6/12/08

Mirada al mundo

Paul Krugman*
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Reforma financiera, ya (04/12/08)
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Hace unos meses estuve en una reunión con economistas y funcionarios de finanzas en la que hablamos sobre... ¿qué otra cosa?, la crisis

Hubo muchas reflexiones; un alto funcionario preguntó: “¿Por qué nosotros no vimos que se venía esto?”

Por supuesto, sólo había una sola cosa que responder, así que la dije: “¿Qué quiere decir con ‘nosotros’, hombre blanco?”

Hablando en serio, sin embargo, el funcionario tenía razón. Algunas personas dicen que la crisis no tiene precedentes, pero lo cierto es que hubo muchos precedentes, algunos de ellos muy recientes. No obstante, éstos fueron ignorados. Y el asunto de que “nosotros” fuimos incapaces de prever esto tiene claras implicaciones de política pública: la reforma de los mercados financieros se debe impulsar de manera rápida y no esperar hasta que se resuelva la crisis.

En cuanto a los precedentes: ¿por qué tantos observadores restaron importancia a los claros indicios de una burbuja inmobiliaria, aun cuando todavía teníamos presente el estallido de la burbuja de las puntocom ocurrido en los años 90?

¿Por qué tantas personas insistieron en que nuestro sistema financiero era “resistente”, como lo dijo Alan Greenspan, cuando en 1998 el colapso de un solo fondo de cobertura (Long-Term Capital Management) paralizó temporalmente los mercados crediticios de todo el mundo? ¿Por qué casi todo mundo creyó en la omnipotencia de la Reserva Federal cuando su homólogo, el Banco de Japón, invirtió una década tratando y fracasando en impulsar una economía estancada?
Una respuesta a todas estas preguntas es que a nadie le gustan los aguafiestas. Mientras la burbuja inmobiliaria seguía inflada, las entidades crediticias estaban haciendo mucho dinero otorgando hipotecas a todo aquel que lo solicitara. Por su parte, los bancos de inversión estaban haciendo todavía más dinero “reempaquetando” esas hipotecas en valores nuevos y relucientes, y los gerentes de portafolio que registraban grandes ganancias de papel comprando esos títulos con dinero prestado eran considerados unos genios, y se les pagaba de acuerdo con eso.

¿Quién quería oír hablar de economistas sombríos que advertían que todo esto era, en realidad, un enorme sistema de pirámide?

Existe también otra razón por la que el aparato económico institucional no pudo vislumbrar la crisis que se avecinaba. Las crisis de los 90 y de los primeros años de esta década debieron haber sido vistas como augurios siniestros, como indicios de problemas aún peores por venir. Sin embargo, todo mundo estaba demasiado ocupado celebrando el éxito con el que superamos esas crisis como para darse cuenta.

Considere en particular lo que ocurrió después de la crisis de 1997. Esta crisis demostró que el sistema financiero moderno —con sus mercados no regulados, sus mecanismos de apalancamiento y sus flujos globales de capital— se estaba volviendo peligrosamente frágil. Pero cuando la crisis comenzó a ceder, la orden del día fue triunfalismo, no introspección.

En algo que cobró notoriedad, la revista Time nombró a Greenspan, Robert Rubin y Lawrence Summers El Comité para Salvar el Mundo: los “tres mercaderes” que “impidieron un desastre financiero mundial”. Efectivamente, todo el mundo celebró que pudimos alejarnos del precipicio, pero olvidó preguntar por qué llegamos tan cerca.

De hecho, es posible que la crisis de 1997 y el estallido de la burbuja puntocom hayan tenido el perverso efecto de hacer que tanto inversionistas como autoridades económicas se volvieran más complacientes, no menos. Debido a que ninguna de las dos crisis llegó a la altura de nuestros peores temores —pues ninguna de las dos desembocó en otra Gran Depresión—, los inversionistas llegaron a creer que Greenspan tenía un poder mágico para resolver todos los problemas y también, puede sospechar uno, el propio Greenspan lo pensó, pues se opuso a todas las propuestas de establecer una regulación prudente del sistema financiero.

Ahora nos encontramos en medio de otra crisis, la peor desde la década de los 30. Por el momento, todas las miradas están centradas en la respuesta inmediata a esta crisis. ¿Servirán finalmente de algo las cada vez más drásticas iniciativas de la Reserva Federal para descongelar los mercados crediticios? ¿Servirá el estímulo fiscal del gobierno de Obama para aumentar la producción y el empleo? (Por cierto, aún no estoy seguro de que el equipo económico esté pensando con la suficiente ambición.)

Debido a que estamos todos tan preocupados por la crisis actual, es difícil concentrarse en los temas de largo plazo, como poner bajo control nuestro desenfrenado sistema financiero con el objetivo de evitar, o al menos acotar, la próxima crisis. No obstante, la experiencia de la última década nos indica que deberíamos plantearnos una reforma financiera y, sobre todo, regular el “sistema bancario en la sombra”, que ha originado el caos actual, más temprano que tarde.

Porque una vez que la economía esté en camino de recuperarse, los oportunistas volverán a ganar dinero fácil, y presionarán con todas sus fuerzas contra todo aquel que intente limitar sus ganancias. Además, el éxito de las iniciativas para la recuperación empezará a tomarse como un hecho, aunque no lo sea, y la urgencia de actuar desaparecerá.

Ésta es pues mi petición: aunque la agenda de la administración entrante está ya saturada, no debería aplazar la reforma financiera. El momento indicado para empezar a prevenir la próxima crisis es precisamente ahora. (Traducción: Gabriela Cornejo)
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Atemorizante parálisis de política económica(25/11/08)
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Por obvias razones, todo mundo está hablando de un nuevo New Deal. En 2008, como en 1932, un largo periodo de dominio político republicano llegó a su fin en medio de una crisis económica y financiera

Esa crisis, en la mente de los votantes, desacreditó la ideología de libre mercado y socavó la proclamada capacidad del llamado Viejo Gran Partido. Y para quienes están en el lado progresista del espectro político, estos son tiempos prometedores.
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Existe, sin embargo, un paralelismo más perturbador entre 2008 y 1932: a saber, el surgimiento de un vacío de poder en el apogeo de la crisis. El interregno en 1932-33, el largo periodo entre la elección y la transferencia actual de poderes, fue desastroso para la economía de Estados Unidos, debido en parte a que la administración saliente no tenía credibilidad, la administración entrante no tenía autoridad y el abismo ideológico entre ambas partes era demasiado grande para permitir una acción concertada. Y lo mismo está ocurriendo actualmente.

Es verdad que el interregno será más corto esta vez: FDR no asumió el cargo hasta marzo, mientras Barack Obama ocupará la Casa Blanca el 20 de enero. Sin embargo, las crisis avanzan con más rapidez en estos días.

¿Qué tanto puede salir mal en los dos meses previos a la asunción de Obama? Desafortunadamente, la respuesta es: mucho. Considere cuánto más se ha oscurecido el panorama económico desde la caída de Lehman Brothers hace apenas dos meses. Y el ritmo del deterioro parece estar acelerándose.

Es obvio que estamos en medio del peor de los colapsos bursátiles desde la Gran Depresión: el índice Standard & Poor’s de 500 acciones ha registrado hasta ahora una caída de 50% desde su nivel máximo. Otros indicadores son indiscutiblemente más alarmantes: las demandas de seguro de desempleo están aumentando, la producción manufacturera está disminuyendo drásticamente y las tasas de interés de los bonos corporativos, que reflejan el temor de los inversionistas a una suspensión de pagos, van en aumento, lo que seguramente generará una fuerte caída en el gasto empresarial. Los pronósticos sobre la economía lucen más sombríos de lo que parecían hace apenas una semana o dos.

Sin embargo, la política económica, más que estar respondiendo a la amenaza, parece haberse ido de vacaciones. En especial, el pánico se ha apoderado una vez más de los mercados crediticios y sin embargo no hay un nuevo plan de rescate a la vista. Por el contrario, Henry Paulson, secretario del Tesoro, anunció que ni siquiera regresará al Congreso por la segunda mitad de los 700 mil millones de dólares ya aprobados para un rescate financiero. Y la ayuda para la atribulada industria automotriz se ha atorado por un impasse político.

¿Qué tanto debemos preocuparnos por lo que parece serán dos meses de políticas públicas a la deriva? Como mínimo, los dos próximos meses infligirán un severo dolor a cientos de miles de estadounidenses que perderán su empleo, su casa o ambos. No obstante, lo que es realmente preocupante es la posibilidad de que una parte del daño que se está registrando ahora sea irreversible. Me preocupan en particular las dos D: deflación y Detroit.

Con respecto a la deflación, “la década perdida” que vivió Japón en los años 90 enseñó a los economistas que es muy difícil lograr que la economía avance una vez que las expectativas de inflación son demasiado bajas (no importa si la gente literalmente espera que disminuyan los precios). Sin embargo, existe una clara presión deflacionaria en la economía estadounidense en la actualidad, y cada mes que transcurre sin una señal de recuperación aumentan las probabilidades de que caigamos en una trampa tipo Japón durante años.

Con respecto a Detroit: existe actualmente un riesgo real de que, en ausencia de una pronta ayuda federal, los tres fabricantes automotrices más importantes y su red de proveedores se vean obligados a implementar una liquidación, es decir, cerrar, despedir a todos sus empleados y vender sus activos. Y si eso sucede, será muy difícil recuperarlos.

Ahora, tal vez dejar que las compañías automotrices mueran es la decisión correcta, aun cuando un colapso en la industria automotriz sería un fuerte revés para una economía ya en declive. No obstante, es una decisión que debe tomarse con cuidado, considerando plenamente sus costos y beneficios, y no una decisión que se tome por omisión, por un impasse entre demócratas que quieren que Paulson use parte de esos 700 mil millones de dólares, y una administración ya incapacitada que está tratando de obligar al Congreso a desviar fondos a un programa de eficiencia de combustible.

¿Estará la política económica completamente paralizada de aquí al 20 de enero? No totalmente. Se están tomando algunas medidas de utilidad. Por ejemplo, las compañías hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac tomaron la inteligente decisión de declarar un cese temporal de los procesos de embargo, mientras que el Congreso aprobó la muy necesitada extensión de los beneficios del seguro de desempleo ahora que la Casa Blanca dejó a un lado su oposición.

Sin embargo, no está ocurriendo nada en materia de política pública que sea remotamente proporcional a la escala de la crisis económica. Y da miedo pensar qué más puede salir mal antes de la toma de posesión. (Traducción: Gabriela Cornejo)
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Regresa la economía de la depresión (20/11/08)
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Por si acaso aún no lo ha notado, las noticias económicas siguen empeorando. Pero aun con lo negativas que son, no espero otra Gran Depresión

De hecho, la tasa de desempleo probablemente no llegará al nivel máximo post-Depresión de 10.7%, alcanzado en 1982 (aunque me gustaría estar totalmente seguro de esto).
Sin embargo, sí estamos ya totalmente inmersos en lo que yo llamo “economía de la depresión”. Con eso me refiero a un estado de cosas como el de la década de los 30, en el que las herramientas habituales de la política económica —sobre todo la capacidad de la Reserva Federal de impulsar la economía recortando las tasas de interés— han perdido toda su fuerza. Cuando la economía de la depresión prevalece, las reglas usuales de política económica ya no son aplicables: la virtud se convierte en vicio, la cautela en riesgo y la prudencia en insensatez.

Para saber de qué estoy hablando, considere las implicaciones de las últimas y terribles noticias económicas: el reporte dado a conocer el martes pasado sobre las nuevas solicitudes de seguro de desempleo, que ahora han superado el medio millón. Aun con lo negativo que es este reporte, visto de manera aislada podría no parecer tan catastrófico. Después de todo, es una cifra similar a la alcanzada durante las recesiones de 2001 y de 1990, las cuales terminaron siendo relativamente suaves en comparación con los estándares históricos (aunque en ambos casos tuvo que transcurrir un buen tiempo antes de que el mercado laboral se recuperara).

Sin embargo, en esas dos ocasiones previas la respuesta estándar de política pública ante una economía débil —un recorte a la tasa sobre fondos federales, la tasa de interés que es afectada de forma más directa por la política de la Fed— todavía era una opción. Actualmente, no es así: la tasa sobre fondos federales efectiva (no la establecida como objetivo oficial, que por razones técnicas ha perdido importancia) ha promediado menos de 0.3% en los últimos días. Básicamente, no hay nada más que recortar.

Y sin la posibilidad de futuros recortes a las tasas de interés, no hay nada que pueda detener la tendencia a la baja de la economía. Un aumento en el desempleo generará futuros recortes en el gasto de consumo, el cual, advirtió esta semana la cadena de tiendas Best Buy, ya ha sufrido un declive “sísmico”. Un gasto débil por parte de los consumidores provocará recortes en los planes de inversión de las empresas. Y la debilidad de la economía provocará más recortes laborales, generando un ciclo adicional de contracción.

Para sacarnos de esta espiral a la baja, el gobierno federal tendrá que ofrecer un estímulo económico en la forma de un mayor gasto y mayor ayuda para los más necesitados, y este plan de estímulo económico no se presentará lo suficientemente rápido ni será lo suficientemente sólido a menos que políticos y funcionarios de economía sean capaces de trascender varios prejuicios comunes.

Uno de estos prejuicios es el temor a los números rojos. En tiempos normales, es bueno preocuparse por el déficit presupuestal, y la responsabilidad fiscal es una virtud que tendremos que volver a aprender tan pronto como pase esta crisis. No obstante, cuando prevalece una economía de la depresión, esta virtud se convierte en vicio. El prematuro intento por parte de FDR de equilibrar el presupuesto en 1937 casi terminó con el New Deal.

Otro prejuicio es la creencia de que las políticas públicas deben ser implementadas con cautela. En tiempos normales, esto tiene sentido: no se deben hacer grandes cambios en política hasta que esté claro que son necesarios. Sin embargo, bajo las condiciones actuales, la cautela es un riesgo porque ya se están dando grandes cambios hacia un empeoramiento de la situación y cualquier retraso de las acciones incrementa la posibilidad de un desastre económico más profundo. La respuesta debe estar lo mejor diseñada posible, pero el tiempo es vital.

Finalmente, en tiempos normales la modestia y la prudencia en los objetivos de política pública son positivas. Pero en las condiciones actuales, es mucho mejor equivocarse por hacer demasiado que por hacer demasiado poco. El riesgo, si el plan de estímulos resulta ser más de lo necesario, es que la economía podría sobrecalentarse, provocando inflación. Pero la Reserva Federal siempre puede atajar esa amenaza incrementando las tasas de interés. Por otro lado, si el plan de estímulo es muy pequeño, no hay nada que pueda hacer la Fed para compensar la deficiencia. De modo que cuando prevalece la economía de la depresión, la prudencia es un disparate.

¿Qué nos dice todo esto acerca de la política económica en el futuro cercano? Es casi seguro que cuando la administración Obama asuma el cargo la economía lucirá incluso peor que ahora. De hecho, Goldman Sachs pronostica que la tasa de desempleo actual, ubicada en 6.5%, alcanzará 8.5% para finales del próximo año.

Todo apunta a que la nueva administración ofrecerá un importante paquete de estímulos. Mis propios cálculos informales indican que el paquete debe ser enorme, del orden de los 600 mil millones de dólares.

Así que la pregunta es, ¿se atreverá la gente de Obama a proponer algo de ese tamaño?

Esperemos que la respuesta a esa pregunta sea afirmativa, que la nueva administración sea de hecho así de audaz. Porque hoy vivimos una situación en la que sería demasiado peligroso ceder ante las ideas convencionales de prudencia. (Traducción: Gabriela Cornejo)
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*Acerca del autor
Premio Nobel de Economía 2008, considerado entre los economistas más destacados del mundo. Autor de más de 18 libros y columnista estrella del New York Times, ha pasado toda su vida académica investigando y dando clases en Yale, Stanford, MIT y actualmente Princeton. Krugman escribe, según sus propias palabras, para incomodar a la gente. "Si una columna no genera inquietud al leerla, entonces el autor ha malgastado el espacio. Esto es particulamente cierto en economía, donde todos tienen fuertes puntos de vista, pero pocos se detienen a reflexionar sobre ellos".
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Columnas anteriores
La agenda de Obama12 de noviembre de 2008
El remolino creciente30 de octubre de 2008
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El Universal - México/06/12/2008

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