La zona está a resguardo de vaivenes financieros
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AUGUSTO ZAMORA R
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La XVIII Cumbre Iberoamericana se desarrolla en un mundo revuelto. Europa y EEUU están siendo sacudidos por un maremoto financiero que determinará cambios drásticos e impostergables en la sociedad internacional del siglo XXI.
Contrariamente a lo acontecido en otras crisis mundiales, la presente encuentra a Latinoamérica bastante a resguardo de vaivenes financieros.
La razón es simple. Los Estados latinoamericanos han puesto fin, desde hace años, al liberalismo salvaje que postró a los pueblos y arruinó a países enteros.
Desde procesos de cambio que han tenido como objetivos esenciales la reconstrucción de las economías y los Estados, el capitalismo de casino y sus basuras tóxicas no tuvieron sitio en las nuevas políticas económicas.
Por tal motivo, esta crisis no quita el sueño a los gobiernos, aunque sufrirán ciertos daños tangenciales, como la disminución del flujo de remesas o la bajada en el precio de las materias primas.
Latinoamérica goza de una solidez y una unidad inédita en sus casi 200 años de historia independiente, gracias al triunfo sucesivo de partidos y movimientos de izquierda o progresistas.
Ello le permitiría jugar, por vez primera en décadas y por vez primera desde una amplia independencia, un papel beligerante y positivo en el proceso de reordenamiento mundial en marcha.
Como bloque regional y desde los estrechos vínculos políticos, económicos y estratégicos que une a una mayoría de ellos, nuestra región posee peso y capacidad suficiente para convertirse en actor mundial, enterrando, ojalá que para siempre, su papel de comparsa o de simple destinataria de las políticas que decidían un puñado de países otrora poderosos, las más de las veces en su perjuicio.
Uno de esos objetivos será poner coto al derroche y al intercambio desigual y suprimir o reconvertir al FMI y al BM a lo que originariamente fueron, organismos internacionales al servicio de la comunidad internacional, no instrumentos de depredación y expolio.
España puede tener un papel en ese bloque, aunque para ello necesitará definir nuevos parámetros en sus relaciones con Latinoamérica. Un difícil equilibrio a afrontar, pues España es parte del primer mundo y quiere ser socio de la nueva Latinoamérica. Una nueva visión para el nuevo mundo que inicia, que poco se parecerá al fallecido.
La XVIII Cumbre Iberoamericana se desarrolla en un mundo revuelto. Europa y EEUU están siendo sacudidos por un maremoto financiero que determinará cambios drásticos e impostergables en la sociedad internacional del siglo XXI.
Contrariamente a lo acontecido en otras crisis mundiales, la presente encuentra a Latinoamérica bastante a resguardo de vaivenes financieros.
La razón es simple. Los Estados latinoamericanos han puesto fin, desde hace años, al liberalismo salvaje que postró a los pueblos y arruinó a países enteros.
Desde procesos de cambio que han tenido como objetivos esenciales la reconstrucción de las economías y los Estados, el capitalismo de casino y sus basuras tóxicas no tuvieron sitio en las nuevas políticas económicas.
Por tal motivo, esta crisis no quita el sueño a los gobiernos, aunque sufrirán ciertos daños tangenciales, como la disminución del flujo de remesas o la bajada en el precio de las materias primas.
Latinoamérica goza de una solidez y una unidad inédita en sus casi 200 años de historia independiente, gracias al triunfo sucesivo de partidos y movimientos de izquierda o progresistas.
Ello le permitiría jugar, por vez primera en décadas y por vez primera desde una amplia independencia, un papel beligerante y positivo en el proceso de reordenamiento mundial en marcha.
Como bloque regional y desde los estrechos vínculos políticos, económicos y estratégicos que une a una mayoría de ellos, nuestra región posee peso y capacidad suficiente para convertirse en actor mundial, enterrando, ojalá que para siempre, su papel de comparsa o de simple destinataria de las políticas que decidían un puñado de países otrora poderosos, las más de las veces en su perjuicio.
Uno de esos objetivos será poner coto al derroche y al intercambio desigual y suprimir o reconvertir al FMI y al BM a lo que originariamente fueron, organismos internacionales al servicio de la comunidad internacional, no instrumentos de depredación y expolio.
España puede tener un papel en ese bloque, aunque para ello necesitará definir nuevos parámetros en sus relaciones con Latinoamérica. Un difícil equilibrio a afrontar, pues España es parte del primer mundo y quiere ser socio de la nueva Latinoamérica. Una nueva visión para el nuevo mundo que inicia, que poco se parecerá al fallecido.
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Público.es - España/31/10/2008