2/9/08

EUROPA: EL DRAMA DE LOS SIN PAPELES

I
Europa blindada: Inmigrantes de la desesperación
Viajan desde Africa en cayucos, endebles barcas de pesca. Intentan entrar a Europa por las Islas Canarias. Pocos sobreviven. Los que llegan van a la cárcel. Los niños son internados hasta los 18 años.

PUERTO DE LOS CRISTIANOS. SON 67 INMIGRANTES DE SENEGAL, MAURITANIA, GUINEA, GHANA Y BURKINA FASSO. FUERON RESCATADOS POR EL SERVICIO DE SALVAMENTO ESPAÑOL A 130 KM. DE TENERIFE.
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Gustavo Sierra / gsierra@clarin.com
TENERIFE, CANARIAS. ENVIADO ESPECIAL
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Los ojos blanquísimos se expanden hasta el extremo. La sorpresa para esta carita alargada y negra no podía ser más grande. Su boca de dibujo animado se abre y aparece una sonrisa leve que deja ver unos dientes perfectos. Adji Geuye tiene 10 años y mira con ojos vírgenes a toda esa gente que se encuentra a su alrededor después de once días en los que sólo vio un horizonte de mar. Es una de los 84 inmigrantes sin papeles que llega esta mañana al puerto de Los Cristianos en el sur de la isla de Tenerife, en las Canarias españolas. Es raro que lleguen chicas. En general mandan a los varones para que trabajen y envíen el dinero a casa. Una sorpresa también para todos los que estábamos ahí. Entre medio de enormes hombres senegaleses, mauritanos, guineanos y de otros países subsaharianos apareció el cuerpito pequeño de Adji con unas trencitas perfectas que le hizo su madre Ndeye en el último tramo del viaje de 1.400 kilómetros entre el puerto de Nuadibú en Mauritania y el punto más cercano de Europa, las Canarias. Se salvaron después de once días de viaje gracias al rescate del barco "Conde de Godomor" del servicio de Salvamento Marítimo español cuando el "cayuco" que las traía, una embarcación pesquera de madera y muy endeble para ese cruce del Atlántico, se había quedado sin combustible a 135 kilómetros de la costa. Finalmente, llegaron a tierra firme donde los voluntarios de la Cruz Roja las atendieron como princesas. Habían cumplido su sueño, ahora comienza la pesadilla.En los días siguientes logro reconstruir una parte de la historia de Adji y su madre. Vinieron solas. Es probable que en España u otro país europeo esté el padre de la niña esperándolas. Pero nunca lo dirán. Si se llega a probar que son de un país que tiene convenio de extradición, serían deportadas en 40 días. La madre, de todos modos no pudo probar que Adji es su hija y las separaron. Es probable que a Ndeye la envíen de regreso a su país y que Adji quede internada en un instituto de acogida para menores no acompañados hasta que cumpla la mayoría de edad. En ese momento se registrará otro absurdo de la ley, la dejarán libre con una orden pendiente de deportación y sin permiso de trabajo. Adji y su madre viajaron desde su aldea a Saint Louis, en la desembocadura del río Senegal. Allí comenzó el periplo marino. Esta es una ciudad de unos 200.000 habitantes famosa por su torre de La Poste, el lugar donde bajaban obligatoriamente todos los aviones que cruzaban el Atlántico en los 40, 50 y 60 para cargar combustible en la ruta de Europa hacia Sudamérica. Mucho antes, desde allí también partieron miles de barcos negreros llevando esclavos para Estados Unidos. Desde el barrio de pescadores de Guet Ndar salen desde mayo del 2006 los cayucos que intentan el recorrido para entrar por el sur de las Canarias y llegar a Fuenteventura y hasta Tenerife.En el puerto de Los Cristianos la llegada de "los moros" sigue causando una gran polémica y ciertos brotes xenófobos. Me detengo en el Kiosco Bahía, donde se arremolinan los pescadores que se están tomando una cerveza con unas tapitas de tortilla y pimientos de piquillo. El que sirve las copas es un muchacho joven que grita de una punta a la otra a uno de sus clientes. "Oye Paco ¿y tú no tienes una habitación de más en casa? Porque si la tuvieras te podrías llevar un 'pata negra' y cobrar el subsidio", dice el muchacho entre las risas de los parroquianos. Se refiere a una iniciativa del gobierno local de dar a los niños que llegan solos en los cayucos al cuidado de familias canarias a quienes se les pagaría un salario para el mantenimiento. Cayuco en Los Cristianos. Llega en una hora", es el escueto mensaje que recibo en mi celular, y casi en un grito, de parte de la asesora de prensa de la Delegación del Gobierno español en Canarias. Hay que recorrer 80 kilómetros, salir de Santa Cruz y entrar a Los Cristianos por una ruta magnífica que bordea el mar y que en esta época está en reparaciones y atestada de turistas ingleses y alemanes. El contraste no puede ser más grande. A cada lado de los muelles hay unas de las mejores playas de Europa, barcitos, restaurantes y apartamentos de lujo colgados en la ladera de las sierras. Las británicas no logran brocearse, siguen tan blancas como siempre. En el medio, en el puerto, lo que llega en la embarcación de salvamento es una nube negra. En el último mes llegó prácticamente un cayuco por día. En una semana fueron 335 inmigrantes ilegales. Ya son 4.681 en lo que va del año. Y a pesar de los barcos de vigilancia, los radares, los centros de detención en los países de origen y el hecho de que sólo logren cruzar el Atlántico algo más de la mitad de los que lo intentan, las pateras y cayucos siguen llegando. Hoy son 67 inmigrantes de caras redondas y renegridas en las que ese sol sin justicia de las tres de la tarde sólo deja ver claramente unos ojos enormes, enrojecidos y sumamente cansados. En el barco ya les dieron ropa limpia. Son unos equipos de gimnasia con una camiseta caliente y buenas zapatillas. A pesar de los 35 grados de calor, ellos tienen frío por los días que estuvieron en el mar. Apenas bajan, los voluntarios de la Cruz Roja comienzan a examinarlos. Hay uno que tiene fiebre alta y otro con una fractura en un brazo. Se golpeó contra la baranda del cayuco en uno de los tantos barquinazos producidos por las olas de cinco o seis metros que los acompañaron en toda la travesía. La Policía comienza a interrogarlos. Se sabe que no van a decir mucho. No traen documentos para que nadie sepa exactamente de dónde vienen. Los agentes buscan por sobre todo al patrón del cayuco, la persona que sabe navegar y que pertenece a la banda de traficantes que organizó el viaje. Eso es un delito y el responsable va directo a la cárcel. Pero a menos que alguien lo delate no sabrán nada. Dejaron a sus familias de garantía. Si alguien abre la boca, las consecuencias las pagarán su madre o una hermana en el país de origen.Una vez que se van los policías de civil, dejan a los periodistas acercarnos al grupo. Hay hombres en muy mal estado. Se los nota deshidratados y extenuados. Todavía tienen arena y sal pegada a la cara. Uno tiene heridas en los brazos y le cuenta a una voluntaria que se las hizo con una soga de la que se agarraba para no caer al mar. Logro entablar una pequeña conversación con un tipo de casi dos metros y contextura amplia. Dice llamarse Babagadne y ser de Guinea Conakry. Lanzo el "Argentina-Maradona" y Babagadne sonríe. "No juego bien al fútbol. Pero antes de salir de Boluminé (el puerto de la bahía de Conakry) jugamos un rato en la playa con la pelota de unos de ahí", dice en un francés muy atravesado. Babagadne comienza a temblar. Tiene su labio inferior muy hinchado, seguramente por la deshidratación o alguna enfermedad infecciosa más grave. Una voluntaria le pone una manta roja sobre los hombros. Un rato más tarde se calma. Me mira y me dice que estuvo "muchos días en el mar". "No se cuántos exactamente. Perdí la noción. Había poca comida. Tenía unas galletas, pero me las robaron... Bueno, ya está. Estoy en España. Lo logré. En unos días estaré mejor". ¿Sabes que va a pasar ahora?, le pregunto. "No, no tengo idea. No sabemos nada. ¿Vamos a ir a la cárcel?", repregunta. La respuesta es sí. Primero pasarán una noche al menos en un centro de detención para inmigrantes ilegales que fue levantado de emergencia al lado de la comisaría de Las Américas, a unos 15 minutos del puerto. Luego, los llevarán al centro de internamiento temporario de Hoya Fría, sobre la autopista Sur, a unos 10 kilómetros de Santa Cruz, la capital de Tenerife. En toda Europa hay 224 centros de detención de indocumentados con una capacidad para 30.000 personas en los que los inmigrantes permanecen entre 30 días y hasta un año y medio esperando la orden de expulsión. En el caso de España, si el inmigrante pertenece a un país con el que no haya convenio de extradición a los 40 días queda en libertad –en general en alguna ciudad de la España continental– pero con una orden pendiente de expulsión y sin permiso de trabajo. El proceso es una verdadera fábrica de trabajadores ilegales. "Te largan y te dicen 'búscate la vida'. Y tú te la buscas. Después nos critican porque vendemos cosas en las calles o alguno roba algo. Ellos nos obligan a hacerlo", explica Najib Ahdannaji, un marroquí que llegó en una patera (barco de pescadores más pequeño que los cayucos) hace ya nueve años y que ahora ayuda a otros inmigrantes en una filial local de la organización católica Cáritas. A los centros de detención no permiten el acceso ni siquiera a los diputados españoles y mucho menos a la prensa. Sólo logró entrar una comisión de la Unión Europea y algunas ONGs y los informes son altamente negativos. En España hay diez Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE) conocidos. Los más grandes están junto a los aeropuertos internacionales de Barcelona y Madrid, por allí pasaron en el 2001 varios argentinos. Aquí en las Canarias existen al menos tres. Los dos primeros fueron habilitados en antiguos cuarteles franquistas. El tercero, el de Hoya Fría está al lado de otro cuartel militar junto a la autopista sur, en Tenerife. "No es una residencia de lujo, pero tampoco nada inhumano. Se trata del mismo tipo de contenedores en los que se alojan los soldados españoles que están en misiones en el extranjero", aclara el teniente coronel Ricardo Arranz Vicario, el comandante de la Guardia Civil, que tiene a cargo estos centros. Pero la periodista Sara Prestianni que logró entrar junto a la comisión europea por pertenecer a una ONG humanitaria describió otra realidad: "A muchos emigrantes los encontramos en fila ante la sala médica, con el cuerpo torturado por las heridas infectadas que se han causado durante los 15 días de la travesía en las carretas del mar, quemaduras de carburante o picaduras de insectos. Sólo una monja voluntaria cuya presencia en el centro es intermitente, desinfecta momentáneamente las heridas, pero su contribución resulta limitada frente al número de la población presente. Al médico, dicen, no lo ven desde hace al menos una semana. No nos sorprende en consecuencia saber que a uno de los jóvenes subsaharianos llegados a Barcelona tras 40 días de internamiento en las Canarias le tuvieran que amputar una pierna". Puedo ver Hoya Fría desde una colina cercana. Tengo apenas unos minutos para tomar unas fotos. Si me ven los guardias que están en las casetas de vigilancia, seguramente me arrestarán. Lo que se ve no es nada más que una cárcel.Al sureste de la isla canaria de Fuerteventura, en lo alto de una montaña del pueblo de Las playitas, se levanta el faro de La Entallada. Esta luz es la que guió a los primeros inmigrantes subsaharianos que llegaron a las Canarias jugándose la vida. Era el 28 de agosto de 1994 y en las Salinas del Carmen desembarcaron dos saharauis de 22 y 24 años, los primeros que fueron fichados. En el 2006, cuando la marina española desplegó un sistema de radares por todo el Mediterráneo, cortando las rutas de los marroquíes hacia las costas continentales y se enviaron barcos a vigilar directamente en Mauritania y Senegal, los cayucos comenzaron a llegar en masa por el sur a las Canarias. Ese año fueron 22.776 en 308 embarcaciones. La mitad sólo en los meses de agosto y setiembre. Muchos de ellos menores.Uno de los primeros en llegar en esas pateras fue Steven David que hace ya 11 años que vive en Tenerife. "En aquel entonces era fácil. Uno estaba unos días en la comisaría y después nos largaban. Conseguí trabajo muy pronto en la construcción y todavía sigo trabajando en los andamios", cuenta David que ya tiene 40 años pero que no formó acá ninguna familia porque dice que en lo único que piensa es en regresar a Ghana con unos cuantos euros para explotar una pequeña plantación de cacao que acaba de heredar de su abuelo en el pueblo de Akara. "Somos todos unos inocentes tontos. Creemos que acá va a estar el paraíso y lo único que encontramos es el trabajo duro. La diferencia es que acá trabajando se puede ahorrar. En Ghana sólo se consigue algo para comer", cuenta en un bar del barrio de Taco en el que varios parroquianos bajaron la voz y dejaron de beber sus cañitas de cerveza para escuchar nuestra conversación.Una vez más recibo el mensaje: "cayuco-cristianos-está llegando". Nuevamente hay que correr para ver otro desembarco. Los que llevan la cuenta dicen que en agosto fueron 680 los inmigrantes que llegaron a estas islas. Pocos si se los compara con los 1.700 que llegaron en cinco días a la isla italiana de Lampedusa, a las decenas de miles que entran desde los países del Este o los que pasan por los aeropuertos, que siguen siendo la gran mayoría. Llegan a una Europa en crisis. Tras una notable expansión, la Unión se chocó con la recesión que viene desde Estados Unidos. En el medio de este tórrido verano desde Berlín se anunció que la economía de la eurozona cayó un 0,2% en el segundo trimestre. Alemania es la más perjudicada con un retroceso del 0,5% y Francia e Italia van con un 0,3%. España está un poquito mejor pero estancada. Creció apenas el 0,1%, lo que le permitió al presidente Rodríguez Zapatero decir que "estamos mejor que nuestros socios europeos". Pero lo cierto es que el gobierno ha tenido que lanzar un programa anticrisis y la gente no deja de hablar del 5% de inflación anual que ya está golpeando los bolsillos acá. "El petróleo y las materias primas empiezan a relajarse y eso empuja la inflación. Y el dólar parece haber terminado con un largo período de debilidad y empieza a ganarle terreno al euro", explica Antonio Villarroya, del banco Merrill Lynch.Ante esta situación, Europa se está blindando. Desde que en julio el duro y pequeño mandatario francés Nicolas Sarkozy asumió la presidencia de la Unión Europea, se plantean penas cada vez más duras contra la inmigración ilegal. En Francia se habla de exámenes de ADN para probar que pertenecen a una misma familia si es que uno de sus miembros logró un permiso de residencia. En Italia, el presidente Silvio Berlusconi directamente ordenó la militarización para combatir "el crimen y la inmigración". En España quieren pagarles a los inmigrantes que están sin trabajo para que regresen a sus países. En Gran Bretaña los expulsan como si enviaran galletas por correo y ya no saben qué hacer con los polacos que arriban de a miles y en forma legal. En varios países del Este los jóvenes esperan que les abran las puertas de entrada a la Unión Europea para mudarse a París o Roma. En tanto, Adji Geuye, la niña senegalesa que llegó a Tenerife, sigue perdida en el laberinto burocrático de esta Europa que quiere ser blindada. Permanece en un centro de acogida para niñas en uno de los pueblitos de la zona oeste de Tenerife y aislada de su madre a quien es muy probable que no vuelva a ver por mucho tiempo. Si se cumple lo que hasta ahora fue una regla, ella permanecerá en el asilo donde vive y asistirá a clases en una de las escuelas públicas del mismo pueblo. A los 15 pasará a otro asilo para adolescentes. Dentro de ocho años, cuando cumpla 18, un juez le dará una orden pendiente de expulsión y le anunciará que está libre. Un maestro de algunos de los 1.200 niños que hay hoy en esta situación encontró una fórmula perfecta para explicar el sistema: "Recibimos niños africanos, los convertimos en jóvenes españoles y luego los echamos a la calle como adultos sin futuro". A Adji se la ve fuerte. El cruce en cayuco es una selección natural. Llegan sólo los mejores, los más fuertes. Tiene posibilidades de convertirse en una adulta exitosa en esta Europa blindada de agujeros.
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Dura ley migratoria
Europa endureció las leyes contra los inmigrantes. Una situación que provoca que el fenómeno de los que llegan en cayucos sea aún más dramático. El Parlamento Europeo aprobó en junio una nueva directiva de retorno de inmigrantes irregulares: Se establece un período de siete a 30 días para que los inmigrantes abandonen el país. En España es de 40 días.El período máximo se fija en 6 meses que pueden ampliarse a 18 en casos excepcionales para quien no coopere o tenga problemas con la documentación. Los indocumentados que sean expulsados sufrirán también una prohibición de hasta cinco años de duración para entrar legalmente en territorio comunitarioEn el caso de los menores sin familiares, se debe tener en cuenta "su mejor interés" al decidir su expulsión. Pueden ser expulsados a un tercer país.
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Los argentinos esperan
El caso emblemático de la comunidad argentina en España es el de Delfina Escudero, una chica de 7 años que vive desde sus 12 meses en Tarragona y que tuvo sobre su cabeza una orden de expulsión. Cuando se conoció la noticia de que sus padres podían residir legalmente en España pero ella no porque "no cuenta con los medios de vida exigibles", se desató un escándalo. Finalmente, la burocracia anuló el 18 de agosto la orden de expulsión y le renovaron la residencia.El caso Delfina encendió todas las alarmas. Algo que sucedió justo en momentos en que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero lanzaba un polémico plan de "retorno voluntario" que permitiría que los desempleados extranjeros no comunitarios puedan regresar a su país de origen cobrando el subsidio por desempleo que hubieran acumulado por sus años de servicio. La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega calificó la medida de "justa y voluntaria". Pero los presidentes del Mercosur dijeron en un comunicado que "deploramos la Directiva del Retorno por ser contradictoria de la propia normativa europea sobre el derecho humanitario". De la Vega hizo una gira latinoamericana para poner paños fríos, pero la preocupación continúa en los países que cuentan con la mayor cantidad de inmigrantes en España como Ecuador, Colombia y Argentina.Para los argentinos que viven hoy en España el mayor temor es que se profundice la actual crisis económica y que eso lleve a que el gobierno comience a tomar medidas "que siempre van dirigidas contra los más débiles, y esos somos los inmigrantes".
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En Clarin.com
La versión multimedia de esta producción se podrá ver a partir del jueves 4 de setiembre en Clarin.com
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II
Europa blindada: Los hijos de los cayucos
Tienen entre 7 y 14 años. Los mandan los padres en esas barcas de pescadores desde Africa hasta las Islas Canarias para que trabajen y les envíen dinero. Cuando llegan los confinan en asilos hasta que cumplen la mayoría de edad
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La última población del sur de Marruecos es la de Tarfaya. Por ahí pasa esa línea invisible que separa al territorio controlado por el ejército del rey Mohamed VI y el del Frente Polisario que se lo disputa. También es donde tuvo que hacer Saint Exupéry su aterrizaje de emergencia cuando el avión con el que transportaba correo a las colonias francesas se quedó sin un motor. Esas dunas le inspiraron El Principito y son las que hoy recorren para ir a la playa cuando cae el sol las mujeres vestidas con la "melfa" a rayas y rodeadas de chicos. Una de esas mujeres, Zerka, tomó en agosto del 2001 una decisión crucial para su vida. Mandaría a su segundo hijo Musta Hafiz, de apenas 10 años, en un cayuco (una de las embarcaciones de los pescadores locales) hacia España para que pudiera trabajar allí y enviarle dinero para mantener a sus otros tres hijos. El marido había muerto poco antes y con lo poco que dejó iba a pagar el viaje. Tres días más tarde Musta estaba en el medio del Atlántico dormido. Le habían dado una pastilla para que no se asustara y molestara a los otros 50 o 60 inmigrantes que se jugaban la vida entre olas de siete o diez metros.Hoy, Musta tiene 19 años. Pasó todo este tiempo en el sistema de detención de menores no acompañados que tiene el gobierno español y que funciona aquí en Tenerife, en las Islas Canarias. Lo rescataron cuando estaba cerca de la isla de Lanzarote. Lo tuvieron ahí tres días y después lo mandaron a un asilo de un pueblito terifeño. Fue a una escuela en la que era el único inmigrante. Los otros chicos se reían de su acento, de su timidez, de su dificultad para entender las costumbres locales. Lo peor era cuando hablaban de religión. Musta había visto sólo el rito musulmán. Lo católico le resultaba muy extraño. Cuando cumplió 15 años lo mandaron a otro centro para adolescentes en Santa Cruz y a la escuela secundaria. Llegó hasta tercer año. Cuando cumplió los 18 le dijeron que se podía ir. "¿Ir? ¿A dónde?, les pregunté". Cuenta Musta. "Ahora, a ganarte la vida, me dijeron. Me dieron una orden de expulsión en suspenso y la dirección de este lugar. Y cuando llegué me encontré con gran sorpresa con muchos a los que había cruzado en los hogares y que ahora están como yo: sin contrato para poder quedarnos a trabajar acá. Me hicieron perder el tiempo durante ocho años".--Imagino que tienes un rencor muy grande con tu madre que te envió acá tan pequeño y con el sistema que no te resolvió nada, le digo.--No, con mi madre, no. Ella no tenía opción. Ya había mandado a mi hermano mayor y no sabía nada de él. Yo tenía que cumplir como el nuevo hijo mayor. Así es en Marruecos. Y los de acá me trataron bien. No puedo decir otra cosa. Pero hoy me dejan en la calle y entonces todo el sacrificio que hice para estudiar estos años no sirvieron de nada.Kofi Zacarea, otro chico de 18 años, escucha la conversación con la mirada perdida. Es otro de los 18 muchachos que lograron refugio en la sede local de Cáritas en la Cuesta de Piedra de Santa Cruz de Tenerife. Allí pueden permanecer hasta que consigan algún contrato de trabajo con el que puedan solicitar la residencia temporaria en España. Por ahora nadie lo quiere tomar. Tiene un español muy atravesado y se lo ve más joven de los años que dice tener. Salió de Ghana hace casi un año. Estuvo en un centro para adolescentes y desde hace unas semanas en este lugar desde donde sale cada mañana para buscar alguna changa. "Te explotan, pagan muy poco", es lo que aprendió en español para explicar su situación. Y cada vez que sale a la calle tiene que luchar contra la discriminación."Te subes a la guagua (autobús) y todo el mundo te está mirando. Tengo cara de "moro" o "africano" y la gente piensa en la fama que tenemos. Los moros (marroquíes y árabes en general) que le vamos a robar. Y los africanos (subsaharianos) que les van a contagiar una enfermedad. Eso es lo que piensan de nosotros apenas nos ven", explica Najib Ahdemnaji, un marroquí que llegó hace nueve años en una patera (bote de pescadores) y que hoy es el organizador de este centro de Cáritas.Kofi Zacarea asiente con la cabeza. Eso es lo que le pasa cada día en que toma el tranvía para ir al centro de la ciudad y ver si lo toman para lavar platos en algún restaurante. "Tengo que mandar algo de dinero a mi madre que está en el pueblo de Mankesín. Ya le mandé una vez 20 euros que junté de lo que me dieron en el centro donde estaba para que pudiera salir un fin de semana y tomarme una cerveza. Yo no tomé nada y se lo mandé a mi mamá para que viera que sirvo para algo", cuenta Kofi con su cara redonda y ojos de niño bueno.Leonardo Ruiz del Castillo es el director de esta casa de Cáritas y coordina toda la ayuda orientada hacia estos chicos. Está desesperado. Cada día lo llaman con mayor demanda. Hay en este momento unos 1.300 menores en el sistema y en poco tiempo comenzarán a ser mayores de edad y los largarán a la calle. "La única solución de fondo es cambiar la ley. Fíjate que enorme paradoja. Los educamos en nuestras costumbres. Van a escuelas canarias con otros niños y adolescentes locales. Se hacen de amigos. Se adaptan. Son respetados. Y de pronto, un día cumplen 18 años y todo eso se convierte en una desgracia. De ser protegidos de la Policía pasan a ser perseguidos por ser ilegales. Los pueden arrestar, ponerlos en un centro de detención para mayores y expulsarlos en unos pocos días", dice Leonardo abriendo las manos en señal de impotencia.Mousta Kane, que vino de Senegal hace 11 meses, constituye otro caso paradójico. Tenía 19 años cuando llegó en un cayuco (barca de pescadores de unos 14 metros de eslora) pero cuando le hicieron el test óseo de su muñeca, los médicos de la Policía determinaron que su edad era dos años menor. Lo enviaron a un centro de adolescentes hasta que determinaron que ya había alcanzado la mayoría de edad y lo mandaron a la calle. De todos modos, esa situación fue un golpe de suerte. "Vine con unos amigos que los tuvieron 40 días en una cárcel y después los mandaron de nuevo para Senegal. A mí me llevaron a un centro del pueblo de La Esperanza, que queda camino al Teide (la montaña más alta de las Canarias). Fui a la escuela y aprendí un poco de español. Tuve suerte.", cuenta este chico alto y esbelto que podría ser un modelo de catálogo de Ralph Lauren.Mousta Kane y sus amigos se entusiasmaron con venir a España cuando vieron en el sitio de Internet senegalaisement.com una serie de notas sobre "lo fácil que es llegar a España". "Estás en unos centros muy confortables, te visten, te dejan salir los fines de semana y te dan de comer varias veces al día", dice una de las notas del sitio que habla también de un supuesto "pasaje" en uno de los cayucos por apenas 150 euros cuando en realidad las mafias que controlan este tráfico humano se llevan al menos 1.500 euros por cabeza."Creí que iba a tener un trabajito fácil, pero me está costando mucho. Apenas me ven, me piden los papeles. Y eso es lo único que no tengo. Cuando les digo que me hagan un contrato para poder conseguir el permiso de residencia, me cierran la puerta en la cara. Yo tengo un oficio, soy sastre y de los buenos. Empecé a cortar cuando tenía ocho años. Y también soy muy bueno jugando al baloncesto, que me prueben", pide Mousta Kane. "Voy a esperar hasta fin de año. Si para enero del 2009 no consigo nada, me voy hasta una comisaría y les pido que me repatrien". Si llega a ese momento, Mousta Kane será uno de los casi 9.000 senegaleses expulsados por España en los últimos dos años.Manejo por la autopista norte hacia Icod de los Vinos, un antiguo pueblo colgado de las montañas donde se produce un vinito algo ácido pero nada despreciable. A pesar de una fina lluvia veraniega se puede ver que el lugar tiene una gran belleza. Es un verdadero balcón hacia el mar. Desde allí arriba se puede ver cómo las olas le pegan constantes cachetazos a las rocas, algún barquito pesquero en el horizonte y un muelle con una playa de piedras. Todo esto es visible desde esta escuela pintada de amarillo por fuera y que no tiene ningún cartel que la distinga. Allí funciona uno de los centros de emergencia de menores no acompañados. Hay en este momento 48 chicos varones de 7 a 14 años. Está regenteado por la ONG Asociación Solidaria Mundo Nuevo. La directora Carmen Gloria Lorenzo me recibe y hace un recorrido por el lugar. Está impecable. Como las escuelas están de vacaciones de verano los chicos tienen sólo actividades recreativas. Por el mal tiempo hoy no pudieron ir a su clase de natación en una pileta municipal ni a la de surf que hacen en una playa los más grandes. El metegol concita la mayor atención aunque compite palmo a palmo con el ping pong y una partida de ajedrez entre dos chicos guineanos que son los campeones del lugar."Acá los niños son niños. Tratamos que olviden su condición de inmigrantes y de trabajadores y se conviertan en chicos normales con horas de estudio y horas de recreación. Es difícil porque vienen con el mandato de trabajar y mandar dinero a sus familias y aquí los tenemos que convencer de que no van a poder trabajar hasta que no sean mayores. Vienen asustados, con incertidumbres y les lleva un tiempo adaptarse. Pero lo cierto es que lo logramos en un 99% de los casos", comenta Carmen Gloria. El problema más acuciante lo presentan los chicos que llegan de Mauritania, Mali, Costa de Marfíl o Marruecos y que nunca estuvieron escolarizados. Con ellos tienen que trabajar los cinco maestros que hay permanentemente en tres turnos en el lugar para que luego puedan ir a la escuela local. El objetivo es que todos los chicos concurran a una de las escuelas municipales del pueblo y se interrelacionen con los niños de Icod. "Cuando llegan ya de 13 o 14 años tienen muy incorporado el hecho de que sus familias se endeudaron para que ellos puedan viajar y trabajar en España. Con ellos hay que trabajar mas que con otros mas pequeños. Y lo hacemos enseñándoles algún oficio", cuenta Rita López, la trabajadora social a cargo del centro.Rita cuenta que está muy sorprendida con un chico que llegó hace apenas unas semanas de Mauritania. Tiene 11 años y asegura que va a ser médico. Se la pasa todo el día leyendo y buscando información sobre el cuerpo humano en unas enciclopedias. Y está el caso de otro chico que llegó al sistema desde Mali cuando tenía 15 años y que hoy es abogado y representa a los que piden el permiso de residencia o se niegan a aceptar la extradición. Y hasta profesionales como un marroquí médico que arribó en una patera y se convirtió en el encargado de la enfermería del centro de detención al que lo mandaron. La Policía lo ayudó a conseguir un permiso de residencia, dio las equivalencias y cuatro años más tarde estaba ejerciendo la medicina en un pequeño pueblo cercano al puerto de Los Cristianos donde viven muchos de los inmigrantes subsaharianos que trabajan en la industria del turismo.Salgo de Icod de los Vinos con cierta esperanza. Entiendo que el sistema de acogida de los inmigrantes menores de edad es absurdo pero al mismo tiempo veo que tratan bien a los niños. Por ahora no hay denuncias de maltratos y lo que dejan ver a los periodistas denota cuidado y esmero. Pero cuando regreso a la casa de Cáritas en la Cuesta Piedra me encuentro una vez más con la incongruencia de esta Europa Blindada. Musta Hafiz acaba de regresar de su trabajo. Desde hace seis meses es aprendiz del taller de artes gráficas de la iglesia católica acá en Santa Cruz. El propio director Ruiz del Castillo dice que recibió muy buenas referencias del trabajo de Musta, que lo consideran allí como el mejor trabajador ya que logró aprender varios oficios al mismo tiempo, desde el de grabador hasta el de retocador. Pero no le pueden dar un contrato de trabajo. Necesitan que se lo otorgue alguna empresa externa. Y aún no encuentran al empresario que quiera comprometerse. "No tiene que hacer nada. Sólo firmar algunos papeles. Yo no le voy a ir a pedir nada. Me quedo trabajando en el taller de Cáritas y después busco con tranquilidad. Le voy a estar agradecido porque me ayudó y nunca lo voy a perjudicar. Pero aún no aparece ningún empresario que quiera hacerlo.¿Qué pretenden que haga ahora, que me vuelva a Marruecos? Si yo ya ni me acuerdo de la cara de mi madre", dice Musta tragando saliva para no llorar
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Colapso en los centros de menores
Hay un colapso y el gobierno canario pide ayuda a otras regiones españolas para que acojan a los niños inmigrantes. En los 27 centros de menores extranjeros que funcionan en las Canarias hay en este momento más de 1.200 chicos.Y muchos están en escuelas que deben ser desalojadas antes de fin de mes cuando se reanuden las clases tras las vacaciones de verano. En lo que va del año arribaron en cayucos más de 400 niños. En el 2007 habían sido 752.La llegada masiva de cayucos con menores entre julio y agosto obligó a la Consejería de Bienestar Social del gobierno local a habilitar una escuela hogar en la antigua ciudad de La Laguna, en Tenerife, para dar alojamiento a los 92 menores que llegaron en las últimas semanas. "Tenemos que distribuir unos 300 niños antes de comiencen las clases", decía desesperada la consejera de Bienestar Social. El otro tema es el del costo de la mantención de cada uno de estos chicos que asciende a 80 euros (unos 380 pesos) por día. Cuando se enteran los chicos inmigrantes de esta cifra les dicen a sus maestros que no entienden por qué los cuidan así. No comprenden por qué no los dejan trabajar ya que tienen unos 13 o 14 años.
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III
Europa blindada: Los que quedan en el camino
De cada tres cayucos, las endebles
barcas de pescadores, que zarpan de Africa, uno nunca llega a las Canarias. Se calcula que en los últimos dos años murieron en el mar al menos 20.000 personas intentando entrar a España.


'VICTIMAS. INMIGRANTES MARROQUIES MUERTOS MIENTRAS INTENTABAN ALCANZAR LA COSTA ESPAÑOLA. LA MAYORIA DE LOS QUE LO INTENTAN NO SABE NADAR.'
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El estrecho de Gibraltar es desde siempre un juntadero de piratas, pescadores y narcotraficantes. No es inusual ver barcas a la deriva dejadas por los que quieren confundir a los radares o porque sus ocupantes terminaron como carnada después de pasar a degüello a manos de algún socio despechado. Es por eso que el capitán Miguel Castanedo, en general, no le lleva el apunte a las manchas marrones que aparecen cada tanto en el horizonte. Pero el martes pasado navegaba a 12 nudos por hora al comando de su buque de carga Isla de los Volcanes en su ruta entre Málaga y Melilla cuando levantó un poco más los prismáticos. Vio un cayuco, una de esas embarcaciones de pescadores que traen a los inmigrantes ilegales subsaharianos a España, semihundido con unos cuerpos desfallecientes en su interior y otros en el agua aferrados a unas sogas. Estaban a la deriva, a 33 millas de la costa africana, esperando la muerte."Era un momento de desesperación. No hubieran vivido tres horas más en esas condiciones", explicó el capitán cuando entregó a los sobrevivientes en el puerto de Málaga. Lo que logró rescatar era un verdadero despojo humano. En el interior del cayuco de apenas siete metros de eslora había 21 hombres y mujeres de países tan diversos como Chad, Ruanda, Eritrea o Kenia que viajaban sin agua ni alimentos. Y en el mar había otros cuatro que cayeron durante el viaje y estaban aferrados a una madera y a un bidón de combustible. Una mujer de unos 30 años, gordita, que se encontraba en muy malas condiciones, no paraba de llorar y de balbucear unos nombres. Horas más tarde, en el hospital de Málaga le contó a la Policía lo que había sucedido. "Perdí a mis tres hijos y a mi marido", dijo desesperada. Los otros sobrevivientes terminaron el relato. Originalmente eran 70 los inmigrantes que abordaron el cayuco. Dieciseis murieron o desaparecieron en el mítico mar de Alborán. Lo sucedido en el cayuco nadie lo sabrá con exactitud. Ninguna Policía va a investigarlo a fondo. Se toma como un número más en las estadísticas. En los últimos dos años murieron oficialmente unas 20.000 personas tratando de llegar a Europa. Extraoficialmente esa cifra es mucho más elevada. La Media Luna Roja (la Cruz Roja musulmana) y otras organizaciones humanitarias como la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía calculan que al menos uno de cada tres cayucos que parten de Africa nunca llega a las costas españolas y que al menos otro 10% de los que logran cruzar fallece en el camino. "Los tiburones de esta zona del Atlántico y los del Mediterráneo están gordos como elefantes", me dice en forma brutal un pescador que encuentro en el puerto de Los Cristianos en Tenerife. "Aquí sólo se cuentan los cuerpos que llegan, pero se trata sólo de una parte. No se contabiliza a las víctimas que cayeron en el Sahara tratando de alcanzar Argelia o Libia. Las organizaciones de la zona estiman que el transito terrestre se cobra al menos la mitad de las vidas de las que se cobra el Atlántico", explica Briggitte Espuche una de las autoras del informe de la asociación andaluza. Steven David, un inmigrante que llegó de Ghana a las Canarias hace ya once años sabe de esto. "He tenido que hacerme cargo muchas veces de los cadáveres de mis compatriotas. Es muy difícil llamar a las familias para decirle que les va a llegar el cajón con los restos de un hijo, un marido, hasta bebés. Hay que darles la peor de las noticias. Ser inmigrante es muy duro siempre, te salves en el cruce como yo o no", cuenta David mientras nos tomamos una cerveza en un bar del barrio de Taco, en Santa Cruz de Tenerife.Una de las peores tragedias de cayucos repletos de muertos sucedió en las costas de la isla canaria de La Gomera. En julio del 2006 llegó hasta cerca del puerto de Alajeró un cayuco con 59 cuerpos tirados uno encima del otro. Los vecinos del lugar que veían la embarcación a unos cuantos metros de la costa sólo podían distinguir una pila marrón. A primera vista parecía que habían perecido todos en la ruta que los traía desde Guinea Bissau. Cuando se embarcaron eran más de 70. Un pescador con ojo experto para ver cosas por encima del reflejo de las olas, percibió que entre los cuerpos había algún movimiento. De inmediato se inició el rescate. Cuando lograron traer la barca hasta el muelle pudieron ver que la mayoría aún estaba con vida pero sin fuerzas siquiera para pedir ayuda. "Eran como zombies", fue la descripción de uno de los testigos.Para poder subirlos al muelle tuvieron que utilizar una vieja balanza atunera. Iban cargando los cuerpos de a cuatro o cinco y los subían como si fueran pescados para vender en el mercado. Al parecer, nadie había actuado sobre los más débiles para poder sobrevivir. Ese es un principio de explicación a las cosas que suceden en estos cayucos. Como en los barcos negreros de la era esclavista, hay relatos de que los más débiles son tirados por la borda. También de grupos que se quedaron sin suficiente agua dulce para llegar a destino y se trabaron en lucha hasta que unos terminaron arrojando a los otros a una mar embrabecida. Y hay testimonios de los que contraen enfermedades o se infectan las heridas producidas por los golpes de las olas con los restos del combustible que cae sobre ellos o queda concentrado en el fondo del cayuco. Los cementerios de todas las Canarias están repletos de tumbas con inscripciones como "inmigrante sin identificar-26-07-06". El campo santo de Antigua, en Fuerteventura, es el que más inscripciones de estas tiene. Allí tuvieron que habilitar el año pasado una sección nueva del cementerio sólo para sepultar estos cuerpos que nadie reclama. Y no es sólo del lado europeo. En Nuadibú, el puerto de Mauritania desde donde parten los cayucos que quieren alcanzar las Canarias, hay un cementerio enorme donde trabajan inmigrantes de Mali, Camerún o Burkina Fasso. Cavan tumbas para los que devuelve el mar y para juntar dinero que les permita subirse a un cayuco. "Es una ruleta rusa, pero todos están dispuestos a hacerlo. Lo otro, lo que tienes, la vida que llevas en Africa la despreciamos y creemos que acá, en Europa, vamos a tener de inmediato todo lo que vemos en televisión. Por esa ilusión nos jugamos la vida", me explica Najib Ahdemnaji que llegó hace años en un cayuco y que ahora ayuda a otros inmigrantes en una de las sedes de Cáritas en la Cuesta de Piedra de Santa Cruz. Todos los que logran el cruce tienen a un familiar o conocido que murió en el cruce. Uno de los chicos que encuentro en el centro de acogida donde los alojan tras cumplir 18 años -llegó a los 15 años sólo en un cayuco-, me cuenta la historia de Abiem, un primo de su edad que salió poco antes que él del pueblo de Elinkin, en la desembocadura del río Casamancé, en el sur de Senegal. Abiem no llegó a Tenerife como tenía previsto su cayuco. "Desapareció, nunca supimos nada. Nunca apareció un cuerpo", cuenta el chico que dice llamarse Samba. Y lo peor es que Samba recibe en el centro de acogida las llamadas de la madre de Abiem que no deja de preguntar por su hijo. "Nunca tuve coraje de decirle que estaba muerto", confiesa. "Y ella me dice que Abiem tiene que tener el "yom" (valentía en la lengua wolof que hablan en esa región senegalesa). Y que yo también tengo que tener el Yom. Pero Abien ya no puede hacer nada. Vive en lo más profundo del mar".
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Clarin.com - Argentina/02/09/2008
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