolida sus lucros en territorios fértiles, tanto en términos de trabajo, como de recursos naturales, energéticos.
Quiebra de contratos público-estatales, democratización del acceso al consumo para los que pueden consumir, fin de las garantías laborales, facilidad de crédito-financiamiento para las reestructuraciones productivas protagonizadas por el gran capital –latino e internacional- son algunos de los elementos constitutivos de esa actualizada política de acumulación en el continente.
La integración latinoamericana del sur es un retrato de lo que significa el capitalismo del siglo XXI, en el que el mapamundi es reconfigurado a partir del poder global del capital sin patria. Este capital dicta las reglas para resignificar acciones y proyecciones, cuyo elemento democrático sigue siendo el de libre acceso de la producción de bienes y servicios.
Al analizar la situación de los países de industrialización tardía y de ingreso en el nuevo modelo neoliberal, con perspectivas más avanzadas del capitalismo salvaje –productivo y financiero –verificamos la política de integración del capital y de reestructuración del trabajo, a partir de una nueva matriz: la supremacía de la empleabilidad en el sector de servicios.
Empleabilidad que tiene como nuevos conceptos-prácticas: el emprendedorismo; la autonomía; el hombre que se autosirve y que se autoatiende. El self service del mundo del trabajo, cuya responsabilidad por el éxito, o fracaso, recae en las espaldas del propio sujeto.
América del Sur, parte constitutiva de América latina, con la integración de los mercados, reitera la dispersión, exclusión y explotación de gran parte de su gente. Con un promedio de tasa de desempleo de 9%, y de indigencia-pobreza que supera la casa de los 25%, los países supuestamente más ricos, en lo que se refiere a la industrialización reiteran la condición inhumana que vive gran parte de nuestros pueblos.
Esa condición formal, del self service de los seres latinos, en la era global de la integración de los mercados, evidencia la problemática situación tanto del campo como de la ciudad en nuestros países.
Los sujetos que no consiguen crear-vender algo “innovador”, formalmente integrado en la cadena mercadológica liberada por los gobiernos, engorda las filas de los indigentes-pobres del continente. Y, aquél que, al tratar de sobrevivir, entra en la informalidad y constituye su ganapán en las calles (vendiendo comidas, ropas, discos, etc.), recibe ultimátum de los gobiernos para salir de la vía pública.
Lo urbano se transforma, así, en las vías de rápido acceso para la producción y el consumo. Y los trabajadores informales, en la perspectiva de los gobiernos integradores del mercado, se transforman en los criminales del siglo XXI.
En el campo, la situación no es diferente. Aquél que no se integra temporariamente a las condiciones de explotación y opresión del gran capital del agronegocio, o opta por sobrevivir en esa anti-vida brutal; o opta po0r ir para las ciudades y luchar, junto con los demás sujetos de la periferia, por un lugar al sol, inicialmente fuera de las cadenas productivas, mantenidas y ampliadas por los dos grandes socios del negocio en el siglo XXI: el Estado “Nación” y el gran capital –nacional e internacional.
Con una población total de más de 400 millones de latinos y una población económicamente activa de arriba de 190 millones, esos países tienen sus hombres y mujeres distribuidos en sectores productivos que integran la lógica general de funcionamiento del capital.
Entre la población económicamente activa del sur y la realmente ocupada hay una distancia que, en números y en la realidad, representa los que están fuera del sistema formal de producción. Pero eso no significa que estén fuera del sistema formal de consumo y de deberes obligatorios instituidos por el Estado de derecho. O sea, aun sin trabajo formal, tienen gastos formales y contribuyen, con eso, en la lógica de recaudación interna de los Estados/nación.
Ese retrato latino, desde el sur, reitera el compromiso de nuestros pueblos en la lucha antiimperialista y anticapitalista protagonizada en nuestro continente. Una lucha que cuestione y resignifique la supremacia de los mercados y de las corporaciones que tienen hoy, en gran parte de los gobiernos latinos, sometidos a la lógica del mando del norte sobre el sur.
La paradoja continúa siendo la misma: América Latina para los latinos o para los forasteros y las elites latinas. Si, por un lado, los socialistas defendieron y defienden una integración latina, donde los pueblos y los Estados sean autónomos y soberanos, por otro lado, la integración de los mercados, protagonizada por las grandes corporaciones, evidencia la fragilidad de una América Latina para los latinos.
En los 70, los socialistas creían que la vanguardia viabilizaría el cambio en el continente. En pleno siglo XXI, aunque esa vanguardia tenga un papel para ejercer en la histórica lucha de clases de los movimientos latinos, cabe a los movimientos sociales, a partir de la consolidación de instrumentos políticos de clase, vinculados a los trabajadores del campo y de la ciudad, protagonizar, revolucionar el orden vigente.
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radio mundo real - Uruguay/30/07/2008
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