El general David Petraeus, uno de los más cualificados militares de todos los que han tenido en sus manos la compleja misión en Irak, debe presentar un informe este mes de septiembre en el que sin duda podrá destacar que la situación tiende a mejorar en Bagdad, aunque no se pueda decir que se ha puesto fin al estado general de inseguridad ni en la capital ni en ningún otro lugar del país. Para los terroristas interesados en hacer imposible la estabilización de Irak, la opción de hacer saltar por los aires un coche-bomba parece algo que las fuerzas del Gobierno iraquí y las tropas norteamericanos no pueden excluir por completo. El terrible atentado del miércoles contra la comunidad yazidi del norte de Irak demuestra cuán fácil es que los terroristas den un vuelco a cualquier estrategia estabilizadora. Estados Unidos ha aumentado sus tropas y el presidente George W. Bush ha logrado el dinero para mantenerlas un tiempo prudencial e intentar dar un vuelco a la situación. Pero la gravedad de la situación dificulta más cada día la obtención de resultados satisfactorios en Irak y de réditos en términos de política interna.
Es cada vez más evidente que una parte nada desdeñable de la inestabilidad iraquí tiene mucho que ver con las actividades que se planifican en el vecino Irán, cuyo régimen no podría sobrevivir a una democratización y liberalización de un Irak estable. No es, por tanto, una medida inconexa la de clasificar como organización terrorista a los Guardianes de la Revolución -la fuerza de choque del régimen islámico de Teherán-, cuya implicación en la promoción de actividades armadas en distintas partes de Oriente Medio no puede ser disimulada. Sin embargo, al mismo tiempo se trata de una decisión muy arriesgada, puesto que es un ataque directo a una fuerza regular de un régimen constituido, una advertencia en toda regla que sin duda va a contribuir a añadir tensión en un pulso en el que la comunidad internacional no ve todavía una salida clara.
La posibilidad de que el régimen de los ayatolás se dote de armamento nuclear es una perspectiva aterradora, porque visto todo lo que son capaces de hacer hoy en Líbano, Palestina, Irak o Afganistán, no resulta halagüeño pensar en lo que pueden llegar a hacer si cuentan con bombas atómicas. Sin embargo, la Administración norteamericana debería meditar muy cuidadosamente cualquier medida unilateral en este sentido, porque los resultados podrían ser devastadores.
La intervención militar en Irak se ha convertido en un infierno, un avispero para las tropas norteamericanas, que no acaban de consolidar una fuerza iraquí capaz de hacerse cargo de las labores de seguridad, como sería deseable. Si escalar una montaña se ha revelado un esfuerzo mucho más grande del esperado, no parece sensato lanzarse al mismo tiempo a conquistar otra cumbre que tiene, a todas luces, dificultades mucho mayores.
Es cada vez más evidente que una parte nada desdeñable de la inestabilidad iraquí tiene mucho que ver con las actividades que se planifican en el vecino Irán, cuyo régimen no podría sobrevivir a una democratización y liberalización de un Irak estable. No es, por tanto, una medida inconexa la de clasificar como organización terrorista a los Guardianes de la Revolución -la fuerza de choque del régimen islámico de Teherán-, cuya implicación en la promoción de actividades armadas en distintas partes de Oriente Medio no puede ser disimulada. Sin embargo, al mismo tiempo se trata de una decisión muy arriesgada, puesto que es un ataque directo a una fuerza regular de un régimen constituido, una advertencia en toda regla que sin duda va a contribuir a añadir tensión en un pulso en el que la comunidad internacional no ve todavía una salida clara.
La posibilidad de que el régimen de los ayatolás se dote de armamento nuclear es una perspectiva aterradora, porque visto todo lo que son capaces de hacer hoy en Líbano, Palestina, Irak o Afganistán, no resulta halagüeño pensar en lo que pueden llegar a hacer si cuentan con bombas atómicas. Sin embargo, la Administración norteamericana debería meditar muy cuidadosamente cualquier medida unilateral en este sentido, porque los resultados podrían ser devastadores.
La intervención militar en Irak se ha convertido en un infierno, un avispero para las tropas norteamericanas, que no acaban de consolidar una fuerza iraquí capaz de hacerse cargo de las labores de seguridad, como sería deseable. Si escalar una montaña se ha revelado un esfuerzo mucho más grande del esperado, no parece sensato lanzarse al mismo tiempo a conquistar otra cumbre que tiene, a todas luces, dificultades mucho mayores.
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ABC-España/18/08/2007
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