Después de una década a la izquierda, América del Sur está entrando en una zona de fuerte turbulencia. En este final de 2009, Uruguay podría elegir como presidente de la República, a un hombre del pueblo y ex guerrillero tupamaro, y Chile quizás elija a un billonario arrogante y de derecha, que recuerda mucho al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Está la reelección de los presidentes de Bolivia y de Ecuador que se proponen cambiar radicalmente la estructura del Estado y de la propiedad de sus países, con objetivos socialistas, pero sin ruptura revolucionaria. En 2010, habrá elecciones en Colombia y en Brasil, y en 2011, en Perú y en Argentina.
Durante esta primera década del siglo, los cambios en el continente fueron favorecidos por la expansión económica mundial, que también estimuló el proyecto de integración de América del Sur. Pero la crisis financiera de 2008 provocó una desaceleración del crecimiento y del propio proyecto de integración económica. Y el proyecto de integración política fue afectado de lleno por el nuevo acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos, que autoriza el uso del territorio colombiano por efectivos militares norteamericanos, desde donde podrán controlar el espacio aéreo de Venezuela y de toda América del Sur. Por ello, no es exagerado decir que el futuro de América del Sur, en la primera mitad del siglo XXI, estaría decidiéndose en estos próximos dos años. Y ya es posible mapear las grandes disyuntivas y elecciones que están en el horizonte del continente suramericano.
En primer lugar, desde el punto de vista económico, lo que se debe esperar para después de la crisis es un aumento de la presión de los mercados internacionales y la profundización de la condición periférica y primario-exportadora de la mayoría de los países suramericanos. Incluso si se amplían y se diversifican sus exportaciones en dirección a Asia, y a China, en particular. En esta nueva coyuntura, sólo una voluntad política coherente y continuada podrá mantener en pie el proyecto de integración suramericana. Esto supone una decisión de Estado y una capacidad colectiva de mantener bajo control los conflictos locales, a despecho de los cambios de gobierno. Y supone también, una política conjunta de fortalecimiento del mercado interno de América del Sur, con la reducción de la dependencia regional de las crisis y de las fluctuaciones de los precios internacionales. En este punto, no existe término medio, porque los países dependientes de la exportación de productos primarios, incluso en el caso del petróleo, nunca conseguirán dirigir su propia política macro-económica, y mucho menos todavía, su inserción en la economía mundial.
En segundo lugar, desde el punto de vista político, la crisis económica evidenció todavía más las asimetrías y desigualdades nacionales y sociales que están detrás de la heterogeneidad política regional y que explican, en parte, la falta de interés o de entusiasmo de algunos países del continente, por el proyecto sur-americanista. Finalmente, desde el punto de vista de la seguridad continental, el aumento de la presencia militar estadounidenses en Colombia sirve para recordar que América del Sur seguirá por un buen tiempo –y aunque no lo quiera- bajo la “protección” del poder espacial, aéreo y naval de EE UU. Y deberá tener una enorme persistencia y tenacidad para construir un sistema autónomo de seguridad regional, sin producir una carrera armamentista dentro de la propia región.
De cualquier forma, una cosa es cierta: el futuro del proyecto suramericano dependerá cada vez más de las elecciones brasileñas, y de la forma que Brasil desarrolle sus relaciones con Estados Unidos. Desde el punto de vista económico, la presión de los mercados internacionales y las nuevos descubrimientos de petróleo en la capa del pre-sal, también están ofreciendo a Brasil, la posibilidad de transformarse en una economía exportadora de alta intensidad, una especie de “periferia de lujo” de las grandes potencias compradoras del mundo, como fueron en su debido tiempo, Australia y Argentina, entre otros. Pero existe la posibilidad de que Brasil escoja otro camino que combine su potencial exportador con una estructura productiva industrial asociada y liderada por una economía más dinámica, como es el caso contemporáneo de Canadá, por ejemplo. Además existe una tercera alternativa, absolutamente nueva para el país, y que apunta de cierta forma, hacia el modelo de la estructura productiva norteamericana: con una industria extensa y sólida, y una enorme capacidad de producción y exportación de alimentos y otros commmodities de alta productividad, incluyendo el petróleo, en el caso brasileño. Por otro lado, en el campo político, después de la hegemonía de las ideas neoliberales y privatistas, y del “cosmopolitismo servil”, en el campo internacional, se está consolidando en Brasil, un nuevo consenso desarrollista, democrático y popular, pero que en este caso, no tiene nada que ver con el socialismo.
Las perspectivas futuras de esta coalición de poder, sin embargo, dependerán, en gran medida, de la estrategia internacional de los próximos gobiernos brasileños. Brasil puede transformarse en un “aliado estratégico” de Estados Unidos, de Gran Bretaña y de Francia, con derecho de acceso a una parte de su tecnología de punta, como en el caso de Japón, o el mismo Israel, que accedió a la tecnología atómica militar, con el apoyo de Francia. Pero Brasil también puede elegir un camino propio de afirmación soberana y de expansión de su poder internacional. Y en este caso, si Brasil quisiera cambiar su posición geopolítica, obedeciendo las “reglas del juego” del sistema mundial, tendrá que desarrollar un trabajo extremadamente complejo de administración continua de las relaciones de competencia, conflicto y complementariedad con Estados Unidos, y con las demás potencias, teniendo como norte sus propios intereses económicos y geopolíticos. En una disputa prolongada por la hegemonía de América del Sur, como si fuese una “lucha oriental” con Estados Unidos. Caminando a través de una vereda muy estrecha y durante un tiempo que puede prolongarse por varias décadas. Además de esto, si Brasil quisiera liderar la integración soberana de América del Sur en el mundo, tendrá que inventar una nueva forma de expansión económica y política continental y mundial, sin “destino manifiesto” ni vocación misionera, y sin el imperialismo bélico de las dos grandes potencias anglo sajonas. (traducción ALAI)
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*En honor de Carlos Estevam Martins, amigo y compañero de Santiago de Chile y profesor de la .Universidad de São Paulo, que falleció el día 9 de octubre de 2009.
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ALAI/07/11/2009
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