VICENÇ NAVARRO*
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La publicación de mi artículo “Por qué votan a la ultraderecha” (Público, 18-06-09) hace dos semanas ha creado un gran revuelo dentro y fuera de estas páginas que continúa en la Red. Subrayaba en aquel artículo que una de las causas de que sectores de la clase trabajadora votaran a derecha y ultraderecha era la gran inseguridad laboral y social que tales sectores tienen, y que se perciben amenazados por los inmigrantes, con los cuales compiten por puestos de trabajo y recursos sociales. La respuesta al artículo ha sido intensa. Pero, antes de responder, quisiera aclarar una nota biográfica. En mi juventud, en los años sesenta, escogí trabajar como médico en el barrio más pobre y con mayor número de inmigrantes que existía en la Barcelona de entonces: el Somorrostro. Después, cuando trabajé en EEUU (después de un periodo de exilio en Suecia y Gran Bretaña), combiné mis responsabilidades académicas con mi asesoría a Jesse Jackson Sr. (dirigente del Rainbow Coalition –la coalición de derechos civiles de EEUU–), discípulo predilecto y sucesor de Martin Luther King. Espero que estos antecedentes aclaren mi actitud personal en la defensa de los derechos de los inmigrantes, sean de la raza que sean.
Dicho esto, creo que algunas de las respuestas al artículo no parecen apercibirse de que el empresariado ha estado utilizando la inmigración (y el racismo que esta puede estimular) para dividir a la clase trabajadora, objetivo que ha sido facilitado por la enorme inseguridad que existe en las clases trabajadoras de la mayoría de países de la Unión Europea (UE), y muy en particular en el sur de Europa, donde las izquierdas han sido relativamente débiles. Han sido los países nórdicos, donde las izquierdas han sido más poderosas, los que han experimentado menos tensiones raciales. La causa de ello es precisamente que estos países son los que garantizan mayor seguridad laboral y protección social a todos sus ciudadanos, consecuencia de la fuerza de los sindicatos y de los partidos de centro izquierda e izquierda, que han gobernado aquellos países por períodos de tiempo más largos desde la II Guerra Mundial.
Tuve el gran privilegio, durante mi vida en el exilio, de conocer en Suecia a dos economistas –Gunnar y Alva Myrdal– que tuvieron una gran influencia en mí cuando cambié de carrera y pasé a estudiar Economía. Ambos eran economistas (Gunnar Myrdal recibió el Premio Nobel de Economía en 1974) que influenciaron en gran manera en las políticas económicas y sociales de Suecia y otros países escandinavos. Cuando, en los años cincuenta, el Estado sueco se apercibió de la posible escasez de recursos humanos, los Myrdal aconsejaron al Gobierno socialdemócrata sueco a que estimulara la entrada masiva de la mujer al mercado de trabajo, mediante el desarrollo de una extensa infraestructura de servicios a las familias que permitiera a sus miembros compaginar las responsabilidades familiares con sus proyectos laborales. El Gobierno sueco les hizo caso y creó la red más extensa que haya existido en Europa de escuelas de infancia y servicios domiciliarios, que ayudaron a las familias y a sus miembros a integrarse en el mercado laboral. El porcentaje de mujeres en el mercado laboral alcanzó las cifras de participación laboral semejante a la de los hombres (82%) en sólo diez años. Cuando esto ocurrió, se abrieron entonces las fronteras suecas de una manera muy selectiva, permitiendo la entrada de inmigrantes de países con afinidades culturales semejantes a las existentes en Suecia. Hasta 1995, la mitad de los inmigrantes en Suecia eran finlandeses. Esta entrada de inmigrantes fue acompañada de una campaña de producción de viviendas (un millón de viviendas en un país que tenía entonces siete millones de habitantes) que estaban disponibles para todos los ciudadanos y no sólo para los ciudadanos de bajas rentas o inmigrantes. El Gobierno socialdemócrata promocionó a la vez políticas de pleno empleo, con prohibición de salarios bajos. Se evitó, con ello, crear guetos de inmigrantes, y también se dificultó que se utilizara a los inmigrantes para bajar los salarios. Por cierto, esta prohibición de salarios bajos fue una de las mayores causas de que aumentara la productividad. Cuando al empresario se le dificulta que pague salarios bajos, invierte en sus puestos de trabajo para aumentar la productividad y poder producir más con menos trabajadores. Cuando, por el contrario, el empresario tiene a su disposición un gran número de personas dispuestas a trabajar con salarios bajos y condiciones laborales pobres, no tiene ningún estímulo para aumentar su productividad. Esto es lo que ha pasado en España durante el periodo de rápido crecimiento basado en mano de obra barata, con un gran porcentaje de inmigrantes.
Esta no fue la vía escogida en Suecia, donde los sindicatos y las izquierdas eran fuertes. El Gobierno socialdemócrata no permitió que los salarios fueran bajos. En realidad, todo trabajador tenía que recibir el mismo salario por el mismo tipo de trabajo, independientemente del lugar de trabajo y de la empresa. Esta medida, conocida como la Norma Meidner, estimuló la capacidad productiva del país. Y promocionó a todos los trabajadores, beneficiando también a los inmigrantes.
Estas políticas explican que haya existido una integración exitosa de los inmigrantes y que no hayan aparecido grandes tensiones raciales en aquel país. Ahora bien, la desregulación de los mercados de trabajo, desarrollada por la coalición conservadora-liberal que ha gobernado Suecia estos últimos años, ha generado tensiones raciales, confirmando aquel principio que anuncié en mi previo artículo: a más inseguridad laboral y menor protección social, mayor caldo de cultivo para el racismo.
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*Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de ‘Public Policy’ en The Johns Hopkins University
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Ilustración de Gallardo
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La publicación de mi artículo “Por qué votan a la ultraderecha” (Público, 18-06-09) hace dos semanas ha creado un gran revuelo dentro y fuera de estas páginas que continúa en la Red. Subrayaba en aquel artículo que una de las causas de que sectores de la clase trabajadora votaran a derecha y ultraderecha era la gran inseguridad laboral y social que tales sectores tienen, y que se perciben amenazados por los inmigrantes, con los cuales compiten por puestos de trabajo y recursos sociales. La respuesta al artículo ha sido intensa. Pero, antes de responder, quisiera aclarar una nota biográfica. En mi juventud, en los años sesenta, escogí trabajar como médico en el barrio más pobre y con mayor número de inmigrantes que existía en la Barcelona de entonces: el Somorrostro. Después, cuando trabajé en EEUU (después de un periodo de exilio en Suecia y Gran Bretaña), combiné mis responsabilidades académicas con mi asesoría a Jesse Jackson Sr. (dirigente del Rainbow Coalition –la coalición de derechos civiles de EEUU–), discípulo predilecto y sucesor de Martin Luther King. Espero que estos antecedentes aclaren mi actitud personal en la defensa de los derechos de los inmigrantes, sean de la raza que sean.
Dicho esto, creo que algunas de las respuestas al artículo no parecen apercibirse de que el empresariado ha estado utilizando la inmigración (y el racismo que esta puede estimular) para dividir a la clase trabajadora, objetivo que ha sido facilitado por la enorme inseguridad que existe en las clases trabajadoras de la mayoría de países de la Unión Europea (UE), y muy en particular en el sur de Europa, donde las izquierdas han sido relativamente débiles. Han sido los países nórdicos, donde las izquierdas han sido más poderosas, los que han experimentado menos tensiones raciales. La causa de ello es precisamente que estos países son los que garantizan mayor seguridad laboral y protección social a todos sus ciudadanos, consecuencia de la fuerza de los sindicatos y de los partidos de centro izquierda e izquierda, que han gobernado aquellos países por períodos de tiempo más largos desde la II Guerra Mundial.
Tuve el gran privilegio, durante mi vida en el exilio, de conocer en Suecia a dos economistas –Gunnar y Alva Myrdal– que tuvieron una gran influencia en mí cuando cambié de carrera y pasé a estudiar Economía. Ambos eran economistas (Gunnar Myrdal recibió el Premio Nobel de Economía en 1974) que influenciaron en gran manera en las políticas económicas y sociales de Suecia y otros países escandinavos. Cuando, en los años cincuenta, el Estado sueco se apercibió de la posible escasez de recursos humanos, los Myrdal aconsejaron al Gobierno socialdemócrata sueco a que estimulara la entrada masiva de la mujer al mercado de trabajo, mediante el desarrollo de una extensa infraestructura de servicios a las familias que permitiera a sus miembros compaginar las responsabilidades familiares con sus proyectos laborales. El Gobierno sueco les hizo caso y creó la red más extensa que haya existido en Europa de escuelas de infancia y servicios domiciliarios, que ayudaron a las familias y a sus miembros a integrarse en el mercado laboral. El porcentaje de mujeres en el mercado laboral alcanzó las cifras de participación laboral semejante a la de los hombres (82%) en sólo diez años. Cuando esto ocurrió, se abrieron entonces las fronteras suecas de una manera muy selectiva, permitiendo la entrada de inmigrantes de países con afinidades culturales semejantes a las existentes en Suecia. Hasta 1995, la mitad de los inmigrantes en Suecia eran finlandeses. Esta entrada de inmigrantes fue acompañada de una campaña de producción de viviendas (un millón de viviendas en un país que tenía entonces siete millones de habitantes) que estaban disponibles para todos los ciudadanos y no sólo para los ciudadanos de bajas rentas o inmigrantes. El Gobierno socialdemócrata promocionó a la vez políticas de pleno empleo, con prohibición de salarios bajos. Se evitó, con ello, crear guetos de inmigrantes, y también se dificultó que se utilizara a los inmigrantes para bajar los salarios. Por cierto, esta prohibición de salarios bajos fue una de las mayores causas de que aumentara la productividad. Cuando al empresario se le dificulta que pague salarios bajos, invierte en sus puestos de trabajo para aumentar la productividad y poder producir más con menos trabajadores. Cuando, por el contrario, el empresario tiene a su disposición un gran número de personas dispuestas a trabajar con salarios bajos y condiciones laborales pobres, no tiene ningún estímulo para aumentar su productividad. Esto es lo que ha pasado en España durante el periodo de rápido crecimiento basado en mano de obra barata, con un gran porcentaje de inmigrantes.
Esta no fue la vía escogida en Suecia, donde los sindicatos y las izquierdas eran fuertes. El Gobierno socialdemócrata no permitió que los salarios fueran bajos. En realidad, todo trabajador tenía que recibir el mismo salario por el mismo tipo de trabajo, independientemente del lugar de trabajo y de la empresa. Esta medida, conocida como la Norma Meidner, estimuló la capacidad productiva del país. Y promocionó a todos los trabajadores, beneficiando también a los inmigrantes.
Estas políticas explican que haya existido una integración exitosa de los inmigrantes y que no hayan aparecido grandes tensiones raciales en aquel país. Ahora bien, la desregulación de los mercados de trabajo, desarrollada por la coalición conservadora-liberal que ha gobernado Suecia estos últimos años, ha generado tensiones raciales, confirmando aquel principio que anuncié en mi previo artículo: a más inseguridad laboral y menor protección social, mayor caldo de cultivo para el racismo.
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*Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de ‘Public Policy’ en The Johns Hopkins University
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Ilustración de Gallardo
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Público - España/02/07/2009
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