Pensada para eso, la gira del presidente de Estados Unidos por Brasil y Uruguay incomodó al bloque y apuró el debate sobre cómo será la integración hacia dentro y fuera de la región. El acto antiimperialista en Argentina condimentó la discusión.
Se acelera el debate sobre como será la integración
Eduardo Andrés Aller, de APM
El combo que mezcló, en simultáneo, la visita del presidente estadounidense George W. Bush a dos de los países miembros plenos del Mercado Común del Sur (Mercosur) -Brasil y Uruguay, respectivamente- y el acto antiimperialista que Hugo Chávez organizó y encabezó en la ciudad de Buenos Aires dejó una estela de conclusiones, que más se ubican dentro de la simbología política que en la factibilidad comercial y económica. Además, encendió un debate que se mantenía en baja intensidad: cómo será la integración.
Tal es así, que el mandatario de Estados Unidos apenas concretó un memorando de intención a largo plazo con su par brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva para una futura sociedad en el negocio del biocombustible etanol y sólo se limitó a escuchar como su anfitrión uruguayo Tabaré Vázquez le pedía “una mejora en el intercambio bilateral”.
Ambos escenarios confirmaron las predicciones anteriores, las cuales advertían que Bush no tenía la mínima intención de impulsar el cambio que hace tiempo esperan las naciones del tercer mundo, el único que podría traducirse en verdaderas mejoras: la reducción de las barreras arancelarias que frenan el ingreso de los productos provenientes de economías primarias a los mercados de las potencias industrializadas.
Pero Bush no vivió los escasos acuerdos comerciales como un fracaso. Es más, en todo momento pareció no importarle. Acaso no era esta una gira que tenía su razón de ser en el beneficio económico que traería al bloque regional. Claro que no. La mentira no alcanzó a madurar para caer por su propio peso.
Minutos después de pisar suelo sudamericano, el ex gobernador del Estado de Texas dejó en manos de sus segundones las engorrosas reuniones de negocios y sólo se preocupó por mostrarse en público abrazado a Lula, bailando batucada – en traje y corbata- con chicos de una favela o comiendo asado vacuno con Tabaré en la estancia presidencial Anchorena, a 30 kilómetros de la pintoresca ciudad de Colonia. Nada más para agregar.
Es que un paper de entendimiento lucrativo puede hacerse por correo electrónico o someterse a la rúbrica de los cancilleres en un encuentro sin repercusión mediática, pero Bush no quería perderse la oportunidad de mostrarle a los suyos como disciplinaba el patio trasero y de incomodar al vecindario del sur con sobreactuaciones de amistosidad y de preocupación por la realidad de los pueblos del Mercosur.
En definitiva, Bush se llevó lo que vino a buscar y no dejó nada de lo prometido. Quería fotos e imágenes y logró montones; quería esquivar comprometerse en serio y no firmó ningún documento trascendente. En definitiva, usó más la lengua que la lapicera.
En contrapartida al road show de George W, el bolivariano Chávez, conciente de las reglas del juego, también hizo su jugada, la cual consistió en una fenomenal puesta en escena donde fue guionista, director y protagonista. Eligió la capital federal de Argentina para mostrarle al mundo que uno de los sentimientos que más hermana a los latinos es un marcado rechazo a lo que Estados Unidos representa.
Como el apoyo de Néstor Kirchner sobrevoló la convocatoria de Chávez, realizada después de un acuerdo estratégico de inversión y transferencia de tecnología entre el Gobierno argentino y el venezolano, rápidamente se habló con mucha malicia de la conformación de dos ejes antagónicos, que pondría en peligro el proceso de integración en la zona: Caracas y Buenos Aires, por un lado; Washington, Brasilia y Montevideo, por otro.
Esa lectura sólo puede hacerse sin tener en cuenta que tanto Lula como Tabaré ratificaron durante sus entrevistas con Bush que su objetivo y elección en política exterior es fortalecer el Mercosur y no debilitarlo o abandonarlo.
Quizá las visitas cruzadas digan más de una adultez estratégica que de una confrontación. Si bien Chávez instó a dejar de lado las ambigüedades, abonó la idea de respetar, ante todo, la soberanía diplomática entre los países que son parte del armado regional.
En este caso, podría decirse que el Mercosur mostró su conocida falta de organicidad, de un lazo institucional que, por ejemplo, evite desequilibrios y permita decidir en conjunto si se recibe a tal o cual mandatario o se pacta con este o aquel gobierno. Porque si algo desnudó la llegada de Bush es que la Casa Blanca mantiene intacto su poder de ingerencia en Latinoamérica.
Otro punto es que la refutación de hipótesis de enfrentamiento interno no tiene que ocultar la posibilidad de que tanto Chávez como Lula pueden estar pensando -y trabajando para eso- en dos proyectos distintos para el futuro del Mercosur y su relación con el resto de las naciones o uniones, como puede ser la europea. Esto, entendido dentro de una sana competencia política, lejos está de ser un quiebre o una pelea irreconciliable.
Así, la disputa de las ideas brinda una buena óptica para analizar el paisaje del pasado fin de semana. Si bien ambos plenipotenciarios desean asentar la unificación continental en la dimensión económica, a fuerza de gasoductos, infraestructura, créditos bancarios, moneda común y reducción de asimetrías comerciales, el hombre de la camisa roja quiere aumentar el volumen ideológico y el brasileño se rehúsa a olvidar los buenos modales y el diálogo.
Mientras Chávez intenta explicar el presente con un esquema de dominadores y dominados, en una línea retórica de un Norte imperialista y de un Sur explotado; Lula maneja una geopolítica donde la Organización Mundial de Comercio (OMC) es el ámbito más pertinente para definir las relaciones mundiales. Ambos tienen fundamentos empíricos para seguir adelante, y es hacia sendos dibujos donde cada uno quiere orientar el Mercosur.
Como tampoco se trata de propósitos antagónicos, la participación de Kirchner tal vez pueda ayudar a la síntesis definitoria; aunque su tirante relación con el oficialismo oriental, por el conflicto de la pastera ubicada en la ribera de Fray Bentos, no le permite asumir plenamente el papel de árbitro. Esta vez, el argentino pareció darle un guiño a Chávez, pero desorientó que ni él ni ningún funcionario de primera primero o segunda línea se encontraran en las tribunas.
Hasta ahora, todo está empatado en la mesa de las definiciones. No se avizora una fuerza capaz de torcer la balanza y nadie sabe cuántos cruces intestinos faltan aún para que el Mercosur se decida a ser un polo de contrapoder, un conglomerado con poder económico para insertarse en el comercio global o un resumen que complemento las dos visiones.
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