17/10/09

ESCARBANDO en LQ Somos

Una (otra) guerra, bajo el modelo del saqueo y el hambre


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portada_035_2009“Nosotros debemos encontrar nuevas tierras desde las cuales podamos obtener fácilmente materias primas y al mismo tiempo explotar la mano de obra barata de los nativos de esas colonias. Las colonias serían también el basurero del excedente producido en nuestras fábricas.”
Cecil Rhodes

Federico Hayek, uno de los pensadores de la Escuela Austríaca del neoliberalismo, decía –a mediados del Siglo 20- que el ser racional es aquel que se adecúa a la racionalidad del mercado y el irracional aquel que discute esa racionalidad.

Uno de sus antecesores y mentores intelectuales, Adam Smith, hablaba –a mediados del Siglo 18- de una moralidad funcional del mercado. Hayek se refería a la ética del mercado como ética única.
Aunque entre ellos existe la diferencia de la visión del desarrollo histórico, mientras Smith -tal vez por desconocer a H. Spencer y C. Darwin que nacieron un par de décadas posteriores a su muerte- concibe el modelo newtoniano del conocimiento científico de la naturaleza aplicado a la ciencia de la sociedad humana, Hayek opta por el modelo de desarrollo histórico spenceriano de selección natural del más fuerte y más apto; los dos coinciden en que el locus de la actividad libre del hombre es el mercado, que es por ende el locus de la libertad humana.

También los relacionan, una racionalidad instrumental o la racionalidad medios-fines. Adam Smith decía, “la actuación humana óptima es aquella que maximiza la obtención de los fines propuestos a través de la elección de los medios adecuados”.

Si el fin justifica los medios, la justicia y mas aún la justicia social son valores depreciados.

Hayek al respecto mencionaba, “las demandas de justicia social carecen de sentido por que las demandas de justicia son sencillamente incompatibles en cualquier proceso natural de carácter evolutivo”.

A veces se le achaca al viejo Darwin algo con lo cual él no estuvo de acuerdo, aplicar su teoría evolucionista fuera del ámbito biológico-natural. Darwin decía que si en el orden natural-biológico la marcha evolutiva tiende a métodos de selección y de comportamientos eliminatorios del menos apto, en el orden social es una marcha hacia lo civilizatorio que tiende a excluir los comportamientos eliminatorios.

En otras palabras, la asimilación por parte de Hayek de la teoría spenceriana de la evolución selectiva en el orden social niega los componentes civilizadores de la especie humana que son la asistencia, la rehabilitación, la solidaridad y la compasión, por nombrar sólo algunos.

La cultura popular con acierto ha llamado al capitalismo “la ley de la selva”, por que lo cilivilizatorio no tiene espacio en él.

En el imaginario capitalista hay una norma que sobresale por su importante valor ideológico, el individualismo.

Tanto Milton Friedman, un contemporáneo de Hayek, como el filósofo Karl Popper ensalzaron esta virtud (según ellos), de la condición evolutiva de la sociedad.

Friedman, decía que puede haber gobernabilidad sin libertad política individual, pero con libertad económica individual.

Como el fin último es la libertad económica, en aras de ella puede llegar la ocasión de sacrificar las libertades políticas y por ende hasta las organizaciones formalmente democráticas.

Friedman hizo realidad su ideario siendo el padre del “milagro económico chileno” del dictador Augusto Pinochet, régimen de terror que conjugó una “libertad de mercado” neoliberal y una “justicia” expedita para aquellos que buscaron una alternativa a esa sociedad de “libre mercado”. En Chile como en los demás países donde se llevó adelante la Operación Cóndor –Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Brasil- conjuntamente con la expoliación, el saqueo y el hambre que trajo el neoliberalismo, se materializó en la cotidianeidad la frase de Popper, “Ninguna libertad para los enemigos de la libertad”.

Popper analizaba realidades situacionales mediante una lógica situacional entendiendo a las sociedades como el conjunto de agentes y voluntades individuales en la prosecución de maximizar sus objetivos, que son siempre objetivos de mercado, por que es el mercado el fin último y el centro neurálgico de la libertad humana, según el pensador austriaco.

Otra cuestión que Popper abordaba es la de la ingeniería social, donde lo político y el político son reemplazados por lo técnico y el tecnócrata o el político despolitizado o desideologizado o el político tecnocratizado.

La realidad social y política nuestra América de los ochenta y noventa (y aún continúa), está plagada de ejemplos de este modelo donde el mercado es el altar de la libertad del hombre, la actividad política se transformó en una actividad de elegidos, la lucha por la justicia social una quimera y en otros casos un auto de defunción, y el individualismo un comportamiento social compatible con cualquier fe religiosa.

Un sindicalista, intelectual y luchador social argentino, Germán Abdala, lo dijo con absoluta claridad a finales de los ochenta, “...la historia de la política del Imperio para nuestro país, no sólo fue matarnos y perseguirnos a los mejores compañeros, intervenirnos las organizaciones sindicales, prohibir la política, saquear el país con la deuda externa, sino que fue cambiar las conductas humanas, quebrarnos en eso tan íntimo como la voluntad de lo colectivo... de decir, si nos juntamos solidariamente vamos a ser más que una voluntad individual. Quebraron las actitudes solidarias de la sociedad, que es el valor más alto que puede generar la humanidad en su evolución.

He hicieron valer el reino éste, de que si uno cuerpea (no se compromete), o le mete el codazo en la cara al otro, si hago mérito, si delato, si hago buena letra y no transgredo y me mimetizo dentro de las posibilidades del sistema...a lo mejor tengo la suerte de ser uno de los 8 millones de argentinos (1/5 del total) que se salve......

Por eso hoy todos los formadores de opinión no critican a los malos políticos, no aparecen los ejemplos de corrupción corporizados con nombres y apellidos y van en cana, sino que quedan siempre en una nebulosa, por que esa es la mejor forma de destruir... no a los políticos, sino a la política...que es distinto. La política es la herramienta que tenemos los pueblos para cambiar la sociedad en la que vivimos”.

Abdala reencarna en este discurso lo mejor del pensamiento crítico y del holismo metodológico en contraposición a Popper que basa su concepción ontológica de la sociedad en el individualismo metodológico, como una agregación de individualidades. Abdala dice que que la solidaridad es el valor más alto que puede generar la humanidad en su evolución, en contraposición al filósofo del neoliberalismo que plantea al egoismo como el fin último de un largo proceso histórico-social.

Hayek planteaba algo parecido, “el egoísmo individualista es el resultado de un largo proceso evolutivo de las sociedades humanas en su lucha por la supervivencia”.

Esta “evolución” de la especie humana en su lucha por la supervivencia nos lleva al resultado del reporte sobre desarrollo humano de Naciones Unidas de 1992 donde el 20% más pobre de la población mundial recibe un ingreso del 1.4 % del producto bruto global mientras que el 20% más rico un ingreso del 82.7%.

Más dramático aún es la sumatoria de las 3 capas más pobres que se diferencian en un 0.5% de ingreso entre cada una pero que suman un 60% de la población mundial, algo así como 4200 millones de seres humanos con un ingreso del 5.6% del PBM y la sumatoria de las dos categorías más ricas con un 40 % de la población, aproximadamente 2800 millones de personas con un ingreso del 94.4%.

Para el racionalismo instrumental del capitalismo neoliberal están sobrando alrededor de 4000 millones de seres humanos, así de simple.

Este despropósito en América Latina como en otras partes del Tercer Mundo está ligado a la tenencia de la tierra. En Nuestra América el 1% de las familias propietarias de tierra agrícola-ganadera lo son del 50% de la superficie de dichas tierras.

Esta lógica genocida lleva a Brasil, uno de los más desiguales países en cuanto a tenencia de la tierra, aunque y por la misma razón uno de los más importantes exportadores de agrocombustibles, a tener una mortalidad infantil de 15 cada mil nacidos vivos. Unos 90 mil niños entre los cero y un año de vida mueren cada año por razones relacionadas directa o indirectamente con la desnutrición. Estos, que son datos conservadores, porque Brasil tenía una tasa de mortalidad infantil en el 2002, apenas 7 años atrás, de 38 por cada mil nacidos vivos, demuestran la catástrofe social a la que fueron empujados los pueblos latinoamericanos bajo el modelo neoliberal.

México, con casi la mitad de la población de Brasil, tiene cifras de mortalidad infantil parecidas a las del gigante del Sur.

En Chile, con la privatización del sistema previsional, el sector salud quedó libre para que se introdujeran reformas estructurales totalmente opuestas a los rumbos trazados por la Unidad Popular, institucionalizándose un nuevo principio axiológico, la iniquidad como fenómeno natural, que solamente la libre competencia mercantil y el esfuerzo individual podrían corregir, según los adscriptos al neoliberalismo.

En este país, laboratorio si los hubo del modelo de sociedad friedmanciana, el gasto fiscal para el área de salud bajó un 10.6 % de 1974 a 1989 de un 17.5 % a un 6.9% respectivamente. En educación la guerra económica contra la justicia social fue aún más debastadora para los sectores populares de Chile, de un gasto del 38.7% en 1974 se llevó a un 22% en 1989. En el gasto para la vivienda digna que el Estado popular de la UP asignaba casi un 20% de sus recursos, el Estado oligárquico de 1989 lo llevó a poco más del 7% de su PIB.

Sólo entre 1980 y 1985 las políticas de ajuste estructural en América Latina significaron una reducción en la participación del gasto en educación y salud en el gasto total del 3%, una caída del ingreso per capita del 12% y un aumento de la pobreza del 6%.

Esta declaración de guerra contra la justicia social, arrebata la vida de millones de niños y niñas en todo el mundo y muy especialmente en el Tercer Mundo. Es una guerra sin fuego ni metralla, pero tan siniestra o más que la que destruye con napalm o fósforo blanco. Por eso cuando nuestros lideres hablen de Paz tenemos que recordarles que no se refieran únicamente a la ausencia de confrontación bélica, sino que se refieran al compromiso con la justicia como condición de paz.

Los niños y niñas son tanto en una guerra como en la otra las más injustificadas víctimas de la injusticia. La UNICEF abrevia todo el drama de la injusticia en una sola frase conmovedora, “La mayoría de los niños son pobres y la mayoría de los pobres son niños”.

El 45% de todos los niños menores de 5 años de los países subdesarrollados viven en condiciones de pobreza absoluta.

Catorce millones de niños menores de 5 años mueren cada año en estos países. Más de 12 millones mueren a causa de enfermedades infecciosas fácilmente prevenibles con medidas sanitarias simples y vacunaciones, y desde luego una dieta alimentaria adecuada.

De los que logran sobrevivir a esta guerra contra la justicia social, la mayoría queda con secuelas graves que los encerrará en un laberinto sin escapatoria de la pobreza y la miseria.

El 50% de los niños menores de un año no están inmunizados contra enfermedades inmuno prevenibles. Sólo el 20% de los niños nacidos en el Tercer Mundo tiene acceso a sales rehidratantes por vía oral. Menos del 60% de los nacimientos cuentan con asistencia de personal sanitario capacitado.

Diez millones de niños de países subdesarrollados no están escolarizados y un tercio de los escolarizados abandona la escuela antes del cuarto año, por razones relacionadas a la pobreza y miseria.

Según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) el índice de pobreza en América Latina se elevó de un 41% en 1990 a un 45% en el 2000.

El índice de desigualdad en la misma región pasó de un 0.51 en 1959 a un 0.70 (es decir casi 20 puntos sobre cien, más desigual) en 1998, es decir una brutal reconcentración de la riqueza en menos manos y una expansión de las situaciones de pobreza y miseria que fue ganando en los últimos 40 años a bastos sectores de la clase obrera, campesinos empobrecidos, profesionales y técnicos desahuciados.

La diferencia de ingresos entre clases dentro de un país se refleja correlativamente con la diferencia de ingresos entre los sectores asalariados de los países dependientes y los industrializados y la curva de desigualdades aumentó 37 puntos en poco más de 40 años desde un 37 veces más ingresos en los países industrializados para la década de los 60s hasta un 74 veces más ingresos en la actualidad.

Esta diferencia de ingresos no es debida a un capitalismo humano en el Norte que remunera mejor a sus asalariados sino a los excedentes de un intercambio desigual que le reportan al Sur pérdidas por más de 100 mil millones de dólares, una deuda esclavizante que en 10 años, de 1991 al 2001, aumentó un 60%, pero que sólo por servicios el Sur transfirió al Norte de 1992 al 1998 913 mil millones de dólares, lo que equivale al 56% de los ingresos por exportaciones de nuestra región.

Por esto no es difícil de entender que estas cifras se traduzcan en hambre y desesperación para cada vez un mayor número de excluidos de Nuestra América.

Una desigualdad que se traduce en un racismo frió y despiadado en los índices de mortalidad infantil, donde los indígenas, como los excluidos entre los excluidos, sufre un 60% más muertes infantiles que los no indígenas hasta el año de vida y la brecha aumenta hasta un 70% en el rango de mortalidad infantil hasta los 5 años de vida.

En el continente americano cada año mueren más de 250 mil niños y niñas antes de cumplir los 5 años de vida a causas de enfermedades prevenibles como diarreas, neumonías, desnutrición y falta de vacunación. De ese total más de 230 mil viven al sur del Río Grande.

En Argentina, por ejemplo, donde sus características de productora de granos y proteína animal aventajan comparativamente a cualquier vecino del área, hacen de las cifras de mortalidad infantil un verdadero pecado social y desenmascara con crudeza la visión “social” del neoliberalismo. Argentina tiene una mortalidad infantil rondando el 14 por mil de nacidos vivos y con bolsones de extrema pobreza como las provincias de Formosa y Chaco con índices muy superiores.

Cuba con todas sus condiciones naturales en desventaja comparativa con respecto a Argentina y un bloqueo económico, financiero, cultural y científico de más de 47 años ronda una mortalidad infantil del 5 por cada mil, casi tres veces menor a la del gigante agropecuario.

Los últimos tres años del desenfrenado neoliberalismo argentino, de 1999 al 2002, duplicó la tasa de pobreza de 19.7% al 41.5% y la indigencia se cuadruplico de 4.8% a 18.6% arribando a la escalofriante suma de más de 7 millones de indigentes o personas en situación de extrema pobreza.

El modelo desarrollista que redujo el índice de pobreza en A.L. de un 51% en 1960 a un 33% en 1980 sucumbió por sus propias limitaciones ideológicas, la recesión internacional, la crisis de la deuda de los 80’s, su debilidad proteccionista, su dependencia del sector exportador, su dependencia al financiamiento y a los capitales externos. Su ideario de “rápida industrialización” se derrumbó ante la contundente presencia de un factor que los desarrollistas nunca quisieron considerar, el imperialismo.

Tras la crisis del desarrollismo y la avalancha triunfalista de la ola neo-conservadora llegarían las medidas neoliberales y su reforma estructural desmantelando el Estado en lo que hace a sus funciones de promoción e integración social, pero agigantándolo en cuanto a sus funciones represivas policiales y carcelarias. Para 1990 los índices de pobreza en A.L. bajo la implacable mano del neoliberalismo subían a un 46% y para el 2000 superaban la mitad de la probación de la región, 211 millones de pobres y 90 millones de indigentes.

Los tres pilares del modelo económico neoliberal, la no intervención estatal, las privatizaciones y la liberalización iban de la mano de su “política social”, la descentralización de las políticas sociales de rango nacional a rangos subalternos, la privatización de los servicios y la focalización de los “problemas”. Mientras se liberaban recursos financieros para la acumulación y reconcentración de la riqueza se prevenía situaciones limites de tensión social.

Esa transferencia de recursos de los sectores del trabajo y de los excluidos hacia los del capital financiero en la Argentina, pasó por una caída estrepitosa en la participación de los ingresos del sector laboral de un 45% en 1974 a un 26% en 1983, periodo de la última dictadura oligárquica.

El Plan Baker (James Baker, Secretario del Tesoro entre 1985 y 1988 de la segunda administración de Reagan y posteriormente Secretario de Estado durante la administración de George Bush padre) de 1985 definía el rol del Estado para 15 naciones, entre las cuales buena parte pertenecían al área de la América Latina, bajo un achicamiento drástico y concentrándose en el mantenimiento del orden y la seguridad pública. En el caso argentino, debido a las sucesivas crisis y los embates económicos de una insoportable inflación y desempleo latente, preparó a la sociedad para soportar los ajustes que un nuevo plan económico neoliberal requería. Durante los gobiernos de Ricardo Alfonsín y Carlos Menen, la incertidumbre social se tradujo en una casi total pasividad de bastos sectores de la sociedad, delegando al ejecutivo la toma de decisiones afines a una reforma del Estado y de medidas económicas de emergencia. Intervención de empresas del Estado (aviación comercial, ferrocarriles, rutas, complejo siderúrgico, telefónica, energéticas) modificando su funcionamiento y privatizándolas. También desgravando el trato preferencial al capital nacional y otorgándole al extranjero términos preferenciales.

Estas políticas monetaristas amparadas en su bagaje filosófico de superioridad moral, racismo. Xenofobia, anti-humanismo canalla, fascismo mercantil y financiero ha llevado al planeta al límite de una catastrofe ecológica y a estándares de monstruosidad en la esfera estrictamente humana.

Cerca de la mitad de los habitantes del planeta no tiene acceso a la asistencia médica, mil millones de hambrientos, otro tanto de analfabetos, más de 4 mil millones viven por debajo del límite de pobreza, 300 millones de niños trabajan, muchos en condiciones de semi-esclavitud, la mayoría sin ninguna posibilidad a adquirir ningún grado de escolaridad, mil millones de personas viven en la calle.

Si solamente en América Latina se alcanzaran los índices de salud de Cuba, se podrían salvar 400 mil niños por año, y si otro tanto se hiciera con la educación, desaparecería en poco tiempo la vergonzosa estadística de la Unesco que dice que 80% de los niños latinoamericanos y caribeños sólo llega al cuarto grado de escolaridad.

En números absolutos casi las dos terceras partes de las muertes infantiles por desnutrición y enfermedades relacionadas a la falta de alimentos ocurren en sólo una docena de países y en más de un 95% provienen de países del Tercer Mundo, con una larga historia de yugo colonial o semi-colonial.

El África occidental tiene una mortalidad infantil de 169 por cada mil nacidos vivos, Sierra Leona 262. En este país africano, uno de cada 6 niños mueren antes de cumplir el primer año de vida y más de uno cada cuatro no llegan a cumplir los 5 años, y en la India sucumbieron por desnutrición casi dos millones de niños durante el ano 2007.

Casi 150 millones de niños en el Tercer Mundo sufren de desnutrición, uno de cada cuatro.

Más del 25% de los niños nacidos en los países subdesarrollados tiene bajo peso al nacer.

Mientras las Naciones Unidas dan las cifras pavorosas del hambre, su Programa Mundial de Alimentos (PMA) sólo recaudó el 38% de los 6700 millones de dólares que alimentarían tan sólo a poco más de 100 millones de hambrientos en 74 países. La cifra de hambrientos y desnutridos a nivel global supera los 4 mil millones de personas.

Alguien dijo alguna vez que la ONU no satisface ni las más tímidas aspiraciones de una inmensa mayoría, pero sí cumple a cabalidad con un puñado de poderosos en su afán de lucro.

El articulista Manuel Freytas lo ha dicho muy claro, “Fuera de la órbita del control estatal de los gobiernos, los recursos esenciales para la supervivencia están supeditados a la lógica de la rentabilidad capitalista de un puñado de Corporaciones Transnacionales, (con capacidad informática, financiera y tecnológica) que los controlan a nivel global y con protección nuclear de los Estados Unidos y las otras superpotencias”.

A este escenario nos han llevado los pensadores del neoliberalismo, bajo la soldadesca mercenaria del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y los escuadrones de la muerte de las Transnacionales. Por eso estamos en una guerra, guerra de exterminio de más de la mitad de la humanidad, mediante la aniquilación por hambre y enfermedades.
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LQSomos. Erasmo Magouglas. Octubre de 2009.
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LQSomos/17/10/2009

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