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La crisis económica permite pulverizar unas cuántas mentiras del discurso neoliberal. Veamos sino el que ahora ocurre con los fondos privados de pensiones. Hace no mucho, los economistas al servicio de las entidades financieras y la mayoría de medios de comunicación de masas, profetizaban una quiebra generalizada de los sistemas públicos de Seguridad Social. Esto, según ellos, haría imposible garantizar las pensiones de los futuros jubilados. Por el contrario, el sistema de capitalización gestionado por las entidades financieras privadas sería la alternativa más fiable. El modelo que impuso Pinochet en Chile tras aplastar militarmente al gobierno de la Unidad Popular y de desmantelar el anterior Sistema Público de Seguridad Social, era, según los neoliberales más fanáticos, el gran ejemplo que todos debíamos seguir.
En Europa, e incluso en los EE.UU., el modelo Chileno no pudo prosperar del todo gracias, entre otras cosas, a la oposición del movimiento sindical y se dio continuidad al modelo de Seguridad Social solidario y de reparto. No ocurrió lo mismo en muchos países de América latina como México y Argentina, dónde prosperaron los modelos de capitalización, hecho del que se beneficiaron -y mucho- algunas entidades financieras españolas.
Pero estos fondos de capitalización tenían y tienen mucho riesgo. Al estar conectados a la evolución de los mercados financieros, han sufrido el impacto de la crisis. En el caso concreto de Chile, en pocos meses ha disminuido el valor de sus activos en 16.184 millones de dólares. Esto seguramente no es más que la punta del iceberg. Como que la administración de los fondos es opaca, todavía no se puede comprobar el auténtico alcance que este lío puede tener. Ahora están en juego la futura jubilación de millones y millones de trabajadores chilenos.
Viendo esta devaluación, una parte de los trabajadores ha apostado por trasladar sus ahorros a fondos con menor riesgo. Por el momento las entidades financieras y las autoridades públicas intentan retenerlos con el mensaje “tranquilizador” que ahora se ha puesto de moda: repiten, día si, día también, que “el efecto es sólo coyuntural” y que “Lo mejor es quedarse quietos pensando en el largo plazo”.
En Argentina, en cambio, el gobierno ha tenido un papel más activo y ha decidido nacionalizar el sistema privado de pensiones, al perder este el 45% de su valor como consecuencia de la crisis.
En las actuales condiciones, lo que ha hecho el gobierno argentino no es otra cosa que anticipar, de una manera colectiva, aquello que muchos trabajadores intentaban hacer a título individual: trasladar sus fondos a un lugar más seguro. Y no hay nada mejor para todos que destinar de nuevo los recursos ahorrados al modelo público de Protección Social.
Hay una razón añadida para defender el sistema de reparto y ser crítica con el de capitalización:
El sistema de reparto obtiene sus ingresos de las cotizaciones sociales que se recaudan en base al salario de los trabajadores activos. El dinero recaudado se reparte para satisfacer las pensiones a las que se tiene derecho. El derecho a la pensión se deriva del hecho de haber cotizado durante los años de actividad cooperando así con la solidaridad intergeneracional. Esta manera de funcionar tiene un efecto positivo sobre la demanda, puesto que la mayor parte de las pensiones se destinan a facilitar el consumo de los pensionistas y de sus familias.
El sistema de capitalización es radicalmente diferente. Las cuantías cotizadas no se destinan al consumo; quedan a disposición de las entidades financieras que las gestionan a su manera. Y esto último ha sido precisamente uno de los elementos que ha alimentado las fuentes permanentes de recursos en manos de las aseguradoras y de los bancos, con los que han podido especular.
LQSomos. Antoni Puig Solé. Noviembre de 2008
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La crisis económica permite pulverizar unas cuántas mentiras del discurso neoliberal. Veamos sino el que ahora ocurre con los fondos privados de pensiones. Hace no mucho, los economistas al servicio de las entidades financieras y la mayoría de medios de comunicación de masas, profetizaban una quiebra generalizada de los sistemas públicos de Seguridad Social. Esto, según ellos, haría imposible garantizar las pensiones de los futuros jubilados. Por el contrario, el sistema de capitalización gestionado por las entidades financieras privadas sería la alternativa más fiable. El modelo que impuso Pinochet en Chile tras aplastar militarmente al gobierno de la Unidad Popular y de desmantelar el anterior Sistema Público de Seguridad Social, era, según los neoliberales más fanáticos, el gran ejemplo que todos debíamos seguir.
En Europa, e incluso en los EE.UU., el modelo Chileno no pudo prosperar del todo gracias, entre otras cosas, a la oposición del movimiento sindical y se dio continuidad al modelo de Seguridad Social solidario y de reparto. No ocurrió lo mismo en muchos países de América latina como México y Argentina, dónde prosperaron los modelos de capitalización, hecho del que se beneficiaron -y mucho- algunas entidades financieras españolas.
Pero estos fondos de capitalización tenían y tienen mucho riesgo. Al estar conectados a la evolución de los mercados financieros, han sufrido el impacto de la crisis. En el caso concreto de Chile, en pocos meses ha disminuido el valor de sus activos en 16.184 millones de dólares. Esto seguramente no es más que la punta del iceberg. Como que la administración de los fondos es opaca, todavía no se puede comprobar el auténtico alcance que este lío puede tener. Ahora están en juego la futura jubilación de millones y millones de trabajadores chilenos.
Viendo esta devaluación, una parte de los trabajadores ha apostado por trasladar sus ahorros a fondos con menor riesgo. Por el momento las entidades financieras y las autoridades públicas intentan retenerlos con el mensaje “tranquilizador” que ahora se ha puesto de moda: repiten, día si, día también, que “el efecto es sólo coyuntural” y que “Lo mejor es quedarse quietos pensando en el largo plazo”.
En Argentina, en cambio, el gobierno ha tenido un papel más activo y ha decidido nacionalizar el sistema privado de pensiones, al perder este el 45% de su valor como consecuencia de la crisis.
En las actuales condiciones, lo que ha hecho el gobierno argentino no es otra cosa que anticipar, de una manera colectiva, aquello que muchos trabajadores intentaban hacer a título individual: trasladar sus fondos a un lugar más seguro. Y no hay nada mejor para todos que destinar de nuevo los recursos ahorrados al modelo público de Protección Social.
Hay una razón añadida para defender el sistema de reparto y ser crítica con el de capitalización:
El sistema de reparto obtiene sus ingresos de las cotizaciones sociales que se recaudan en base al salario de los trabajadores activos. El dinero recaudado se reparte para satisfacer las pensiones a las que se tiene derecho. El derecho a la pensión se deriva del hecho de haber cotizado durante los años de actividad cooperando así con la solidaridad intergeneracional. Esta manera de funcionar tiene un efecto positivo sobre la demanda, puesto que la mayor parte de las pensiones se destinan a facilitar el consumo de los pensionistas y de sus familias.
El sistema de capitalización es radicalmente diferente. Las cuantías cotizadas no se destinan al consumo; quedan a disposición de las entidades financieras que las gestionan a su manera. Y esto último ha sido precisamente uno de los elementos que ha alimentado las fuentes permanentes de recursos en manos de las aseguradoras y de los bancos, con los que han podido especular.
LQSomos. Antoni Puig Solé. Noviembre de 2008
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LQSomos/20/11/2008
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