La demanda de crecimiento económico y de reivindicación de la autodeterminación política de Latinoamérica, especialmente en los enfrentamientos con el vecino norteamericano, parece estar encontrando respuesta en los vínculos que se están creando entre los países suramericanos y los de Oriente Medio. El eje inédito y potencialmente crítico en términos de peso económico –sobre todo a nivel petrolífero— y de peso político –a nivel de los enfrentamientos con Estados Unidos— parece ser el vínculo entre Caracas y Teherán, sellado por varias reuniones y acuerdos comerciales.
Equilibri.net/Italy/20/06/2007
Chiara Lombardi
Equilibri.net/Italy/20/06/2007
Chiara Lombardi
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En enero de 2007, como primera fase de su viaje a Latinoamérica, Ahmadinejad eligió Caracas, que había visitados solo cinco meses antes. Las frecuentes reuniones entre Hugo Chávez y el presidente iraní permiten ver cómo Venezuela y la República Islámica están forjando una importante alianza que solo en parte es comercial. Ambos países se están empleando en proyectos petrolíferos consistentes que tienen como objetivo presionar a la OPEC (Organización de Países Exportadores de Petróleo) para combatir la caída de los precios del crudo. Irán es el cuarto productor de petróleo del mundo y Venezuela ha pasado del quinto al octavo puesto: como destacó Chávez durante su reunión con Ahmadinejad en septiembre, en el mercado hay una cantidad ingente de petróleo y la solución podría residir en la reducción de la producción para mantener el precio. La propuesta del jefe de estado venezolano precede al anuncio de las reformas internas de nacionalización de todo el sector energético, que indicaba que las líneas de la política económica incluyen el mercado del petróleo. Con este propósito, los dos estados también han sentado las bases para formular un ambicioso proyecto para constituir una compañía petrolífera común para la exploración, producción y comercialización del crudo, aunque aún no han formalizado el acuerdo.Para alejarse de la tradicional hegemonía americana ejercida a “las puertas de casa” en el sector petrolífero, la estrategia venezolana (en parte imitada por los países latinoamericanos –véase el vértice político-económico organizado en Brasil entre los países árabes y Sudamérica que oficialmente ha dado lugar a una serie de acuerdos bilaterales y multilaterales entre los estados implicados) se ha centrado en la búsqueda de un socio particularmente interesante en términos de intercambios comerciales y claramente incómodo para la Casa Blanca. Más allá del interés común comercial, el eje Caracas-Teherán se traduce, inevitablemente, en una provocación directa a los enfrentamientos de Estados Unidos y del papel que la súper potencia juega tanto en los escenarios de Oriente Medio y como en el área latinoamericana. El acuerdo entre los dos países también puede considerarse como un primer paso para el ambicioso proyecto de reconstruir el Movimiento de los No Aliados, en la línea errónea de lo que se estipuló y siguió en la Conferencia de Bandung en 1995. De hecho, Irán y Venezuela están entre los principales promotores de la Cumbre del Movimiento de los No Aliados, organizado en Cuba en Septiembre de 2006, que reunió a 118 países; 53 africanos, 38 asiáticos, 24 latinoamericanos y solo uno europeo; Bielorrusia. El objetivo principal de la reunión era promover y renovar los objetivos del Movimiento en un momento particularmente complicado de la situación internacional, sin posicionarse de manera clara contra la conducta de la política exterior de ningún país, pero creando una nueva identidad y un nuevo papel activo de los estados “terceros”, expectadores pasivos de las decisiones tomadas por las grandes potencias mundiales. Durante la ceremonia inaugural, el ministro cubano Roque precisó que uno de los objetivos de la reunión era la defensa del derecho internacional en general, establecido como derecho a la autodeterminación y a la no intervención –principios, según los líderes sudamericanos, poco respetados por la línea de conducta de la política exterior estadounidense. Además del aparente espíritu de acuerdo por parte de los participantes, incluso en las cuestiones más complejas, es necesario preguntarse si la reunión no ha sido una mera actuación multilateral, una de las muchas perpetradas en la actualidad por los países en vías de desarrollo cuyos objetivos son reivindicar sus autonomías del mundo occidental o ha sido el íncipit para el refuerzo de las relaciones bilaterales, como el de Irán y Venezuela. A nivel macro regional, idealmente Ahmadinehad conseguiría reunir un conjunto de líderes latinoamericanos, todos con la misma intención; la de superar las políticas económicas neoliberalistas favoreciendo las mejores condiciones de vida de la población y debilitando la tradicional hegemonía estadounidense en la región. El único objetivo que Irán comparte es el de disminuir el dominio global de Washington. Irán, después de haber sido objeto de una serie de negociaciones que tenían por objetivo poner fin a su armamento nuclear, se encontró en una situación de aislamiento internacional y Latinoamérica, terreno poco explorado por la Unión Europea y actualmente afianzado contra la tradicional hegemonía estadounidenese, parece el medio más conveniente de entablar relaciones internacionales que no sean de tensión, sino de distensión y colaboración.
En enero de 2007, como primera fase de su viaje a Latinoamérica, Ahmadinejad eligió Caracas, que había visitados solo cinco meses antes. Las frecuentes reuniones entre Hugo Chávez y el presidente iraní permiten ver cómo Venezuela y la República Islámica están forjando una importante alianza que solo en parte es comercial. Ambos países se están empleando en proyectos petrolíferos consistentes que tienen como objetivo presionar a la OPEC (Organización de Países Exportadores de Petróleo) para combatir la caída de los precios del crudo. Irán es el cuarto productor de petróleo del mundo y Venezuela ha pasado del quinto al octavo puesto: como destacó Chávez durante su reunión con Ahmadinejad en septiembre, en el mercado hay una cantidad ingente de petróleo y la solución podría residir en la reducción de la producción para mantener el precio. La propuesta del jefe de estado venezolano precede al anuncio de las reformas internas de nacionalización de todo el sector energético, que indicaba que las líneas de la política económica incluyen el mercado del petróleo. Con este propósito, los dos estados también han sentado las bases para formular un ambicioso proyecto para constituir una compañía petrolífera común para la exploración, producción y comercialización del crudo, aunque aún no han formalizado el acuerdo.Para alejarse de la tradicional hegemonía americana ejercida a “las puertas de casa” en el sector petrolífero, la estrategia venezolana (en parte imitada por los países latinoamericanos –véase el vértice político-económico organizado en Brasil entre los países árabes y Sudamérica que oficialmente ha dado lugar a una serie de acuerdos bilaterales y multilaterales entre los estados implicados) se ha centrado en la búsqueda de un socio particularmente interesante en términos de intercambios comerciales y claramente incómodo para la Casa Blanca. Más allá del interés común comercial, el eje Caracas-Teherán se traduce, inevitablemente, en una provocación directa a los enfrentamientos de Estados Unidos y del papel que la súper potencia juega tanto en los escenarios de Oriente Medio y como en el área latinoamericana. El acuerdo entre los dos países también puede considerarse como un primer paso para el ambicioso proyecto de reconstruir el Movimiento de los No Aliados, en la línea errónea de lo que se estipuló y siguió en la Conferencia de Bandung en 1995. De hecho, Irán y Venezuela están entre los principales promotores de la Cumbre del Movimiento de los No Aliados, organizado en Cuba en Septiembre de 2006, que reunió a 118 países; 53 africanos, 38 asiáticos, 24 latinoamericanos y solo uno europeo; Bielorrusia. El objetivo principal de la reunión era promover y renovar los objetivos del Movimiento en un momento particularmente complicado de la situación internacional, sin posicionarse de manera clara contra la conducta de la política exterior de ningún país, pero creando una nueva identidad y un nuevo papel activo de los estados “terceros”, expectadores pasivos de las decisiones tomadas por las grandes potencias mundiales. Durante la ceremonia inaugural, el ministro cubano Roque precisó que uno de los objetivos de la reunión era la defensa del derecho internacional en general, establecido como derecho a la autodeterminación y a la no intervención –principios, según los líderes sudamericanos, poco respetados por la línea de conducta de la política exterior estadounidense. Además del aparente espíritu de acuerdo por parte de los participantes, incluso en las cuestiones más complejas, es necesario preguntarse si la reunión no ha sido una mera actuación multilateral, una de las muchas perpetradas en la actualidad por los países en vías de desarrollo cuyos objetivos son reivindicar sus autonomías del mundo occidental o ha sido el íncipit para el refuerzo de las relaciones bilaterales, como el de Irán y Venezuela. A nivel macro regional, idealmente Ahmadinehad conseguiría reunir un conjunto de líderes latinoamericanos, todos con la misma intención; la de superar las políticas económicas neoliberalistas favoreciendo las mejores condiciones de vida de la población y debilitando la tradicional hegemonía estadounidense en la región. El único objetivo que Irán comparte es el de disminuir el dominio global de Washington. Irán, después de haber sido objeto de una serie de negociaciones que tenían por objetivo poner fin a su armamento nuclear, se encontró en una situación de aislamiento internacional y Latinoamérica, terreno poco explorado por la Unión Europea y actualmente afianzado contra la tradicional hegemonía estadounidenese, parece el medio más conveniente de entablar relaciones internacionales que no sean de tensión, sino de distensión y colaboración.
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Con ocasión del último viaje a Venezuela, Ahmadinejad ha abrazado a Chávez varias veces, llamándolo “hermano” y expresando su alegría de que el fondo común de dos millones de dólares destinado a financiar proyectos en países en vías de desarrollo se pueda transformar en un “mecanismo de liberación nacional” para las naciones beneficiarias de Latinoamérica y África. El acuerdo creado entre Venezuela e Irán ha llevado a la estipulación de varios acuerdos comerciales, de inversión y cooperación. A pesar de que tanto desde un punto de vista estrictamente económico como desde uno estratégico los dos países obtienen beneficios de su cooperación, algunos aspectos resultan claramente evidentes con respecto a la voluntad de colaboración. En primer lugar, a pesar de la retórica populista antiamericana de Chávez, es indudable que el presidente venezolano no puede desvincularse de Estados Unidos. Si bien es indiscutible que el fracaso de las promesas económicas liberales y el acceso al poder de Chávez han alentado notablemente la hegemonía de Washington sobre el país Sudamericano, las exportaciones petrolíferas siguen siendo un punto importante de la economía venezolana, que no puede prescindir del mercado estadounidense (Venezuela es actualmente el quinto proveedor de crudo de EE.UU.). Desde este punto de vista, la alianza con Teherán adquiere una indudable importancia en términos políticos, pero parece complementaria y no sustitutiva en términos de partnership económico. Sin embargo, el punto más crítico de la solidez del eje Caracas-Teherán consiste en la actitud particularmente agresiva del presidente iraní en el campo de las relaciones internacionales. Recientemente, Chávez ha declarado públicamente en una entrevista televisiva que condena las afirmaciones de Ahmadinejad con respecto a oponerse a la existencia del estado de Israel. El presidente venezolano, a pesar de apoyar el programa nuclear iraní y de denunciar la guerra del verano pasado en el Líbano, no puede –al menos oficialmente— permitirse entrar en discusiones verbales acaloradas que formen parte de la política exterior de Ahmadinejad. En ocasiones formales de comparecencia internacional, la dialéctica del presidente iraní se ha caracterizado por una agresividad particular, probablemente en parte como reacción a la voluntad de la Comunidad Internacional de obstaculizar su programa de enriquecimiento nuclear. Por su parte, el jefe de estado venezolano, promotor de un movimiento popular y democrático que está viviendo Latinoamérica, no puede más que condenar los enfrentamientos de las desaprensivas afirmaciones iraníes, entre otras cosas porque anteriormente Chávez ya había provocado las protestas de la comunidad hebrea debido a su cercanía con el régimen de Teherán.
Con ocasión del último viaje a Venezuela, Ahmadinejad ha abrazado a Chávez varias veces, llamándolo “hermano” y expresando su alegría de que el fondo común de dos millones de dólares destinado a financiar proyectos en países en vías de desarrollo se pueda transformar en un “mecanismo de liberación nacional” para las naciones beneficiarias de Latinoamérica y África. El acuerdo creado entre Venezuela e Irán ha llevado a la estipulación de varios acuerdos comerciales, de inversión y cooperación. A pesar de que tanto desde un punto de vista estrictamente económico como desde uno estratégico los dos países obtienen beneficios de su cooperación, algunos aspectos resultan claramente evidentes con respecto a la voluntad de colaboración. En primer lugar, a pesar de la retórica populista antiamericana de Chávez, es indudable que el presidente venezolano no puede desvincularse de Estados Unidos. Si bien es indiscutible que el fracaso de las promesas económicas liberales y el acceso al poder de Chávez han alentado notablemente la hegemonía de Washington sobre el país Sudamericano, las exportaciones petrolíferas siguen siendo un punto importante de la economía venezolana, que no puede prescindir del mercado estadounidense (Venezuela es actualmente el quinto proveedor de crudo de EE.UU.). Desde este punto de vista, la alianza con Teherán adquiere una indudable importancia en términos políticos, pero parece complementaria y no sustitutiva en términos de partnership económico. Sin embargo, el punto más crítico de la solidez del eje Caracas-Teherán consiste en la actitud particularmente agresiva del presidente iraní en el campo de las relaciones internacionales. Recientemente, Chávez ha declarado públicamente en una entrevista televisiva que condena las afirmaciones de Ahmadinejad con respecto a oponerse a la existencia del estado de Israel. El presidente venezolano, a pesar de apoyar el programa nuclear iraní y de denunciar la guerra del verano pasado en el Líbano, no puede –al menos oficialmente— permitirse entrar en discusiones verbales acaloradas que formen parte de la política exterior de Ahmadinejad. En ocasiones formales de comparecencia internacional, la dialéctica del presidente iraní se ha caracterizado por una agresividad particular, probablemente en parte como reacción a la voluntad de la Comunidad Internacional de obstaculizar su programa de enriquecimiento nuclear. Por su parte, el jefe de estado venezolano, promotor de un movimiento popular y democrático que está viviendo Latinoamérica, no puede más que condenar los enfrentamientos de las desaprensivas afirmaciones iraníes, entre otras cosas porque anteriormente Chávez ya había provocado las protestas de la comunidad hebrea debido a su cercanía con el régimen de Teherán.
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El eje Teherán-Caracas es indudablemente una de las alianzas inéditas creada entre los países sudamericanos y los de Oriente Medio, recientemente ocupados en la reconstrucción de un Movimiento de los Estados No Aliados con el objetivo de componer una política internacional que excluya a los principales protagonistas que hasta hoy han ocupado el campo; es decir, Estados Unidos y, en menor medida, Europa. Por tanto, parece lícito preguntarse si la alianza, construida principalmente a base de acuerdos comerciales en el campo energético y basada en el sentimiento antiamericano, es una acción bilateral formal y por eso está condenada a la extinción o si, por el contrario, es el íncipit para un nuevo espacio en las relaciones internacionales.
El eje Teherán-Caracas es indudablemente una de las alianzas inéditas creada entre los países sudamericanos y los de Oriente Medio, recientemente ocupados en la reconstrucción de un Movimiento de los Estados No Aliados con el objetivo de componer una política internacional que excluya a los principales protagonistas que hasta hoy han ocupado el campo; es decir, Estados Unidos y, en menor medida, Europa. Por tanto, parece lícito preguntarse si la alianza, construida principalmente a base de acuerdos comerciales en el campo energético y basada en el sentimiento antiamericano, es una acción bilateral formal y por eso está condenada a la extinción o si, por el contrario, es el íncipit para un nuevo espacio en las relaciones internacionales.
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