Nunca llueve a gusto de todos. Pero si atisbamos un principio de acuerdo entre socialdemocra-
cia, derecha conservadora, progresista o liberal, este se produce a la hora de señalar que la crisis supone un deterioro de la “sociedad de clases medias”. Es pan común dejar a un lado a las clases trabajadoras, total siempre lo han pasado mal, incluso en tiempos de bonanza.
Se viva en la oposición o se gobierne los argumentos para subir o bajar los impuestos, aumentar el IVA, salvar las entidades financieras, flexibilizar el mercado laboral, seguir privatizando o dar un mayor impulso a las políticas de inversión pública, sirven para justificar un apoyo a las maltratadas clases medias y evitar el desastre. Según encuestas y estudios sociológicos elaborados ad hoc sus miembros constituyen la base mayoritaria de la población. Son los sufridos profesionales, médicos, ingenieros, maestros, los funcionarios del Estado, los empleados del sector terciario, los pequeños y medianos empresarios, incluso se suman los trabajadores especializados y los mandos intermedios de las empresas transnacionales.
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cia, derecha conservadora, progresista o liberal, este se produce a la hora de señalar que la crisis supone un deterioro de la “sociedad de clases medias”. Es pan común dejar a un lado a las clases trabajadoras, total siempre lo han pasado mal, incluso en tiempos de bonanza.
Se viva en la oposición o se gobierne los argumentos para subir o bajar los impuestos, aumentar el IVA, salvar las entidades financieras, flexibilizar el mercado laboral, seguir privatizando o dar un mayor impulso a las políticas de inversión pública, sirven para justificar un apoyo a las maltratadas clases medias y evitar el desastre. Según encuestas y estudios sociológicos elaborados ad hoc sus miembros constituyen la base mayoritaria de la población. Son los sufridos profesionales, médicos, ingenieros, maestros, los funcionarios del Estado, los empleados del sector terciario, los pequeños y medianos empresarios, incluso se suman los trabajadores especializados y los mandos intermedios de las empresas transnacionales.
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En definitiva, se les identifica como los triunfadores del siglo XX. Aquellos cuya perseverancia y esfuerzo abrió las puertas a un mundo de bienestar, consumo y progreso. Ellos no forman parte de la cultura de la pobreza. Hoy, nos dicen, son los más perjudicados por la crisis. Para justificar tal acervo nos apuntan a una merma en sus expectativas de movilidad social ascendente. Sufren la negativa de los bancos para acceder a préstamos fáciles. Ya no hay dinero para hipotecas, tampoco para becas de estudio, investigación o post-grado. Menos aún obtienen el aval para cambiar de coche o irse de vacaciones. Las clases medias están deprimidas económica y psicológicamente. El diagnóstico se complementa con una percepción negativa de su papel político en circunstancias como las descritas. Son fácilmente manipulables y pueden convertirse en carne de cañón para proyectos populistas.
Las clases medias están cansadas, hay que tomar medidas. Por primera vez se hacen público investigaciones vaticinando que las clases medias vivirán una época de constricción. Es urgente devolverles la confianza. Deben ser rescatadas, convirtiéndolas nuevamente en el motor del cambio social, la estabilidad y el crecimiento económico. Tiene un papel que cumplir, son por antonomasia el colchón que amortigua los conflictos entre el capital y el trabajo, el pegamento de la sociedad. Esta interpretación de la sociedad de las clases medias es una de las grandes falacias del capitalismo. El principio de explicación es burdo pero no por ello menos efectivo. Frente a la contradicción entre burgueses y proletarios, campesinos y terratenientes, la irrupción de las clases medias en el siglo XX habría transformado definitivamente el capitalismo.
Nunca más se verían niños trabajando doce o catorce horas por unos peniques, mendigos tirados en las calles, hombres y mujeres sometidos a castigos degradantes y sobreexplotados. Ese capitalismo, adjetivado como salvaje, habría pasado a mejor vida. De él solo queda un recuerdo borroso y literario, aquel que humanistas, médicos, juristas y representantes parlamentarios habían descrito en sus informes sobre las condiciones de vida de las clases obreras. Por su lectura sabemos del tipo de castigos a los cuales se les sometía. Desde cepos, latigazos, cárcel, encadenamientos hasta la violación y las mutilaciones. Baste como ejemplo lo dicho por Juan Bialet Massé en su informe sobre “Las clases obreras argentinas a principios de siglo XX”: “…desde Santa Fé a Jujuy, el almacén o proveeduría o el crédito al obrero sobre su salario son las armas que esgrime la explotación para estrujarle, sin reparar vicios, antes bien induciéndolo a que se encenegue en él, manteniéndolo en un estado de embrutecimiento y degeneración física y moral que constituye un peligro público.” En parecidos términos se referiría a la situación de los pueblos indios. “Se reniega del indio pero se le explota. Los que hablan de su exterminio, de arrojarlo al otro lado de las fronteras no saben lo que dicen o lo saben demasiado. Aún en el sur, donde es fácil relativamente poblar, porque el clima es similar al de Europa, el brazo del indio vendría muy bien; pero sin él, en el Chaco no hay ingenio, ni obraje, ni algodonal.” Para limar estas lacerantes aristas, la existencia de una clase media contribuía a cambiar la concepción del capitalismo y dotarlo de una perspectiva integradora. Una visión afable, llena de oportunidades sustituía esa época de arbitrariedad, explotación y violencia extrema.
Afincar la meritocracia y reconocer los derechos civiles en el marco de un estado de derecho, eran el caldo de cultivo propuesto para su desarrollo. El capitalismo se reinventaba. No más exclusión. Gracias a las clases medias, el temor a las revoluciones socialistas quedaría atrás. Los trabajadores, dirá W.W. Rostow, en su clásico, Las etapas del crecimiento económico, un manifiesto no comunista “… se conformarán con un poco de progreso bastante estable; tenían la sensación de que las cosas estaban mejorando para él y para sus hijos y de que en general, estaban recibiendo una parte justa de lo que producía la sociedad; estaban dispuestos a luchar por lo que el deseaba dentro de las reglas de la democracia política, en un sistema de propiedad privada, tendían a identificarse con su sociedad nacional mas que con el mundo abstracto de obreros industriales supuestamente oprimidos…”.
Con ello se pretendió deslegitimar la izquierda marxiana. Su pronóstico, nos dicen, se mostró equívoco. El capitalismo no genera más miseria ni pauperización, por el contrario disminuye las desigualdades y redistribuye la riqueza. Las clases trabajadoras se transformarían en clases medias, es el capitalismo con rostro humano. Esta interpretación promovida por los intelectuales del establishment es una cortina de humo para tapar la explotación. Las clases medias constituyen un eufemismo para las clases dominantes y su definición adolece de errores de bulto, ni configuran un grupo homogéneo ni tienen intereses comunes, ni menos presentan un proyecto político de sociedad, factores claves para constituir una clase social. Asimismo, la actual concentración de la riqueza pone en entredicho la marcha hacia una sociedad de las clases medias. Por el contrario, todo indica que asistimos a una pauperización creciente de las clases trabajadoras y los sectores medios.
La historia le sigue dando la razón a Marx. La crisis es del capitalismo no de las clases medias.
Las clases medias están cansadas, hay que tomar medidas. Por primera vez se hacen público investigaciones vaticinando que las clases medias vivirán una época de constricción. Es urgente devolverles la confianza. Deben ser rescatadas, convirtiéndolas nuevamente en el motor del cambio social, la estabilidad y el crecimiento económico. Tiene un papel que cumplir, son por antonomasia el colchón que amortigua los conflictos entre el capital y el trabajo, el pegamento de la sociedad. Esta interpretación de la sociedad de las clases medias es una de las grandes falacias del capitalismo. El principio de explicación es burdo pero no por ello menos efectivo. Frente a la contradicción entre burgueses y proletarios, campesinos y terratenientes, la irrupción de las clases medias en el siglo XX habría transformado definitivamente el capitalismo.
Nunca más se verían niños trabajando doce o catorce horas por unos peniques, mendigos tirados en las calles, hombres y mujeres sometidos a castigos degradantes y sobreexplotados. Ese capitalismo, adjetivado como salvaje, habría pasado a mejor vida. De él solo queda un recuerdo borroso y literario, aquel que humanistas, médicos, juristas y representantes parlamentarios habían descrito en sus informes sobre las condiciones de vida de las clases obreras. Por su lectura sabemos del tipo de castigos a los cuales se les sometía. Desde cepos, latigazos, cárcel, encadenamientos hasta la violación y las mutilaciones. Baste como ejemplo lo dicho por Juan Bialet Massé en su informe sobre “Las clases obreras argentinas a principios de siglo XX”: “…desde Santa Fé a Jujuy, el almacén o proveeduría o el crédito al obrero sobre su salario son las armas que esgrime la explotación para estrujarle, sin reparar vicios, antes bien induciéndolo a que se encenegue en él, manteniéndolo en un estado de embrutecimiento y degeneración física y moral que constituye un peligro público.” En parecidos términos se referiría a la situación de los pueblos indios. “Se reniega del indio pero se le explota. Los que hablan de su exterminio, de arrojarlo al otro lado de las fronteras no saben lo que dicen o lo saben demasiado. Aún en el sur, donde es fácil relativamente poblar, porque el clima es similar al de Europa, el brazo del indio vendría muy bien; pero sin él, en el Chaco no hay ingenio, ni obraje, ni algodonal.” Para limar estas lacerantes aristas, la existencia de una clase media contribuía a cambiar la concepción del capitalismo y dotarlo de una perspectiva integradora. Una visión afable, llena de oportunidades sustituía esa época de arbitrariedad, explotación y violencia extrema.
Afincar la meritocracia y reconocer los derechos civiles en el marco de un estado de derecho, eran el caldo de cultivo propuesto para su desarrollo. El capitalismo se reinventaba. No más exclusión. Gracias a las clases medias, el temor a las revoluciones socialistas quedaría atrás. Los trabajadores, dirá W.W. Rostow, en su clásico, Las etapas del crecimiento económico, un manifiesto no comunista “… se conformarán con un poco de progreso bastante estable; tenían la sensación de que las cosas estaban mejorando para él y para sus hijos y de que en general, estaban recibiendo una parte justa de lo que producía la sociedad; estaban dispuestos a luchar por lo que el deseaba dentro de las reglas de la democracia política, en un sistema de propiedad privada, tendían a identificarse con su sociedad nacional mas que con el mundo abstracto de obreros industriales supuestamente oprimidos…”.
Con ello se pretendió deslegitimar la izquierda marxiana. Su pronóstico, nos dicen, se mostró equívoco. El capitalismo no genera más miseria ni pauperización, por el contrario disminuye las desigualdades y redistribuye la riqueza. Las clases trabajadoras se transformarían en clases medias, es el capitalismo con rostro humano. Esta interpretación promovida por los intelectuales del establishment es una cortina de humo para tapar la explotación. Las clases medias constituyen un eufemismo para las clases dominantes y su definición adolece de errores de bulto, ni configuran un grupo homogéneo ni tienen intereses comunes, ni menos presentan un proyecto político de sociedad, factores claves para constituir una clase social. Asimismo, la actual concentración de la riqueza pone en entredicho la marcha hacia una sociedad de las clases medias. Por el contrario, todo indica que asistimos a una pauperización creciente de las clases trabajadoras y los sectores medios.
La historia le sigue dando la razón a Marx. La crisis es del capitalismo no de las clases medias.
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LQSomos. Marcos Roitman Rosenmann.
Más artículos del autor
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Artículo publicado en “La Jornada”
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LQSomos/06/11/2009
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