El fracaso de la “cultura” subvencionada
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A nadie se esconde que los recursos públicos destinados al impulso de la cultura en Canarias son extremadamente insuficientes. Aún así, lo poco que hay se despilfarra de forma lamentable, sin otra planificación ni otros objetivos que el capricho del político burgués de turno o, peor aún, del amigo “entendido” de ese político, normalmente escaso en capacidad intelectual. El resultado es un desierto cultural, cuando no una ciénaga pestilente, completamente separada de la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
Desde luego, la principal estocada se la da un sistema educativo en manos de verdaderos enemigos de la educación y de la cultura. De quienes desprecian la producción cultural canaria, a nuestros creadores y a todo aquello que no suponga una inmediata rentabilidad electoral. Por eso es harto difícil que nuestras muchachas y muchachos sepan siquiera de la existencia de la obra de los creadores canarios. En nuestras escuelas (y lo que es peor, en nuestras universidades) no existen ni ellos ni su obra. Mucho “Barco de Vapor” y pocos libros de autores canarios. Pero qué decir de un sistema en el que se borra del bachiller hasta la débil y optativa Historia de Canarias.
La televisión autonómica, que devora miles de millones de euros, es una auténtica máquina de telebasura para beneficio de productoras españolas. Salvo los informativos, auténticos partes de guerra del oficialismo CC-PP. No contamos con circuitos estables de música, ni de teatro, ni de artes plásticas. Si le caes bien al jerifalte de turno, puede que arregles alguna actuación o que el ayuntamiento te compre una escultura. O que te caiga una subvención. Todo sujeto al capricho o a la sumisión ideológica y política. En general se prefiere dar el “golpe” trayendo alguna mediocridad de las que salen en los canales televisivos estatales.
En el terreno de la literatura la situación es escandalosa. Por un lado, todas las instituciones se han arrogado el papel de editoriales. Cada ayuntamiento, cabildo y consejería del gobierno autonómico edita los libros que le da la gana, generalmente con criterios de puro amiguismo. Esos libros se pudren luego en oscuros almacenes, sin distribución. Pero “qué bien hemos quedado”. La otra cara de este fenómeno la presentan unas pocas editoriales privadas que viven total y absolutamente de las subvenciones públicas. Incluso alguna que empezó como proyecto colectivo, ha terminado siendo un mero proyecto de supervivencia personal.
El mecanismo es el siguiente. Manda usted un libro a una de esas editoriales. El editor presenta el libro como “proyecto” al gobierno autonómico. Si además usted es de un pueblo, se hace lo mismo en el correspondiente ayuntamiento. El asunto es recabar el mayor número de subvenciones posibles. Si no se consiguen, se rechazará su libro, independientemente de su calidad. Si se aprueban las subvenciones suficientes para cubrir la tirada y dar beneficios, el libro se publica.
Llegados a este punto, poco importa que se distribuya o no: el “objetivo editorial” está conseguido y el negocio hecho. El editor ya da por descontado que, para los pocos que se van a vender, no merece la pena molestarse con la distribución. Las librerías ponen en sus escaparates los libros que les imponen las empresas editoras y distribuidoras españolas. El que le aparezca por allí el desgraciado escritor (que tiene que gestionarse el mismo la distribución) no es sino una molestia. El potencial comprador no sabe de la existencia del libro. Éste difícilmente llega a las bibliotecas públicas. No se acerca ni a las escuelas ni a la universidad. Mucho menos consigue sobrepasar el territorio del Archipiélago. Ni siquiera el de una sola isla. Se convierte en deshecho.
La cosa puede ser aún peor: la editorial te ofrece publicar si pagas tú la edición. Sin distribución, claro: volvemos al mismo punto. Pero publicar es lo más fácil. Muchos escritores recurren a la autoedición. El problema sigue siendo la distribución. Y, desde luego, el robo que a nuestra gente se hace, hurtándole la producción, la reflexión y el deleite de nuestros creadores. Un auténtico fracaso como pueblo.
Desde hace muchos años, algunos venimos exigiendo la creación de un Instituto Canario del Libro. No para editar sino, precisamente, para distribuir los libros ya editados en las Islas, tanto dentro como fuera de Canarias. No es difícil ni caro. Basta enviarlos a una serie de universidades y librerías de Latinoamérica y España, así como a los principales Departamentos de Español de universidades de países con otro idioma. Claro que, de esta forma, el clientelismo editorial no ha lugar.
Mientras tanto, a seguir despilfarrando los escasísimos dineros para cultura en mero amiguismo y politiquería clientelar. Y encima, a “solidarizarse” con alguno de estos vampiros culturales cuando les reducen las subvenciones, esas dosis de nuestra propia sangre con las que siguen parasitándonos.
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A nadie se esconde que los recursos públicos destinados al impulso de la cultura en Canarias son extremadamente insuficientes. Aún así, lo poco que hay se despilfarra de forma lamentable, sin otra planificación ni otros objetivos que el capricho del político burgués de turno o, peor aún, del amigo “entendido” de ese político, normalmente escaso en capacidad intelectual. El resultado es un desierto cultural, cuando no una ciénaga pestilente, completamente separada de la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
Desde luego, la principal estocada se la da un sistema educativo en manos de verdaderos enemigos de la educación y de la cultura. De quienes desprecian la producción cultural canaria, a nuestros creadores y a todo aquello que no suponga una inmediata rentabilidad electoral. Por eso es harto difícil que nuestras muchachas y muchachos sepan siquiera de la existencia de la obra de los creadores canarios. En nuestras escuelas (y lo que es peor, en nuestras universidades) no existen ni ellos ni su obra. Mucho “Barco de Vapor” y pocos libros de autores canarios. Pero qué decir de un sistema en el que se borra del bachiller hasta la débil y optativa Historia de Canarias.
La televisión autonómica, que devora miles de millones de euros, es una auténtica máquina de telebasura para beneficio de productoras españolas. Salvo los informativos, auténticos partes de guerra del oficialismo CC-PP. No contamos con circuitos estables de música, ni de teatro, ni de artes plásticas. Si le caes bien al jerifalte de turno, puede que arregles alguna actuación o que el ayuntamiento te compre una escultura. O que te caiga una subvención. Todo sujeto al capricho o a la sumisión ideológica y política. En general se prefiere dar el “golpe” trayendo alguna mediocridad de las que salen en los canales televisivos estatales.
En el terreno de la literatura la situación es escandalosa. Por un lado, todas las instituciones se han arrogado el papel de editoriales. Cada ayuntamiento, cabildo y consejería del gobierno autonómico edita los libros que le da la gana, generalmente con criterios de puro amiguismo. Esos libros se pudren luego en oscuros almacenes, sin distribución. Pero “qué bien hemos quedado”. La otra cara de este fenómeno la presentan unas pocas editoriales privadas que viven total y absolutamente de las subvenciones públicas. Incluso alguna que empezó como proyecto colectivo, ha terminado siendo un mero proyecto de supervivencia personal.
El mecanismo es el siguiente. Manda usted un libro a una de esas editoriales. El editor presenta el libro como “proyecto” al gobierno autonómico. Si además usted es de un pueblo, se hace lo mismo en el correspondiente ayuntamiento. El asunto es recabar el mayor número de subvenciones posibles. Si no se consiguen, se rechazará su libro, independientemente de su calidad. Si se aprueban las subvenciones suficientes para cubrir la tirada y dar beneficios, el libro se publica.
Llegados a este punto, poco importa que se distribuya o no: el “objetivo editorial” está conseguido y el negocio hecho. El editor ya da por descontado que, para los pocos que se van a vender, no merece la pena molestarse con la distribución. Las librerías ponen en sus escaparates los libros que les imponen las empresas editoras y distribuidoras españolas. El que le aparezca por allí el desgraciado escritor (que tiene que gestionarse el mismo la distribución) no es sino una molestia. El potencial comprador no sabe de la existencia del libro. Éste difícilmente llega a las bibliotecas públicas. No se acerca ni a las escuelas ni a la universidad. Mucho menos consigue sobrepasar el territorio del Archipiélago. Ni siquiera el de una sola isla. Se convierte en deshecho.
La cosa puede ser aún peor: la editorial te ofrece publicar si pagas tú la edición. Sin distribución, claro: volvemos al mismo punto. Pero publicar es lo más fácil. Muchos escritores recurren a la autoedición. El problema sigue siendo la distribución. Y, desde luego, el robo que a nuestra gente se hace, hurtándole la producción, la reflexión y el deleite de nuestros creadores. Un auténtico fracaso como pueblo.
Desde hace muchos años, algunos venimos exigiendo la creación de un Instituto Canario del Libro. No para editar sino, precisamente, para distribuir los libros ya editados en las Islas, tanto dentro como fuera de Canarias. No es difícil ni caro. Basta enviarlos a una serie de universidades y librerías de Latinoamérica y España, así como a los principales Departamentos de Español de universidades de países con otro idioma. Claro que, de esta forma, el clientelismo editorial no ha lugar.
Mientras tanto, a seguir despilfarrando los escasísimos dineros para cultura en mero amiguismo y politiquería clientelar. Y encima, a “solidarizarse” con alguno de estos vampiros culturales cuando les reducen las subvenciones, esas dosis de nuestra propia sangre con las que siguen parasitándonos.
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(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del PRCC
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LQSomos/21/07/2009
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