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Michel Balivo
Michel Balivo
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Escuchando los discursos de Evo Morales y Leonardo Boff en la ONU en el día de la Madre Tierra, recordé que hace años que vengo escribiendo que la existencia es una estructura de funciones interdependientes, que interactúa en simultaneidad. En sencillo eso quiere decir que todo está interactuando y relacionándose, accionando y reaccionando aquí y ahora, en presente.
Quiere decir que cualquier pequeña alteración afecta a todo el ecosistema orgánico completo y exige que todas sus funciones se ajusten y equilibren a cada alteración. Hablar de funciones en relación presente implica hablar de procesos, de dinámica. Lo cual hace incompatible nuestra concepción de cosas o personas aisladas, existentes allí afuera y siempre iguales a sí mismas.
Quiere decir que la existencia se comporta como un todo orgánico y no como un rompecabezas de partes o piezas que hay que ir armando. El “mecano” es simplemente la concepción de un pensamiento mecánico, una representación o imagen del mundo que se ha ido construyendo a medida que hemos ido cayendo en cuenta de esas interrelaciones.
Pero si la vida, cuerpos incluidos, fuese un mecano que opera o reacciona por partes, una por vez, sencillamente no existiríamos. Ya sea que pensemos en los miles de funciones que realiza simultáneamente un organismo para mantener su integridad, su equilibrio. Ya sea por la sensibilidad de una madre a las necesidades del recién nacido, eso resulta evidente.
En otras palabras, el “mecano” es una acumulación histórica social, una construcción generación tras generación de experiencia y conocimiento, que proyectamos mentalmente sobre la percepción del paisaje, sobre el mundo percibido, visto, olido, saboreado, palpado. Pero que obviamente no existe “en el mundo externo”, o en la información que los sentidos externos entregan y la conciencia organiza y relaciona en imágenes, en objetos.
Basta mirar atrás para enterarse que hace solo quinientos años en la transición medioevo-renacimiento, se ponen los fundamentos rudimentarios para el pensamiento científico. Antes predominaba el pensamiento mítico, dogmático, analógico, alegórico, asociativo, sin categorías racionales. El mundo y el ser humano no se pensaban ni trataban, no se medían como cosas, no se intentaba sacar el mayor provecho de ellos.
No estoy sacando conclusiones, ni diciendo que antes era mejor o lo es ahora, esa es una actividad que cada conciencia ha de realizar con plena libertad, porque caer en cuenta de lo que sentimos, pensamos y hacemos, ser concientes de nosotros mismos es la función superior y decisiva del ser humano dentro del ecosistema planetario. Y llegaron los tiempos de experimentar en carne propia, tomar decisiones, elegir direcciones de vida y dejar de preguntarle a papá lo que es mejor o peor para los niños.
Decía Leonardo Boff en su alocución, que hubo un tiempo en que la Madre Tierra o Pacha Mama era experimentada, sentida y pensada, tratada como una madre proveedora y protectora justamente, como un hogar, como un refugio. Pero llegó un momento en que comenzamos a sentirla como naturaleza salvaje, insensible, como un lugar agresivo e inhóspito. Y en consecuencia a querer conquistarla, domarla, doblegarla, controlarla.
Si observamos nuestra experiencia cotidiana esa transición no resulta tan extraña ni antigua. Porque eso es exactamente lo que experimentamos en la adolescencia. El hogar parental de la ingenua infancia se convierte ahora en algo demasiado estrecho, la madre, de cómoda y protectora pasa a ser anticuada y limitativa.
El padre, de ser un admirado dios todopoderoso se convierte en un simple humano, y muchas veces un mentiroso fracasado al que no deseamos parecernos por ningún motivo. Esa desilusión no se debe a cambios en los padres, sino a la activación de la sexualidad intracorporal.
Una poderosa energía cambia nuestros sistemas de tensiones y nos impulsa hacia el sexo opuesto, hacia el mundo. Se activa nuestra intencionalidad, deseamos tomar la iniciativa, experimentar de primera mano, hacer las cosas a nuestro modo. Ese es el fundamento biológico para la sustitución de lo viejo por lo nuevo, la renovación generacional.
Y claro está, a medida que el conocimiento se acumula y la ciencia produce más y más sofisticados ingenios, la educación se masifica e incluye al sexo femenino, la brecha generacional se acelera y amplía. No hace muchos decenios aún vivíamos una vida cíclica, campesina, y el pater familia administraba los bienes de la gran familia.
Hasta que no moría o se volvía incapaz de hacerlo, los hijos, nietos o bisnietos no podían tomar decisiones, las nuevas generaciones, casadas, con hijos y nietos o no, estaban sujetas a las viejas y su transmisión de hábitos y creencias. Termino de leer un artículo de cómo crían hoy en día a los animales domésticos.
Se busca la mayor eficiencia, la mayor transformación de alimentos en gramos de carne. Por lo cual los animales se inmovilizan en jaulas, se ilumina el ambiente para que no duerman, para que no pierdan tiempo en ir al matadero excitando aún más nuestra impaciencia. El resto no se los cuento, si les interesa busquen artículos al respecto para que s enteren de lo que es la eficiencia.
Tal vez ese es uno de los motivos de que las nuevas generaciones se estén volviendo vegetarianas. Comento esto porque hoy en día se habla de “formar y producir al hombre nuevo”. Yo ya nos imagino dentro de jaulas con juegos de luces, músicas, aromas y colores estudiados para estimular los efectos deseados.
Pero “la máquina de instituciones de transmisión cultural” de la etapa cíclica campesina, o de las modernas oficinas y fábricas en serie, no me parece muy diferente como intencionalidad de lograr nuestra máxima eficiencia en lo que sea que se desee y espere “sacar de nosotros”, incluyendo la conveniencia de reproducirnos o no.
Todo ello podría estudiarse como la intención de dar dirección a ese plus energético sexual adolescente e indómito, que ha de ser domado, reprimido. En última instancia esa parece ser una de las funciones con que cumple la memoria y la transmisión generacional de cultura. Y en los tiempos modernos, los medios masivos de comunicación que nos sugestionan poderosamente con su capacidad de impresionar visual y auditivamente en simultaneidad.
Si eso fuese así, una de las medidas del cambio anhelado habría de ser masificar más aún la educación, ampliar más aún la brecha generacional para poner las bases de la discontinuidad de una transmisión cultural hipnótica. En la que hoy estallan el temor, la violencia y sus fantasmas.
Pero más allá de ello estimular el caer en cuenta, la libertad de expresar lo que se siente y piensa cuando ello no implique daño para la vida. Más aún, la libertad de caer en cuenta de cómo lo que pensamos y hacemos, reproduce y nos encadena a los resultados que heredamos socialmente de generación en generación.
Entonces tal vez sería más interesante prestar atención, para caer en cuenta de cómo es que frustramos y postergamos el anhelo profundo de libertad humana, y terminamos produciendo al hombre cosa, encadenado a reproducir la continuidad de instituciones negándose a sí mismo. No es extraño que aumente la sicosis colectiva, la drogadicción, el alcoholismo, la corrupción y la delincuencia, cuando soñando libertad y felicidad, producimos cadenas más gruesas y pesadas cada día.
El señor Evo Morales, expresó ente muchos loables pensamientos y sentimientos, que la Pacha Mama era inclusive más importante que el ser humano, que ella podía arreglárselas perfectamente para existir sin nosotros, mientras que nosotros no. Por ende “nosotros éramos el problema, la piedra de tranca en el camino del planeta”.
Yo no lo expresaría exactamente así. De hecho cuando hablamos de la existencia como ecosistema orgánico, como estructuralidad de funciones que interactúan en simultaneidad, ya estamos dando por hecho que todas las funciones son manifestación simultánea, presente e imprescindible. En ese sentido ninguna es superior ni inferior, porque todas se afectan mutuamente y la continuidad de la existencia depende de su integridad.
Continuar hablando de partes separadas, externas, independientes, prescindibles, es claramente un arrastre y rezago de pensamiento mecánico, de mecanos mentales ajenos al testimonio que da la existencia. De hecho, hemos tomado miles de años para llegar nuevamente a tomar conciencia de que vivimos en un ecosistema planetario y declarar un día para recordarlo y festejarlo. O tal vez sufrirlo.
Esa ausencia absoluta de conciencia del espacio en el que somos, existimos y nos expresamos, se parece mucho al cuento o mito de Narciso que mirándose en el espejo de un lago se enamoró de su propia imagen, (se hizo una imagen de sí, se auto concibió), se ensimismó olvidando a su compañera que en venganza le hizo un hechizo o conjuro.
La interrelación entre todos los elementos del ecosistema del que os alienamos, es hoy evidente en la alteración del clima. Y el despertar del hechizo podríamos verlo como que creíamos que la dilapidación de recursos y el consumismo eran el mismo paraíso. Pero resulta que los recursos naturales no pueden reproducirse al ritmo que los consumimos y nos espera un agitado despertar del sueño y un necesario y veloz cambio de actitud y dirección de acción.
En consecuencia nuestra separación del ecosistema es solo una ilusión, sueño o mito mecanicista más, un error de concepción. Porque una vez más, los hechos demuestran que somos un ecosistema estructural de funciones interdependientes que interactúan en simultaneidad. No solamente en lo orgánico y natural como lo llamamos.
También la historia, (el conocimiento y la experiencia, las direcciones colectivas de acción), es acumulativa y se acelera produciendo la revolución económica y cultural y la sociedad global, continental y mundial. Es por eso que chocando con la fuerza de hechos desencadenada por nuestra ciencia y tecnología, llegamos inevitablemente a caer en cuenta de que vivimos en un ecosistema orgánico del que somos función, y hemos de reconocerlo y respetarlo, hemos de crecer en armonía como un todo estructural en dinámico proceso viviente.
Y en medio de, como concomitancia de esa actividad o acontecer global, ya que hablamos de simultaneidad, despierta una nueva sensibilidad que se manifiesta en los últimos diez años como nacionalizaciones de recursos naturales y servicios, como intencionalidad de distribuir mejor los dividendos públicos para palear la galopante pobreza y miseria social.
Su contra cara es un modelo económico de explotación y parasitismo, de creciente esclavitud del ser humano a sus instituciones sociales, de privatización de lo público y concentración de todos los recursos cada vez en menos manos. De crecientes hambrunas y desmoronamiento de un modelo, que de productivo se había convertido en especulativo.
Ahora, en medio de la caída libre de la economía mundial, se puede apreciar que todo ello no eran sino concomitancias de un mismo acontecer estructural, que no puede ser percibido ni entendido recogiendo y pegando pedacitos en el tiempo. Se pone en evidencia que nuestro modelo de la realidad, de la existencia, no es muy coherente con lo que la velocidad e intensidad de los hechos está forzando a entrar en el horizonte de conciencia.
Dentro de lo viejo que agotado está muriendo, y de lo nuevo que intenta nacer y desplazarlo se pueden apreciar dos tendencias básicas. La resistencia y autoafirmación de lo viejo, de la inercia némica, las instituciones culturales, los hábitos y creencias que se niegan a morir, a cambiar, y en consecuencia intentan generar la violencia y caos que los sustenta, que es su raíz, su método impositivo, autoritario.
De ese modo, particularmente en los países que intentan el cambio, poniendo al ser humano por prioridad, pero también en los que se prestaron a servir de base a la represión y persecución de lo nuevo, como en las décadas de los 60, 70 y 80, se pueden apreciar y reconocer los mismos métodos que antes nos pasaron desapercibidos a la gran mayoría.
Venezuela, Bolivia, Ecuador pueden servir de ejemplos más evidentes de lo primero, como en otro tiempo lo fueron Cuba, Nicaragua, Granada o Panamá. Mientras que México, Colombia y Perú se prestan a la paramilitarización, comercio de drogas y armas, expulsión de los campesinos de sus tierras, falseado de las elecciones, represión descarada, torturas y asesinatos. Manipulación de la información donde el victimario es presentado como la víctima.
Nada de ello es nuevo, solo que como sucede simultáneamente en muchos lugares y a velocidad e intensidad crecientes, es decir se globaliza; el contraste de las dos tendencias se hace evidente a la mirada de una misma generación, que despierta del ensueño en el que ha vivido y comienza a tomar conciencia del alcance de su dirección colectiva de acción.
Por eso digo que en esencia se trata de caer en cuenta, de conciencia de nuestras propias actividades, de conciencia de sí. De reconocimiento y revolución de nuestro pensamiento mecánico, de nuestras culturas e instituciones como fábricas y transmisoras de esclavitud, de cadenas.
Como modelos mentales, tropismos de pensamiento y conducta, hábitos y creencias que adoptamos ingenua, pasivamente, o que se imponen a base del conocido método de zanahorias y garrote, es decir por temor al castigo o la presión de chantajes emocionales variados.
Caer en cuenta de cómo es que soñando e intentando libertades y felicidades, hermandad, paz y justicia social, terminamos acumulando y encadenándonos a frustraciones, resentimientos, en fin sufrimiento mental. Todo ello es un tema de conciencia de los métodos de transmisión de experiencia y conocimiento generacional. De educación.
Y en esencia se trata de reconocer que un estado mental de temor y la cultura de la violencia resultante, se reproducen desapercibidamente por contagio. Alegorizando un poco podríamos decir que se transmiten en el aire que todos respiramos, de aliento a aliento, casi de boca a boca, de intimidad a intimidad.
Así que no se trata tanto de que estemos separados y solos en un mundo insensible, estúpido, agresivo e inhóspito. Sino que la inercia de violencia interna acumulada en memoria y transmitida de generación en generación, nos incapacita para la calidez y ternura, nos disciplina más bien para la subordinación y rigideces de un ejército social, que se mueve como un autómata sin conciencia al son de marciales marchas.
Se trata de que nuestra educación no ha puesto la prioridad en sentir, pensar, expresarnos con libertad, apuntando a caer en cuenta de la bondad o conflicto de los resultados. Materia prima de la cual la conciencia se nutre para discernir lo que le abre o cierra caminos en el mundo, decidiendo en consecuencia corregir o afirmar y desarrollar sus imágenes del mundo.
Sino más bien en respetar la autoridad, o más en concreto el temor al castigo de desobedecerla. En tragar los modelos heredados de transmisión de organización social, de lo bueno y lo malo, y repetirlos como loros, sin digerirlos. Para recibir el aplauso y beneplácito de la autoridad que se supone nos abre las puertas del mundo haciéndonos respetable y amables. Nos hace todo menos nosotros mismos. Es decir nos hace un remedo de lo que somos, una falsa o virtual construcción.
Dicho en otro lenguaje, hemos sido niños ingenuos en la madre naturaleza, hemos sido adolescentes que sentían fuerte presión interna hacia el mundo heredado, experimentado entonces como una limitación irritante, en cuyo espejo aprendimos a vernos reflejados, a auto concebirnos y crearnos imágenes de nosotros mismos. Tradujimos toda esa fuerte tensión intracorporal a racionalización, a temporalidad.
Ahora nos toca volver a ser niños, pero esta vez conscientes de si, de cómo canalizamos los niveles crecientes de tensión, de energía vital. Concientes de las relaciones trascendentes al pensamiento o concepción mecánica y el maquinismo, el industrialismo resultante en que convertimos la vida y el mundo.
Todo este pensamiento puede aún resultarnos extemporáneo a la gran mayoría, pero no sería la primera vez que ello sucede. Basta ver en el espejo retrovisor cuantas veces hemos cambiado de modos de pensar creyendo que teníamos la felicidad al alcance de las manos, a Dios tomado por las barbas.
Y si queremos un nuevo hombre y mundo, un buen principio sería orientarnos a reconocer como hemos concebido y producido esta presente imagen de nosotros mismos, esta organización social o modelo mental. Porque si por acaso resultara que hemos sido sus ingenuos creadores, entonces verdaderamente estaríamos en capacidad de reconcebirnos, de recrearnos.
Otro tema que hoy resulta difícilmente compatible con la racionalidad, es el de la religión y el amor. Porque en un mundo de pedacitos, de piezas reemplazables de máquinas en continuo y chirriante conflicto y desgaste, pareciera que solo la lucha y el caos sin fin son nuestro inevitable destino.
Sin embargo, para un pensamiento orgánico, el todo y sus funciones o partes son estructurales, interdependientes, simultáneas e inevitablemente uno. Jamás se han separado ni dividido salvo en la concepción humana, sus creencias y hábitos resultantes.
Por lo tanto amor o unidad puede ser la sustancia y el nombre de la existencia, y religión la visión y la praxis por la cual la conciencia alienada puede reconocerlo y volver a experimentarlo, resolviendo y liberándose de sus sobre tensiones, espejismos y alucinaciones.
Escuchando los discursos de Evo Morales y Leonardo Boff en la ONU en el día de la Madre Tierra, recordé que hace años que vengo escribiendo que la existencia es una estructura de funciones interdependientes, que interactúa en simultaneidad. En sencillo eso quiere decir que todo está interactuando y relacionándose, accionando y reaccionando aquí y ahora, en presente.
Quiere decir que cualquier pequeña alteración afecta a todo el ecosistema orgánico completo y exige que todas sus funciones se ajusten y equilibren a cada alteración. Hablar de funciones en relación presente implica hablar de procesos, de dinámica. Lo cual hace incompatible nuestra concepción de cosas o personas aisladas, existentes allí afuera y siempre iguales a sí mismas.
Quiere decir que la existencia se comporta como un todo orgánico y no como un rompecabezas de partes o piezas que hay que ir armando. El “mecano” es simplemente la concepción de un pensamiento mecánico, una representación o imagen del mundo que se ha ido construyendo a medida que hemos ido cayendo en cuenta de esas interrelaciones.
Pero si la vida, cuerpos incluidos, fuese un mecano que opera o reacciona por partes, una por vez, sencillamente no existiríamos. Ya sea que pensemos en los miles de funciones que realiza simultáneamente un organismo para mantener su integridad, su equilibrio. Ya sea por la sensibilidad de una madre a las necesidades del recién nacido, eso resulta evidente.
En otras palabras, el “mecano” es una acumulación histórica social, una construcción generación tras generación de experiencia y conocimiento, que proyectamos mentalmente sobre la percepción del paisaje, sobre el mundo percibido, visto, olido, saboreado, palpado. Pero que obviamente no existe “en el mundo externo”, o en la información que los sentidos externos entregan y la conciencia organiza y relaciona en imágenes, en objetos.
Basta mirar atrás para enterarse que hace solo quinientos años en la transición medioevo-renacimiento, se ponen los fundamentos rudimentarios para el pensamiento científico. Antes predominaba el pensamiento mítico, dogmático, analógico, alegórico, asociativo, sin categorías racionales. El mundo y el ser humano no se pensaban ni trataban, no se medían como cosas, no se intentaba sacar el mayor provecho de ellos.
No estoy sacando conclusiones, ni diciendo que antes era mejor o lo es ahora, esa es una actividad que cada conciencia ha de realizar con plena libertad, porque caer en cuenta de lo que sentimos, pensamos y hacemos, ser concientes de nosotros mismos es la función superior y decisiva del ser humano dentro del ecosistema planetario. Y llegaron los tiempos de experimentar en carne propia, tomar decisiones, elegir direcciones de vida y dejar de preguntarle a papá lo que es mejor o peor para los niños.
Decía Leonardo Boff en su alocución, que hubo un tiempo en que la Madre Tierra o Pacha Mama era experimentada, sentida y pensada, tratada como una madre proveedora y protectora justamente, como un hogar, como un refugio. Pero llegó un momento en que comenzamos a sentirla como naturaleza salvaje, insensible, como un lugar agresivo e inhóspito. Y en consecuencia a querer conquistarla, domarla, doblegarla, controlarla.
Si observamos nuestra experiencia cotidiana esa transición no resulta tan extraña ni antigua. Porque eso es exactamente lo que experimentamos en la adolescencia. El hogar parental de la ingenua infancia se convierte ahora en algo demasiado estrecho, la madre, de cómoda y protectora pasa a ser anticuada y limitativa.
El padre, de ser un admirado dios todopoderoso se convierte en un simple humano, y muchas veces un mentiroso fracasado al que no deseamos parecernos por ningún motivo. Esa desilusión no se debe a cambios en los padres, sino a la activación de la sexualidad intracorporal.
Una poderosa energía cambia nuestros sistemas de tensiones y nos impulsa hacia el sexo opuesto, hacia el mundo. Se activa nuestra intencionalidad, deseamos tomar la iniciativa, experimentar de primera mano, hacer las cosas a nuestro modo. Ese es el fundamento biológico para la sustitución de lo viejo por lo nuevo, la renovación generacional.
Y claro está, a medida que el conocimiento se acumula y la ciencia produce más y más sofisticados ingenios, la educación se masifica e incluye al sexo femenino, la brecha generacional se acelera y amplía. No hace muchos decenios aún vivíamos una vida cíclica, campesina, y el pater familia administraba los bienes de la gran familia.
Hasta que no moría o se volvía incapaz de hacerlo, los hijos, nietos o bisnietos no podían tomar decisiones, las nuevas generaciones, casadas, con hijos y nietos o no, estaban sujetas a las viejas y su transmisión de hábitos y creencias. Termino de leer un artículo de cómo crían hoy en día a los animales domésticos.
Se busca la mayor eficiencia, la mayor transformación de alimentos en gramos de carne. Por lo cual los animales se inmovilizan en jaulas, se ilumina el ambiente para que no duerman, para que no pierdan tiempo en ir al matadero excitando aún más nuestra impaciencia. El resto no se los cuento, si les interesa busquen artículos al respecto para que s enteren de lo que es la eficiencia.
Tal vez ese es uno de los motivos de que las nuevas generaciones se estén volviendo vegetarianas. Comento esto porque hoy en día se habla de “formar y producir al hombre nuevo”. Yo ya nos imagino dentro de jaulas con juegos de luces, músicas, aromas y colores estudiados para estimular los efectos deseados.
Pero “la máquina de instituciones de transmisión cultural” de la etapa cíclica campesina, o de las modernas oficinas y fábricas en serie, no me parece muy diferente como intencionalidad de lograr nuestra máxima eficiencia en lo que sea que se desee y espere “sacar de nosotros”, incluyendo la conveniencia de reproducirnos o no.
Todo ello podría estudiarse como la intención de dar dirección a ese plus energético sexual adolescente e indómito, que ha de ser domado, reprimido. En última instancia esa parece ser una de las funciones con que cumple la memoria y la transmisión generacional de cultura. Y en los tiempos modernos, los medios masivos de comunicación que nos sugestionan poderosamente con su capacidad de impresionar visual y auditivamente en simultaneidad.
Si eso fuese así, una de las medidas del cambio anhelado habría de ser masificar más aún la educación, ampliar más aún la brecha generacional para poner las bases de la discontinuidad de una transmisión cultural hipnótica. En la que hoy estallan el temor, la violencia y sus fantasmas.
Pero más allá de ello estimular el caer en cuenta, la libertad de expresar lo que se siente y piensa cuando ello no implique daño para la vida. Más aún, la libertad de caer en cuenta de cómo lo que pensamos y hacemos, reproduce y nos encadena a los resultados que heredamos socialmente de generación en generación.
Entonces tal vez sería más interesante prestar atención, para caer en cuenta de cómo es que frustramos y postergamos el anhelo profundo de libertad humana, y terminamos produciendo al hombre cosa, encadenado a reproducir la continuidad de instituciones negándose a sí mismo. No es extraño que aumente la sicosis colectiva, la drogadicción, el alcoholismo, la corrupción y la delincuencia, cuando soñando libertad y felicidad, producimos cadenas más gruesas y pesadas cada día.
El señor Evo Morales, expresó ente muchos loables pensamientos y sentimientos, que la Pacha Mama era inclusive más importante que el ser humano, que ella podía arreglárselas perfectamente para existir sin nosotros, mientras que nosotros no. Por ende “nosotros éramos el problema, la piedra de tranca en el camino del planeta”.
Yo no lo expresaría exactamente así. De hecho cuando hablamos de la existencia como ecosistema orgánico, como estructuralidad de funciones que interactúan en simultaneidad, ya estamos dando por hecho que todas las funciones son manifestación simultánea, presente e imprescindible. En ese sentido ninguna es superior ni inferior, porque todas se afectan mutuamente y la continuidad de la existencia depende de su integridad.
Continuar hablando de partes separadas, externas, independientes, prescindibles, es claramente un arrastre y rezago de pensamiento mecánico, de mecanos mentales ajenos al testimonio que da la existencia. De hecho, hemos tomado miles de años para llegar nuevamente a tomar conciencia de que vivimos en un ecosistema planetario y declarar un día para recordarlo y festejarlo. O tal vez sufrirlo.
Esa ausencia absoluta de conciencia del espacio en el que somos, existimos y nos expresamos, se parece mucho al cuento o mito de Narciso que mirándose en el espejo de un lago se enamoró de su propia imagen, (se hizo una imagen de sí, se auto concibió), se ensimismó olvidando a su compañera que en venganza le hizo un hechizo o conjuro.
La interrelación entre todos los elementos del ecosistema del que os alienamos, es hoy evidente en la alteración del clima. Y el despertar del hechizo podríamos verlo como que creíamos que la dilapidación de recursos y el consumismo eran el mismo paraíso. Pero resulta que los recursos naturales no pueden reproducirse al ritmo que los consumimos y nos espera un agitado despertar del sueño y un necesario y veloz cambio de actitud y dirección de acción.
En consecuencia nuestra separación del ecosistema es solo una ilusión, sueño o mito mecanicista más, un error de concepción. Porque una vez más, los hechos demuestran que somos un ecosistema estructural de funciones interdependientes que interactúan en simultaneidad. No solamente en lo orgánico y natural como lo llamamos.
También la historia, (el conocimiento y la experiencia, las direcciones colectivas de acción), es acumulativa y se acelera produciendo la revolución económica y cultural y la sociedad global, continental y mundial. Es por eso que chocando con la fuerza de hechos desencadenada por nuestra ciencia y tecnología, llegamos inevitablemente a caer en cuenta de que vivimos en un ecosistema orgánico del que somos función, y hemos de reconocerlo y respetarlo, hemos de crecer en armonía como un todo estructural en dinámico proceso viviente.
Y en medio de, como concomitancia de esa actividad o acontecer global, ya que hablamos de simultaneidad, despierta una nueva sensibilidad que se manifiesta en los últimos diez años como nacionalizaciones de recursos naturales y servicios, como intencionalidad de distribuir mejor los dividendos públicos para palear la galopante pobreza y miseria social.
Su contra cara es un modelo económico de explotación y parasitismo, de creciente esclavitud del ser humano a sus instituciones sociales, de privatización de lo público y concentración de todos los recursos cada vez en menos manos. De crecientes hambrunas y desmoronamiento de un modelo, que de productivo se había convertido en especulativo.
Ahora, en medio de la caída libre de la economía mundial, se puede apreciar que todo ello no eran sino concomitancias de un mismo acontecer estructural, que no puede ser percibido ni entendido recogiendo y pegando pedacitos en el tiempo. Se pone en evidencia que nuestro modelo de la realidad, de la existencia, no es muy coherente con lo que la velocidad e intensidad de los hechos está forzando a entrar en el horizonte de conciencia.
Dentro de lo viejo que agotado está muriendo, y de lo nuevo que intenta nacer y desplazarlo se pueden apreciar dos tendencias básicas. La resistencia y autoafirmación de lo viejo, de la inercia némica, las instituciones culturales, los hábitos y creencias que se niegan a morir, a cambiar, y en consecuencia intentan generar la violencia y caos que los sustenta, que es su raíz, su método impositivo, autoritario.
De ese modo, particularmente en los países que intentan el cambio, poniendo al ser humano por prioridad, pero también en los que se prestaron a servir de base a la represión y persecución de lo nuevo, como en las décadas de los 60, 70 y 80, se pueden apreciar y reconocer los mismos métodos que antes nos pasaron desapercibidos a la gran mayoría.
Venezuela, Bolivia, Ecuador pueden servir de ejemplos más evidentes de lo primero, como en otro tiempo lo fueron Cuba, Nicaragua, Granada o Panamá. Mientras que México, Colombia y Perú se prestan a la paramilitarización, comercio de drogas y armas, expulsión de los campesinos de sus tierras, falseado de las elecciones, represión descarada, torturas y asesinatos. Manipulación de la información donde el victimario es presentado como la víctima.
Nada de ello es nuevo, solo que como sucede simultáneamente en muchos lugares y a velocidad e intensidad crecientes, es decir se globaliza; el contraste de las dos tendencias se hace evidente a la mirada de una misma generación, que despierta del ensueño en el que ha vivido y comienza a tomar conciencia del alcance de su dirección colectiva de acción.
Por eso digo que en esencia se trata de caer en cuenta, de conciencia de nuestras propias actividades, de conciencia de sí. De reconocimiento y revolución de nuestro pensamiento mecánico, de nuestras culturas e instituciones como fábricas y transmisoras de esclavitud, de cadenas.
Como modelos mentales, tropismos de pensamiento y conducta, hábitos y creencias que adoptamos ingenua, pasivamente, o que se imponen a base del conocido método de zanahorias y garrote, es decir por temor al castigo o la presión de chantajes emocionales variados.
Caer en cuenta de cómo es que soñando e intentando libertades y felicidades, hermandad, paz y justicia social, terminamos acumulando y encadenándonos a frustraciones, resentimientos, en fin sufrimiento mental. Todo ello es un tema de conciencia de los métodos de transmisión de experiencia y conocimiento generacional. De educación.
Y en esencia se trata de reconocer que un estado mental de temor y la cultura de la violencia resultante, se reproducen desapercibidamente por contagio. Alegorizando un poco podríamos decir que se transmiten en el aire que todos respiramos, de aliento a aliento, casi de boca a boca, de intimidad a intimidad.
Así que no se trata tanto de que estemos separados y solos en un mundo insensible, estúpido, agresivo e inhóspito. Sino que la inercia de violencia interna acumulada en memoria y transmitida de generación en generación, nos incapacita para la calidez y ternura, nos disciplina más bien para la subordinación y rigideces de un ejército social, que se mueve como un autómata sin conciencia al son de marciales marchas.
Se trata de que nuestra educación no ha puesto la prioridad en sentir, pensar, expresarnos con libertad, apuntando a caer en cuenta de la bondad o conflicto de los resultados. Materia prima de la cual la conciencia se nutre para discernir lo que le abre o cierra caminos en el mundo, decidiendo en consecuencia corregir o afirmar y desarrollar sus imágenes del mundo.
Sino más bien en respetar la autoridad, o más en concreto el temor al castigo de desobedecerla. En tragar los modelos heredados de transmisión de organización social, de lo bueno y lo malo, y repetirlos como loros, sin digerirlos. Para recibir el aplauso y beneplácito de la autoridad que se supone nos abre las puertas del mundo haciéndonos respetable y amables. Nos hace todo menos nosotros mismos. Es decir nos hace un remedo de lo que somos, una falsa o virtual construcción.
Dicho en otro lenguaje, hemos sido niños ingenuos en la madre naturaleza, hemos sido adolescentes que sentían fuerte presión interna hacia el mundo heredado, experimentado entonces como una limitación irritante, en cuyo espejo aprendimos a vernos reflejados, a auto concebirnos y crearnos imágenes de nosotros mismos. Tradujimos toda esa fuerte tensión intracorporal a racionalización, a temporalidad.
Ahora nos toca volver a ser niños, pero esta vez conscientes de si, de cómo canalizamos los niveles crecientes de tensión, de energía vital. Concientes de las relaciones trascendentes al pensamiento o concepción mecánica y el maquinismo, el industrialismo resultante en que convertimos la vida y el mundo.
Todo este pensamiento puede aún resultarnos extemporáneo a la gran mayoría, pero no sería la primera vez que ello sucede. Basta ver en el espejo retrovisor cuantas veces hemos cambiado de modos de pensar creyendo que teníamos la felicidad al alcance de las manos, a Dios tomado por las barbas.
Y si queremos un nuevo hombre y mundo, un buen principio sería orientarnos a reconocer como hemos concebido y producido esta presente imagen de nosotros mismos, esta organización social o modelo mental. Porque si por acaso resultara que hemos sido sus ingenuos creadores, entonces verdaderamente estaríamos en capacidad de reconcebirnos, de recrearnos.
Otro tema que hoy resulta difícilmente compatible con la racionalidad, es el de la religión y el amor. Porque en un mundo de pedacitos, de piezas reemplazables de máquinas en continuo y chirriante conflicto y desgaste, pareciera que solo la lucha y el caos sin fin son nuestro inevitable destino.
Sin embargo, para un pensamiento orgánico, el todo y sus funciones o partes son estructurales, interdependientes, simultáneas e inevitablemente uno. Jamás se han separado ni dividido salvo en la concepción humana, sus creencias y hábitos resultantes.
Por lo tanto amor o unidad puede ser la sustancia y el nombre de la existencia, y religión la visión y la praxis por la cual la conciencia alienada puede reconocerlo y volver a experimentarlo, resolviendo y liberándose de sus sobre tensiones, espejismos y alucinaciones.
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LPyC/28/04/2009
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