Diez acontecimientos que cambiaron el mundo
(Parte I)
Ricardo Ribera 27-11-2006 / El Faro
Si existe un año en el siglo XX que pueda significar la síntesis de lo que fue la centuria éste es el de 1968. Una serie de eventos que acontecen en ese año resultan de gran importancia. Unos aparecen como resultado de cierta acumulación histórica, otros son significativos por la serie de consecuencias que acarrearán, otros más muestran ser expresión y síntoma de las hondas contradicciones que atraviesan el siglo. Varias de las claves del siglo aparecen concentradas en la coyuntura que representa 1968.
No hay una razón por la que eso deba ser así. No había a esa altura de los tiempos un proceso de historia mundial de una entidad tal que justifique tal coincidencia. Muchos de los acontecimientos que se dan en 1968 son más bien fruto de procesos nacionales o regionales. En la medida que la globalización y la interdependencia avanzan tendrá probablemente vigencia que la humanidad toda ejerza en un futuro como protagonista y sujeto de un solo proceso histórico universal. De modo tal que coyunturas como la de 1968 aparezcan como consecuencia directa de la maduración de un único proceso que las esté determinando. Pero plantearlo así para el siglo XX tendría tan poco de científico como quien pretendiera que la coyuntura de 1968 obedece a una conjunción especial de los astros en el cielo. No obstante, aun reconociendo el papel que el azar, la simple casualidad, tiene en la historia, no deja de resultar inquietante y extraño un año histórico tan repleto de acontecimientos y significados como éste de 1968.
Considerarlo “año histórico” implicará no ceñirnos estrictamente a la cronología que impone el año calendario. O sea, no necesariamente comenzará el primero de enero y terminará el 31 de diciembre, sino que su acotación vendrá determinada por sus contenidos y significado. Así como el historiador Immanuel Wallerstein al siglo XVI, en tanto siglo histórico, lo hacía empezar en 1492, año del descubrimiento del Nuevo Mundo e inicio de la conquista, y lo consideraba concluido en la década de 1590 cuando España ha completado su imperio colonial pero ha perdido la hegemonía del sistema mundial que ha ayudado a conformar.
Con respecto al año 1968 nos tomaremos una licencia similar al considerarlo “año histórico”: vamos a incluir algunos eventos de finales de 1967 y otros que datan de inicios de 1969. Se trata, por tanto, de un año histórico con algo más de doce meses. Es un período en el que de un modo particularmente intenso se realiza la historia, culminando ciertos procesos y dando inicio a otros, caracterizado por sus contenidos y significación. La sucesión de hechos históricos trascendentes se ubica en ciertos países de capitalismo desarrollado, en otros del campo socialista y en varios del Tercer Mundo. Los escenarios se desplazan por el continente americano, por Europa y Asia. En cambio no hay un protagonismo africano relevante en el año histórico de 1968. Es casual pero resulta sintomático. África, el continente excluido por excelencia en los modernos tiempos de globalización, tampoco aparecerá en nuestro año-síntesis. Reflejo de todo un siglo, 1968 se despliega rico en sugerencias.
1.- La muerte del Ché Guevara.
La noticia recorre el mundo. Ernesto Guevara de la Serna, comandante de la revolución cubana, más conocido como “el Ché” por su acento argentino que nunca perdió, ha muerto en la selva boliviana. Capturado en combate, herido pero vivo, fue ajusticiado el 9 de octubre de 1967 por órdenes del presidente de Bolivia. La propia CIA, la agencia estadounidense de inteligencia, se encargará de que el mundo conozca una foto del cadáver del Ché. El imperialismo espera que la imagen demuestre el fracaso de la opción guerrillera en América Latina y refute los posibles desmentidos sobre la muerte del líder izquierdista. Grave error. La fotografía, tomada por un agente norteamericano, muestra al Ché tumbado boca arriba, sin camisa, sucio y ensangrentado, con la barba descuidada y una expresión serena en su rostro. Para el inconsciente colectivo se parece tremendamente a la figura de Jesús descendido de la cruz. Las posteriores noticias sobre las circunstancias de su aventura guerrillera, la difusión de su Diario de Bolivia y la extraordinaria biografía del revolucionario harán de él un símbolo de la rebeldía, la solidaridad y la generosidad.
Lo que más impresiona es el hecho de que el Ché ha dedicado su vida a luchar por la liberación de pueblos que no eran el suyo. Y, sobre todo, que después del triunfo de la revolución cubana haya abandonado cargos, comodidades y honores, en pos de unos ideales por los que entregó su vida. Personifica todo lo que de altruista, aventurero y romántico puede encarnar el revolucionario ideal. Muy pronto otra fotografía, la que había tomado a poco del triunfo un humilde fotógrafo cubano en un acto de masas, desde un ángulo ligeramente inferior, en el momento justo en que una ráfaga de viento agita la cabellera del Ché, será reproducida por millones y vendida en forma de botones, carteles y camisetas. Ha nacido un mito.
El sistema lo banaliza al comercializarlo, al transformarlo en mercancía, al rebajarlo al nivel de una moda. Sin embargo, el icono es símbolo de postura contestataria, rebelde, inconformista. No cualquiera va a gustar de usar una camiseta con el rostro del Ché, gesto que compromete e identifica, no tanto en cuanto a una posición política, a menudo más como postura vital. Toda una generación, la juventud de los sesenta, se identificará con la imagen del Ché, en una época en que “la izquierda estaba de moda”, mientras los símbolos conservadores y burgueses eran puestos a la defensiva ante la crítica contracultural. Todavía hoy, casi cuarenta años después, en tiempos de auge ideológico conservador, la foto del Ché sigue siendo reproducida y portada como un estandarte por jóvenes que han nacido mucho después de la coyuntura que comentamos.
Para la revolución cubana la gesta del Ché presentaba algunos visos incómodos. Era el fracaso de una política de promoción de la revolución que había comenzado con la activa participación cubana en la guerrilla venezolana, reprimida ferozmente hasta su derrota militar, que culminaba ahora con el naufragio del experimento en Bolivia. Las tesis del foco guerrillero, capaz por sí solo de atraer y movilizar a las masas hacia la lucha, llevaban al desastre. El francés Regis Debrais, que acompañó al Ché en Bolivia, lo analizaría en una trilogía titulada “La crítica de las armas”. Pero la implantación de fuerzas guerrilleras en casi toda América Latina era una realidad, ante la cual la intromisión cubana podía resultar contraproducente.
Fidel Castro asumirá la lección histórica de que la revolución no es algo que pueda “exportarse”, al menos no en el continente latinoamericano, por más que a los propios intereses de defensa de la isla le convenga la participación militar y el fogueo constante en los campos de batalla contra el imperialismo. En adelante retomará el impulso inicial del propio Ché Guevara cuando éste fue al Congo para apoyar la revolución anticolonialista, enfocando el apoyo internacionalista cubano en las luchas de liberación del continente africano (Angola, Namibia, Mozambique, Etiopía).
Una segunda preocupación de la revolución cubana fue desmentir las versiones que empezaron a propalarse sobre supuestas disensiones entre el Ché y Fidel, las que habrían motivado la salida de aquél. La posición oficial del régimen desde entonces fue afirmar que el proyecto de Bolivia era una decisión personal de Guevara (ha de recordarse su escrito con un título como un eslogan: “¡Crear uno, dos, tres… muchos Vietnam!”) y que el régimen castrista le dio todo el apoyo que solicitó y que necesitaba. Al mismo tiempo las autoridades cubanas han refutado siempre el supuesto trotskismo del pensamiento político del Ché. Sus posturas críticas a la teoría y práctica soviéticas fueron poco difundidas hasta el desplome de la Unión Soviética, tras lo cual han salido a la luz, amparadas por declaraciones y documentos desconocidos hasta entonces. Ahora hay estudios sobre el pensamiento económico del Ché y sobre su concepción de la construcción del socialismo, donde aparece claramente distanciado de la ortodoxia soviética, en búsqueda de modelos alternativos de economía y sociedad, con una preocupación humanista desconocida en los modelos de “socialismo real”.
Por tanto, tenemos, no uno, sino varios Ché Guevara, de modo que hoy día es posible reivindicar su legado desde posiciones políticas disímiles y hasta contradictorias. No obstante, por sobre las discrepancias en las interpretaciones del marxismo-leninismo o en la construcción de un sistema socialista que como prioridad busque hacer surgir al “hombre nuevo”, se impone desde siempre la imagen menos compleja pero exacta del “guerrillero heroico”, del militante de la lucha antiimperialista inclaudicable. Y así será mientras el imperialismo siga campando por el mundo, provocando la resistencia de los pueblos, sin importar las decepciones que los distintos modelos de socialismo “real”, o incluso irreal, hayan generado. La imagen del Ché como modelo de entrega desinteresada y generosa, de lucha hasta las últimas consecuencias, seguirá presente en el imaginario de los pueblos. Es una de las herencias del año histórico de 1968.
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