13/8/09

Si ya pasó lo peor, ¿qué viene ahora?

Por: Mauricio Reyna
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¿Usted cree que lo peor de la crisis ya pasó? No es el único... en los últimos días ha habido una oleada de optimismo económico sorprendente. Y no me refiero sólo a los entusiastas comentarios del equipo económico de Barack Obama, sino a los de observadores críticos como Paul Krugman y el mismísimo profeta del desastre, Nouriel Roubini: palabras más, palabras menos, todos han dicho que lo peor ya pasó. Algo parecido ha sucedido en Colombia, donde la mayoría de los analistas piensa que el segundo semestre será mejor que el primero, y que ya estamos tocando fondo para volver a emerger como el Fénix de sus cenizas.

En este contexto, cualquiera que se limite a leer en la mañana los titulares de los periódicos saldrá a trabajar pensando que la economía volverá a la normalidad en cuestión de meses. Pues resulta que las cosas no son tan simples. Al margen de lo que cada cual entienda por normalidad, lo cierto es que la economía mundial está entrando en terrenos desconocidos. Es posible que las autoridades hayan evitado que la economía cayera al abismo, como lo afirmó hace pocos días Larry Summers (consejero económico de Barack Obama), pero el resultado de esa maniobra es que ahora nos encontramos en un pantano del que no será fácil salir sin manchas ni rasguños.

¿Y cómo es ese pantano? La respuesta no es sencilla, porque la economía enfrenta problemas que nunca antes había encarado. Por eso son tan oportunos los espacios de reflexión y análisis como el que propició el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR) junto con la Corporación Andina de Fomento (CAF) a comienzos de esta semana en Cartagena. Allí se reunió un grupo de economistas nacionales e internacionales a discutir qué lecciones ha dejado la presente crisis y qué retos impone lo que vendrá. El espectro analítico fue amplio, desde posiciones de corte monetarista como las de Arnold Harberger y Jacob Frenkel, hasta perspectivas keynesianas como la de José Antonio Ocampo, pasando por visiones agudamente pragmáticas como la de Pedro Aspe, ex Secretario de Hacienda de México.

El foro dejó varias certezas y otras tantas inquietudes sobre las perspectivas de la economía en el futuro inmediato. En primer lugar, pocos ponen en duda que lo peor de la crisis está quedando atrás. Un amplio conjunto de indicadores sugiere que las perspectivas de recuperación ya no se limitan a sectores aislados: los índices bursátiles han tenido una notable recuperación en los países desarrollados y las economías emergentes; los márgenes de riesgo financiero han caído prácticamente para todos los tipos de deuda, independientemente de que sea pública o privada, o de que sea de economías avanzadas o en desarrollo; los precios de las materias primas se han recuperado sustancialmente, jalonando consigo las perspectivas de crecimiento de muchos países latinoamericanos; como si eso no fuera poco, Estados Unidos, la cuna de la crisis, parece estar empezando a estabilizarse con una ligera reducción en el desempleo y una tímida recuperación de los mercados inmobiliarios.

Estas novedades serían excelentes noticias si se dieran en un contexto normal, pero sucede que estamos en uno de los entornos más atípicos que haya vivido la economía mundial en mucho tiempo. Dos hechos muestran que hay que tomar las cifras con pinzas. Por un lado, antes de celebrar con bombos y platillos que algunos indicadores estén creciendo en estos días, hay que tener en cuenta que la base de comparación es el segundo semestre de 2008, es decir el peor momento de la economía mundial en más de medio siglo. Por supuesto que es bueno que haya crecimientos, pero una cosa es alegrarse porque el accidentado esté vivo y otra muy distinta es creer que ya se alentó.

Por otra parte, la sala de cuidados intensivos en que está la economía mundial es bastante singular. Como señala Leonardo Leiderman, profesor de la Universidad de Tel Aviv, estamos en una etapa de transición que no es sostenible: los bancos centrales de muchos países han reducido sus tasas de interés a niveles sorprendentemente bajos, mientras los gobiernos han presionado hasta el fondo el acelerador del gasto público. Para dimensionar la insostenibilidad de esa situación basta revisar el caso de Estados Unidos, que tiene tasas de interés cercanas a cero y cuyo déficit fiscal rondará el 12 por ciento del PIB este año: no hay economía del mundo que no estalle si mantiene semejantes condiciones de expansión más allá de un plazo razonable.

¿Y cuál es ese plazo razonable? Nadie lo sabe, porque si los gobiernos y los bancos centrales abandonan sus políticas expansionistas antes de tiempo, es decir antes de que el enfermo pueda caminar por sus propios medios, lo más probable sería que se presentara una recaída que podría ser fatal. Las autoridades económicas están usando todos sus recursos en un ingente esfuerzo de empujar el carro para que prenda, pero por ahora sólo se perciben unos ligeros corcoveos de naturaleza indescifrable.

La situación es particularmente preocupante en Estados Unidos, donde pasará mucho tiempo antes de que el consumo de los hogares vuelva a convertirse en el motor del crecimiento. De acuerdo con estimativos de Pedro Aspe, los consumidores estadounidenses han reducido su gasto discrecional más de 30 por ciento para poder generar el ahorro que les permita cubrir sus inmensas deudas, y no volverán a elevarlo sustancialmente antes de 2011. Si las autoridades económicas cerraran las llaves expansionistas antes de que eso suceda, estarían garantizando una recaída para el año entrante. Ante este panorama, creer que estamos ad portas de una vigorosa recuperación es una simple ingenuidad.

En este contexto, lo que para personas corrientes como usted y yo es el alivio de creer que lo peor puede haber quedado atrás, para las autoridades económicas es el calvario de empezar a pensar cómo van a salir del berenjenal en que se han metido. Esa estrategia de salida (la cada vez más mentada exit strategy) es particularmente exigente para autoridades monetarias de países desarrollados como Estados Unidos y el Reino Unido, donde los bancos centrales han hecho cosas como adquirir activos tóxicos que llevarían a los ortodoxos al confesionario.

Pero esta situación también implica desafíos de marca mayor para los países emergentes que, aunque han salido relativamente bien librados de la crisis, están aplicando políticas fiscales expansionistas que no va a ser fácil desmontar en el futuro próximo. He ahí un buen tema de reflexión para Colombia: si en los buenos tiempos no fue posible que el Gobierno hiciera un ajuste fiscal como correspondía, ¿cómo hacer para que se apriete el cinturón en los tiempos mediocres que se nos vienen?
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*MAURICIO REINA / Investigador Asociado de Fesarrollo.
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Portafolio/13/08/2009

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