Adela Furman nació en pequeño pueblito de Polonia, provincia de Byalistok, el 15 de septiembre de 1914. Esa pequeña aldea se llamaba Stawiski (sí, el mismo nombre que escribe Discepolín en su celebre tango Cambalache).
En ese caserío, rodeado de hermosos bosques, su padre Abraham fue curtidor de cueros y luego, por el perjuicio que le causaba respirar tanino, cambió de oficio y fue un humilde zapatero; remendaba y fabricaba botas a medida. Su madre, Sara Kanowicz, se encargaba de cuidar la casa y las tradiciones judías, de mantener la historia y la memoria.
Adela tuvo dos hermanos vivos, León y Mariem.
Su madre había tenido varios partos frustrados y chicos que morían muy temprano, de bebés. Cuando llegó Adela, vaya a saber por qué, si por mística, cábala jasídica o superstición, le puso de nombre Alte, que en su traducción del idish significa vieja. La idea era que ese nombre la acompañaría y viviría muchos años.
Primero falleció su padre Abraham, luego su madre, lo que la decide a buscar nuevos rumbos.
En 1937, presumiendo lo que vendría en esos días terribles de Europa, emigra a la Argentina, donde ya estaba su hermano León. Se instala en un conventillo en el centro de Buenos Aires, en la calle Libertad 470, y comienza a trabajar de costurera, oficio aprendido en su pueblo natal.
Hasta que terminó la segunda guerra vivió en Buenos Aires. Fueron años de mucha tristeza, ya que su hermana Mariem murió asesinada por el genocidio y la locura nazi en un campo de exterminio.
En 1945 contrae enlace con Alejandro (Sender) Glinski, en la Capital Federal. En un buque de carga llegó a Comodoro en una fecha memorable, el 25 de mayo de 1945. Siempre recordaba que el viento impedía el desembarque, que se hacia mediante cajones y grúas a barcazas, y miraba con admiración, misterio, asombro y susto la topografía, el viento y las casitas de chapa, algo que para ella resultaba totalmente nuevo y exótico.
Tuvo dos hijos. En 1946 nació Sara y en 1948 Gregorio (Goyo).
Eran tiempos de trabajo. Junto con Alejandro instalaron un almacén en la esquina de las calles Francia y Ameghino, edificio que aun existe con leves modificaciones.
Calles de tierra, mucho barro cuando llovía y gran amistad para con los vecinos del lugar.
Almacén de cosas envasadas y alimentos frescos, vino, aceite y leche suelta. Aromas perennes e imborrables.
Pero fundamentalmente lugar de amistad, encuentros, y pibes que siempre se iban con la yapa del caramelo o chocolatín que generosamente Alejandro les daba, simplemente para verlos sonreír.
La casa, humilde, pequeña, cálida, era parte del negocio, o al revés, el negocio era parte de la casa. El mate iba y venia del local a la cocina, como también, a la tardecita circulaba algún vasito de vino servido directamente de la bordalesa.
Adela no tenía descanso, trabajaba en el negocio, cosía la ropa para la familia, cocinaba y por supuesto, como toda madre judía vigilaba el calendario para que las fiestas hebreas no pasaran desapercibidas y cumplía con el precepto de le contaras a tus hijos.
Años después en la calle Francia al 600, siguió trabajando, esta vez en el kiosco Don Quijote, pequeño comercio que prometía el sustento día a día.
En 1972 muere su esposo Alejandro, persiste trabajando en el kiosco, hasta que la fatiga y el estado de salud la llevan a su ansiada y escasa jubilación.
Sus vecinos, sus amigos, la quisieron mucho, la respetaron por su rectitud y sinceridad. Siempre contaron que los Glinski, les ofrecieron del almacén o del kiosco lo que quisieran, siempre con la famosa libreta y que nunca tenían que firmar nada, porque la palabra valía y era lo más importante.
Hay muchas anécdotas de esa ecología barrial donde los vecinos eran solidarios y se ayudaban entre ellos. Muchos provincianos del Norte argentino, muchos chilenos, muchos europeos, todos conviviendo en una forma admirable, entrañable y anhelable.
Hubo un momento en su vida que sacó las valijas de atrás de la puerta, y decidió que Comodoro era su lugar, si no ¿dónde iba a estar...?
Solamente había cursado estudios primarios, pero era poseedora de una cultura envidiable, producto de horas y horas de lectura, hábito que recién dejó cuando sus ojos no le permitieron seguir.
Hablaba cuatro idiomas: castellano, polaco, idish y algo de alemán. También leía hebreo. Erudita y memoriosa en el acopio de refranes y aforismos.
También lucía con orgullo el diploma que se le había otorgado la Dirección de Migraciones a través de la gestión de la Asociación de Colectividades Extranjeras y la medalla recibida en ocasión del Centenario de la ciudad.
La Asociación Israelita de Comodoro Rivadavia, la tuvo entre sus mas conspicuas concurrentes, siempre chiquita, en un rincón, pero presente y orgullosa porque sabía que la tradición persistía y la continuidad estaba asegurada.
Nunca quiso volver a Polonia, porque decía que ni tumbas había, ya que las lápidas de los cementerios judíos, fueron profanadas por los nazis para pavimentar caminos y utilizarlos para hacer rodar los carros de la muerte.
Así, también hay que señalar que no pudo cumplir con su sueño de conocer Israel, la tierra milenaria de sus ancestros, lo que más de una vez lamentó con lágrimas en los ojos.
Adela tuvo un perfil bajo, nunca quiso adoptar otra postura, y su mayor orgullo fue su vida digna, su familia y el hecho de saber que jamás le hizo daño a nadie. No es poca cosa.
Falleció el 2 de Septiembre de 2004 en el Hospital Regional. En sus labios se podía leer el duelo jamás reparado por el asesinato absurdo de su hermana Mariem por el solo hecho de ser judía durante la Shoá. La llamaba, quería estar con ella, porque fue un vínculo fraternal inconcluso, imposible de comprender durante toda la vida.
Los restos de Adela descansan en el Cementerio Israelita de La Tablada, en la misma tumba que su esposo Alejandro.
Se cumplió el deseo de su madre, que su hija Alte llegara a vieja, sus 89 años lo avalan, 59 de ellos en Comodoro Rivadavia, su pueblo, su ciudad, sus vecinos, su trabajo, sus hijos, sus nietos.
Doña Adela (una idishe mame) descansa en paz... Zijroná Labraja (Z'L) (De bendita memoria)
Por Goyo Glinski
En ese caserío, rodeado de hermosos bosques, su padre Abraham fue curtidor de cueros y luego, por el perjuicio que le causaba respirar tanino, cambió de oficio y fue un humilde zapatero; remendaba y fabricaba botas a medida. Su madre, Sara Kanowicz, se encargaba de cuidar la casa y las tradiciones judías, de mantener la historia y la memoria.
Adela tuvo dos hermanos vivos, León y Mariem.
Su madre había tenido varios partos frustrados y chicos que morían muy temprano, de bebés. Cuando llegó Adela, vaya a saber por qué, si por mística, cábala jasídica o superstición, le puso de nombre Alte, que en su traducción del idish significa vieja. La idea era que ese nombre la acompañaría y viviría muchos años.
Primero falleció su padre Abraham, luego su madre, lo que la decide a buscar nuevos rumbos.
En 1937, presumiendo lo que vendría en esos días terribles de Europa, emigra a la Argentina, donde ya estaba su hermano León. Se instala en un conventillo en el centro de Buenos Aires, en la calle Libertad 470, y comienza a trabajar de costurera, oficio aprendido en su pueblo natal.
Hasta que terminó la segunda guerra vivió en Buenos Aires. Fueron años de mucha tristeza, ya que su hermana Mariem murió asesinada por el genocidio y la locura nazi en un campo de exterminio.
En 1945 contrae enlace con Alejandro (Sender) Glinski, en la Capital Federal. En un buque de carga llegó a Comodoro en una fecha memorable, el 25 de mayo de 1945. Siempre recordaba que el viento impedía el desembarque, que se hacia mediante cajones y grúas a barcazas, y miraba con admiración, misterio, asombro y susto la topografía, el viento y las casitas de chapa, algo que para ella resultaba totalmente nuevo y exótico.
Tuvo dos hijos. En 1946 nació Sara y en 1948 Gregorio (Goyo).
Eran tiempos de trabajo. Junto con Alejandro instalaron un almacén en la esquina de las calles Francia y Ameghino, edificio que aun existe con leves modificaciones.
Calles de tierra, mucho barro cuando llovía y gran amistad para con los vecinos del lugar.
Almacén de cosas envasadas y alimentos frescos, vino, aceite y leche suelta. Aromas perennes e imborrables.
Pero fundamentalmente lugar de amistad, encuentros, y pibes que siempre se iban con la yapa del caramelo o chocolatín que generosamente Alejandro les daba, simplemente para verlos sonreír.
La casa, humilde, pequeña, cálida, era parte del negocio, o al revés, el negocio era parte de la casa. El mate iba y venia del local a la cocina, como también, a la tardecita circulaba algún vasito de vino servido directamente de la bordalesa.
Adela no tenía descanso, trabajaba en el negocio, cosía la ropa para la familia, cocinaba y por supuesto, como toda madre judía vigilaba el calendario para que las fiestas hebreas no pasaran desapercibidas y cumplía con el precepto de le contaras a tus hijos.
Años después en la calle Francia al 600, siguió trabajando, esta vez en el kiosco Don Quijote, pequeño comercio que prometía el sustento día a día.
En 1972 muere su esposo Alejandro, persiste trabajando en el kiosco, hasta que la fatiga y el estado de salud la llevan a su ansiada y escasa jubilación.
Sus vecinos, sus amigos, la quisieron mucho, la respetaron por su rectitud y sinceridad. Siempre contaron que los Glinski, les ofrecieron del almacén o del kiosco lo que quisieran, siempre con la famosa libreta y que nunca tenían que firmar nada, porque la palabra valía y era lo más importante.
Hay muchas anécdotas de esa ecología barrial donde los vecinos eran solidarios y se ayudaban entre ellos. Muchos provincianos del Norte argentino, muchos chilenos, muchos europeos, todos conviviendo en una forma admirable, entrañable y anhelable.
Hubo un momento en su vida que sacó las valijas de atrás de la puerta, y decidió que Comodoro era su lugar, si no ¿dónde iba a estar...?
Solamente había cursado estudios primarios, pero era poseedora de una cultura envidiable, producto de horas y horas de lectura, hábito que recién dejó cuando sus ojos no le permitieron seguir.
Hablaba cuatro idiomas: castellano, polaco, idish y algo de alemán. También leía hebreo. Erudita y memoriosa en el acopio de refranes y aforismos.
También lucía con orgullo el diploma que se le había otorgado la Dirección de Migraciones a través de la gestión de la Asociación de Colectividades Extranjeras y la medalla recibida en ocasión del Centenario de la ciudad.
La Asociación Israelita de Comodoro Rivadavia, la tuvo entre sus mas conspicuas concurrentes, siempre chiquita, en un rincón, pero presente y orgullosa porque sabía que la tradición persistía y la continuidad estaba asegurada.
Nunca quiso volver a Polonia, porque decía que ni tumbas había, ya que las lápidas de los cementerios judíos, fueron profanadas por los nazis para pavimentar caminos y utilizarlos para hacer rodar los carros de la muerte.
Así, también hay que señalar que no pudo cumplir con su sueño de conocer Israel, la tierra milenaria de sus ancestros, lo que más de una vez lamentó con lágrimas en los ojos.
Adela tuvo un perfil bajo, nunca quiso adoptar otra postura, y su mayor orgullo fue su vida digna, su familia y el hecho de saber que jamás le hizo daño a nadie. No es poca cosa.
Falleció el 2 de Septiembre de 2004 en el Hospital Regional. En sus labios se podía leer el duelo jamás reparado por el asesinato absurdo de su hermana Mariem por el solo hecho de ser judía durante la Shoá. La llamaba, quería estar con ella, porque fue un vínculo fraternal inconcluso, imposible de comprender durante toda la vida.
Los restos de Adela descansan en el Cementerio Israelita de La Tablada, en la misma tumba que su esposo Alejandro.
Se cumplió el deseo de su madre, que su hija Alte llegara a vieja, sus 89 años lo avalan, 59 de ellos en Comodoro Rivadavia, su pueblo, su ciudad, sus vecinos, su trabajo, sus hijos, sus nietos.
Doña Adela (una idishe mame) descansa en paz... Zijroná Labraja (Z'L) (De bendita memoria)
Por Goyo Glinski
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Comodoro Rivadavia/Chubut/Argentina
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Texto gentileza del Dr. Miguel de Boer, publicado por la Nac&Pop
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Texto gentileza del Dr. Miguel de Boer, publicado por la Nac&Pop
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Agenda de Reflexión - Argentina/24/10/2008
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