Mientras crisis económica y financiera golpea todo el mundo, provocando el derrumbe de las Bolsas y obligando a los gobiernos a tomar medidas extraordinarias, la República Islámica de Irán parece ir a contracorriente. La Bolsa de Teherán se mantiene estable y las condiciones son favorables para los inversores extranjeros. Sin embargo, si se analiza de forma más profunda, la situación financiera iraní non parece ser tan de color de rosa.
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Lorenzo Piras
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Calma aparente
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El Ayatollah Jannati, una de las más autoridades religiosas más importantes iraníes, ha afirmado, a raíz de la crisis económica que ha golpeado a los mercados de todo el mundo, que se trata del castigo divino por los pecados cometidos en Occidente. El comentario representa con exactitud el tratamiento de la situación internacional del país iraní, lo afronta con frialdad y con notable satisfacción. La Bolsa de Teherán es una de las pocas en el mundo cuyos títulos se han resistido dignamente al impacto del “credit crunch”, registrando sólo una ligera disminución después de meses de crecimiento; como explicación, los trabajadores iraníes señalan el hecho de que la Bolsa de Teherán padece más la situación política interna que la situación económica y financiera internacional, subrayando, de este modo, que en la República Islamista marcha sin mayores dificultades.
Efectivamente, parecería que la situación económico-financiera del país de los Ayatollah es más que sólida: aunque el precio del petróleo haya bajado notablemente, los picos de meses anteriores han asegurado un constante y abundante flujo de dinero en las cajas estatales, por no hablar del mercado inmobiliario que, al contrario de las tendencias actuales, parece estar en pleno boom, con obras emprendidas por todo el país. A esto se unen las garantías dadas por Seyyed Shams al-Din Hosseini, gobernador del Banco Central Iraní, durante un reciente encuentro organizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI): según Hosseini, el crecimiento económico de Irán es constante y visible, con un aumento del PIB del 7'6% durante el año pasado, y las perspectivas son aún más alentadoras gracias a la política de privatizaciones y de la reorganización del sistema de los subsidios llevadas a cabo por el gobierno. Todas estas condiciones, unidas a la ya citada solidez de la Bolsa de Teherán, haría de Irán un mercado ideal para los inversores extranjeros, donde encontrarían seguridad y óptimas perspectivas. Pero la realidad es diversa: no sólo los inversores extranjeros no llegan a Teherán, sino que, en los últimos meses, los capitales tienen a huir de Irán en favor de otros países meridionales, como los del Golfo.
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Lorenzo Piras
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Calma aparente
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El Ayatollah Jannati, una de las más autoridades religiosas más importantes iraníes, ha afirmado, a raíz de la crisis económica que ha golpeado a los mercados de todo el mundo, que se trata del castigo divino por los pecados cometidos en Occidente. El comentario representa con exactitud el tratamiento de la situación internacional del país iraní, lo afronta con frialdad y con notable satisfacción. La Bolsa de Teherán es una de las pocas en el mundo cuyos títulos se han resistido dignamente al impacto del “credit crunch”, registrando sólo una ligera disminución después de meses de crecimiento; como explicación, los trabajadores iraníes señalan el hecho de que la Bolsa de Teherán padece más la situación política interna que la situación económica y financiera internacional, subrayando, de este modo, que en la República Islamista marcha sin mayores dificultades.
Efectivamente, parecería que la situación económico-financiera del país de los Ayatollah es más que sólida: aunque el precio del petróleo haya bajado notablemente, los picos de meses anteriores han asegurado un constante y abundante flujo de dinero en las cajas estatales, por no hablar del mercado inmobiliario que, al contrario de las tendencias actuales, parece estar en pleno boom, con obras emprendidas por todo el país. A esto se unen las garantías dadas por Seyyed Shams al-Din Hosseini, gobernador del Banco Central Iraní, durante un reciente encuentro organizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI): según Hosseini, el crecimiento económico de Irán es constante y visible, con un aumento del PIB del 7'6% durante el año pasado, y las perspectivas son aún más alentadoras gracias a la política de privatizaciones y de la reorganización del sistema de los subsidios llevadas a cabo por el gobierno. Todas estas condiciones, unidas a la ya citada solidez de la Bolsa de Teherán, haría de Irán un mercado ideal para los inversores extranjeros, donde encontrarían seguridad y óptimas perspectivas. Pero la realidad es diversa: no sólo los inversores extranjeros no llegan a Teherán, sino que, en los últimos meses, los capitales tienen a huir de Irán en favor de otros países meridionales, como los del Golfo.
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Las presiones externas
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Es innegable que algunas de las mayores dificultades del sistema financiero iraní están causadas por factores externos: desde el momento en el que entró en la lista de los países considerados “Eje de Mal” hasta el día posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, Irán se ha convertido en un terreno poco apetecible en términos financieros. Los intercambios económicos con otros estados se han limitado al ámbito petrolífero y energético, principalmente por necesidad, ya que Irán es poseedor de las más vastas reservas de petróleo y gas (según estimación de la BP).
A pesar de que los intentos estadounidenses de imponer rígidas sanciones económicas a la República Islámica no hayan dado resultado, gran parte de los gobiernos no son favorable a los intereses de Teherán. También Rusia y China, históricos simpatizantes del régimen de los Ayatollah en clave antiamericana, han votado en el Consejo de Seguridad de la ONU a favor de las sanciones en materia nuclear, y muchos Estados europeos (con quienes Irán mantiene mejores relaciones que con los Estados Unidos) se han declarado dispuestos a seguir rígidamente los dictámenes de las resoluciones 1737/2006, 1747/2007 y 1803/2008 del CdS.
Además, las presiones informales de Estado Unidos se han percibido en muchos bancos internacionales y en Estados del Golfo Pérsico: numerosos banqueros de todo el mundo han sido contratados como exponentes de la administración Bush para confirmar que Irán estaría ayudando al terrorismo y necesitaría fondos para financiar su programa nuclear hostil. Quien conceda financiación de cualquier tipo a la República Islámica sería mal visto por el gobierno y el sistema financiero estadounidense. Institutos prestigiosos como UBS y Deutsche Bank han recogido el mensaje y han actuado en consecuencia, pero no sólo ellos: ya en 2006, los bancos extranjeros que mantenían relaciones con el Bank Saderat, uno de los principales bancos iraníes, disminuyeron de 29 a 8. Se han ejercido presiones similares sobre los países del Golfo Pérsico, que han sido “invitados” a no mantener relaciones económicas y financieras muy estrechas con Irán, ya que correrían el riesgo de ser considerados partidarios del “Eje del Mal”.
Las presiones externas
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Es innegable que algunas de las mayores dificultades del sistema financiero iraní están causadas por factores externos: desde el momento en el que entró en la lista de los países considerados “Eje de Mal” hasta el día posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, Irán se ha convertido en un terreno poco apetecible en términos financieros. Los intercambios económicos con otros estados se han limitado al ámbito petrolífero y energético, principalmente por necesidad, ya que Irán es poseedor de las más vastas reservas de petróleo y gas (según estimación de la BP).
A pesar de que los intentos estadounidenses de imponer rígidas sanciones económicas a la República Islámica no hayan dado resultado, gran parte de los gobiernos no son favorable a los intereses de Teherán. También Rusia y China, históricos simpatizantes del régimen de los Ayatollah en clave antiamericana, han votado en el Consejo de Seguridad de la ONU a favor de las sanciones en materia nuclear, y muchos Estados europeos (con quienes Irán mantiene mejores relaciones que con los Estados Unidos) se han declarado dispuestos a seguir rígidamente los dictámenes de las resoluciones 1737/2006, 1747/2007 y 1803/2008 del CdS.
Además, las presiones informales de Estado Unidos se han percibido en muchos bancos internacionales y en Estados del Golfo Pérsico: numerosos banqueros de todo el mundo han sido contratados como exponentes de la administración Bush para confirmar que Irán estaría ayudando al terrorismo y necesitaría fondos para financiar su programa nuclear hostil. Quien conceda financiación de cualquier tipo a la República Islámica sería mal visto por el gobierno y el sistema financiero estadounidense. Institutos prestigiosos como UBS y Deutsche Bank han recogido el mensaje y han actuado en consecuencia, pero no sólo ellos: ya en 2006, los bancos extranjeros que mantenían relaciones con el Bank Saderat, uno de los principales bancos iraníes, disminuyeron de 29 a 8. Se han ejercido presiones similares sobre los países del Golfo Pérsico, que han sido “invitados” a no mantener relaciones económicas y financieras muy estrechas con Irán, ya que correrían el riesgo de ser considerados partidarios del “Eje del Mal”.
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Los problemas internos
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No se deben subestimar tampoco las dificultades causadas tanto por problemas económicos como financieros dentro del país. Las mayores dificultades históricas de la República Islámica iraní siempre han sido la inflación, estimada por el Banco Central Iraní en un 29,4% en el periodo entre agosto-septiembre de 2008, y el paro, con una tasa del 9,6% que sube al 20,3% entre los jóvenes menores de 24 años. El gobierno está intentando resolver estos problemas a través del “Plan de Transformación Económica”, cuyos puntos destacados son la política de privatización y la disminución de las ayudas estatales al sector energético, en un intento de lograr que el país sea menos dependiente de los beneficios del petróleo. Pero el plan está todavía discutiéndose en el Parlamente de Teherán, y mientras tanto, los sondeos registran un descontento social cada vez mayor y una menor confianza en la capacidad económica del gobierno.
Además, no queda claro de qué manera se están invirtiendo los beneficios logrados en ejercicios precedentes en el que el petróleo llegó a alcanzar los 200$ el barril. Teóricamente deberían haberse destinado a un fondo estatal de emergencia, orientado a hacer frente a posibles situaciones de crisis, pero, en la práctica, parecen haber sido empleados en intercambios e inversiones, no siempre transparentes, con países amigos del Medio Oriente y de América Latina, traducido en sustanciosos contratos a beneficio de los Pasdarán, los Guardianes de la Revolución. Otro problema, también de gran importancia, es la huida de intelectuales y capitales. Cientos de miles de iraníes, a menudo con un alto nivel de educación y de gran valor profesional, dejan el país para buscar condiciones más favorables. Uno de los destinos preferidos son los Emiratos Árabes Unidos (EUA), en el que hoy en día son económicamente activos cerca de 400.000 iraníes que controlan el 20% del mercado inmobiliario local, y en cuyas universidades americanas y europeas se inscribieron el pasado año 12.000 estudiantes iraníes. La incertidumbre y la inestabilidad de la situación económica-financiera iraní, unido a la rigidez de las reglas y de los controles de las autoridades iraníes sobre cada tipo de inversión privada, obligan a un número cada vez mayor de iraníes a invertir en los EAU, creando una gran preocupación en los Estados Unidos: la administración Bush ejerce una gran presión sobre los EAU, con el fin de que restrinjan relaciones demasiado estrechas con el régimen de los Ayatollah.
Los problemas internos
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No se deben subestimar tampoco las dificultades causadas tanto por problemas económicos como financieros dentro del país. Las mayores dificultades históricas de la República Islámica iraní siempre han sido la inflación, estimada por el Banco Central Iraní en un 29,4% en el periodo entre agosto-septiembre de 2008, y el paro, con una tasa del 9,6% que sube al 20,3% entre los jóvenes menores de 24 años. El gobierno está intentando resolver estos problemas a través del “Plan de Transformación Económica”, cuyos puntos destacados son la política de privatización y la disminución de las ayudas estatales al sector energético, en un intento de lograr que el país sea menos dependiente de los beneficios del petróleo. Pero el plan está todavía discutiéndose en el Parlamente de Teherán, y mientras tanto, los sondeos registran un descontento social cada vez mayor y una menor confianza en la capacidad económica del gobierno.
Además, no queda claro de qué manera se están invirtiendo los beneficios logrados en ejercicios precedentes en el que el petróleo llegó a alcanzar los 200$ el barril. Teóricamente deberían haberse destinado a un fondo estatal de emergencia, orientado a hacer frente a posibles situaciones de crisis, pero, en la práctica, parecen haber sido empleados en intercambios e inversiones, no siempre transparentes, con países amigos del Medio Oriente y de América Latina, traducido en sustanciosos contratos a beneficio de los Pasdarán, los Guardianes de la Revolución. Otro problema, también de gran importancia, es la huida de intelectuales y capitales. Cientos de miles de iraníes, a menudo con un alto nivel de educación y de gran valor profesional, dejan el país para buscar condiciones más favorables. Uno de los destinos preferidos son los Emiratos Árabes Unidos (EUA), en el que hoy en día son económicamente activos cerca de 400.000 iraníes que controlan el 20% del mercado inmobiliario local, y en cuyas universidades americanas y europeas se inscribieron el pasado año 12.000 estudiantes iraníes. La incertidumbre y la inestabilidad de la situación económica-financiera iraní, unido a la rigidez de las reglas y de los controles de las autoridades iraníes sobre cada tipo de inversión privada, obligan a un número cada vez mayor de iraníes a invertir en los EAU, creando una gran preocupación en los Estados Unidos: la administración Bush ejerce una gran presión sobre los EAU, con el fin de que restrinjan relaciones demasiado estrechas con el régimen de los Ayatollah.
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Perspectivas
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La impresión general es que el gobierno del presidente Ahmadineyad está gestionando, de un modo cuanto menos imprudente, la situación económica y financiera del país. El hecho de que en este momento los “credit crunch” no hayan perjudicado todavía a la Bolsa de Teherán no significa que no pueda ocurrir en un futuro cada vez más próximo, especialmente desde el momento en el que los precios del petróleo se sitúen a la baja y los ahorros de épocas precedentes se acaben. La decisión de invertir, de manera poco transparente, el dinero que debería de haber sido destinado al fondo nacional de emergencia no sólo tiene un efecto negativo sobre la opinión pública, sino que puede tener repercusiones desastrosas en el caso de que se produzca una crisis: basta decir que en ese hipotético momento este dinero sería vital para evitar el colapso financiero.
Además, si por un lado las presiones internacionales, especialmente estadounidenses, alejan a gran parte de los inversores extranjeros de los mercados financieros y desmotivan a los países vecinos a mantener relaciones económicas demasiado estrechas con Teherán; por el otro está la propia política económica iraní, con rígidos controles y un gran protagonismo estatal, que obliga a los inversores privados, tanto iraníes como extranjeros a huir, situación idónea para otras economías quizás con menor potencial pero más estables y menos preocupantes. Como se ha establecido ya, la crisis económica actual podría golpear también a Irán en los próximos meses y con efectos potencialmente catastróficos: desde el punto de vista económico el país no está preparado para afrontar una situación de crisis de esa envergadura, por políticas del gobierno con falta de perspectiva y la excesiva dependencia del mercado petrolífero, y se encontraría a corto plazo entre las cuerdas. Por otro lado, sería razonable pensar que una situación de este tipo pudiese ser la línea de salida para toda una serie de reivindicaciones sociales, especialmente si se tiene en cuenta que el próximo año finalizará el mandato del presidente Ahmadineyad y tendrán que convocarse elecciones.
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Traducido por José Carlos González y Mónica R. Montesdeoca
Perspectivas
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La impresión general es que el gobierno del presidente Ahmadineyad está gestionando, de un modo cuanto menos imprudente, la situación económica y financiera del país. El hecho de que en este momento los “credit crunch” no hayan perjudicado todavía a la Bolsa de Teherán no significa que no pueda ocurrir en un futuro cada vez más próximo, especialmente desde el momento en el que los precios del petróleo se sitúen a la baja y los ahorros de épocas precedentes se acaben. La decisión de invertir, de manera poco transparente, el dinero que debería de haber sido destinado al fondo nacional de emergencia no sólo tiene un efecto negativo sobre la opinión pública, sino que puede tener repercusiones desastrosas en el caso de que se produzca una crisis: basta decir que en ese hipotético momento este dinero sería vital para evitar el colapso financiero.
Además, si por un lado las presiones internacionales, especialmente estadounidenses, alejan a gran parte de los inversores extranjeros de los mercados financieros y desmotivan a los países vecinos a mantener relaciones económicas demasiado estrechas con Teherán; por el otro está la propia política económica iraní, con rígidos controles y un gran protagonismo estatal, que obliga a los inversores privados, tanto iraníes como extranjeros a huir, situación idónea para otras economías quizás con menor potencial pero más estables y menos preocupantes. Como se ha establecido ya, la crisis económica actual podría golpear también a Irán en los próximos meses y con efectos potencialmente catastróficos: desde el punto de vista económico el país no está preparado para afrontar una situación de crisis de esa envergadura, por políticas del gobierno con falta de perspectiva y la excesiva dependencia del mercado petrolífero, y se encontraría a corto plazo entre las cuerdas. Por otro lado, sería razonable pensar que una situación de este tipo pudiese ser la línea de salida para toda una serie de reivindicaciones sociales, especialmente si se tiene en cuenta que el próximo año finalizará el mandato del presidente Ahmadineyad y tendrán que convocarse elecciones.
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Traducido por José Carlos González y Mónica R. Montesdeoca
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Equilibri.net - Italia/03/11/2008
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