12/4/09

¿Es tan malo ser antisistema?


FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY
JORDI MIR
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Venimos observando que, en los últimos tiempos, los medios de comunicación de todo tipo han puesto de moda el término antisistema. Lo usan por lo general en una acepción negativa, peyorativa, y casi siempre con intención despectiva o insultante. Y aplican o endosan el término, también por lo general, para calificar a personas, preferentemente jóvenes, que critican de forma radical el modo de producir, consumir y vivir que impera en nuestras sociedades, sean estos okupas, altermundialistas, independentistas, desobedientes, objetores al Proceso de Bolonia o gentes que alzan su voz y se manifiestan contra las reuniones de los que mandan en el mundo.

Aunque no lo parezca, porque enseguida nos acostumbramos a las palabrejas que se ponen de moda, la cosa es nueva o relativamente nueva. Así que habrá que decir algo para refrescar la memoria del personal. Hasta comienzos de la década de los ochenta la palabra antisistema sólo se empleaba en los medios de comunicación para calificar a grupos o personas de extrema derecha. Vino a sustituir, por así decirlo, a otra palabra muy socorrida en el lenguaje periodístico: ultra. Pero ya en esa década la noción se empleaba principalmente para hacer referencia a las posiciones del mundo de Herri Batasuna en el País Vasco. En la década siguiente, algunos periódicos a los que no les gustaba la orientación que estaba tomando Izquierda Unida ampliaron el uso de la palabra antisistema para calificar a los partidarios de Julio Anguita y la mantuvieron para referirse a la extrema derecha, a los partidarios de Le Pen, principalmente, y a la llamada izquierda abertzale. Así se mataba de un solo tiro no dos pájaros (de muy diferente plumaje, por cierto) sino tres.

Esa práctica se ha seguido manteniendo en la prensa aproximadamente hasta principios del nuevo siglo, cuando surgió el movimiento antiglobalización o altermundialista. A partir de entonces se empieza a calificar a los críticos que se manifiestan de grupos antisistema y de jóvenes antisistema. Pero la calificación no era todavía demasiado habitual en la prensa, pues el periodista de guardia de la época, Eduardo Haro Teglen, en un artículo que publicaba en El País, en 2001, aún podía escribir: “Las doctrinas policiales que engendra esta globalización que se hace interna hablan de los grupos antisistema. No parece que el intento de utilizar ese nombre haya cundido: se utilizan los de anarquismo, desarraigo, extremismo, agitadores profesionales. Pero el propio sistema tendría que segregar sus modificaciones para salvarse él si fuera realmente un sistema y no sólo una jungla, una explosión de cúmulos”.

En cualquier caso, ya ahí se estaba indicando el origen de la generalización del término: las doctrinas policiales que engendra la globalización. Desde entonces ya no ha habido manifestación en la que, después de sacudir convenientemente a una parte de los manifestantes, la policía no haya denunciado la participación en ellas de grupos antisistema para justificar su acción. Pasó en Génova y pasó en Barcelona. Y también desde entonces los medios de comunicación vienen haciéndose habitualmente eco de este vocabulario.

El reiterado uso del término antisistema empieza a ser ahora paradójico. Pues son muchas las personas, economistas, sociólogos, ecólogos y ecologistas, defensores de los derechos humanos y humanistas en general que, viendo los efectos devastadores de la crisis actual, están declarando, uno tras otro, que este sistema es malo, e incluso rematadamente malo. Académicos de prestigio, premios Nobel, algunos presidentes en sus países y no pocos altos cargos de instituciones económicas internacionales hasta hace poco tiempo han declarado recientemente que el sistema está en crisis, que no sirve, que está provocando un desastre ético o que se ha hecho insoportable. Evidentemente, también estas personas son antisistema, si por sistema se entiende, como digo, el modo actualmente predominante de producir, consumir y vivir. Algunas de estas personas han evitado mentar la bicha, incluso al hablar de sistema, pero otras lo han dicho muy claro y con todas las letras para que nadie se equivoque: se están refiriendo a que el sistema capitalista que conocemos y en el que vivimos unos y otros, los más moran o sobreviven, es malo, muy malo.

Resulta por tanto difícil de entender que, en estas condiciones y en la situación en que estamos, antisistema siga empleándose como término peyorativo. Si analizando la crisis se llega a la conclusión de que el sistema es malo y hay que cambiarlo, no se ve el motivo por el cual ser antisistema tenga que ser malo. El primer principio de la lógica elemental dice que ahí hay una incoherencia, una contradicción. Si el sistema es malo, y hasta rematadamente malo, lo lógico sería concluir que hay que ser antisistema o estar contra el sistema. Tanto desde el punto de vista de la lógica elemental como desde el punto de vista de la práctica, es indiferente que el antisistema sea premio Nobel, economista de prestigio, okupa, altermundista o estudiante crítico del Proceso de Bolonia.

Si lo que se quiere decir cuando se emplea la palabreja es que en tal acción o manifestación ha habido o hay personas que se comportan violentamente, no respetan el derecho a opinar de sus conciudadanos, impiden la libertad de expresión de los demás o atentan contra cosas que todos o casi todos consideramos valiosas, entonces hay en el diccionario otras palabras adecuadas para definir o calificar tales desmanes, sean éstos colectivos o individuales. La variedad de las palabras al respecto es grande. Y eligiendo entre ellas no sólo se haría un favor a la lengua y a la lógica sino que ganaríamos todos en precisión. Y se evitaría, de paso, tomar la parte por el todo, que es lo peor que se puede hacer cuando analizamos movimientos de protesta.
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Francisco Fernández Buey y Jordi Mir son Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS)-Universidad Pompeu Fabra
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Ilustración de Iker Ayestaran
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Público - España/12/04/2009

El que corre por izquierda

PAUL KRUGMAN, EL ECONOMISTA QUE PONE NERVIOSO A BARACK OBAMA

Es Nobel de Economía, académico de peso y bloguista popular. Raro en su ambiente, desde hace diez años es columnista del New York Times y tiene audiencias masivas. Sus críticas consistentes y discretas preocupan a la Casa Blanca.
Krugman llena teatros con sus conferencias, especialmente después de la crisis.
Imagen: Arnaldo Pampillón
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Por Stephen Foley *
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Sus advertencias apocalípticas atrajeron hordas de lectores a su blog. Un video frenético de un californiano literalmente cantando a gritos sus pronósticos es un éxito en YouTube. La semana pasada las entradas para una conferencia que dio en California se agotaron casi de inmediato a 135 dólares por cabeza. La revista Newsweek lo puso en su última portada, bajo el título, “La oposición desde adentro”. Paul Krugman es el hombre del momento, y eso pone nervioso al equipo de Barack Obama.

Mientras el líder norteamericano intentaba convencer a los mandatarios extranjeros en una exhaustiva gira por Europa y se esforzaba por moldear una nueva era de bipartidismo en Estados Unidos, su más mordaz detractor comenzó a pisarle los talones, despacio y con mucha modestia, cuestionando sus explicaciones y sus planes, siempre desde la izquierda. Es el único que amenaza con poner fin a la luna de miel de Obama y activar la tan temida crisis de confianza en el sistema norteamericano.

La emergencia de Krugman, un economista sin experiencia en la política, golpeó el punto más débil del gobierno estadounidense, su estrategia para frenar la crisis financiera y reconstruir la economía. El plan de la Casa Blanca tiene dos ejes, el paquete de estímulo de 800 mil millones de dólares y el paquete de rescate de un billón de dólares para el sector financiero. El profesor barbudo de la Universidad de Princeton criticó ferozmente ambas iniciativas.

Krugman escribe una columna en el New York Times hace una década. Es conocido en los programas de política en televisión y el año pasado reafirmó su status de gurú económico al ganar el Premio Nobel de Economía por su trabajo sobre comercio internacional. Pero en los últimos meses supo captar la ansiedad de una audiencia mucho mayor, que se está formulando la pregunta del millón: ¿funcionará el plan económico de Obama?

Su respuesta es un no tajante. El paquete de estímulo es mucho más chico de lo que el país necesita para combatir la creciente pérdida de puestos de trabajo, que este mes ya superó los cinco millones desde el inicio de la recesión norteamericana. Aún peor, el plan para reconstruir el sistema bancario –el préstamo de un billón de dólares a inversores privados para que éstos compren los activos tóxicos de los bancos, con la esperanza que entonces no quiebren– está condenado al fracaso. Según el economista, toda el plan se basa en la idea errónea de que los principales bancos de Estados Unidos siguen siendo, en sus bases, sólidos.

“¿Por qué son tan obstinados en esto –preguntó Krugman en su blog–. Porque temo que ésta sea la única posibilidad que tendrá este gobierno, o que si el plan de salvataje a los bancos fracasa, el gobierno no tenga el suficiente capital político para intentar un plan B. Por eso es horroroso que Obama haya decidido basar todo su plan económico en la fantasía de que un poco de abracadabra financiera retrocedería el reloj de vuelta a 2006.” Krugman no es el único economista que sostiene que Estados Unidos está cometiendo los mismos errores que Japón en los noventa, cuando mantuvo a bancos que ya no eran viables, lo que provocó más de una década de estancamiento económico. Pero el economista de Princeton es el vocero de facto de ese movimiento. Para ellos los bancos en peor estado –Citigroup y Bank of America– deberían ser nacionalizados y canalizar, en cambio, los fondos federales a los desempleados o a proyectos de infraestructura, que garanticen o creen puestos de trabajo.

Debido a sus contundentes credenciales de economista, muchas veces no se percibe que la base del reclamo de Krugman es emocional, no matemático. Les habla a los estadounidenses liberales que se vieron hipnotizados por el fenómeno Obama. Sus palabras son como pequeños martillos que golpean, despacio y de a poco, las esperanzas de un cambio y amenazan, por primera vez, con destruir el clima de optimismo en que están embebidos desde la victoria en las urnas en noviembre pasado.

Las columnas en el diario neoyorquino alcanzan su clímax cuando el economista expresa sus expectativas y posterior frustración frente al gobierno de Obama –y fuerza una reacción similar en el lector–. “No sé ustedes, pero yo tengo el estómago revuelto”, escribió tres semanas después de la asunción del mandatario. “Tengo la sensación de que Estados Unidos simplemente no está a la altura del mayor desafío económico de los últimos 70 años.”

En la raíz del problema, aseguró, está el ingenuo intento de Obama de atraer el apoyo del Partido Republicano, aún dominado por hombres creyentes y fieles al libre mercado. “El presidente comprometió por adelantado”, advirtió el economista, quien además acusó al mandatario de estar muy dispuesto a contentarse con medidas a medias.

Obama tuvo que empezar a responder a las acusaciones del reconocido economista desde que presentó el paquete de estímulo. “Si Paul Krugman tiene una buena idea sobre cómo gastar de forma más eficiente y efectiva para reimpulsar la economía, nosotros la ejecutaremos”, dijo en aquel momento.

Dos meses después, el círculo de asesores de Obama se muestra cada vez más frustrado al tener que debatir públicamente las críticas de Krugman todos los días. Larry Sumers, el jefe de asesores económicos del presidente, reconoció que está sorprendido y confundido por las críticas del premio Nobel contra el plan de salvataje a los bancos. No es el único. Cada vez que Tim Geither, el secretario del Tesoro, da una entrevista le enrostran las columnas críticas de Krugman.

Hace poco Rahm Emanuel, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, perdió la calma después de que Krugman criticara el acuerdo entre los demócratas y los republicanos en el Senado para aprobar el paquete de estímulo económico. “¿Cuántas leyes aprobó él?”, dijo, enojado, Emanuel, en una entrevista con la revista New Yorker. En ese momento, era necesario contar con los votos de los republicanos, ya que aún no se definió la situación del senador demócrata por Minnesota, Al Franken. La elección en ese estado todavía está bajo revisión judicial. “Que escriba una maldita columna sobre cómo sentar en su banca al hijo de puta. Me encantaría leer esa columna.”

A pesar de su experiencia, el economista de 56 años no está acostumbrado a la ferocidad del debate político. El hijo de inmigrantes rusos, que creció como un chico tímido de Long Island, se mantiene firme en sus convicciones y planea reducir sus horas de profesor universitario para priorizar sus conferencias y sus apariciones en la televisión.

Obama prometió reducir de forma agresiva el déficit, no bien el país pase la peor parte de la tormenta. Pero la promesa a largo plazo no es suficiente para Krugman. “Los países desarrollados con gobiernos estables pueden endeudarse mucho y luego ser perdonados por los mercados”, sostuvo hace dos semanas.

Está obstinado en ser la piedra en el zapato de Obama durante toda su gestión, aunque su modestia no le permite reconocerlo. “La popularidad arruina el desempeño de los jefes, aun los mejores. Seguramente, lo mismo pasa, digamos, con los economistas. No pueden decir que no les advertí”, escribió recientemente en su blog.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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Página/12 Web - Argentina/12/04/2009