Diez acontecimientos que cambiaron el mundo
(Parte II)
Ricardo Ribera 04-12-2006 / El Faro
2.- El mayo francés
Durante más de un mes los estudiantes universitarios de París y otras ciudades francesas tuvieron en jaque al gobierno derechista del general De Gaulle. La revuelta, iniciada en los recintos universitarios y pronto trasladada a las calles, levantó barricadas y aisló del resto de la ciudad el céntrico Barrio Latino, habitado mayormente por estudiantes y extranjeros. La policía se veía incapaz de reprimir el movimiento sin causar una matanza inaceptable. Al fin y al cabo, tras las barricadas no había humildes obreros desarrollando la lucha de clases, sino hijos de la burguesía y de la pequeña burguesía, la generación a la que tras su paso por las aulas universitarias le correspondería en un futuro asumir las riendas de la nación.
Pero el gobierno carecía de alternativas a la respuesta policial represiva. Negociar una salida era impracticable pues el movimiento de los jóvenes radicalizados no tenía un liderazgo definido con quien sentarse a una mesa de negociación y presentaba más bien contornos ideológicos anarquistas. Tampoco planteaba peticiones concretas y plausibles a que pudieran ser objeto de un regateo. Era el conjunto de la sociedad burguesa, de sus valores y estilo de vida, lo que era cuestionado. La política del sistema era criticada ferozmente pero también aspectos de la vida cotidiana, como el consumismo o la doble moral sexual y familiar. El movimiento tenía más visos de un malestar generacional, profundo e inadvertido hasta entonces, que de una revolución en el sentido marxista o clasista del término.
Algunas de las pintas en los muros reflejaban el espíritu de esta rebelión juvenil: “La imaginación al poder”; “Prohibido prohibir”; “¡Escandalizad a los burgueses!”. La sociedad reaccionó desconcertada y asustada. La brecha entre generaciones, el desconocimiento sobre el sentir y pensar de los jóvenes, aparecía de repente como un abismo que dividía en dos a la nación. Jóvenes obreros promovieron asambleas de fábrica, al margen de las organizaciones sindicales, y en algunos casos consiguieron forzar huelgas de adhesión a la revuelta estudiantil. La mayor empresa francesa en número de trabajadores, la estatal fabricante de automóviles Renault, se declaró en huelga pese a la oposición del sindicato comunista. Los dirigentes del PCF, el Partido Comunista Francés, se ofrecieron como mediadores y fueron rechazados. También el PCF era acusado de “ser parte del sistema”.
De hecho, uno de los oradores estudiantiles más conocidos, Daniel Cohn-Bendit, unos meses después de acabado el alzamiento publicó un libro con un título revelador: “El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo”. Con ello parafraseaba e invertía el sentido de una famosa obra de Lenin: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”. Los defectos, peligros y desviaciones del radicalismo izquierdista que el dirigente bolchevique criticara en los primeros años tras el triunfo de la revolución de octubre, eran ahora reivindicados por unos jóvenes desencantados con la burocracia de los partidos comunistas occidentales y el revisionismo del régimen soviético. De tal manera la izquierda tradicional resultaba rebasada política e ideológicamente.
Los jóvenes participantes del “mayo del 68” no eran un puñado de alocados. Estaban airados, incluso desesperados, pero eran gente culta e informada, que discutía y leía a los sociólogos, a los politólogos, a los filósofos. Jamás la filosofía había jugado un rol tan directo y determinante en los acontecimientos sociales e inspirado un movimiento social como en 1968. Herbert Marcuse, el brillante crítico de la civilización pos-industrial y de la cultura de masas (“Eros y civilización” y “El hombre unidimensional”) volaría a París desde su residencia en Estados Unidos aquel mayo del 68 y sería recibido como un héroe por los jóvenes rebeldes. También sería aclamado Ernst Bloch, ya septuagenario, percibido como “uno de los nuestros” por la multitud veinteañera que se identificaba con el autor de “El espíritu de la utopía” y El principio esperanza”. Igualmente los filósofos franceses Jean Paul Sartre (“El ser y la nada”) y Simone de Beauvoir, esposa del anterior y teórica feminista (“El segundo sexo”). Cuando manos anónimas escribían en los muros “Lo personal es político” o, más provocadoramente, “Cuando pienso en la revolución me entran ganas de hacer el amor”, probablemente se inspiraban en estos y otros autores. Una revolución en la vida cotidiana y en las relaciones personales, no sólo en las estructuras, es lo que demandaban los rebeldes parisinos del 68.
Cuando el movimiento cedió, agotado por el acoso policial y la falta de alternativas que sus propias posiciones libertarias provocaban, se publicó un libro con las fotos de una gran cantidad de “grafittis” (frases pintadas en los muros). Una bien representativa dice así: “Tomo mis deseos por realidades porque creo en la realidad de mis deseos”. Pero tal vez la consigna más reveladora del alcance y al mismo tiempo las limitaciones del movimiento del mayo francés es la que proclamaba: “Seamos realistas: ¡exijamos lo imposible!”. Tras el juego de palabras y el patente contenido utópico de la frase no había ingenuidad alguna, sino toma de postura política y filosófica. Lo único posible en el marco del sistema son pequeños cambios que rápidamente son neutralizados. La experiencia de la clase obrera sindicalizada que tras conseguir un aumento de salarios ha visto repetidamente cómo la ligera mejoría se esfumaba por la inflación, o las luchas por la reducción de la jornada laboral, victoria anulada por la realidad de que los trabajadores pronto necesitan buscar un segundo puesto de trabajo o tienen que aceptar trabajar horas extra, ilustran lo precario e ilusorio de las batallas sociales planteadas dentro de los límites de “lo posible”. Aceptar las fronteras de la posibilidad, luchar por meras reformas, no resulta realista porque con ello nada cambia. La utopía, en cambio, consiste en plantearse como objetivo “lo imposible” porque se considera que en otro sistema de relaciones ello fuera posible. La lucha por la utopía consiste en pugnar por el traslado de las fronteras, por ampliar el horizonte de la posibilidad, para volver posible lo que en el marco actual es imposible. Era la conclusión radical a que había llegado la juventud francesa.
La radicalidad teórica del mayo francés no resultó fructífera en Francia, donde no dejó mayores secuelas políticas una vez pasada la tormenta del 68. En cambio sí produjo consecuencias en un país vecino, Alemania. En realidad un movimiento similar aunque menos espectacular se había iniciado ahí un año antes, en 1967. Del mismo procedía el pelirrojo Cohn-Bendit, (“Daniel el rojo”), quien con los años llegaría a ser diputado por el partido de los verdes. El surgimiento del muy masivo movimiento ecologista, feminista y pacifista en los siguientes años tiene sus raíces históricas en la rebelión estudiantil de 1967 en Alemania. Hubo otras ramificaciones menos determinantes políticamente, pero más virulentas.
La influencia más militante de Rudi Dutschke, uno de los líderes más connotados del 67, inspiraría la formación de grupos de guerrilla urbana. El más famoso, con el nombre de Fracción del Ejército Rojo, RAF, sacudiría años después a la acomodada sociedad burguesa alemana con audaces acciones de violencia terrorista: sabotajes, secuestros y asesinatos de prominentes figuras de la banca, la industria y del aparato militar de la OTAN. Desmantelada tras años de persecución policial la “banda Baader-Meinhoff”, como la llamó la prensa, representaba la posición anti-sistema más radical en Europa occidental como un cóctel ideológico que podría calificarse de anarco-comunismo. Algo similar sucedía en Italia, que también tuvo un caliente año 1968, con el accionar de las Brigadas Rojas. El espíritu anarco-contestatario, pero sin sus expresiones de violencia extrema, sigue presente en algunas de las corrientes que participan hoy del movimiento anti-globalización europeo. No son hijos directos del 68; pero podrían ser considerados nietos suyos, pues de ahí proceden.
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