George Orwell
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Carlos Enrique Bayo
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Los asaltos de comandos del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) a las sedes en Kiev del monopolio gasístico Naftogaz y de la autoridad que controla los gasoductos del país, Ukrtransgaz, han centrado nuestra atención en los últimos días. Pero sin duda es más relevante, y preocupante, el asalto ciudadano que se está fraguando ante las sucursales del ucraniano Banco Rodovid, que ha limitado los reintegros de sus impositores a menos
de 28 euros diarios porque está al borde de la quiebra.
En realidad, lo que está en quiebra es el propio Estado de Ucrania, donde ciudades enteras se han quedado sin calefacción ni agua corriente durante días porque las instituciones no pueden pagar las facturas; el servicio de metro de Kiev está cerca del colapso por falta de fondos; las plantas siderúrgicas y la industria química, motores económicos del país, están despidiendo obreros por millares y el valor de la moneda nacional, el hryvnia, se ha desplomado.
Ucrania es el paradigma del hundimiento de Europa central como consecuencia de la crisis global, y debe alertarnos de lo que está a punto de ocurrir en los otros países ex soviéticos de la región que son miembros de la Unión Europea pero ven rechazadas sus llamadas de auxilio. El primer ministro húngaro, Ferenc Gyurcsany, alertó a sus colegas de que no debían permitir “que una nueva cortina de acero divida a Europa”, pero fue inútil. Pedía un fondo especial de 190.000 millones de euros para proteger a los miembros más débiles de la UE, y su Gobierno hizo circular un documento que cifraba en 300.000 millones de euros las verdaderas necesidades de refinanciación de Europa central en este año.
Esa última cantidad es idéntica a la que ya han desembolsado los gobiernos de la UE en recapitalizaciones bancarias, además de aportar garantías crediticias por 2,5 billones de euros. Pero los créditos siguen sin llegar a las empresas y los particulares que deberían reactivar la economía. Así que los países ricos, empezando por Alemania (donde la canciller, Angela Merkel, afronta elecciones generales en septiembre), se niegan a sufragar el carísimo salvavidas que necesitan los miembros más orientales, que pronto tendrán que declararse en suspensión de pagos: Hungría, Rumanía y los
países bálticos.
Esas naciones están a punto de naufragar porque a la crisis económica mundial se ha sumado el desplome de sus divisas frente al euro, con lo que se ven incapaces de devolver los créditos a los bancos de la eurozona (que son sus principales acreedores) en un momento de drástica reducción de la demanda de sus productos en Europa occidental. El núcleo duro de los 16 países que comparten el euro (con una economía conjunta tan importante como la de EEUU) pretende salvarse del naufragio haciendo una piña que excluya a sus socios más recientes. Pero las medidas proteccionistas no mantendrán a flote a potencias como Alemania, cuya prosperidad depende de las exportaciones a mercados que ya no tienen capacidad adquisitiva.
El riesgo no es sólo económico, sino también geopolítico, pues esos socios orientales han vivido la durísima
experiencia de renunciar a sus sistemas económicos centralizados y ultrarregulados, pasando por una terapia de choque que les sometió a grandes penurias, y acababan de empezar a recuperarse y estabilizarse.
Justo cuando parecían a punto de degustar las mieles del capitalismo próspero, éste se hunde y les niega una tabla de salvación.
El caso de Ucrania es ejemplar y su estabilidad es primordial para el continente porque Rusia no sólo se aprovechará de su desmoronamiento para dominarla a través de su preeminencia ética y lingüística en el este y sur del país, sino que el Kremlin presentará ese fracaso como paradigmático de lo que ocurre cuando las economías ex soviéticas se sumergen en el libre mercado.
La UE no puede permitir que la crisis ahogue a sus miembros más débiles, ni siquiera a sus vecinos orientales, porque no es suficiente con saber nadar para evitar que el que se hunde, desesperado, nos arrastre también al fondo.
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de 28 euros diarios porque está al borde de la quiebra.
En realidad, lo que está en quiebra es el propio Estado de Ucrania, donde ciudades enteras se han quedado sin calefacción ni agua corriente durante días porque las instituciones no pueden pagar las facturas; el servicio de metro de Kiev está cerca del colapso por falta de fondos; las plantas siderúrgicas y la industria química, motores económicos del país, están despidiendo obreros por millares y el valor de la moneda nacional, el hryvnia, se ha desplomado.
Ucrania es el paradigma del hundimiento de Europa central como consecuencia de la crisis global, y debe alertarnos de lo que está a punto de ocurrir en los otros países ex soviéticos de la región que son miembros de la Unión Europea pero ven rechazadas sus llamadas de auxilio. El primer ministro húngaro, Ferenc Gyurcsany, alertó a sus colegas de que no debían permitir “que una nueva cortina de acero divida a Europa”, pero fue inútil. Pedía un fondo especial de 190.000 millones de euros para proteger a los miembros más débiles de la UE, y su Gobierno hizo circular un documento que cifraba en 300.000 millones de euros las verdaderas necesidades de refinanciación de Europa central en este año.
Esa última cantidad es idéntica a la que ya han desembolsado los gobiernos de la UE en recapitalizaciones bancarias, además de aportar garantías crediticias por 2,5 billones de euros. Pero los créditos siguen sin llegar a las empresas y los particulares que deberían reactivar la economía. Así que los países ricos, empezando por Alemania (donde la canciller, Angela Merkel, afronta elecciones generales en septiembre), se niegan a sufragar el carísimo salvavidas que necesitan los miembros más orientales, que pronto tendrán que declararse en suspensión de pagos: Hungría, Rumanía y los
países bálticos.
Esas naciones están a punto de naufragar porque a la crisis económica mundial se ha sumado el desplome de sus divisas frente al euro, con lo que se ven incapaces de devolver los créditos a los bancos de la eurozona (que son sus principales acreedores) en un momento de drástica reducción de la demanda de sus productos en Europa occidental. El núcleo duro de los 16 países que comparten el euro (con una economía conjunta tan importante como la de EEUU) pretende salvarse del naufragio haciendo una piña que excluya a sus socios más recientes. Pero las medidas proteccionistas no mantendrán a flote a potencias como Alemania, cuya prosperidad depende de las exportaciones a mercados que ya no tienen capacidad adquisitiva.
El riesgo no es sólo económico, sino también geopolítico, pues esos socios orientales han vivido la durísima
experiencia de renunciar a sus sistemas económicos centralizados y ultrarregulados, pasando por una terapia de choque que les sometió a grandes penurias, y acababan de empezar a recuperarse y estabilizarse.
Justo cuando parecían a punto de degustar las mieles del capitalismo próspero, éste se hunde y les niega una tabla de salvación.
El caso de Ucrania es ejemplar y su estabilidad es primordial para el continente porque Rusia no sólo se aprovechará de su desmoronamiento para dominarla a través de su preeminencia ética y lingüística en el este y sur del país, sino que el Kremlin presentará ese fracaso como paradigmático de lo que ocurre cuando las economías ex soviéticas se sumergen en el libre mercado.
La UE no puede permitir que la crisis ahogue a sus miembros más débiles, ni siquiera a sus vecinos orientales, porque no es suficiente con saber nadar para evitar que el que se hunde, desesperado, nos arrastre también al fondo.
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Público - España/11/03/2009
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