Camarada Bush
Michel Balivo
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Lo particular del entendimiento humano, es que interpreta todo lo que percibe desde marcos de referencia que va superponiendo y cotejando desde memoria. De otro modo solo percibiría fenómenos aislados sin la menor relación con los demás. A esa relación entre fenómenos o acontecimientos le llamamos conocimiento, encadenamiento temporal en causas-consecuencias.
Lo paradójico es que en la mayoría de los casos ese contexto o marco interpretativo, que no es sino un modelo cultural, un sistema de hábitos y creencias, nos pasa desapercibido. Ese modelo cultural que se superpone cual conectiva entre los acontecimientos, puede ser analógico, mítico, religioso. O como en nuestra época puede estar vestido de racionalidad, de ideologías, como las del neoliberalismo o socialismo, pero no por ello deja de ser un mito.
Una consecuencia práctica de lo que digo es el desmoronamiento bursátil de EEUU. Si no dispusiésemos del contexto de los hechos del gobierno de ese país a lo largo de la historia, podríamos llamar tranquilamente a su presidente “camarada Bush”.
Porque la tardía reacción del Estado para inyectar cientos de miles de millones de dólares, en un intento desesperado de desacelerar el desmoronamiento de su economía, nacionalizando monstruosos bancos. La gritería ensordecedora de que hay que intervenir poniendo límites a la especulación con los ahorros e inversiones de los contribuyentes, no difiere en apariencia de lo que sucede en Bolivia o Venezuela.
Sin embargo lo que viene sucediendo en América Latina, en el mundo todo desde la segunda guerra mundial y sobre todo los eventos de estos últimos años, nos pone en evidencia que hemos tenido un paragobierno policial o militar global, que ha construido una arquitectura económica, administrativa, que direcciona el usufructo de todo trabajo hacia las manos de élites nacionales e internacionales cada vez más reducidas.
Por lo cual cada vez que una nación, un pueblo intenta tomar decisiones soberanas sobre su economía, nacionalizar recursos naturales, distribuir más equilibradamente dividendos, sobrevienen amenazas directas o veladas, guerras, invasiones, represiones brutales, se imponen férreas dictaduras con presos políticos, torturas, desapariciones y muertes.
Habituados como nos dejó el siglo pasado a esa modalidad de dominio hegemónico, nos cuesta reconocer que estamos en la tercera guerra mundial de neocolonización. Ahora se envían embajadores especializados en organizar y armar a los disidentes y terroristas de un país, o se entrenan organizaciones civiles y/o paramilitares mercenarios en las fronteras.
Se gestan divisiones políticas de los países, se boicotea su economía, se introduce armas y drogas en su población, se la vuelve ingobernable por variados métodos, se la sume en el descontento y la violencia, se la lleva a guerras civiles, se la reduce por hambre, etc.
De ese modo en Bolivia y Venezuela se hace exactamente lo mismo que en EEUU, pero dada nuestra debilidad o analfabetismo tecnológico para manejar los marcos de interpretación de los acontecimientos, los medios de comunicación se encargan de aterrorizarnos haciéndonos creer que eso nos conduce al caos y la miseria. Logrando así que reaccionemos en contra de nuestros propios intereses.
En los hechos aparentes se hace lo mismo. Sin embargo en EEUU se salva a los banqueros corporativos, que especulando con el dinero de los contribuyentes produjeron la quiebra de esas instituciones, porque es de suponerse que no era su dinero el que estaba en juego, ese ya estaba seguro en otras instituciones dentro o fuera del país.
Es decir, una vez más, por enésima vez los contribuyentes, el pueblo paga los platos rotos. Me dicen que esta vez le toca pagar veinte mil dólares a cada contribuyente para levantar el muerto. Es decir, para aparentar que las aguas vuelven a su nivel, porque la recesión y el desmoronamiento no lo detiene nada ni nadie.
Es la inevitable consecuencia acumulativa de una dirección de hechos, que desvía los frutos del trabajo colectivo concentrándolos cada vez en menos manos. ¿Cómo más podría terminar? Los estadounidenses pierden aceleradamente sus viviendas, trabajos y derechos sociales por millones. Ven y sienten crecer el espionaje y represión de sus actividades privadas.
Vivimos una etapa de creencias muy particulares, donde hemos llegado a aceptar que todo es relativo, que no importa lo que hagas, todo da igual. Los billetes no tienen nombre ni moral, reina la impunidad. Tener buenas intenciones es ser utópico, soñador, estúpido.
Los vivos viven de los tontos y esa es la ley de la vida, del más fuerte. Pareciera que el tango “Cambalache” fuese una profecía para esta época. Pero ese no es sino otro mito, otra ideología más. Porque la libertad que habita en el corazón del ser humano es indoblegable, no es erradicable, no hay modo de lavar su cerebro ni de borrarla de su memoria.
Eso no es palabrería ni otro mito, es justamente lo que llamamos dialéctica histórica, generacional. El continuo conflicto cíclico opresor-oprimido en que hemos vivido, es lo que lo pone en evidencia y lo confirma. La historia ingenua, es una acumulación creciente de tensiones que camina inevitablemente hacia los umbrales de tolerancia, en que ha de descargarse cual violencia.
Y ha de descargarse porque de otro modo desintegra la estructura esencial de la vida. Por tanto al llegar las tensiones íntimas a esos elevados umbrales de tolerancia, se activan los mecanismos o instintos de salvaguarda de la vida y comienzan a suceder reacciones en cadena, no solo a nivel social y humano, sino en todo el ecosistema natural como lo vemos.
Por eso digo que es ingenua, que es un mito la creencia en la impunidad, en que la dirección del humano accionar personal o colectivo no tendrá consecuencias. Lo que si es relativo y limitado es el alcance de nuestro conocimiento o ignorancia, ceguera. Por eso nos resulta inesperado, incomprensible, el desenlace crítico que hoy presenciamos y sufrimos.
Vivimos tiempos críticos, es decir, coyunturas temporales, históricas. Eso quiere decir, tiempos en que la acumulación y aceleración de la dirección de los hechos humanos, se diferencian de los mitos e ideologías que le superpusimos y suceden entonces reacciones en cadena, donde podemos reconocer los frutos de esa dirección acumulativa.
¿Creemos sinceramente que una dirección, una intención solidaria que se expresa coherentemente en un marco cultural y un accionar económico, acumulará y desencadenará los mismos frutos que otra de explotación, de parasitación de los seres humano y los reinos naturales?
Bueno, a la vista tenemos esas consecuencias, y tras ellas podemos reconocer los modelos culturales que guiaron esa dirección de acción, que nos llevaron por un camino de insensibilidad, violencia y destrucción acumulativa. Cuando llegamos a esos niveles de acumulación de una dirección de acción, sucede “la hora de las brujas”.
Los hechos, como las aguas represadas, desbordan los muros de contención y arrasan con todos los mitos, ideologías y sistemas económicos bastardos que parasitan la vida llevándola al borde de su extinción. Entonces contemplamos incrédulos, con los ojos muy abiertos los acontecimientos, lo que según nuestras creencias no podía suceder. Porque se suponía que trabajábamos esforzadamente en dirección a una mejor forma de vida.
Pero no nos dábamos cuenta del modelo cultural y económico dentro del cual lo hacíamos. Todos compitiendo contra todos por apropiarse y privatizar, es decir privar a otros de eso. Unos ganan y otros pierden, esas son las reglas del juego. Unos son dueños, señores y amos, y otros son esclavos, jornaleros a su servicio y bajo los designios de su caprichosa voluntad.
De ese modo no importa cuanto nos esforcemos, porque hay mecanismos administrativos, distributivos, que conducen inexorablemente todos los frutos del trabajo cada vez hacia menos manos. Esos mecanismos también son una dirección acumulativa de hechos y frutos. Y esas son las reglas del juego y los inevitables resultados que aceptamos, dándonos cuenta o no.
Es justamente en estos tiempos críticos, en estos momentos históricos coyunturales en que los eventos ponen en evidencia las direcciones acumulativas de hechos, donde los mitos e ideologías se diferencian netamente y por ello pueden ser reconocidos por todos en su desnudez no disfrazada.
Por mucho que las apariencias y nuestro escepticismo nos hagan creer lo contrario, en los tiempos que vivimos no hay disfraz que valga, no hay discurso ni cuentitos que perduren. El sistema económico se desmorona, pero eso solo es el principio. Porque tras el viene todo el sistema cultural de hábitos y creencias, toda una forma de vida que se vuelve inoperante.
En lo práctico hecho mata ideología y discurso. Si los gobernantes de turno y sus pueblos no toman medidas para corregir su encadenamiento y dependencia del modelo que se desmorona, para neutralizar y amortiguar al menos en parte las consecuencias, sin importar lo que declamen serán arrastrados por las aguas.
En los hechos, en la práctica hay muy pocos modelos alternativos en pleno ejercicio y crecimiento. El Alba, Petrocaribe y algunos acuerdos bilaterales de transacciones equitativas y transferencia tecnológica en lo internacional. Y en lo nacional, la dirección de desarrollo endógeno y distribución más justa, es aún sumamente tímida y rudimentaria.
Cambiar la moneda de las transacciones y los bancos en que se depositan las reservas internacionales solo es un paliativo, sensato pero insuficiente si no se cambia radicalmente la dirección de fondo. Por tanto en lo inmediato y a mucha mayor velocidad de lo que creemos, veremos formarse bandos evidentes que defienden la continuidad de los intereses hegemónicos, pese a que están demostrando su inviabilidad para el ser humano y el planeta.
Y es de esperarse que a la misma velocidad, los síntomas de asociaciones entre los países emergentes y en vías de desarrollo como Latinoamérica, China, Rusia, India, Bielorrusia, Irán, Korea, Viet Nam, etc., se estrechen e intensifiquen conciente y planificadamente en defensa de sus intereses. Más aún, de su supervivencia como naciones y seres humanos en un medio habitable.
Me parece además que veremos muchos cambios de dirección y asociaciones inesperadas. Porque las asociaciones no son estáticas, no son casamientos ni compromisos de por vida. Y cuando vemos que el barco hace agua, cuando se trata ya de supervivencia, por muy fieles que seamos nadie es tan estúpido como para no tomar al menos medidas preventivas, en caso de que el hundimiento sea inevitable.
Estoy plenamente conciente que para el ritmo de nuestros hábitos y creencias, para la dirección que nuestro modelo cultural le impone a nuestros hechos económicos, para la velocidad a que procesamos la información que recibimos; esta visión que esbozo parecerá exagerada, desproporcionada. Pero más allá de quién o qué digamos o dejemos de decir, la palabra final la tienen los hechos en pleno acontecimiento.
Me parece que llegamos a un punto de quiebre en que ya no son las instituciones nacionales ni internacionales, las que tienen en sus manos la dirección que tomarán los acontecimientos. Como yo veo las cosas, el centro de gravedad, el timón de nuestras vidas vuelve adonde siempre debió estar, a las decisiones íntimas que ha de tomar cada conciencia.
Es necesario pero insuficiente, votar por las opciones electorales que consideremos más apropiadas, participar en las alternativas que ellas propongan. De nada servirá todo eso si no logramos llegar a la compresión, de que en la raíz de todos estos acelerados acontecimientos que presenciamos y nos toca vivir, esta la dirección de acción que todos y cada día elegimos imprimir a nuestras acciones.
No hay y nunca hubo otro timón y otra certeza para la dirección de nuestras vidas, que la elección de conductas y relaciones solidarias o de despiadada competencia. No importa lo que creamos o idealicemos, al final solo cosechamos lo que sembramos personal y colectivamente. Siembra vientos y recogerás tempestades nos decían hace ya dos mil años.
No otra cosa que el resultado acumulativo de la dirección de nuestras conductas históricas, es lo que cosechamos, presenciamos y sufrimos o disfrutamos. Eso debiera resultarnos evidente cuando comprendemos que la vida es una estructura simultánea de funciones, donde la mínima alteración de cualquiera de ellas afecta y exige ajustes a todo el resto.
En los hechos, ya sabemos hace mucho tiempo que si alteramos la temperatura global afectamos el ecosistema completo, que si llevamos a la extinción una especie cualquiera afectamos a todas las demás, incluyéndonos. Pero a nivel de hábitos y creencias aún continuamos con la ingenua idea de impunidad, de que cualquier acción da lo mismo, no importan los medios sino los resultados.
En la vida todo es estructuralidad, las intenciones, los medios y los fines son uno y lo mismo. Solo que a nivel de fines mediatos, hay más tolerancia y margen de error que a nivel de satisfacción inmediata de necesidades. En otras palabras el dolor físico destruye, desintegra la vida a mayor velocidad que el sufrimiento mental. Pero la acumulación de tensiones en la dirección del sufrimiento se somatiza, termina activando también la desintegración sicobiológica. Una vez más, eso es lo que llamamos y nos da la impresión de temporalidad.
Esa es la enseñanza y el fruto de la acumulación temporal o histórica que nos estalla en las narices, en la piel. Y la necesaria activación de la conciencia, que la intensidad del acontecer despierta de sus sueños en los hábitos y creencias, para que pueda reconocerlos y acceda a la posibilidad de comprender la raíz de lo que hasta ahora consideró casual, azaroso.
¿Queríamos tiempos nuevos, inéditos, de revolucionarios cambios? Pues ya estamos en ellos. ¿No queríamos saber nada de aventuras, solo de seguridad? Pues de todos modos ya estamos en ello, y nos guste o no tendremos que ver como nos ajustamos a su incontenible correntada. En estos momentos más que nunca es necesaria, imprescindible la unidad. Sí.
Pero la unidad no es posible en torno o referidos a intereses, sueños, ideologías o instituciones personales, nacionales e internacionales. La vida toda es unidad; la libertad de elección y la temporalidad o historia acumulativa humana, solo es para reconocerla y ajustarnos a ella.
A medida que ganamos en experiencia y conocimiento, reconocemos que podemos unirnos solamente en una dirección de conductas o hechos solidarios y creativos, constructivos. O en una de hechos competitivos y crecientemente destructivos. En todo caso, la vida trasciende la intencionalidad y la razón humana, las abarca e incluye y no está sujeta más que relativamente a sus elecciones. ¿O acaso no están vivos los irracionales?
De no ser así, nuestros modelos culturales y económicos serían la realidad misma, nunca se diferenciarían los hábitos y creencias de las direcciones acumulativas de hechos y sus frutos. Y por tanto nunca podríamos caer en cuenta de la diferencia esencial que hay entre nuestros modelos culturales, nuestros hábitos y creencias y los principios que rigen la acción válida.
El aprendizaje final entonces me parece que es; si la vida es una, no caben negocios intermedios, relatividades ni impunidades. O crece como un todo o se destruye a si misma esa temporalidad acumulativa, esa historia, esa línea de desarrollo incapaz de reconocer y actuar ajustándose a la unidad.
Las profundas raíces del árbol de la vida son atemporales, A nivel de energía vital nada se pierde, todo se transforma. Desde el corazón mismo de la vida vuelve a renacer una y otra vez sin fin la posibilidad, de sus cenizas renace el ave fénix.
A su debido tiempo la oruga muere para que la mariposa venga a ser. Vivimos Tiempos de tiempos, de revolución sicológica, de revolución de la mirada en unidad con su corazón. Será la sensibilidad humana sintonizada con la unidad vital, la que se abra camino entre tanta contradictoria y cambiante apariencia. La que vea el nuevo mundo.
Lo paradójico es que en la mayoría de los casos ese contexto o marco interpretativo, que no es sino un modelo cultural, un sistema de hábitos y creencias, nos pasa desapercibido. Ese modelo cultural que se superpone cual conectiva entre los acontecimientos, puede ser analógico, mítico, religioso. O como en nuestra época puede estar vestido de racionalidad, de ideologías, como las del neoliberalismo o socialismo, pero no por ello deja de ser un mito.
Una consecuencia práctica de lo que digo es el desmoronamiento bursátil de EEUU. Si no dispusiésemos del contexto de los hechos del gobierno de ese país a lo largo de la historia, podríamos llamar tranquilamente a su presidente “camarada Bush”.
Porque la tardía reacción del Estado para inyectar cientos de miles de millones de dólares, en un intento desesperado de desacelerar el desmoronamiento de su economía, nacionalizando monstruosos bancos. La gritería ensordecedora de que hay que intervenir poniendo límites a la especulación con los ahorros e inversiones de los contribuyentes, no difiere en apariencia de lo que sucede en Bolivia o Venezuela.
Sin embargo lo que viene sucediendo en América Latina, en el mundo todo desde la segunda guerra mundial y sobre todo los eventos de estos últimos años, nos pone en evidencia que hemos tenido un paragobierno policial o militar global, que ha construido una arquitectura económica, administrativa, que direcciona el usufructo de todo trabajo hacia las manos de élites nacionales e internacionales cada vez más reducidas.
Por lo cual cada vez que una nación, un pueblo intenta tomar decisiones soberanas sobre su economía, nacionalizar recursos naturales, distribuir más equilibradamente dividendos, sobrevienen amenazas directas o veladas, guerras, invasiones, represiones brutales, se imponen férreas dictaduras con presos políticos, torturas, desapariciones y muertes.
Habituados como nos dejó el siglo pasado a esa modalidad de dominio hegemónico, nos cuesta reconocer que estamos en la tercera guerra mundial de neocolonización. Ahora se envían embajadores especializados en organizar y armar a los disidentes y terroristas de un país, o se entrenan organizaciones civiles y/o paramilitares mercenarios en las fronteras.
Se gestan divisiones políticas de los países, se boicotea su economía, se introduce armas y drogas en su población, se la vuelve ingobernable por variados métodos, se la sume en el descontento y la violencia, se la lleva a guerras civiles, se la reduce por hambre, etc.
De ese modo en Bolivia y Venezuela se hace exactamente lo mismo que en EEUU, pero dada nuestra debilidad o analfabetismo tecnológico para manejar los marcos de interpretación de los acontecimientos, los medios de comunicación se encargan de aterrorizarnos haciéndonos creer que eso nos conduce al caos y la miseria. Logrando así que reaccionemos en contra de nuestros propios intereses.
En los hechos aparentes se hace lo mismo. Sin embargo en EEUU se salva a los banqueros corporativos, que especulando con el dinero de los contribuyentes produjeron la quiebra de esas instituciones, porque es de suponerse que no era su dinero el que estaba en juego, ese ya estaba seguro en otras instituciones dentro o fuera del país.
Es decir, una vez más, por enésima vez los contribuyentes, el pueblo paga los platos rotos. Me dicen que esta vez le toca pagar veinte mil dólares a cada contribuyente para levantar el muerto. Es decir, para aparentar que las aguas vuelven a su nivel, porque la recesión y el desmoronamiento no lo detiene nada ni nadie.
Es la inevitable consecuencia acumulativa de una dirección de hechos, que desvía los frutos del trabajo colectivo concentrándolos cada vez en menos manos. ¿Cómo más podría terminar? Los estadounidenses pierden aceleradamente sus viviendas, trabajos y derechos sociales por millones. Ven y sienten crecer el espionaje y represión de sus actividades privadas.
Vivimos una etapa de creencias muy particulares, donde hemos llegado a aceptar que todo es relativo, que no importa lo que hagas, todo da igual. Los billetes no tienen nombre ni moral, reina la impunidad. Tener buenas intenciones es ser utópico, soñador, estúpido.
Los vivos viven de los tontos y esa es la ley de la vida, del más fuerte. Pareciera que el tango “Cambalache” fuese una profecía para esta época. Pero ese no es sino otro mito, otra ideología más. Porque la libertad que habita en el corazón del ser humano es indoblegable, no es erradicable, no hay modo de lavar su cerebro ni de borrarla de su memoria.
Eso no es palabrería ni otro mito, es justamente lo que llamamos dialéctica histórica, generacional. El continuo conflicto cíclico opresor-oprimido en que hemos vivido, es lo que lo pone en evidencia y lo confirma. La historia ingenua, es una acumulación creciente de tensiones que camina inevitablemente hacia los umbrales de tolerancia, en que ha de descargarse cual violencia.
Y ha de descargarse porque de otro modo desintegra la estructura esencial de la vida. Por tanto al llegar las tensiones íntimas a esos elevados umbrales de tolerancia, se activan los mecanismos o instintos de salvaguarda de la vida y comienzan a suceder reacciones en cadena, no solo a nivel social y humano, sino en todo el ecosistema natural como lo vemos.
Por eso digo que es ingenua, que es un mito la creencia en la impunidad, en que la dirección del humano accionar personal o colectivo no tendrá consecuencias. Lo que si es relativo y limitado es el alcance de nuestro conocimiento o ignorancia, ceguera. Por eso nos resulta inesperado, incomprensible, el desenlace crítico que hoy presenciamos y sufrimos.
Vivimos tiempos críticos, es decir, coyunturas temporales, históricas. Eso quiere decir, tiempos en que la acumulación y aceleración de la dirección de los hechos humanos, se diferencian de los mitos e ideologías que le superpusimos y suceden entonces reacciones en cadena, donde podemos reconocer los frutos de esa dirección acumulativa.
¿Creemos sinceramente que una dirección, una intención solidaria que se expresa coherentemente en un marco cultural y un accionar económico, acumulará y desencadenará los mismos frutos que otra de explotación, de parasitación de los seres humano y los reinos naturales?
Bueno, a la vista tenemos esas consecuencias, y tras ellas podemos reconocer los modelos culturales que guiaron esa dirección de acción, que nos llevaron por un camino de insensibilidad, violencia y destrucción acumulativa. Cuando llegamos a esos niveles de acumulación de una dirección de acción, sucede “la hora de las brujas”.
Los hechos, como las aguas represadas, desbordan los muros de contención y arrasan con todos los mitos, ideologías y sistemas económicos bastardos que parasitan la vida llevándola al borde de su extinción. Entonces contemplamos incrédulos, con los ojos muy abiertos los acontecimientos, lo que según nuestras creencias no podía suceder. Porque se suponía que trabajábamos esforzadamente en dirección a una mejor forma de vida.
Pero no nos dábamos cuenta del modelo cultural y económico dentro del cual lo hacíamos. Todos compitiendo contra todos por apropiarse y privatizar, es decir privar a otros de eso. Unos ganan y otros pierden, esas son las reglas del juego. Unos son dueños, señores y amos, y otros son esclavos, jornaleros a su servicio y bajo los designios de su caprichosa voluntad.
De ese modo no importa cuanto nos esforcemos, porque hay mecanismos administrativos, distributivos, que conducen inexorablemente todos los frutos del trabajo cada vez hacia menos manos. Esos mecanismos también son una dirección acumulativa de hechos y frutos. Y esas son las reglas del juego y los inevitables resultados que aceptamos, dándonos cuenta o no.
Es justamente en estos tiempos críticos, en estos momentos históricos coyunturales en que los eventos ponen en evidencia las direcciones acumulativas de hechos, donde los mitos e ideologías se diferencian netamente y por ello pueden ser reconocidos por todos en su desnudez no disfrazada.
Por mucho que las apariencias y nuestro escepticismo nos hagan creer lo contrario, en los tiempos que vivimos no hay disfraz que valga, no hay discurso ni cuentitos que perduren. El sistema económico se desmorona, pero eso solo es el principio. Porque tras el viene todo el sistema cultural de hábitos y creencias, toda una forma de vida que se vuelve inoperante.
En lo práctico hecho mata ideología y discurso. Si los gobernantes de turno y sus pueblos no toman medidas para corregir su encadenamiento y dependencia del modelo que se desmorona, para neutralizar y amortiguar al menos en parte las consecuencias, sin importar lo que declamen serán arrastrados por las aguas.
En los hechos, en la práctica hay muy pocos modelos alternativos en pleno ejercicio y crecimiento. El Alba, Petrocaribe y algunos acuerdos bilaterales de transacciones equitativas y transferencia tecnológica en lo internacional. Y en lo nacional, la dirección de desarrollo endógeno y distribución más justa, es aún sumamente tímida y rudimentaria.
Cambiar la moneda de las transacciones y los bancos en que se depositan las reservas internacionales solo es un paliativo, sensato pero insuficiente si no se cambia radicalmente la dirección de fondo. Por tanto en lo inmediato y a mucha mayor velocidad de lo que creemos, veremos formarse bandos evidentes que defienden la continuidad de los intereses hegemónicos, pese a que están demostrando su inviabilidad para el ser humano y el planeta.
Y es de esperarse que a la misma velocidad, los síntomas de asociaciones entre los países emergentes y en vías de desarrollo como Latinoamérica, China, Rusia, India, Bielorrusia, Irán, Korea, Viet Nam, etc., se estrechen e intensifiquen conciente y planificadamente en defensa de sus intereses. Más aún, de su supervivencia como naciones y seres humanos en un medio habitable.
Me parece además que veremos muchos cambios de dirección y asociaciones inesperadas. Porque las asociaciones no son estáticas, no son casamientos ni compromisos de por vida. Y cuando vemos que el barco hace agua, cuando se trata ya de supervivencia, por muy fieles que seamos nadie es tan estúpido como para no tomar al menos medidas preventivas, en caso de que el hundimiento sea inevitable.
Estoy plenamente conciente que para el ritmo de nuestros hábitos y creencias, para la dirección que nuestro modelo cultural le impone a nuestros hechos económicos, para la velocidad a que procesamos la información que recibimos; esta visión que esbozo parecerá exagerada, desproporcionada. Pero más allá de quién o qué digamos o dejemos de decir, la palabra final la tienen los hechos en pleno acontecimiento.
Me parece que llegamos a un punto de quiebre en que ya no son las instituciones nacionales ni internacionales, las que tienen en sus manos la dirección que tomarán los acontecimientos. Como yo veo las cosas, el centro de gravedad, el timón de nuestras vidas vuelve adonde siempre debió estar, a las decisiones íntimas que ha de tomar cada conciencia.
Es necesario pero insuficiente, votar por las opciones electorales que consideremos más apropiadas, participar en las alternativas que ellas propongan. De nada servirá todo eso si no logramos llegar a la compresión, de que en la raíz de todos estos acelerados acontecimientos que presenciamos y nos toca vivir, esta la dirección de acción que todos y cada día elegimos imprimir a nuestras acciones.
No hay y nunca hubo otro timón y otra certeza para la dirección de nuestras vidas, que la elección de conductas y relaciones solidarias o de despiadada competencia. No importa lo que creamos o idealicemos, al final solo cosechamos lo que sembramos personal y colectivamente. Siembra vientos y recogerás tempestades nos decían hace ya dos mil años.
No otra cosa que el resultado acumulativo de la dirección de nuestras conductas históricas, es lo que cosechamos, presenciamos y sufrimos o disfrutamos. Eso debiera resultarnos evidente cuando comprendemos que la vida es una estructura simultánea de funciones, donde la mínima alteración de cualquiera de ellas afecta y exige ajustes a todo el resto.
En los hechos, ya sabemos hace mucho tiempo que si alteramos la temperatura global afectamos el ecosistema completo, que si llevamos a la extinción una especie cualquiera afectamos a todas las demás, incluyéndonos. Pero a nivel de hábitos y creencias aún continuamos con la ingenua idea de impunidad, de que cualquier acción da lo mismo, no importan los medios sino los resultados.
En la vida todo es estructuralidad, las intenciones, los medios y los fines son uno y lo mismo. Solo que a nivel de fines mediatos, hay más tolerancia y margen de error que a nivel de satisfacción inmediata de necesidades. En otras palabras el dolor físico destruye, desintegra la vida a mayor velocidad que el sufrimiento mental. Pero la acumulación de tensiones en la dirección del sufrimiento se somatiza, termina activando también la desintegración sicobiológica. Una vez más, eso es lo que llamamos y nos da la impresión de temporalidad.
Esa es la enseñanza y el fruto de la acumulación temporal o histórica que nos estalla en las narices, en la piel. Y la necesaria activación de la conciencia, que la intensidad del acontecer despierta de sus sueños en los hábitos y creencias, para que pueda reconocerlos y acceda a la posibilidad de comprender la raíz de lo que hasta ahora consideró casual, azaroso.
¿Queríamos tiempos nuevos, inéditos, de revolucionarios cambios? Pues ya estamos en ellos. ¿No queríamos saber nada de aventuras, solo de seguridad? Pues de todos modos ya estamos en ello, y nos guste o no tendremos que ver como nos ajustamos a su incontenible correntada. En estos momentos más que nunca es necesaria, imprescindible la unidad. Sí.
Pero la unidad no es posible en torno o referidos a intereses, sueños, ideologías o instituciones personales, nacionales e internacionales. La vida toda es unidad; la libertad de elección y la temporalidad o historia acumulativa humana, solo es para reconocerla y ajustarnos a ella.
A medida que ganamos en experiencia y conocimiento, reconocemos que podemos unirnos solamente en una dirección de conductas o hechos solidarios y creativos, constructivos. O en una de hechos competitivos y crecientemente destructivos. En todo caso, la vida trasciende la intencionalidad y la razón humana, las abarca e incluye y no está sujeta más que relativamente a sus elecciones. ¿O acaso no están vivos los irracionales?
De no ser así, nuestros modelos culturales y económicos serían la realidad misma, nunca se diferenciarían los hábitos y creencias de las direcciones acumulativas de hechos y sus frutos. Y por tanto nunca podríamos caer en cuenta de la diferencia esencial que hay entre nuestros modelos culturales, nuestros hábitos y creencias y los principios que rigen la acción válida.
El aprendizaje final entonces me parece que es; si la vida es una, no caben negocios intermedios, relatividades ni impunidades. O crece como un todo o se destruye a si misma esa temporalidad acumulativa, esa historia, esa línea de desarrollo incapaz de reconocer y actuar ajustándose a la unidad.
Las profundas raíces del árbol de la vida son atemporales, A nivel de energía vital nada se pierde, todo se transforma. Desde el corazón mismo de la vida vuelve a renacer una y otra vez sin fin la posibilidad, de sus cenizas renace el ave fénix.
A su debido tiempo la oruga muere para que la mariposa venga a ser. Vivimos Tiempos de tiempos, de revolución sicológica, de revolución de la mirada en unidad con su corazón. Será la sensibilidad humana sintonizada con la unidad vital, la que se abra camino entre tanta contradictoria y cambiante apariencia. La que vea el nuevo mundo.
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Imagen:
LAS PROFUNDAS RAICES DEL ÁRBOL DE LA VIDA
J.Kalvellido
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LPyC/28/09/2008
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