¿Sobrepasamiento y colapso del sistema mundial?
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Hoy en día en todos los países y foros se habla de desarrollo-crecimiento como nunca antes. Es una obsesión que nos acompaña por lo menos desde hace tres siglos. Ahora que se ha producido el colapso económico, la idea ha vuelto con renovado vigor, porque la lógica del sistema no permite, sin autonegarse, abandonar esa idea-matriz. ¡Ay de las economías que no consigan rehacer sus niveles de desarrollo-crecimiento! Van a sucumbir junto a una eventual tragedia ecológica y humanitaria.
Pero tenemos que decirlo con todas las letras: retomar esa idea es una trampa en la que está cayendo la mayoría, inclusive Benedicto XVI en su reciente encíclica Caritas in veritate, dedicada al desarrollo. Esto puede verificarse casi de manera unánime en los discursos de los representantes de los 192 pueblos presentes en la reunión de la ONU a finales de junio. La gran excepción, que causó asombro, fue el discurso inicial y final del presidente de la Asamblea General, Miguel d’Escoto, que pensó hacia delante en la lógica de otro paradigma de relación Tierra-Vida-Humanidad, y subordinando el desarrollo al servicio de estas realidades centrales. Del resto no se oía otra cosa: hay que retomar el desarrollo-crecimiento, si no la crisis se perenniza.
¿Por qué digo que es una trampa? Porque para alcanzar los índices mínimos de desarrollo-crecimiento del 2% anual previsto, necesitaríamos dentro de poco dos Tierras iguales a la que tenemos. No lo digo yo, lo dijo el expresidente francés Jacques Chirac cuando el IPCC publicó en Paris el 2 de febrero de 2007 los resultados del calentamiento global. Lo repiten con frecuencia el renombrado biólogo Edgard Wilson y el formulador de la teoría de la Tierra como Gaia, James Lovelock, entre otros. La Tierra está dando señales inequívocas de estrés generalizado. Hay límites que no se pueden sobrepasar.
Recientemente, el Secretario de la ONU, Ban-Ki-Moon advirtió a los pueblos de que solamente tenemos unos diez años para salvar a la civilización humana de una castástrofe ecológica planetaria. En un número reciente de la revista Nature, un prestigioso grupo de científicos publicó un informe sobre «Los límites del planeta» (planetary boundaries) en el que afirmaban que en varios ecosistemas de la Tierra estamos llegando punto de no retorno (tipping point) con referencia a la desertificación, la fusión de los cascos polares y del Himalaya, y a la creciente acidez de los océanos. Cabe aquí citar, en mi opinión, el mejor fundamentado estudio de los autores del legendario Los límites del crecimiento del Club de Roma de 1972: D. Meadows y J. Randers. Su libro de 1991 tiene un título que es una llamada de alerta: Mas allá de los límites: colapso total o un futuro sostenible.
La tesis de estos autores es que la excesiva aceleración del desarrollo-crecimiento de las últimas décadas, del consumo y del desperdicio, nos han hecho conocer los límites ecológicos de la Tierra. No hay técnica ni modelo económico que garantice la sostenibilidad del proyecto actual. El economista Ignacy Sachs, amigo de Brasil, uno de los pocos que propone un ecosociodesarrollo comenta: «No se puede excluir la idea de que, por exceso de aplicación de racionalidad parcial, acabemos en una línea de irracionalidad global suicida» («Forum», junio 2009 p.19). Ya he afirmado en este espacio que la cultura del capital tiene una tendencia autosuicida. Prefiere morir a cambiar, arrastrando a otros consigo.
Los formuladores de la visión sistémica llaman a este fenómeno sobrepasamiento y colapso. Es decir, sobrepasamos los límites y nos dirigimos hacia un colapso.
¿Estaré siendo pesimista? Respondo con José Saramago: «no soy pesimista, la realidad es la que es pésima». Efectivamente: o abandonamos el barco del desarrollo insostenible en dirección a lo que la Carta de la Tierra llama «un modo sostenible de vivir» y los andinos «el bien vivir», o vamos a tener que aceptar el riesgo de ser despedidos de este planeta.
Pero como el universo está hecho de virtualidades todavía no ensayadas, esperamos que surja una que nos salve a todos.
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Hoy en día en todos los países y foros se habla de desarrollo-crecimiento como nunca antes. Es una obsesión que nos acompaña por lo menos desde hace tres siglos. Ahora que se ha producido el colapso económico, la idea ha vuelto con renovado vigor, porque la lógica del sistema no permite, sin autonegarse, abandonar esa idea-matriz. ¡Ay de las economías que no consigan rehacer sus niveles de desarrollo-crecimiento! Van a sucumbir junto a una eventual tragedia ecológica y humanitaria.
Pero tenemos que decirlo con todas las letras: retomar esa idea es una trampa en la que está cayendo la mayoría, inclusive Benedicto XVI en su reciente encíclica Caritas in veritate, dedicada al desarrollo. Esto puede verificarse casi de manera unánime en los discursos de los representantes de los 192 pueblos presentes en la reunión de la ONU a finales de junio. La gran excepción, que causó asombro, fue el discurso inicial y final del presidente de la Asamblea General, Miguel d’Escoto, que pensó hacia delante en la lógica de otro paradigma de relación Tierra-Vida-Humanidad, y subordinando el desarrollo al servicio de estas realidades centrales. Del resto no se oía otra cosa: hay que retomar el desarrollo-crecimiento, si no la crisis se perenniza.
¿Por qué digo que es una trampa? Porque para alcanzar los índices mínimos de desarrollo-crecimiento del 2% anual previsto, necesitaríamos dentro de poco dos Tierras iguales a la que tenemos. No lo digo yo, lo dijo el expresidente francés Jacques Chirac cuando el IPCC publicó en Paris el 2 de febrero de 2007 los resultados del calentamiento global. Lo repiten con frecuencia el renombrado biólogo Edgard Wilson y el formulador de la teoría de la Tierra como Gaia, James Lovelock, entre otros. La Tierra está dando señales inequívocas de estrés generalizado. Hay límites que no se pueden sobrepasar.
Recientemente, el Secretario de la ONU, Ban-Ki-Moon advirtió a los pueblos de que solamente tenemos unos diez años para salvar a la civilización humana de una castástrofe ecológica planetaria. En un número reciente de la revista Nature, un prestigioso grupo de científicos publicó un informe sobre «Los límites del planeta» (planetary boundaries) en el que afirmaban que en varios ecosistemas de la Tierra estamos llegando punto de no retorno (tipping point) con referencia a la desertificación, la fusión de los cascos polares y del Himalaya, y a la creciente acidez de los océanos. Cabe aquí citar, en mi opinión, el mejor fundamentado estudio de los autores del legendario Los límites del crecimiento del Club de Roma de 1972: D. Meadows y J. Randers. Su libro de 1991 tiene un título que es una llamada de alerta: Mas allá de los límites: colapso total o un futuro sostenible.
La tesis de estos autores es que la excesiva aceleración del desarrollo-crecimiento de las últimas décadas, del consumo y del desperdicio, nos han hecho conocer los límites ecológicos de la Tierra. No hay técnica ni modelo económico que garantice la sostenibilidad del proyecto actual. El economista Ignacy Sachs, amigo de Brasil, uno de los pocos que propone un ecosociodesarrollo comenta: «No se puede excluir la idea de que, por exceso de aplicación de racionalidad parcial, acabemos en una línea de irracionalidad global suicida» («Forum», junio 2009 p.19). Ya he afirmado en este espacio que la cultura del capital tiene una tendencia autosuicida. Prefiere morir a cambiar, arrastrando a otros consigo.
Los formuladores de la visión sistémica llaman a este fenómeno sobrepasamiento y colapso. Es decir, sobrepasamos los límites y nos dirigimos hacia un colapso.
¿Estaré siendo pesimista? Respondo con José Saramago: «no soy pesimista, la realidad es la que es pésima». Efectivamente: o abandonamos el barco del desarrollo insostenible en dirección a lo que la Carta de la Tierra llama «un modo sostenible de vivir» y los andinos «el bien vivir», o vamos a tener que aceptar el riesgo de ser despedidos de este planeta.
Pero como el universo está hecho de virtualidades todavía no ensayadas, esperamos que surja una que nos salve a todos.
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LQSomos.Leonardo Boff. Agosto de 2009.
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LQSomos/07/08/2009
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