Opinión
LUIS POUSA
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La ola del cambio ha llegado a los Estados Unidos tras pasar por la urnas. Con ello termina una larga etapa de 30 años de neoconservadurismo, aupado por Reagan y desacreditado por Bush. Finaliza una era y la primera en celebrarlo ha sido la Bolsa de Wall Street. Cuánta razón tenían Krugman y Samuelson, ambos premios Nobel de Economía, cuando aseguraban, meses antes de que el Gobierno norteamericano tuviese que poner en marcha el plan Paulson para rescatar a la banca, que las bolsas estadounidenses estaban más de acuerdo con las propuestas económicas del candidato Obama que del candidato McCain.
Reformular la política exterior de los Estados Unidos y superar la crisis son dos de los grandes retos a los que, de forma inmediata, tendrá que dedicarse en cuerpo y alma el presidente Obama, es decir, ya antes de que en enero tome posesión del cargo y se instale en la Casa Blanca. Tal es la herencia que deja Bush a su país y al resto del mundo.
Lejos de la euforia desmedida, el triunfador ha lanzado un mensaje de unidad, al decir que contará con los republicanos para gobernar. Pero quizá más llamativa todavía sea la actitud del derrotado, que no ha mostrado el menor reparo en asumir que su país ha apostado por un cambio histórico. Una elegancia que borra los disparates de una campaña en la que el demócrata fue acusado por los republicanos de terrorista y comunista.
En su libro La audacia de la esperanza. Cómo restaurar el sueño americano, cuenta Barack Obama que, en septiembre de 2001, pocos días después del 11-S, almorzó con un consultor político, y éste, entre otras cosas, le dijo: "Es realmente muy mala suerte. Ahora no puede cambiar de nombre, por supuesto. Los votantes sospechan de este tipo de cosas. Quizás si estuvieras en el principio de la carrera p0drías utilizar un seudónimo o algo así, pero ahora...". Es obvio que el senador de Illinois no cambió de nombre, y ganó.
Y ya que hablamos de libros, ninguno como Después de Bush. El fin de los neocons y la hora de los demócratas, del que es autor Paul Krugman, analiza mejor las razones que han llevado a que la mayoría de la sociedad norteamericana estuviese deseando el cambio: el aumento de las desigualdades económicas hasta límites difícilmente sostenibles socialmente y unas políticas laxas que han puesto en peligro los fundamentos de la economía real.
Se ha dicho que con Obama es posible el retorno al New Deal rooselvetiano y a las políticas keynesianas. Como es sabido, Keynes entendía que en épocas de muy bajas expectativas, dominadas por el pesimismo y la desconfianza, las bajadas de los tipos de interés podrían no ser útiles para relanzar el consumo y la inversión -lo que él llamó la trampa de la liquidez- , por lo que había que acudir a políticas de incremento del gasto público, sobre todo en infraestructuras.
Previsiblemente los presupuestos jugarán un papel muy importante en el paquete de medidas económicas que pondrá en marcha la Administración Obama, pero no sólo en infraestructuras. Se espera un recorte de los impuestos en las clases medias, la reforma del sistema de pensiones, la universalización de la sanidad, mayores facilidades en las condiciones de crédito a las familias y las pymes, reforma del sistema eléctrico y, desde luego, rigor en el sistema financiero.
La ola del cambio ha llegado a los Estados Unidos tras pasar por la urnas. Con ello termina una larga etapa de 30 años de neoconservadurismo, aupado por Reagan y desacreditado por Bush. Finaliza una era y la primera en celebrarlo ha sido la Bolsa de Wall Street. Cuánta razón tenían Krugman y Samuelson, ambos premios Nobel de Economía, cuando aseguraban, meses antes de que el Gobierno norteamericano tuviese que poner en marcha el plan Paulson para rescatar a la banca, que las bolsas estadounidenses estaban más de acuerdo con las propuestas económicas del candidato Obama que del candidato McCain.
Reformular la política exterior de los Estados Unidos y superar la crisis son dos de los grandes retos a los que, de forma inmediata, tendrá que dedicarse en cuerpo y alma el presidente Obama, es decir, ya antes de que en enero tome posesión del cargo y se instale en la Casa Blanca. Tal es la herencia que deja Bush a su país y al resto del mundo.
Lejos de la euforia desmedida, el triunfador ha lanzado un mensaje de unidad, al decir que contará con los republicanos para gobernar. Pero quizá más llamativa todavía sea la actitud del derrotado, que no ha mostrado el menor reparo en asumir que su país ha apostado por un cambio histórico. Una elegancia que borra los disparates de una campaña en la que el demócrata fue acusado por los republicanos de terrorista y comunista.
En su libro La audacia de la esperanza. Cómo restaurar el sueño americano, cuenta Barack Obama que, en septiembre de 2001, pocos días después del 11-S, almorzó con un consultor político, y éste, entre otras cosas, le dijo: "Es realmente muy mala suerte. Ahora no puede cambiar de nombre, por supuesto. Los votantes sospechan de este tipo de cosas. Quizás si estuvieras en el principio de la carrera p0drías utilizar un seudónimo o algo así, pero ahora...". Es obvio que el senador de Illinois no cambió de nombre, y ganó.
Y ya que hablamos de libros, ninguno como Después de Bush. El fin de los neocons y la hora de los demócratas, del que es autor Paul Krugman, analiza mejor las razones que han llevado a que la mayoría de la sociedad norteamericana estuviese deseando el cambio: el aumento de las desigualdades económicas hasta límites difícilmente sostenibles socialmente y unas políticas laxas que han puesto en peligro los fundamentos de la economía real.
Se ha dicho que con Obama es posible el retorno al New Deal rooselvetiano y a las políticas keynesianas. Como es sabido, Keynes entendía que en épocas de muy bajas expectativas, dominadas por el pesimismo y la desconfianza, las bajadas de los tipos de interés podrían no ser útiles para relanzar el consumo y la inversión -lo que él llamó la trampa de la liquidez- , por lo que había que acudir a políticas de incremento del gasto público, sobre todo en infraestructuras.
Previsiblemente los presupuestos jugarán un papel muy importante en el paquete de medidas económicas que pondrá en marcha la Administración Obama, pero no sólo en infraestructuras. Se espera un recorte de los impuestos en las clases medias, la reforma del sistema de pensiones, la universalización de la sanidad, mayores facilidades en las condiciones de crédito a las familias y las pymes, reforma del sistema eléctrico y, desde luego, rigor en el sistema financiero.
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El Correo Gallego - España/10/11/2008
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