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Intentaré exponer algunas de las razones por las cuales considero que los ricos deberían pagar impuestos más elevados de los que pagan en este momento.
Pero antes quiero dejar claro que en este escrito me limito al impuesto sobre la renta de las personas físicas. Soy consciente de que esto no permite identificar adecuadamente al conjunto integrado por todas las personas que podríamos considerar ricas, dado que la riqueza se expresa a través de otros parámetros, además del de la renta.
En concreto, propongo incrementar los porcentajes en los tramos altos de los ingresos que excedan del millón de euros anuales. Por lo tanto, nada de lo que diré afecta de manera directa a las empresas (sean pequeñas o grandes) o a los trabajadores autónomos.
La primera razón tiene que ver con la equidad social. El periodo de tiempo transcurrido desde principios del decenio de 1980 se ha caracterizado por un rápido aumento de la desigualdad en los ingresos y por una acusada disminución de la presión fiscal sobre las rentas más elevadas. El incremento que propongo ayudaría a enderezar esta situación injusta. Ahora bien, como que la política fiscal no es la única herramienta correctora de las desigualdades, para que la medida fuera afectiva debería ir acompañada de una mejora de las rentas salariales más bajas.
La segunda, es una razón financiera. El crecimiento económico, el incremento del consumo y el boom inmobiliario de los últimos tiempos permitieron a las administraciones públicas disfrutar de una abundante fuente de ingresos a través de los impuestos indirectos. Ahora esta fuente, debido a la recesión, se ha agotado. No se trata, por lo tanto, de incrementar los impuestos para castigar a los más ricos, sino de buscar nuevos recursos de financiación.
La tercera razón afecta a la justicia social. No es de recibo que mientras el Estado destina recursos a las instituciones financieros y a las grandes empresas, se permita que los directivos y los accionistas de estas u otras empresas no incrementen su aportación a las arcas del Estado. La progresividad fiscal es posiblemente la manera menos distorsionadora de distribuir los sacrificios para superar la crisis económica.
La cuarta razón penetra en el terreno de los contenidos ideológicos. El neoliberalismo ha presentado las rebajas fiscales para las rentas más altas como un mecanismo eficiente que motiva a los directivos de las empresas e incrementa su productividad. Los acontecimientos de los últimos años indican lo contrario: las posibilitados de enriquecimiento rápido han propiciado la codicia y las actuaciones fraudulentas. Los altos directivos sólo han permanecido atentos ante las operaciones de recorrido corto, desentendiéndose de los efectos que su conducta pudiera tener a posteriori.
La quinta razón sería política. Las clases dominantes han hecho un esfuerzo para predicar, primero, la desaparición de la lucha de clases. A continuación han ampliado su línea de argumentos teorizando que ya no había diferencias entre derechas e izquierdas. En unos momentos como los actuales, en los que aún no existe una posibilidad inmediata de acabar definitivamente con el sistema capitalista, una de las manera más eficientes de hacer políticas de izquierda y de defender a la clase trabajadora es procurando una nueva distribución del pastel más favorable para los explotados, independientemente de las dimensiones que ahora tenga este pastel.
Pero antes quiero dejar claro que en este escrito me limito al impuesto sobre la renta de las personas físicas. Soy consciente de que esto no permite identificar adecuadamente al conjunto integrado por todas las personas que podríamos considerar ricas, dado que la riqueza se expresa a través de otros parámetros, además del de la renta.
En concreto, propongo incrementar los porcentajes en los tramos altos de los ingresos que excedan del millón de euros anuales. Por lo tanto, nada de lo que diré afecta de manera directa a las empresas (sean pequeñas o grandes) o a los trabajadores autónomos.
La primera razón tiene que ver con la equidad social. El periodo de tiempo transcurrido desde principios del decenio de 1980 se ha caracterizado por un rápido aumento de la desigualdad en los ingresos y por una acusada disminución de la presión fiscal sobre las rentas más elevadas. El incremento que propongo ayudaría a enderezar esta situación injusta. Ahora bien, como que la política fiscal no es la única herramienta correctora de las desigualdades, para que la medida fuera afectiva debería ir acompañada de una mejora de las rentas salariales más bajas.
La segunda, es una razón financiera. El crecimiento económico, el incremento del consumo y el boom inmobiliario de los últimos tiempos permitieron a las administraciones públicas disfrutar de una abundante fuente de ingresos a través de los impuestos indirectos. Ahora esta fuente, debido a la recesión, se ha agotado. No se trata, por lo tanto, de incrementar los impuestos para castigar a los más ricos, sino de buscar nuevos recursos de financiación.
La tercera razón afecta a la justicia social. No es de recibo que mientras el Estado destina recursos a las instituciones financieros y a las grandes empresas, se permita que los directivos y los accionistas de estas u otras empresas no incrementen su aportación a las arcas del Estado. La progresividad fiscal es posiblemente la manera menos distorsionadora de distribuir los sacrificios para superar la crisis económica.
La cuarta razón penetra en el terreno de los contenidos ideológicos. El neoliberalismo ha presentado las rebajas fiscales para las rentas más altas como un mecanismo eficiente que motiva a los directivos de las empresas e incrementa su productividad. Los acontecimientos de los últimos años indican lo contrario: las posibilitados de enriquecimiento rápido han propiciado la codicia y las actuaciones fraudulentas. Los altos directivos sólo han permanecido atentos ante las operaciones de recorrido corto, desentendiéndose de los efectos que su conducta pudiera tener a posteriori.
La quinta razón sería política. Las clases dominantes han hecho un esfuerzo para predicar, primero, la desaparición de la lucha de clases. A continuación han ampliado su línea de argumentos teorizando que ya no había diferencias entre derechas e izquierdas. En unos momentos como los actuales, en los que aún no existe una posibilidad inmediata de acabar definitivamente con el sistema capitalista, una de las manera más eficientes de hacer políticas de izquierda y de defender a la clase trabajadora es procurando una nueva distribución del pastel más favorable para los explotados, independientemente de las dimensiones que ahora tenga este pastel.
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LQSomos. Antoni Puig Solé. Julio de 2009.
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LQSomos/15/07/2009
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