14/8/07

Sobre la cuestión intercultural (Un aporte a la reflexión necesaria)

Homero Carvalho Oliva*
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Ahora que se habla de culturas dominantes y culturas dominadas de manera maniqueísta, vale la pena recordar algunas conquistas: Los romanos dominaron a los griegos y no por eso estos se hicieron romanos, los árabes lo hicieron durante casi ocho siglos con España y sabemos que no por eso los españoles son islámicos. Lo mismo podríamos decir del dominio quechua sobre los aymaras, o de los españoles sobre ambos.
Creo que debemos mirar y comprender lo cultural desde sus múltiples perspectivas y nos solamente desde una unilateralidad étnica cualquiera sea esta. Lo nacional debe ser abarcado desde la complejidad de culturas que conviven en nuestro territorio.

Esta diversidad cultural no debería ser un problema, como se lo viene planteando en la discusión que se está desarrollando en la Asamblea Constituyente, sino la solución misma, tanto por la experiencia histórica acumulada como por los conocimientos y quehaceres ancestrales. Nuestra diversidad cultural debería ser nuestro mayor capital como nación en la que se apoye todo el entramado conceptual y principista del nuevo pacto social que esperemos resulte de la Asamblea.

Las culturas nativas

En actual territorio boliviano conviven treinta y seis etnias, treinta y seis culturas o naciones como quieren entenderlas algunos. Quienes habitan las tierras bajas no tienen problemas en seguir siendo llamadas “indígenas” y lo hacen con orgullo; para las naciones de tierras altas, en cambio, este apelativo es una ofensa, una humillación y por eso prefieren llamarse “originarios”.

En ambos casos no se puede negar que su presencia que viene de mucho antes de 1492, porque en los espacios que habitan hay siempre un testimonio material o intangible de su paso por estas tierras. Hay una cosmovisión, una manera de ver y sentir el entorno. En las tierras bajas venimos de la cultura del agua y de la selva, en las tierras altas provienen de la montaña y la piedra.

Una prueba más clara son los toponímicos que nombran lugares revelando sus particulares características y en la mayoría de los casos esas palabras pertenecen a lenguas vivas, que todavía se hablan en nuestro extenso territorio. Y, en muchos casos, estos toponímicos se superponen entre sí con dos o más lenguas nativas o con los nombres que impusieron los españoles y que, en muchos casos, no lo lograron.

Es cierto que muchos de estos nombres nativos, indígenas u originarios sufrieron deformaciones pero nadie puede negar su esencia lingüística porque en América toda la geografía ya tenía nombre.

Lo mismo suceden ahora entre varios idiomas, los neologismos son frecuentes y de asimilación muchos más veloz por los adelantos cibernéticos. Los que hablamos castellano lo hacemos con un sin número de palabras nativas y algunas extranjeras, y en el caso de los nacidos en oriente o cambas lo hacemos pensando en nuestra propia cosmovisión, así como los collas lo hacen pensando en aymará y los vallunos en quechua. El orden de dominación colonial no pudo destruir esto que es nuestra mayor herencia.

La resistencia cultural

Pero la llamada “resistencia cultural” no se da únicamente en el lenguaje, también en la conservación tanto de sus formas de organización social, cuanto en lo político, lo comunitario, lo religioso o lo medicinal.

Desde la conquista o el “encuentro de dos mundos” como prefiere llamarlo Naciones Unidas las culturas nativas se han venido apropiando de los símbolos occidentales, los han recreado, los han reorganizado y les han brindado nuevos significados.

Tal vez el ejemplo más claro de este sincretismo sea la religión popular, cuya matriz de origen cristiano ha sido reinterpretada de acuerdo a las raíces de cada cultura. El símbolo más evidente de este proceso es la Virgen María, Madre de Dios y la Pachamama, la Madre Naturaleza. La imagen que gráfica esta simbiosis es la de “La Virgen del Cerro” cuyo original se conserva en la Casa de la Moneda de Potosí. Les aconsejo que busque esta imagen y que vean más allá de la pintura, que la interpreten. El culto mismo a las vírgenes nace después de la colonia, en una clarísima influencia de lo americano-pagano sobre lo occidental y cristiano. De esta manera la religión católica se encuentra muy arraigada entre la población indígena u originaria.

Día a día, desde antes de la llegada de los españoles los pueblos de América tuvieron que luchar con maneras diferentes de ver y entender el mundo. La conquista fue un rompimiento de ese equilibrio pero la resistencia cultural creo lo que ahora tenemos: un país con un abigarrado conjunto de etnias, unas más dominantes que otras y sectores sociales urbanos que poseen sus prácticas culturales heredadas de sus antepasados pero ya con sus propias culturas diferentes a las demás. Sin embargo en la actual sociedad boliviana la presencia de lo indígena u originario está vigente en lo cotidiano aún en aquellos sectores que somáticamente no son ni siquiera mestizos.

No es lo mismo un joven tarijeño, que un paceño, que un cruceño o un beniano o de cualquiera de los nueve departamentos, cada cual posee una subcultura popular urbana forjada desde lo local que los hace diferente desde su lenguaje cotidiano, en sus aspiraciones, como hasta en la forma de recrearse, vestir o comer, pero que al mismo tiempo le da un sentido de pertenencia a algo, a una nación, la nuestra, la boliviana.

De Indios a Campesinos y viceversa

La historia nos muestra que la colonia creo al “indio” como categoría social, los conquistadores eran los españoles y los conquistados eran todos “indios”, pero ya hemos visto que los pueblos americanos nunca perdieron su esencia. Y lo de Bolivia vale para muchos países latinoamericanos.

En este artículo no voy a extenderme en el tema de la violencia de lo colonialidad porque lo que pretendo es buscar la reflexión sobre lo intercultural, sobre aquello que nos une.

La historia también nos enseña que la independencia fue para los criollos y que en muchos casos los indígenas u originarios empeoraron sus situación, como el fue el caso de algunos señoríos aymaras que perdieron sus privilegios que incluso habían sido respetados en la colonia.

Demos un salto a la Revolución de 1952 que en el intento por modernizar la sociedad agraria feudal boliviana pretendió “desindianizar” a los grupos étnicos nacionales volviéndolos campesinos. Con un relativo éxito porque son muchos los sectores sociales que se reclaman a sí mismos “campesinos” negando en varias ocasiones a sus ancestros. Después de los ochenta y con al presencia innegable de las ONGs la tortilla se fue dando la vuelta y tenemos a pueblos que reconociéndose indígenas u originarios se sienten orgullosos de su legado e interpelan al estado boliviano por la falta de atención a sus problemas y reclaman la inclusión de su derechos colectivos como etnias nativas de este territorio.

Y llegamos al proceso de la Asamblea Constituyente iniciado en 1990 por la ya célebre “Marcha por el territorio y la Dignidad” iniciada por los pueblo indígenas del Beni y luego continuada por otros sectores en importantes hitos que se conocen como la “Guerra del Agua”, la Guerra del Gas” o la propia lucha por las autonomías regionales.

La Asamblea Constituyente y el dilema Pluricultural

Después del fracaso de la UDP la izquierda boliviana no ha logrado definir un proyecto nacional que integre todas las visiones nacionales. Acostumbrada a la crítica feroz se vio de pronto acorralada por la presencia y el discurso de lo indígena u originario que va más allá de sus capacidades organizativas y de convocatoria. Quizá porque no pensaron al país desde nuestra propia realidad sino desde la perspectiva de un postulado teórico extraños a los nuestro. Así como la “oligarquía tenía el poder y despreciaba al pueblo”, cierta izquierda despreciaba la capacidad de movilización de sectores mayoritarios por considerar que no estaban a “la altura del proceso revolucionario”.

Tal vez lo que no entendieron es que se trataba de leer el marxismo desde lo nacional y no leer la nación desde el marxismo. En fin, por eso, entre otras cosas, estamos como estamos.

Aparte de los temas de alta sensibilidad política regional como las “autonomías y la capitalidad plena”, el gran debate ideológico está centrado en la propuesta del MAS de lo Plurinacional que ha generado una serie de debates acalorados que llegaron incluso a los golpes. Y no hay porque asustarse, así no más somos los bolivianos, los que creyeron que la Asamblea se iba a resolver como si fuera una reunión de la Academia Boliviana de Ciencias están de lejos de comprender nuestra realidad. La Asamblea Constituyente así como se nos presenta es lo mejor que tenemos, porque es lo que hemos podido construir y los 255 constituyentes expresan nuestras virtudes y nuestros defectos, nuestra honras civiles como nuestras miserias humanas.

La debilidad de esta propuesta es que no piensa la nación boliviana como una colectividad multicultural y pluriétnica conformada por ciudadanos sino por treinta y seis nacionalidades, que cada una de ellas puede llegar a definir políticas comunitarias, sistemas sociales, económicos, políticos y jurídicos, y en este marco reafirmar sus estructuras de gobierno algo muy parecido a lo que se crítica a los autonomistas cruceños. Paradójicamente ambos sectores se critican los mismo.

Por mirar el árbol estamos dejando de mirar el bosque, nos estamos olvidando de todo lo aprendido durante más de quinientos años, conocimientos que les han permitido a nuestros pueblo persistir en su existencia y crear una visión mestiza que todavía no acabamos de aceptar.

Mi amigo, el sociólogo, Carlos Hugo Laruta, dijo en cierta ocasión, que lo que nos falta a los bolivianos es no solamente aceptar el mestizaje biológico sino aceptar el mestizaje cultural. Yo acotaría que no solamente debemos aceptarlo sino también apropiárnoslos así como hemos venido haciéndolo durante siglos con aquello que nos ha permitido avanzar desechando lo dañino.

En esta lógica debemos pasar del reconocimiento de nuestra pluralidad cultural que ya está constitucionalizada a la acción intercultural que todavía se siente como algo bonito, propio de artistas o de festivales folclóricos. Lo intercultural ya esta entre el pueblo, es cuestión de volverlo política estatal, de constitucionalizarlo para hacerlo evidente y necesario.

Creo que todos, o por lo menos la mayoría, de lo bolivianos tenemos un país imaginario, un país en el que todos vivamos en armonía, “la complementariedad de los opuestos” dicen los que gustan de inventar términos que parecen científicos. Pero para eso debemos ser claros en el rechazo a toda concepción que signifique el dominio de una cultura sobre otra. No olvidemos que lo plural engloba lo particular.

Para terminar, el reconocimiento a las colectividades históricas no debe implicar la anulación de los derechos individuales. Hay que pensar lo nacional desde lo plural, aceptando que las bolivianas y los bolivianos no poseemos una cultura uniforme pero que estamos orgullosos de ser diversos. El nuevo proyecto nacional debe basarse en este presupuesto tomando el proceso histórico vivido hasta hoy. El desafío de hacerlo mejor que nuestros antepasados es de todos nosotros, indígenas, originarios, campesinos, afrodescendientes y “población culturalmente diversa” como nos quieren encasillar a los mestizos, a los ninguno, a los que no tenemos adscripción étnica nativa, todos nosotros tenemos el privilegio de vivir este momento histórico, nadie debe quedarse en el camino.
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*Escritor Boliviano: homero@cotas.com.bo
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BolPress-Bolivia/14/08/2007

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