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Una encuesta publicada por el londinense Financial Times esta semana muestra que una mayoría en Estados Unidos y los principales países de la Unión Europea rechaza la “globalización”, cree que no le ha aportado nada positivo, aboga por mayores impuestos a los ricos y favorece un “techo” a los astronómicos salarios de los jefes de la corporaciones. “La visión de que abrir las economías para hacer más libre el comercio beneficia a los países pobres y ricos por igual no es compartida por los ciudadanos de los países ricos”, comenta el rotativo sobre los resultados del sondeo. En Europa la consulta abarcó a Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y España.
Una encuesta similar en los países pobres sería ociosa, dado el notorio y ascendente repudio a la globalización protagonizado en estos desde hace más de dos décadas. Especialmente en América Latina, donde no se le ve el final a las protestas, desde locales y sectoriales hasta rebeliones populares nacionales, expresadas en las calles y/o mediante el sufragio.
Pero, ¿qué se entiende por globalización? La respuesta depende del punto de vista de quien la ofrezca. Están la versión del poder, ya no tan almibarada como en los primeros tiempos aunque ahora más tramposa, y la alternativa, basada en el interés de los pueblos y la lectura objetiva de los datos de la realidad social. Trataré de resumir la última, ya que la primera es ampliamente conocida y machacada a diario por los medios dominantes.
La globalización neoliberal, sí, con apellido, no es una fase ineludible y fatal del progreso que opera ciegamente. Es una política deliberada de las potencias imperialistas encabezadas por Estados Unidos, cuyo auge se enmarca históricamente a partir del inglorioso derrumbe del socialismo soviético, que pretende llevar hasta sus últimas consecuencias la mundialización capitalista, ampliada sucesivamente desde el siglo XV. El derrumbe pareció condenar al mundo a la voluntad de expolio, dominación y guerra de una sola potencia, produjo enormes deserciones en la izquierda comunista o radical y una gran confusión ideológica, que permitió al imperialismo desencadenar una ofensiva planetaria por la obtención máxima de ganancia, el fin de las soberanías nacionales de los países pobres, el saqueo recolonizador de sus recursos y la marginación y pauperización aceleradas de cientos de millones de trabajadores, indígenas, desempleados y sus familias, tanto en los centros imperiales como en las regiones pobres. Los imperialistas y sus socios locales se sintieron con las manos libres para poner en práctica medidas que ya habían desechado mucho antes como muy peligrosas para el propio sistema capitalista debido a sus explosivas consecuencias sociales y políticas. Se desmantelaron en todas partes derechos conquistados a fuerza de grandes luchas de los trabajadores y cundió la depredación ecológica.
El proyecto fue concebido aprovechando viejos y nuevos instrumentos, entre ellos el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el novel Consenso de Washington, la Organización Mundial de Comercio, el Pentágono, la CIA, la OTAN, el sistema escolar a todos los niveles y los llamados medios de comunicación de masas, cada vez más centralizados y emponzoñados en medio de un periodo sin precedente en la concentración capitalista. Ha abarcado regresivas trasformaciones económicas, ideológicas, políticas, sociales, culturales –las famosas “reformas”-, apoyadas en una creciente militarización y la criminalización del pensamiento cuestionador y la protesta social. Se difundieron los mitos de la ineficacia del Estado y la necesidad de su achicamiento, la bondad de las privatizaciones y la “desregulación” de las actividades económicas, supuestamente llamadas a crear una “derrama” general de bienestar. En efecto, los Estados se achicaron, pero para liquidar su función de redistribución de la riqueza, ya que los aparatos militares y represivos crecieron como nunca antes como parte del objetivo de esclavizar a la humanidad. Lo más reaccionario del “paquete” neoliberal es que no fue consultado a los pueblos, en la acción más antidemocrática llevada a cabo por los Estados imperialistas. El atentado terrorista del 11/S fue aprovechado para recrudecerlo mediante el lanzamiento de genocidas guerras de conquista en Afganistán, Irak y Líbano, cuyo fracaso ha acelerado la evidencia incontrovertible de su inviabilidad.
aguerra_123@yahoo.com.mx
Una encuesta publicada por el londinense Financial Times esta semana muestra que una mayoría en Estados Unidos y los principales países de la Unión Europea rechaza la “globalización”, cree que no le ha aportado nada positivo, aboga por mayores impuestos a los ricos y favorece un “techo” a los astronómicos salarios de los jefes de la corporaciones. “La visión de que abrir las economías para hacer más libre el comercio beneficia a los países pobres y ricos por igual no es compartida por los ciudadanos de los países ricos”, comenta el rotativo sobre los resultados del sondeo. En Europa la consulta abarcó a Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y España.
Una encuesta similar en los países pobres sería ociosa, dado el notorio y ascendente repudio a la globalización protagonizado en estos desde hace más de dos décadas. Especialmente en América Latina, donde no se le ve el final a las protestas, desde locales y sectoriales hasta rebeliones populares nacionales, expresadas en las calles y/o mediante el sufragio.
Pero, ¿qué se entiende por globalización? La respuesta depende del punto de vista de quien la ofrezca. Están la versión del poder, ya no tan almibarada como en los primeros tiempos aunque ahora más tramposa, y la alternativa, basada en el interés de los pueblos y la lectura objetiva de los datos de la realidad social. Trataré de resumir la última, ya que la primera es ampliamente conocida y machacada a diario por los medios dominantes.
La globalización neoliberal, sí, con apellido, no es una fase ineludible y fatal del progreso que opera ciegamente. Es una política deliberada de las potencias imperialistas encabezadas por Estados Unidos, cuyo auge se enmarca históricamente a partir del inglorioso derrumbe del socialismo soviético, que pretende llevar hasta sus últimas consecuencias la mundialización capitalista, ampliada sucesivamente desde el siglo XV. El derrumbe pareció condenar al mundo a la voluntad de expolio, dominación y guerra de una sola potencia, produjo enormes deserciones en la izquierda comunista o radical y una gran confusión ideológica, que permitió al imperialismo desencadenar una ofensiva planetaria por la obtención máxima de ganancia, el fin de las soberanías nacionales de los países pobres, el saqueo recolonizador de sus recursos y la marginación y pauperización aceleradas de cientos de millones de trabajadores, indígenas, desempleados y sus familias, tanto en los centros imperiales como en las regiones pobres. Los imperialistas y sus socios locales se sintieron con las manos libres para poner en práctica medidas que ya habían desechado mucho antes como muy peligrosas para el propio sistema capitalista debido a sus explosivas consecuencias sociales y políticas. Se desmantelaron en todas partes derechos conquistados a fuerza de grandes luchas de los trabajadores y cundió la depredación ecológica.
El proyecto fue concebido aprovechando viejos y nuevos instrumentos, entre ellos el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el novel Consenso de Washington, la Organización Mundial de Comercio, el Pentágono, la CIA, la OTAN, el sistema escolar a todos los niveles y los llamados medios de comunicación de masas, cada vez más centralizados y emponzoñados en medio de un periodo sin precedente en la concentración capitalista. Ha abarcado regresivas trasformaciones económicas, ideológicas, políticas, sociales, culturales –las famosas “reformas”-, apoyadas en una creciente militarización y la criminalización del pensamiento cuestionador y la protesta social. Se difundieron los mitos de la ineficacia del Estado y la necesidad de su achicamiento, la bondad de las privatizaciones y la “desregulación” de las actividades económicas, supuestamente llamadas a crear una “derrama” general de bienestar. En efecto, los Estados se achicaron, pero para liquidar su función de redistribución de la riqueza, ya que los aparatos militares y represivos crecieron como nunca antes como parte del objetivo de esclavizar a la humanidad. Lo más reaccionario del “paquete” neoliberal es que no fue consultado a los pueblos, en la acción más antidemocrática llevada a cabo por los Estados imperialistas. El atentado terrorista del 11/S fue aprovechado para recrudecerlo mediante el lanzamiento de genocidas guerras de conquista en Afganistán, Irak y Líbano, cuyo fracaso ha acelerado la evidencia incontrovertible de su inviabilidad.
aguerra_123@yahoo.com.mx
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