Opinión
Roberto P. Aranguren (*)
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Keynes en la Gran Depresión de los años 30 expresó a Roosevelt que el peor flagelo de una economía es el paro, la desocupación, tanto de las personas como de los recursos, la insuficiencia en la demanda. Le aconsejó, en contra de la opinión de todos los economistas norteamericanos de esa época, efectuar grandes inversiones productivas para reactivar el gasto, el consumo, tanto público como privado, esencialmente en obras públicas por el factor multiplicador inmediato que ellas generan.Esas políticas provocaron la prosperidad de EE.UU., una reactivación inmediata del sector productivo con el consiguiente incremento de la demanda efectiva.El volumen del desarrollo y de la ocupación dependen sustancialmente de la inversión productiva y del consumo global. Insuficiencia en la inversión significa insuficiencia en la demanda. Cuando la demanda es insuficiente el sistema económico se ve forzado a contraer la producción. Cuando la demanda crece, al aumentar las inversiones, la actividad productiva se incrementa, se van absorbiendo los desocupados, aumenta el empleo.Recordemos que a pocos días de la destrucción de las Torres Gemelas, la Reserva Federal inyectó 150.000.000 de dólares en el circuito económico de EE.UU. con el preciso objetivo de que no disminuyera el consumo, obviando las monstruosas sumas de dinero inyectadas en este momento tanto por dicha potencia como por los países europeos. Paul Krugman recientemente resaltó la importancia de mantener en alza el flujo de la demanda efectiva para salir de la crisis. El también Premio Nobel Joseph Stiglitz ya en el año 2002 sostuvo que el corte de los gastos del Estado a los fines de la reducción del déficit fiscal, impuesto por el FMI, empeoró la crisis de la Argentina y agravó la recesión.Ante el peligro del contagio del crac financiero internacional a nuestra república, los cultores del neoliberalismo que siguen los dictados de la vieja ortodoxia y que destrozaron la economía nacional, con su fácil acceso a los medios masivos de comunicación, ya salen absurdamente a recomendar “disciplina fiscal”, equilibrio presupuestario a ultranza, a costa de duros ajustes, recortes presupuestarios, deflación de salarios, suspensión de obras públicas.A partir de Alfred Marshall en sus “Principles of Economics”, con Keynes, Joseph Schumpeter, Joan Robinson, el profesor Pigou, Richard Khan y otros y en la actualidad con William Hutton, James Tobin, Milton Friedman, Lester Thurom, Maurice Douverger, y los mencionados Premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz, nace y se jerarquiza la macroeconomía. Existe a partir de esas ideas una nueva apreciación de la teoría económica, pasando del análisis de unidades típicas —microeconomía— a la consideración de los grandes agregados, de las variables macroeconómicas: producto bruto interno, la tasa de inversión, de consumo, el índice de la inversión productiva, la tasa de interés, la balanza de pago, los índices de desempleo, de inflación o deflación, la planificación, etc. , cuya consideración global resultan indispensables para afrontar los ciclos descendentes, de crisis, o de depresión secular.
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CRECIMIENTO.
La política económica de los gobiernos debe ser una fuerza productiva y no un órgano de mera supervisión y orden, en el que las unidades económicas importantes no son las personas individualmente sino la nación en su conjunto, por lo que preconizan una actividad estratégica por parte del Estado, hasta lograr una mayor eficiencia, el crecimiento, la prosperidad, el pleno empleo, contrariamente al criterio de los fundamentalistas del mercado que dejan la economía librada al “piloto automático”.La Iglesia, en una encíclica del año 1993, sostuvo el principio de la subsidiariedad, es decir que el Estado debe tomar políticas activas y de inversión ante situaciones críticas en que las empresas y los sectores privados no perciben las condiciones para efectivizar capitalizaciones y por lo tanto se tornan insuficientes como asignador de recursosPara la ciencia económica contemporánea, equilibrio fiscal a ultranza es sólo un instrumento de política general. En la Argentina, los neoliberales convirtieron al mismo en objetivo final que originaron los ajustes con sus nefastas consecuencias: paro, desocupación.La teoría actual no comparte esos criterios fiscalistas a ultranza. Al presupuesto financiero se lo considera como una parte del presupuesto económico nacional que sí nos da una “radiografía” del estado macroeconómico de una nación. El mismo contempla todas las variables económicas a las que ya hemos hecho mención. Lo importante es que haya un menor índice de desocupación, un crecimiento del PBI, un equilibrio o superávit en la balanza de pago, con la consiguiente entrada de divisas, una baja en la tasa de interés a largo plazo para favorecer la inversión productiva, una menor presión tributaria real, una mayor recaudación neta, un mayor índice de inversión productiva, un aumento de ingreso real “per cápita”, del consumo, una mejor redistribución de la riqueza. En buen romance, que la economía crezca.
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GASTO PÚBLICO.
Para entender lo expuesto resulta imprescindible tener en cuenta la verdadera función macroeconómica del gasto público, desvirtuada por los ortodoxos, es decir, como redistribuidor de la renta nacional. El Estado actúa como un verdadero “filtro”, pues los recursos percibidos por impuestos, parafiscales, retenciones, etc., al gastarlos vuelven a la comunidad, al circuito económico. No van a un “pozo” como absurdamente nos hacían creer los clásicos.Asimismo, la teoría económica moderna hace la distinción entre gasto público improductivo y productivo. El primero en términos generales es el que origina la actividad burocrática del Estado. El gasto productivo o de inversión, en cambio, produce riqueza, genera empleo, incrementa la actividad productiva, la demanda efectiva, cuyo más acabado ejemplo es la obra pública con su factor multiplicador, la innovación tecnológica o la educación. Es así que una nación, sin aumentar su superávit fiscal, puede tener una economía en expansión, con crecimiento de su PBI incrementando este último gasto público ya que eleva el flujo de la actividad productiva.Políticas de disciplina fiscal a ultranza con recesión y deflación y altas tasas de interés en momentos de crisis mundial es un suicidio
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(*) ABOGADO
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El Diario - Argentina/09/11/2008
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